La visión de los monitos
La obra de Rius inculcó una ideología que ahora es posible observar en las políticas del actual gobierno; su visión centralista y anacrónica
de la historia ha contribuido a prolongar un sentimiento de derrota
POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
Alos pocos días que comenzó el gobierno de AMLO, recuerdo haber leído un tweet que afirmaba: “Hasta historia vamos aprender en la mañaneras”. Desde hace años, el actual presidente se vanagloria de su conocimiento histórico, no obstante que decenas de comentarios suyos le desmienten con frecuencia.
El difunto Carlos Monsiváis sería feliz al poder integrar, con mucha facilidad, su columna “Por mi madre, bohemios” ante las frases célebres que suele decir nuestro presidente, y hasta se podrá publicar un libro con un título twittero: Así hablaba Pejetustra.
Hay frases inolvidables como: “México se fundó hace diez mil años, con todo respeto, todavía pastaban los búfalos en lo que hoy es Nueva York, y ya en México había universidades, y había imprentas”, o “Inicia el Porfiriato y venden acciones de ese ferrocarril y las venden debajo de su precio; se cotizaban esas acciones en 16 libras esterlinas en Londres y las vendieron en 10 libras esterlinas las acciones. Y a los seis meses, uno de los compradores firmó como testigo en la boda en que se casó Benito Juárez con Carmelita Romero Rubio”.
Existen innumerables muestras de inexactitudes históricas que no pasarían de ser anécdotas banales, de no ser porque algunas de ellas muestran su inopia y lo llevan a enfrentar a personajes o gobiernos, como el español al que, en reiteradas ocasiones, le ha pedido reconocer los atropellos que cometió España durante la Conquista y a pedir disculpas por ello.
No me fue difícil entender de dónde venía esa concepción, pues es la misma que permea en buena parte de la sociedad mexicana y recordé a Eduardo del Río García, el genial Rius, que se convirtió en el gran ideólogo de mi generación (que es la misma que la del presidente), en las anteriores y en las posteriores. El ínclito Monsiváis afirmaba que el monero era la verdadera Secretaría de Educación.
Rius es el autor que más libros de “historia” ha vendido en México. Basta saber que sus obras se venden por miles, e incluso, en escuelas como el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), muchos de ellos formaron parte de los libros de texto. El impacto es sorprendente: por esas aulas han pasado más de un millón de jóvenes, desde hace medio siglo.
Rius fue un prolífico autor, publicó cerca de 200 títulos, con grandes tirajes y muchas reediciones; los personajes públicos que han asumido su influencia son muchos. El Subcomediante Marcos, por ejemplo, señaló que Rius era una de sus principales inspiraciones.
No cabe duda que los desvaríos de nuestra decadente izquierda se deben, también, a las lecturas del marxismo ramplón, de los libros Marx para principiantes (juraría que por eso apodaron así al intelectual de cuarta), Lenin para principiantes o los libros de loas que nos, me incluyo, politizaron y nos hicieron tener una visión idílica del castrismo, como Cuba para principiantes (la desgracia es que pocos leyeron la rectificación del monero al publicar Lástima de Cuba, el grandioso fracaso de los hermanos Castro).
Vuelvo a la visión de los monitos, pues Rius fue depositario y propagador de esa visión centralista, anacrónica, de mostrar la idea de buenos y malos, de españoles e indígenas sin entender, nunca, que estos pueblos conformaron un crisol de nacionalidades que, en su mayoría, fueron sometidos a un grupo autoritario y militarista: los mexicas; por lo que los otros pueblos, al llegar los españoles, se les aliaron para derrotar a esta grupo militarista y explotador.
Bueno, pues las inexactitudes históricas del presidente, como de buena parte de la sociedad, se deben a las obsesiones de Rius quien, como muchos mexicanos, odiaba a los españoles y hasta se sentía mal por ser un güero de rancho, ajeno al estereotipo indígena.
La capacidad didáctica de Rius, facilitó la lectura y visión de los monitos vencidos. Su mirada está plagada de lugares comunes y demoledores, con un nacionalismo ramplón (“crearon una civilización tan chingona como la egipcia, pa’ acabar pronto… y las pirámides muy superiores a las de los egipcios”).
Rius repite la visión idílica de una región “donde convivían con más o menos tranquilidad y armonía, culturas tan diversas como los aztecas, mayas… etc., hasta que llegaron los gallegos”. No obstante, en páginas anteriores el libro 2010 ni independencia ni revolución, contradice esta visión armónica al escribir que los aztecas vivían de explotar a todos los que se dejaban pues eran “belicosos y agresivos que habían dominado a la fuerza a todos los reinos vecinos”.
Su antihispanismo le lleva a realizar afirmaciones como que los invasores “pasaron a violar, follar y coger y tal a todas las mozas doncellas y las que ya no lo eran para demostrar quien mandaba ahora y en adelante: los gallegos”. Los primeros mexicanos fueron, afirma, “primeros hijos de la chingada madre”.
Todo ese discurso, lo lleva a responder “por qué los mexicanos ‘somos como somos’: hijos no deseados, de padre desconocido, hijos no del amor, sino de la fuerza bruta y animal, hijos rechazados por ambos lados: esa fue la base de nuestra nacionalidad”.
Esta guerra debió ser cruel, terrible, como cualquier invasión, pero seguimos conservando una visión centralista y de derrota. Cuando se habla de “500 años de resistencia indígena”, es un cliché demagógico, impulsado por un Estado que ha inventado y vendido, con una visión mercantil, la idea de un cambio, aunque el único cambio es de becas (espejitos) por votos (oro).
Estas citas, pertenecen a uno de sus recientes libros, pero desde el nacimiento de Los Agachados, en 1968, se vislumbra esta posición. “México a través de los popolucos, narra una historia de las luchas en el Valle de Anáhuac, cuenta más o menos la historia de Teotihuacán, los mayas, pero echa a perder todo con sus especulaciones en torno a los teotihuacanos marcianos”.
De cualquier forma, Rius no es responsable del todo, aunque sus monitos ayudaron a afianzar esta idea defensora de un pueblo, los mexicas, que fueron derrotados por muchos otros grupos indígenas aunque los ganadores fueron los invasores europeos que, por cierto, ya eran un conjunto de reinos y no, como afirma el propio monero, de una invasión gallega.
El sentimiento nacional de derrota, que buena parte de los mexicanos viven (nos derrotaron, nos conquistaron, etc.) está tan impregnado en nuestro ser, que me parece nunca podrá entenderse ese proceso histórico complejo y contradictorio que sentó las bases para crear la nación multicultural que somos.
De cualquier forma, humoralmente, hay que desentrañar esta historia de derrota; tomar ejemplo de historietas como Astérix donde se crea un historia victoriosa que generó el orgullo galo, por ejemplo, en vez de seguirnos viendo en un espejo de derrota y de seguir esperando al mesías (que no era AMLO) o al mismo Quetzalcóatl.
Quien no conoce la historia, está condenado a que lo manipulen con una maqueta hueca y que pronto estará en la basura, como sus propios promotores.
FOTO: Ilustración tomada del libro de Rius 2010, ni independencia ni revolución/ Crédito: Especial
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