La violencia como musa: entrevista con la escritora Clyo Mendoza
En su novela Furia, Clyo Mendoza explora la manera en que la guerra afecta las relaciones humanas y cómo se expande a través de las historias familiares, como si fuera un gen belicoso
POR SOFÍA MARAVILLA
Tanto nos hemos esforzado en aniquilar nuestra animalidad, la violencia que habita nuestra carne, que hemos terminado devorados por el espectro de esa afección que, sin embargo, se nos oculta muy dentro, y allí hecha sus semillas. Eso lo sabe Clyo Mendoza (Oaxaca, 1993), y su novela Furia (Almadía, 2021) es una exploración de esos vestigios ominosos a los cuales nos negamos, pero que nos exceden y se reflejan en el mundo que hemos construido.
Los personajes de Furia son entes cruentos, confunden el amor y el deseo con la posesión desgarradora, su lenguaje es un derramamiento de sentencias tejidas con el dolor que deja tras de sí la guerra. Es una lengua ancestral con la que escribe Mendoza, que bien puede ser hablada por fantasmas aparecidos en la carretera o por una voz que hace de la cabeza un habitáculo de la locura.
Lee un fragmento de Furia aquí
Nadie sabría que detrás de esta historia inspirada en el desierto de Wirikuta, había una obsesión por una escritora alemana, musa surrealista por su demencia: “Empecé a escribir un libro sobre Unica Zürn, pero conforme avanzaba me di cuenta de que yo no sabía nada de Alemania, y que ni siquiera me interesaba hablar sobre cómo había afectado la guerra tanto las relaciones de Unica como su contexto, que la llevó a tener una esquizofrenia crónica que la condujo eventualmente al suicidio, y yo quería hablar de ciertas cosas que me interesaban de la historia de Unica, pero no sabía de Alemania, no viví la Segunda Guerra Mundial, ni siquiera creo estar lo suficientemente documentada al respecto, así que lo bajé a mi contexto y hablé de lo que me era más familiar.”
Los escenarios de Furia nos hacen evocar la Revolución mexicana, aunque el tránsito generacional de los personajes nos hace ver cómo nuestro país lleva convulso décadas en la guerra y cómo ésta afecta a la sociedad: “Las guerras son un proceso casi celular, como de metástasis. Lo veo ahora con la guerra de Ucrania, hay ciertos componentes que hacen que se afecten el resto de los lugares y de las cosas, pero va mucho más allá de las cosas materiales o de la crisis económica, hay un trauma muy profundo que dura generaciones y que afecta nuestra noción del amor. Creo que si nos empezamos a cuestionar eso en muchas de nuestras relaciones, nos vamos a dar cuenta de que de alguna manera hemos repetido procesos de guerra y de conquista en nuestras mismas relaciones más cercanas.”
Sus personajes además son parias, ermitaños carcomidos por la culpa, mujeres que habitan cuerpos de hombres o prostitutas atravesadas por el racismo y la misoginia: “Yo soy muy fan de la tragedia, y también en algún momento escribí teatro y me metí mucho en la literatura de Wajdi Mouawad, quien se dio cuenta de que la tragedia no había terminado porque los héroes hubieran muerto, sino porque nos quedaban esos personajes periféricos que tenían vidas mucho más trágicas justo porque no eran los héroes, entonces yo quería hablar de esos personajes periféricos que de alguna manera me hicieron a mí, porque Cástula (uno de los personajes centrales de Furia) podría ser mi tía abuela, y yo pensaba en mi familia afrodescendiente cuando escribía su historia, en los son los que me preceden y que son esos personajes periféricos.”
