Laberintos entre idiotas: Hans Magnus Enzensberger

Dic 3 • principales • 1489 Views • No hay comentarios en Laberintos entre idiotas: Hans Magnus Enzensberger

 

Uno de los últimos pensadores alemanes que vivió en su temprana juventud la Segunda Guerra Mundial ha muerto. Con él se pierden también las memorias valiosas de un hombre que formó parte del nazismo brevemente, por obligación, para luego dedicarse por siempre a la escritura y dar fundamento al pensamiento crítico filosófico más original de su tiempo, además de ser traductor de Octavio Paz, Pablo Neruda y César Vallejo, entre otros

 

POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
A principios del siglo XXI, Hans Magnus Enzensberger, el poeta y filósofo alemán, ganador del Premio Príncipe de Asturias en 2002, era un personaje activo en los círculos sociales de su país y en Europa, una celebridad pensante y denostada por los puritanos intelectuales, para quienes el reconocimiento público es denigrante. Algunos de mis profesores se referían al escritor con desdén: “se vendió al capitalismo”, “traicionó los ideales socialistas aprendidos en Cuba”, “fracasó en el proyecto de reunificar a Alemania en el 68”, declaraban, “su teoría del hombre nuevo (libre) fue un fiasco”. Jamás entendí la falta moral del filósofo y reflexiono, sin temor al equívoco, que el problema cardinal de la enseñanza de la filosofía (las humanidades y las ciencias sociales) radica en la transmisión de los resentimientos de clase del profesorado hacia los estudiantes; se toma a la filosofía como un instrumento para toda doctrina ramplona, craso error por las limitantes que se generan en el alumnado.

 

También a inicios del siglo, la crítica internacional se desbordaba contra Günter Grass, el Premio Nobel de Literatura, por pertenecer a los 16 años a las fuerzas de las Waffen-SS, el grupo élite de combate del ejército de la Alemania Nazi. Pelando la cebolla, libro de memorias del autor, les brindó a sus detractores una grandiosa oportunidad para que intentaran sepultar su carrera. Según recuerdo, el escritor declaró no comprender los motivos que lo llevaron a participar en la guerra, sino hasta ser preso por los militares estadounidenses a los 17 años. Ya en cautiverio el velo de la propaganda bélica desapareció del espíritu juvenil del autor, y una vez que escuchó los juicios de Nuremberg, no dudó en condenar para sí mismo su inclusión el teatro trágico del siglo XX.

 

Sin embargo, para los puristas del rasgado progresismo intelectual, el autor de El tambor de hojalata es uno de los grandes hipócritas de la cultura moderna, lo cual es una franca estupidez. Entendamos que bajo el contexto histórico al cual pertenece también Enzensberger (miembro de las juventudes hitlerianas), era antipatriótico no ser un agente activo de la historia de su tiempo. Los jóvenes luchaban por su patria, sus padres y la figura “extraordinaria” del Führer que todo lo veía y escuchaba. Según narra Enzensberger, su salida de las filas del nazismo fue inmediata, no obstante, queda la huella de la barbarie ligada a su nombre.

 

Un sueño inocente

 

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Alemania sufrió una orfandad intelectual debido a que el nazismo llevó a cabo una purga de pensadores que culminó con la muerte de algunos y el destierro para otros. En la década de los años 50, Hans Magnus Enzensberger comenzó a explorar su vanguardia con la poesía y el ensayo filosófico, ejercicio intelectual que lo llevó a escribir La defensa de los lobos (1958), colección crítica contra el discurso político de una Alemania disminuida que, tres años más tarde, cedería a los caprichos de Estados Unidos y Rusia para dividir Berlín.

 

De La defensa de los lobos tomo los versos: “¿quién está hambriento de mentiras? / contemplaos al espejo: cobardes / que os asusta la verdad fatigosa / y os repugna aprender / y encomendáis a los lobos la función de pensar. / un anillo en la nariz es vuestra joya predilecta. / Para vosotros ningún engaño es lo bastante estúpido, / ningún consuelo demasiado barato, / ningún chantaje demasiado blando”; estos poemas dieron inicio a sus diatribas contra los medios de comunicación que consolidaban una apologética ideología de la culpa para una Alemania necesitada de la aceptación internacional. Enzensberger tachaba de inocente no sólo a los ciudadanos de a pie, sino a los intelectuales en su tibieza conceptual y neo nacionalista.

