La vida es trabajo y la escritura es libertad

Nov 30 • Conexiones, destacamos, principales • 3439 Views • No hay comentarios en La vida es trabajo y la escritura es libertad

POR JANA BERIS

 

JERUSALÉN.— Etgar Keret es un escritor libre que defiende su necesidad de plasmar sus pensamientos y sentimientos con sinceridad. A los 46 años ya se ha consagrado como uno de los escritores israelíes más conocidos en el extranjero, exponente de la generación joven de la literatura de lengua hebrea, además de que es autor de libretos para cine y televisión.

 

En este, su tercer viaje a la FIL de Guadalajara, presentará tres de sus libros en español. El más singular es Los siete años de abundancia, su primer libro autobiográfico. Además, salen Keret en su tinta y un libro infantil, Cachorro peludo de niño gato.

 

—Esta es su tercera participación en la FIL. ¿Ya está acostumbrado?

 

—Siempre me gusta ir a México. Un país es su gente y yo amo al pueblo mexicano. Me recuerda mucho al pueblo israelí porque son muy fieles a sus emociones; no mantienen la distancia que se halla en otros lados.

 

—Hay algo singular en este viaje suyo a la FIL. Va precedido de la publicación, en español, del primer libro suyo que no es de ficción, Los siete años de abundancia.

 

—Cuando uno escribe una historia, no sabe qué sucederá con ella, pero aquí yo sí sabía sobre qué escribir. Nunca me imaginé con un libro así, pero la muerte de mi padre hace unos años me cambió el enfoque. Escribir sobre él, sobre mi hermana, mi hermano, mi hijo. Junté esos relatos, algunos de los cuales había publicado por separado, en un libro.

 

—Y en este sentido, México juega un papel especial…

 

—Así es. El primer país en el que esto se publica como libro es México.

 

—Esto significa que todos aquellos que a partir de la FIL en Guadalajara lean su libro sabrán sobre Etgar Keret más que sus connacionales israelíes, ya que la obra no saldrá en hebreo.

 

—Así es.

 

—Cuando se habla hoy de los escritores israelíes contemporáneos más conocidos en el mundo, su nombre aparece en primera fila, junto a Amos Oz y David Grossman… y usted es el más joven del grupo. ¿Qué le hace sentir este reconocimiento?

—Me halaga sobremanera. Yo empecé a escribir partiendo de un sentimiento de gran soledad y de cierta incapacidad de comunicarme con el mundo. No es que pensara que tengo mucho que decirle al mundo y que el mundo debe prestarme atención.

 

—No lo tenía planeado…

 

—En absoluto. Así se fueron dando las cosas…Yo escribía mis cuentos como algo íntimo y privado, y ahora se traducen a 30 idiomas, y viajo por todo el mundo. Cuando las cosas se dan tan bien sin que uno las haya planeado o buscado, las disfruta más todavía.

 

—No lo ve como un trabajo…

 

—Veo la escritura como un pasatiempo. No escribo todos los días sino cuando siento que tengo un cuento. Cuando no escribo, vivo. Cuando uno tiene que escribir en algún formulario oficial qué profesión tiene, yo escribo conferencista, porque doy clases en la Universidad Ben Gurion en Beer Sheba. Siempre, toda mi vida, me preocupé de no depender de la escritura. Claro que me alegra ganar con mis libros, pero ese no es el tema central. Siempre trabajé también en otras cosas.

 

—Un verdadero pasatiempo…

 

—Me gusta mucho la palabra amateur, viene de amor… Yo digo que no soy un profesional. No podría decir que soy escritor ni que trabajo como escritor. Soy una persona común y corriente que vive su vida haciendo cosas diferentes, y entre una cosa y otra escribo y publico. Yo nunca firmo un contrato de antemano con un editor. Si tengo el libro, si terminé de escribirlo, digo: Aquí está, tengo un libro.

 

—El tema de la escritura como trabajo va más allá de lo que se gana en términos de ingreso. Pasa más por la cuestión de encararlo como algo que le exige a uno ser metódico y ordenado.

 

—Tampoco es trabajo en ese sentido. Para mí, la vida es trabajo y la escritura es libertad. Escribo cuando quiero. Acá estoy sentado contigo tomando café y tengo que cuidarme de que no se me tire. Pero cuando me siento a escribir, no tengo que cuidarme de nada: puedo besar chicas, pelearme con la gente, quemar la casa… y no pasará nada. Como no se da en el plano de la realidad, la escritura no es peligrosa, la vida sí. Eso te da la oportunidad de que la escritura pase a ser una especie de lo que para los católicos es el confesionario. Si yo te dijera en esta entrevista “te amo más que a mi mujer, dejemos todo y huyamos”, podrías darme una bofetada, llamar a mi esposa, ponerme en problemas. En un cuento no hay problema.

 

—¿La escritura le ha cambiado mucho en la vida?

 

—Cuando comencé a escribir yo tartamudeaba un poco. Escribir me ayudó. Viajo a distintas partes del mundo, veo que los libros llegan a la gente, que se me acerca gente a la que los libros tocaron… En Corea se me acerca un hombre a decirme que él conoce al conductor de autobús sobre el que escribí un cuento y que sabe lo que yo sentí. Me dio una sensación de legitimidad, de que también otros viven lo que yo vivo y que está bien. En este sentido, el éxito como escritor me ha dado mucho.

 

—¿Esto también significa responsabilidad?

 

—No. Como escritor no siento ninguna responsabilidad. La tengo como ciudadano. Yo entrevisté al primer ministro; en diversos artículos ataqué muchas veces al gobierno; soy activo en la izquierda. Pero cuando escribo, no me interesa nada. El libro es el lugar en el que no hago cuentas con nadie.

 

—Por más pasatiempo que vea en esto, el éxito también implica ciertos formalismos. ¿Es un problema?

 

—Cuando subo a una tribuna en la que me inviten a hablar (compartiéndola por ejemplo con el primer ministro de Holanda), no me creo ser un hombre de letras que representa al público israelí, sino que soy una persona sencilla a la que le dieron la oportunidad de hablar. Puedo hablar sobre mi hijo, sobre cómo veo su futuro aquí. Y puedo decir lo que siento no porque tenga un sentimiento de responsabilidad o importancia, sino porque mi máxima lealtad es a la sinceridad.

 

—¿Qué busca cuando escribe?

 

—Hay gente que escribe para ejercer influencia, otros para dejar algo a la eternidad y a mí (vuelvo a mi confesionario) me permite ser auténtico, sin buenos modales y sin hacer cálculos. Es el lugar en el que siento que tengo carte blanche. Así como el diplomático se puede estacionar sobre la acera, el escritor puede decir la verdad.

 

 

*Fotografía: Etgar Keret, uno de los escritores jóvenes israelíes más conocidos en el extranjero / Jana Beris

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