También en Furia aparecen figuras mágicas que recuerdan a ese muerto o a esa aparición que existe en las narraciones familiares o en las comunidades, lo cual hace pensar si Clyo Mendoza considera los imaginarios sociales o familiares que a todos nos conforman: “Sí, y precisamente por eso la oralidad prima mucho en el libro, porque si le preguntáramos a Cástula —una prostituta negra— si sabía leer, por supuesto diría que no, sino que contaba las historias, y muchos de los grandes recursos para contar historias están en la oralidad, y también es cierto que quien cuenta estas historias, es quien ha acumulado la experiencia para poder hacerlo, es casi como tener un mérito. De pronto ves a los borrachitos en los pueblos y su único rol social es ir a contar historias o a platicar, y eso les da toda su posibilidad de salir de la marginalidad. Y sí, hay voces muy de mi infancia, también porque me gusta más vivir en el espacio rural, me siento mucho más tranquila y mucho más identificada con él, siento que es más real lo que ahí sucede, también porque no hay tanta afectación de la virtualidad en estos lugares, entonces es otra manera de vivir.”
También son evidentes las maneras en que el tránsito moderno de las ciudades y el tiempo de los entornos rurales hacen que se construyan diferentes maneras de asir lo inevitable: “Creo que los conflictos siguen siendo los mismos, porque son territorios donde el tiempo pasa de manera muy diferente, y sobre todo en el desierto, donde se acuerdan de que pasaste diez años antes, porque casi nadie pasa por ahí. Sigue habiendo muchos conflictos que tienen que ver con el territorio, la falta de agua, las mineras, la defensa de las tierras, porque como son territorios más despoblados, también son más olvidados, entonces si pasa algún tipo de violencia ahí, es muy difícil que la gente en las ciudades se entere o que incluso quiera resolverlo si llegara a saberlo, como que no les resulta muy significativo, entonces allá se vive de otra manera, y los conflictos en el desierto sí tienen mucho que ver con las sequías, pero también, en el desierto de Wirikuta, que es donde tal vez está más inspirado el libro, están las defensas de las tierras frente a las mineras y la invasión del narco. El desierto es muy fértil si hay agua, entonces ahí han hecho sembradíos de aguacate, de tomate, pero el agua se la están quitando a los pueblos vecinos, o a las mismas personas que lo administran entre ellas, llevando un cultivo a menor escala. En fin, hay un conjunto de problemas muy importantes que tienen que ver con procesos de gentrificación y procesos de colonización y ahí son mucho más perceptibles”.
Para Clyo, también es una necesidad y un principio ético, hablar de los problemas que actualmente acaecen en los entornos rurales: “No digo que la literatura deba existir para eso, pero es una postura solamente personal, pero no exponerlo de una manera panfletaria, es como más bien ocupar los recursos de la tragedia, que son muy importantes para que las personas podamos cuestionar nuestros privilegios”.
Pero no es la primera vez que Clyo escribe sobre la violencia: “Mi primer libro habla de una chica que está en duelo porque perdió a un hijo durante el embarazo y entra el narcotráfico sólo para buscar su muerte; el segundo libro es la historia de una amiga cuyo padre se metió a trabajar al narcotráfico en un espacio rural, y cómo el narco es una cadena de trabajo igual que otra actividad capitalista. Es verdad que toda la glamurización ha caído sobre las identidades más famosas del narco, pero ¿dónde queda la mano de obra del narcotráfico? Está en los pueblos, en las comunidades rurales, y está implantando un modelo aspiracional que les va a costar la vida. Eso es lo que pasa en el pueblo en el que yo viví, y mi amiga era hija de ese hombre que llevó ese terror y esa semilla.”
Hay muchas vertientes de problemáticas planteadas en Furia: el racismo, la misoginia y, en otros tenores, la forma en que las mujeres enfrentan las situaciones de guerra. Aparecen personajes con una sabiduría “típicamente” femenina: Cástula que tiene rituales vudú; Jesusa, que sigue la tradición de los conventos, pero es a su vez una matrona; incluso la madre-niña de uno de los protagonistas, que tiene una sabiduría muy instintiva e interpreta el mundo desde una manera muy inocente, como una virgen, lo cual me hace pensar si hay un enfoque feminista en esta novela: “Inevitablemente la ideología tampoco te abandona, no es algo de lo que pueda prescindir. Quería hablar de las cosas que a mí misma me han sucedido, o a las mujeres de mi familia, específicamente, que son las que no tienen una historia. Normalmente los hombres te cuentan: ‘Sí, tu abuelo hizo esto’, y las abuelas, ¿dónde estaban mientras todo esto sucedía? Las historias de los abuelos son mitos, en el sentido de que muchas veces no son comprobables, y están sobreheroicizados, están vistos casi como superhéroes, pero también porque se desconoce realmente todo lo que hicieron, y las que sí se quedaron, las que sí mantuvieron a los hijos, golpearon a los hijos y se metieron en ires y venires, son las mujeres, no tienen una vida tan interesante aparentemente porque no está basada en la aventura más que la aventura doméstica, y no sabemos qué hay dentro de esos espacios domésticos, ¿dónde que da entonces el erotismo, el deseo y todas esas otras necesidades que forman parte del ser humano? Sea hombre, sea mujer, o se de alguna disidencia sexual.
