Lars von Trier: la cama de Sherezada
MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS
Pocos cineastas contemporáneos se han especializado en la provocación con el ahínco, la habilidad y la malicia de Lars von Trier. Considerado no en balde el director más ambicioso y propositivo de su país después de Carl Theodor Dreyer, quien colocó el cine de Dinamarca en el mapa mundial, Von Trier (1956) crea película a película una obra en la que fondo y forma entablan un diálogo siempre tenso, nunca complaciente, a veces decididamente incómodo.
Esta incomodidad nace en el espectador por la manera en que temas que tienden hacia lo polémico —la pena de muerte y el sadomasoquismo, por poner ejemplos desarrollados en Dancer in the Dark (2000) y Antichrist (2009)— se presentan con un fascinante y hermoso empaque visual, y se expande hacia lo extracinematográfico gracias al interés de Von Trier por levantar ampolla con sus desafiantes declaraciones públicas y las estrategias de promoción de sus filmes. (En ocasiones, hay que decirlo, estos campos pueden llegar a confundirse: ¿dónde termina el reto y empieza la táctica propagandística?) Quizá más que ninguna otra de las cintas del danés, la reciente Nymphomaniac (2013) —fraccionada en dos volúmenes como para seguir los pasos de Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003 y 2004), donde también trabaja Uma Thurman— ha alistado el terreno para su estreno con un inteligente despliegue de publicidad que subraya dos rasgos primordiales: sexo explícito y verídico y perspectiva femenina del vértigo carnal. Ambos rasgos aparecen en Nymphomaniac: Vol. I, pero trazados de un modo distinto al que sugieren los avances de la película.
La historia de Joe, una mujer cuyo arco de lujuria va de la juventud (Stacy Martin) a la madurez (Charlotte Gainsbourg), es el pretexto para explorar sin tapujos una nueva manifestación del síndrome de Sherezada: el acto de contar (fase oral) que antecede al acto sexual (fase fálica). Como hace de un tiempo a la fecha en sus filmes, Von Trier divide Nymphomaniac: Vol. I en capítulos para acentuar su coqueteo con la narración específicamente literaria.
El sustituto del sultán Schariar, el celoso decapitador de Las mil y una noches, es Seligman (Stellan Skarsgård, uno de los actores fetiche de Von Trier), un hombre que honra su apellido al llevar una vida beatífica y ascética que resulta alterada por la irrupción de Joe en circunstancias que poco a poco se aclararán. Esta aclaración constituye no sólo el núcleo de la trama sino otra arma de seducción de Joe, que encuentra en Seligman a un escucha paciente y dispuesto a ilustrar y nutrir su relato con apostillas en las que se alternan la sucesión de Fibonacci y la pesca, Edgar Allan Poe y Johann Sebastian Bach.
Pese a tratarse de una matrioshka que comulga con la pasión digresiva de Las mil y una noches, y aunque su forma de representar el sexo se desliza por momentos hacia la pornografía, Nymphomaniac: Vol. I es curiosamente una de las cintas menos complejas y perturbadoras del director. Esto no quiere decir que el pulso narrativo de Von Trier haya decaído: por el contrario, parece haber dado con un cauce inédito para desenvolverse con mayor naturalidad y transparencia.
Secuencias como el duelo erótico que la joven Joe y su amiga B (Sophie Kennedy Clark) idean a bordo de un tren para obtener en recompensa una bolsa de chocolates, o la reunión del cónclave de ninfomaníacas que evoca el filón hechicero de Antichrist al entonar una letanía (Mea vulva, mea maxima vulva) que luego pone en entredicho la propia líder del grupo (“El amor es el ingrediente secreto del sexo”), o el drama de la mujer (Uma Thurman) que en compañía de sus tres hijos entra en el departamento de Joe para encarar al esposo que acaba de abandonarla, evidencian a un artista que ha pulido su visión ácida e inclemente del género humano. En Las mil y una noches no se muestra qué ocurre en la cama de Sherezada al cabo de cada historia contada; Lars von Trier se ha atrevido a imaginar los derroteros lúbricos de la oralidad.
*Fotografía. Nymphomaniac: Vol. I (2013), imagen de la cinta más reciente del danés Lars von Trier.