La vida es sueño, montaje polémico de Valdés Kuri
POR JUAN HERNÁNDEZ
El auto sacramental La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, dirigido por Claudio Valdés Kuri, con la compañía Teatro de Ciertos Habitantes, es una propuesta provocadora y polémica, toda vez que no se ciñe a la época ni asume los cánones teatrales del género en cuestión, sino que lo hace a partir de una libertad estética que ha escandalizado a algunos espectadores.
La incomodidad, en algunas conciencias, generada por la puesta en escena, se debe a que se trata de un auto sacramental que alude a pasajes bíblicos como el mito de la creación del cosmos por una trilogía representada por el poder, la sabiduría y el amor; la caída del ángel que se rebela contra Dios; la creación del hombre para ser príncipe de la tierra, los mares, el viento y el fuego, y esposo de la gracia; la expulsión del paraíso tras la trasgresión (cuando el hombre come de la fruta prohibida), etcétera, abordado escénicamente de un modo paroxístico, en el que se pondera el ritual dionisiaco en el cual el Hombre –con H mayúscula- se encuentra con su naturaleza oscura, animal, sensual y desbocada tras morder la manzana (símbolo de pecado en la cultura judeo-cristiana).
El ritual orgiástico representado con una estética tenebrista –iluminando rostros y volúmenes del cuerpo y dejando el resto del espacio en oscuridad-, propia del arte barroco, refiere a un estado salvaje en el que los “demonios” andan sueltos, llevando a los participantes a la ruptura con lo establecido, la desobediencia, gritos, excesos, éxtasis y delirio frenético; la exaltación de una sexualidad sin el filtro del juicio y la razón y, finalmente, el sacrificio del Hombre que es devorado por los enloquecidos venerantes, en una alegoría herética del sacramento católico de la eucaristía.
Claudio Valdés Kuri hubiera sido condenado por los preceptos del Concilio de Trento del siglo XVI, que buscaban fortalecer los dogmas del catolicismos frente a la Reforma de Lutero, sin embargo en la contemporaneidad la puesta en día que hace el director de este auto sacramental nos lleva a un terreno distinto de la reflexión en términos filosóficos.
El texto de Pedro Calderón de la Barca, máximo representante del auto sacramental se expresa en toda su magnificencia en la puesta en escena, pero Valdés Kuri como artista contemporáneo se atreve a romper con cánones en términos de representación teatral y asume los riesgos que le permiten poner en una balanza lo sagrado y lo profano como partes integrantes de la naturaleza humana.
Si bien el bien triunfa contra el mal –de acuerdo con el texto de Calderón-, la lectura de Valdés Kuri de esta mitología judeo-cristiana que subyace en la conciencia del hombre de occidente y determina su manera de ver el mundo, reconoce como parte de la condición humana a la pasión, el instinto, la naturaleza salvaje, el libre albedrío y el ego.
Las imágenes que construye el director aluden a las fuerzas naturales, a los poderes divinos, a una naturaleza humana que se expresa frenética. La obra tiene un ritmo vertiginoso. Los intérpretes dominan el cuerpo en escena y manifiestan habilidades para cantar, bailar, tocar instrumentos, actuar y decir en verso el difícil texto de Calderón. Por otro lado, fortalecida por el diseño de iluminación de Matías Gorlero, la escena se torna barroca de tan recargada en la expresión y en el claroscuro que prevalece con fuerza en la estética de la representación. Valdés Kuri desnuda al Hombre y lo pone de nalgas frente al público; la Sombra fornica a la Gracia y, luego, el hombre es devorado por sus deseos.
La puesta en escena busca a la obra total, en donde danza, música y teatro forman parte de una sola expresión. El director domina todos los hilos de tan complicada propuesta escénica, recurre a distintas tradiciones: de oriente a occidente. Va del guiño al cante jondo al fandango y al son jarocho; refiere a la danza sufí en la que los personajes alegóricos giran de manera interminable para conectarse con la divinidad y, de ahí, a la danza contemporánea y a la folclórica veracruzana.
Claudio Valdés Kuri, creador de obras memorables como Becket o el honor de Dios, De Monstruos y prodigios: la historia de los Castrati, El Automóvil Gris, ¿Dónde estaré esta noche? y El Gallo, apuesta a la libertad creativa, la interdisciplina y la ruptura con dogmas. Su versión escénica de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, confirman su lugar como uno de los creadores sobresalientes del teatro contemporáneo nacional e internacional.
*La vida es sueño, auto sacramental de Pedro Calderón de la Barca, dirigida por Claudio Valdés Kuri, con la compañía Teatro de Ciertos Habitantes, se presenta en el Teatro El Galeón del Centro Cultural del Bosque (atrás del Auditorio Nacional) jueves y viernes, a las 20, sábados a las 19 y domingos a las 18 horas, hasta el 31 de agosto.
*Fotografía: “La vida es sueño”, un auto sacramental que alude a pasajes bíblicos./ Yadín Xolalpa, EL UNIVERSAL.
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