Yo creo que entre las mujeres que retrato también aparece la posibilidad de volverse otra cosa, que es el caso de Daniela, que es el personaje más reciente, que se da cuenta de que hay algo de lo que nadie más se habría dado cuenta, y se puede inferir que ella es la que sabe, no sabemos qué va a hacer con ese conocimiento, pero ya lo tiene.”
Una de las imágenes llamativas del libro es cuando Cástula es mordida y resulta que por eso tiene ciertos dejes de lesbianismo, o el embarazo falso. Entonces hay detrás un pensamiento mágico que siempre está fungiendo para justificar cosas que son “atroces” en la historia, y el porqué también “los otros” vienen de estas mujeres “malditas”, hay algo sagrado-diabólico que está justificando todas estas cosas que ya vemos como constructos de identidad, pero que durante mucho tiempo se han visto condenados: “El libro buscaba no pluralizar, no usar la palabra ‘diablo’ como algo malo; sí hay una figura del diablo que no es la más mala, sino que es el que está de cierta manera ayudando a todos a ver qué es lo que está pasando, porque sabe lo que van a hacer, y también hay una parte de él que lo disfruta, porque él es el omnisciente, de hecho yo intentaba que fuera él el que narrara la historia de alguna manera, él podría ser el hombre que está contando la historia, o el que me la contó a mí, y es un diablo como el diablo de Pessoa, que se pregunta por qué la gente no usa bien su propia voluntad y la condena a una maldad abstracta de sus propios actos, como si no tuvieran su propia fuerza de voluntad o capacidad de decisión, y eso era lo que yo quería presentar en estos personajes. Y en todo caso las mujeres no están malditas, sino que están maldecidas por su contexto, y toda esta sabiduría que pudo haber sido empleada para ayudar, está empleada en ayudarse a sí mismas, porque no tiene otra opción.
En el pensamiento mágico también hay un resguardo, porque hay ritual, una capacidad de ceremonia, porque la gente se une para celebrar y para disfrutar o para resolver ciertos problemas, y como estas cuestiones rituales que son las que les quedan a ellas, no han tenido otra opción, creo que en muchos pueblos funciona así. Conozco muchos casos de mujeres que sí quemaron porque practicaban la medicina tradicional y decían que eran brujas, y también es un nivel de interpretación que es la intrusión de una cultura ajena como el judeo-cristianismo en una cultura ancestral, porque obviamente una va a condenar a la otra, digo, lo más natural hace unos años, es que eran mujeres que trabajaban la medicina tradicional, y esto pasó hace como 30 años, pero muchos casos así, de gente perseguida, es porque justamente sus sistemas de pensamiento ya no son considerados ‘reales’, sino ‘mágicos’; yo por eso vería lo mágico como algo despectivo, porque más bien son reales para ellos, es decir: si las plantas tienen un alma y te pueden curar, eso es real, y cuando se confrontan con alguna otredad o con una cultura un poco más homogénea, más globalizada, eso se percibe como charlatanería, como superstición, entonces ya va a haber en eso una confrontación, y un intento de destruir un sistema de pensamiento que se contrapone, porque no hay un engranaje”.
FOTO: La también poeta recibió el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz en 2018 por su poemario Silencio / Mario Arturo Martínez/ EL UNIVERSAL
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