 

De manera tácita y romántica en su juventud, Enzensberger, intentó reinventar y reconstruir el legado cultural e intelectual de su país, como también lo hicieron en su estilo: Günter Grass, Alfred Andersch y Heinrich Böll, a los que se sumaron lustros más tarde los jóvenes Elfriede Jelinek y W. G. Sebald, entre otros poetas, dramaturgos, escritores y artistas conceptuales. Durante los años 60, luego de ser espectador distante de la cristalización de la Revolución cubana a manos de Fidel Castro, Enzensberger radicó en el país de piélagos toda vez que rechazó una residencia en Estados Unidos, además era un gran conocedor de la literatura latinoamericana lo que volvía atractivo su viaje. El objetivo del pensador alemán fue aprender de los cubanos y sus ideologías revolucionarias, para replicar las formas y fondos en su país; de ese viaje debió surgir el “nuevo hombre” de libertades plenas, no obstante, el romanticismo europeo cedió paso al pesimismo isleño de los oprimidos. Descubrió en su peregrinaje que la teoría libertaria y las imágenes victoriosas de los líderes de la Revolución cubana mucho tenían de ficción.
Enzensberger, antes de su partida a Cuba en 1968, declaraba con la embriaguez lírica de la época que la democracia de-por-para Alemania estaba muerta. Lo único que podía salvar a la república era una revolución. Esta declaración de principios puede consultarse en el número 15 de la revista Kursbuch, publicada en el 68. Al mismo tiempo, Peter Handke estrenaba su Kaspar, que abordaba las imposibilidades del lenguaje en torno al mundo ya industrializado de Alemania, donde una revolución era la única ruta frente al caos del anunciado fin de siglo en los años 60.

 

El romance entre el socialismo de Castro y la pasión exótica de Enzensberger fue breve. El interrogatorio de La Habana fue uno de los últimos esfuerzos del escritor alemán por comprender la revolución más los conflictos políticos con Estados Unidos, sin olvidar la sombra de Rusia. El filósofo comprendió que la lucha libertaria que culminó entre vítores a finales de los años 50, se degeneró como toda ideología, además él mismo debía madurar. La gente, descubrió, no disfrutaba del usufructo de la victoria, sino que otros: los gloriosos, los gobernantes, era los que vivían felices. Para ese tiempo ya el giro de las revoluciones se volvía hacia Vietnam, aunque Cuba no perdía protagonismo, se tornó en el objeto exótico de occidente, hasta la fecha.

 

La neo inteligencia

 

Hacia 2007, Hans Magnus Enzensberger publicó El laberinto de la inteligencia, guía para idiotas, obra brevísima para este tiempo donde la inteligencia pertenece a un estadio de las métricas digitales. Esto es: cada nueva página que abrimos en el ciberespacio nos intenta redirigir hacia un escenario ideal que propone ayudarnos a entender nuestra “inteligencia”, a medirla, a potenciarla, a vivir en armonía con ella. Así como las terapias psicológicas y psiquiátricas se han convertido en moneda de cambio por y para la masa, por lo común y obvio de su proceder, la “inteligencia” aligera su paso para convertirse como tantos conceptos en una palabra trivial y sin efecto. Los índices de “inteligencia” se están volviendo inútiles, porque no existe una respuesta ideal respecto a qué es “la inteligencia”.

 

La reflexión que plantea el filósofo dicta: “Así pues, nuestro pequeño paseo por el laberinto de la inteligencia nos conduce a una sencilla conclusión: no somos lo verdaderamente inteligentes para entender qué es la inteligencia”. Enzensberger hace un repaso histórico de la conceptualización semántica de la “inteligencia” hasta derivar en adjetivo instrumental; va desde San Agustín, pasando por John Innys (creador del “papel inteligente”, un periódico londinense, en 1637); aborda también la obra de Wilhelm Wundt fundador del primer instituto encargado de investigar la inteligencia, en Alemania; y se detiene a plantear las teorías de Hans Jürgen Eysenck, en su momento profesor de la Universidad de Londres, creador de la prueba de medición del coeficiente intelectual más popular y utilizada hasta nuestro tiempo; prueba que no mide la inteligencia ni la sensibilidad de una persona, sino que apenas generan un marco de referencia de los gustos de cada examinado.

