La voz de Borges: reseña del libro “Borges: El misterio esencial. Conversaciones en universidades de los Estados Unidos”

Sep 3 • Lecturas, Miradas • 1111 Views • No hay comentarios en La voz de Borges: reseña del libro “Borges: El misterio esencial. Conversaciones en universidades de los Estados Unidos”

 

El misterio esencial retrata la última década del escritor a través de sus diversos diálogos en universidades de Estados Unidos, pláticas en las que se confirmaba su erudición, pero al mismo tiempo cuestionaba la sacralidad tejida alrededor de él. Un libro enriquecido por las fotografías de Willis Barnstone 

 

POR ALEJANDRO BADILLO
Las conversaciones, conferencias y entrevistas que dio Borges en los últimos años de su vida deben ser consideradas, sin ninguna duda, como una extensión de su obra. Este material además reafirma una idea que vertebra el universo borgeano: la derivación casi interminable a partir de un puñado de temas. Así como en sus libros de cuentos Ficciones, El Aleph, El libro de arena, los ensayos, prólogos y numerosos poemas, el Borges oral parte casi siempre de los mismos detonantes: el universo, el tiempo, los espejos, el doble, hazañas militares, los sueños y cualquier otro motivo que prefiera el lector de su obra. Alrededor de ese centro gravitan anécdotas, leyendas, chismes e, incluso, textos falsamente atribuidos al escritor argentino. Desde hace mucho tiempo, por ejemplo, se le adjudica la autoría de un poema llamado “Instantes”. La pieza, que rezuma una cursilería propia de la superación personal, es totalmente ajena a las obsesiones de Borges (que en sus versos prefería los temas mitológicos y claves personales disfrazadas). Sin embargo, pasan los años y se sigue reproduciendo el gazapo. En otros casos no es tan sencillo separar la fantasía de la realidad.

 

Borges: El misterio esencial. Conversaciones en universidades de los Estados Unidos, publicado por el sello Lumen (2022), continúa la recopilación oral borgeana. Conformado por entrevistas, reuniones con universitarios en instituciones como la Universidad de Chicago, Indiana y Columbia, entre otras, este volumen no sólo echa luz sobre lo que Borges pensaba de su obra sino, también, respalda frases del autor convertidas, con el tiempo, en casi lugares comunes: la idea de que el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación; la ceguera convertida en un lento atardecer de verano; la famosísima anécdota acerca de su primer acercamiento al Quijote que el escritor adaptaba según la audiencia: para el público de habla inglesa decía que leyó el libro primero en castellano y afirmaba lo contrario para medios en español. En efecto: todas esas frases fueron dichas en entrevistas y encuentros, aunque el escritor no se extendió mucho en ellas o, como se puede percibir en el volumen editado por Lumen, las conecta con alguna cita erudita o un recuerdo personal. Esto no es ningún misterio, pues en el Borges oral hay una continua reelaboración de lo dicho. A veces se tiene la sensación de que estamos ante un mismo discurso presentado con algunas variaciones hasta crear la ilusión de asistir a un performance. La obra borgeana es una continua apropiación de otros autores y arquetipos. Quizá por esta razón hay una idea constante en el autor mientras lo entrevistan: la voluntad por desaparecer y ser olvidado (hecho que, por cierto, puso en práctica cuando prohibió una segunda edición de Inquisiciones, aunque en este caso su motivo fue la escasa calidad artística que le atribuía al libro). El olvido, otro leitmotiv en la obra de Borges, es, en realidad, un intento por preservar el pasado. Sin continuidad temporal, los clásicos occidentales, tan caros al argentino, quedan libres de cualquier influencia.

 

Hay que apuntar que no es forzada la relación de lo oral con Borges. A partir de la pérdida de la vista, el escritor no sólo se refugia en la soledad y en sus héroes literarios e intelectuales, también profundiza su conexión con la literatura hablada, ya que le permite prescindir de las letras y vivir en una memoria atemporal. Incluso los cuentos de su última etapa —El informe de Brodie, por ejemplo—, comparados con los que conforman su obra anterior, aparecen libres de cualquier adorno o floritura. Desnudos y directos, se asemejan a un discurso antiguo, aquel con el que dio inicio la literatura. También, por supuesto, es más notoria su predilección por la poesía. Todos estos elementos aparecen en las charlas y entrevistas que le hacen. A pesar del aura de santidad filosófica que lo rodea, Borges muchas veces no se toma en serio y deja mal parados a sus acompañantes cuando la especulación se pierde en abstracciones. Por ejemplo, Willis Barnstone —uno de sus traductores— se complica de más y le pregunta al maestro acerca del mecanismo que produce el habla y la lógica entre las palabras. Para él es un enigma este acontecimiento y sigue desarrollando la idea un poco más. Cuando toca el turno de Borges, éste sólo responde: “Sí, entiendo. Bueno, creo que debería simplemente aceptarlo”. En realidad, este intercambio puede ejemplificar mucho de lo que ocurre en la mayor parte de las entrevistas del libro: por un lado, los interlocutores tratan de revelar la esencia de la magia borgeana para descubrir, con cierta desazón, que el escritor es el primer asombrado de las cosas que dicen que dijo, lo explica todo desde una predeterminación monolítica, no recuerda muchos de sus cuentos (aunque es capaz de citar muchos versos de Stevenson o de Whitman, entre otros poetas) y cree que los demás están equivocados cuando lo elogian.

 

El Borges oral confirma lo que se puede percibir en toda su obra (la erudición, la reverencia por el pasado, la reelaboración de arquetipos muy bien definidos), pero también contrasta o desmitifica la figura del escritor. A través de su ceguera, Borges parece vivir siempre en el momento. En muchos pasajes de cada una de las entrevistas se percibe que la literatura es un mero pretexto para compartir una poética de vida. Lejos del mundo, el autor asume que la literatura y su capacidad para apreciarla es “un don que le ha sido dado”. A pesar de su declarado agnostiscismo, el personaje que estelariza conferencias y que accede, afablemente, a las preguntas de sus lectores, es un místico de cepa, un creyente en el arte y su capacidad para transformar la vida de las personas. Esta convicción, me parece, es una de las constantes en los encuentros que tuvo en Estados Unidos y que complementan la percepción que tenemos de su obra escrita.

 

FOTO: Jorge Luis Borges retratado por Willis Barnstone/ Cortesía Random House

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