 

Enzensberger explica cómo la “inteligencia” pasó de ser un concepto fundamentado en la semántica grecolatina, donde significaba: razón, entendimiento, sensibilidad y perspicacia, a un instrumento del marketing que ha reducido tanto el concepto como su valor semántico y significado a una simple [i]. Así pues, esta partícula [i] que no es privativa y que presupone un valor agregado, ha nulificado la “inteligencia” como un verdadero valor y excepción para la humanidad, brindándole el mismo nivel a todo artefacto perecedero. Además, la “inteligencia” entendida apenas como un adjetivo se ha tornado en el marco referencial y decorativo de todo producto que llega a los aparadores del mundo. La banalidad de la “inteligencia” en este sentido, atrae hacia ella otros conceptos que pierden su valor como el “conocimiento”. La “inteligencia” y su [i] antepuesta al producto no implica nada sino una clasificación propia del cambaceo. Se le debe a la mercadotecnia el adelgazamiento de la “inteligencia” y a nosotros como raza temer al “conocimiento”.

 

Los seres humanos navegamos hoy en las aguas oscuras de los pixeles, momento histórico donde la consagración del infantilismo triunfa y las herramientas digitales nos conquistaron entregándonos la aceptación universal, sin necesidad de contribuir al aumento del “conocimiento” a través de la “inteligencia”. Si todos somos inteligentes, qué más dar saber o no la verdad de las cosas.

 

Migración capitalista

 

Ensayos sobre las discordias contiene una de las meditaciones sobre migración más interesantes, por lo menos de este inicio de siglo. Si bien, como todo ensayo que aborda el tema, parte de un análisis de los nómadas de los primeros tiempos, y aborda los éxodos históricos tanto en occidente como en oriente; habla sin tapujos de los conflictos que toda migración puede generar en una sociedad. Enzensberger aborda el egoísmo y la xenofobia como rasgos fundamentales a los que se enfrenta todo migrante. Sin mencionarlo de manera abierta, el autor apunta a la tácita “Ley de la hospitalidad” que todo migrante debe respetar según la región a la que su éxodo lo guíe. Las reglas del comportamiento social que los migrantes deben atender sin reparos, ayuda a generar un equilibrio que ahuyenta todo tipo de conflicto social en cada región, ciudad o comunidad que los reciba. En la antigüedad, estas reglas se practicaban y reforzaban para evitar masacres y asimilaciones culturales fallidas.

 

Hoy, un gran número de migrantes, a su arribo a un nuevo espacio, reclaman derechos y excepciones que no todas las naciones desean brindar. Respecto a esto, pensadores y escritores contemporáneos, como Jean-Baptiste Del Amo, apoyan una migración profunda en Francia; y otros, como Petros Márkaris, él mismo migrante en Grecia, comentan que no todos los países pueden recibir a los migrantes ni están obligados a hacerlo. Aclaremos que el contexto desde el cual lo explica Márkaris tiene que ver con la subsistencia económica de una cultura que es obligada a guiar sus mercados laborales hacia los migrantes que, por su condición como protegidos por los derechos humanos, se elevan por encima de los habitantes locales.

 

Abandonando lo políticamente correcto, Enzensberger ahonda en la compleja batalla que llevan a cabo los migrantes, una vez asentados sin importar la región para reivindicar su identidad, lo que abre paso a resignificaciones nacionalistas en suelo ajeno, que después puede desencadenar violencia. Esto nos lleva a recordar novelas como Sumisión, de Michel Houellebecq, donde el islam retoma rumbo y conquista sobre la ilustración francesa hasta convertirla en una tierra de oriente en el corazón de occidente. El autor alemán no está en contra de la migración en sí, no obstante, repara en una crítica sencilla: ¿qué tan preparados están los países de occidente para recibir las oleadas de migrantes de todas partes del orbe?

 

Ante las exposiciones de Enzensberger, una vez releídos los conceptos y entendidos en su dimensión, pienso que la migración del siglo XXI tal vez sea redescubierta como una posibilidad infinita de negocios y retóricas económicas. Explico: ciertos países, si es que son estratégicos, podrían utilizar a los migrantes no como mano de obra barata, sino como un fondo de inversión. Esto es, como ocurrió con Turquía en 2016, cuando la Unión Europea le entregó, como ayuda humanitaria, 6 mil millones de euros para contener la migración siria. Si bien esa no fue una estrategia turca, sino de la UE, el apoyo económico continuó entregándose hasta el 2020. El capital estuvo dirigido a las ONG y no al bienestar de los migrantes. El trabajo discursivo xenófobo a ultranza triunfó de forma eficaz en Europa; y Latinoamérica es tierra fértil, maleable contra sus comunidades.

 

FOTO: Hans Magnus Enzensberger en Tamaulipas, México, antes de su participación en el festival cultural Letras en el Golfo, 2003/ MOISES PABLO/CUARTOSCURO.COM

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