Las batirrenuncias

Ene 21 • Conexiones, destacamos, principales • 4619 Views • No hay comentarios en Las batirrenuncias

La Escuela de Cursos Temporales

POR HUBERTO BATIS 

En mi entrega anterior me referí al éxito que empezó a tener la Escuela de Verano de la UNAM. Se distinguió tanto por sus cursos como por el asedio a las estudiantes extranjeras de parte de los mexicanos. Lo mismo sucedía con los estudiantes gringos y las mexicanas.

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Cuando me contrató para dar mi primera clase ahí, don Antonio Castro Leal, su director, me preguntó de qué quería darla. Le manifesté mi interés por dar clases de Literatura Mexicana y recuerdo que me dijo: “Dé usted esa, pero le voy a pedir que no se la pase hablando de Octavio Paz desde el primer día hasta el último, porque es lo que suelen hacer los maestros de Literatura Mexicana como si no hubiera nadie más”. El poeta Marco Antonio Campos me explicó que Paz había tenido una dificultad muy seria con Castro Leal. Así entendí la animadversión de don Antonio hacia Octavio.

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Después empezaron a venir infinidad de gringos a estudiar a México, tanto a la UNAM como a las universidades de los estados: a Guadalajara, a Monterrey, a Mérida, a Xalapa, a Puebla, sólo por mencionar las más importantes. Y empezaron a venir no sólo en verano, cuando el clima de Estados Unidos podía ser bonancible, sino en invierno, huyendo de los fríos y las heladas. Buscaban el clima “tropical” de nuestros inviernos. Entonces, ante el número tan grande de estudiantes se decidió darles un espacio más amplio y cercano a la Facultad, y empezó a haber cursos todo el año.

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En un momento dado llegó como director de la Escuela de Verano Raúl Ortiz y Ortiz (1931-2016), quien se distinguió como traductor y se hizo famoso por su magnífica versión de la novela Bajo el volcán de Malcolm Lowry.

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Raúl Ortiz y Ortiz fue muy amigo de Rosario Castellanos. Su amistad y aprecio por su obra lo llevó a publicar la correspondencia que cruzaron durante años cuando se conmemoró un aniversario de su muerte en Israel a causa de un accidente eléctrico en su casa. Ortiz y Ortiz fue quien me expulsó de la Escuela de Cursos Temporales. Todo sucedió porque una colega mía me tronó los dedos cuando terminó mi hora de clase. Le azoté la puerta en las narices y como ella usaba marcapasos se empezó a ahogar del susto. Tuvieron que llamar una ambulancia. Raúl me preguntó: “¿Qué vamos a hacer?” Le respondí: “Pues renúnciame”. Y me renunció. Entonces estaban de moda la “Batichica” y la “Baticueva” de Batman. De ahí me empezaron a llamar inventor de las batirrenuncias.

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Las “mariconadas” de Spota

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Al mismo tiempo que daba clases empecé a publicar en La Cultura en México, aunque ya había publicado en México en la Cultura, su antecesora. Empecé a publicar semanalmente porque ahí me llevó de compañero Federico Álvarez, quien era el crítico de literatura asignado.

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Me interesaba mucho tener un sitio fijo para que las editoriales me mandaran libros. Así formé una gran biblioteca y me convertí en crítico e historiador de mi generación, de la cual quedan pocos con vida. Todos me han precedido.

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Fernando Benítez, con quien tuve contacto casi hasta su muerte, era el capo mafioso porque al grupo que lo rodeaba se le conocía como “La Mafia”. (Luis Guillermo Piazza escribió una novela que tituló La Mafia, haciendo referencia a Benítez). Fernando siempre fue muy amable, te recibía muy bien.

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Recuerdo que Benítez modificaba los títulos de los artículos que le traían. Por ejemplo, me dijo que el título de uno de los primeros artículos que escribí estaba muy “lúgubre”. Hasta la fecha lo recuerdo antes de ponerle cabeza a un artículo, busco que no sea “lúgubre”. Él los tachaba y les ponía otro título. Era muy bueno para eso. Un día le pregunté cómo le hacía. Me respondió que dejaba caer el dedo en alguna línea y de ahí sacaba el título, para acabar pronto. Parecía muy cínico su modo de actuar, incluso sus explicaciones, pero puedo decir que son muy efectivas. Yo he recurrido muchas veces a la técnica del “dedo”. Me sale muy bien. Benítez y yo llegamos a ser muy amigos. Años después me tocó trabajar con él en el unomásuno, cuando Manuel Becerra Acosta era el director. Ahí compartí el trabajo en el suplemento sábado, de nuevo con José de la Colina, a quien ya había tenido de compañero en El Heraldo Cultural con Luis Spota. Recuerdo que Benítez había entrevistado a Spota cuando lo nombraron director de El Heraldo Cultural. Le dio un lugar de igual a igual, como director de suplemento. El Heraldo estaba naciendo.

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De la Colina y yo habíamos coincidido con Spota en el concurso de Cine Experimental de 1965. Luego nos invitó a ayudarle a hacer esas “mariconadas de la cultura que me han encargado en El Heraldo”. A él lo que le interesaba era la posición política. Tenía una columna muy leída y de gran influencia que se llamaba “Picaporte”. “Derecho de picaporte” se le llama a la habilidad que tienen algunos periodistas de entrar sin anunciarse a las oficinas de altos funcionarios. De la Colina y yo solos empezamos a hacer el suplemento. Spota nos dejaba trabajar en total libertad.

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Tiempo después me empezó a grillar un periodista de cierto renombre: Juan Miguel de Mora. El pretexto fue una reseña crítica que publiqué en el suplemento de Spota sobre su última novela: Los sueños del insomnio (1966).

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Ahí empezaron las dificultades, que se acentuaron cuando le renuncié al rector Barros Sierra como director de la Imprenta Universitaria. Recuerdo que le di mi renuncia a Spota para que la publicara. Me dijo que no la podía publicar, pero que yo sí podía porque era su segundo. Me dio la indicación de que cuando él no estuviera yo la llevara con las capturistas con la indicación de que se debía publicar. Cuando le dejé una versión previa que llevó a la Rectoría y se la mostró a don Javier Barros Sierra. El rector le dijo que no tenía objeción en que se publicara. Juan Miguel de Mora le preguntaba a Spota: “¿Cómo lo dejas publicar una nota enemistosa y luego su renuncia a la UNAM?” Lo consideraban un insulto a Barros Sierra. Cuando quise ingresar a El Heraldo, el guardia me dijo que tenía órdenes de no dejarme entrar. Pedí que llamaran a Spota. Salió de su oficina y me llevó a un cafecito. Me dijo: “Te ganaste que ya no te pueda publicar después de tu renuncia. Tuve que decir que la publicaste a mis espaldas porque tú la metiste en la edición cuando yo ya no estaba”. Qué traicionero. Me pareció una conducta muy sucia. Yo lo admiraba mucho y ahí se me cayó.

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Cuando me fui, luego de que Pepe y yo hicimos sus “mariconadas de la cultura”, Luis hizo el suplemento a su antojo. Entonces renunció De la Colina y El Heraldo Cultural se convirtió en un suplemento descolorido. Así fue como Spota entró al mundo literario, luego de haber sido muy criticado por su novela más famosa, Casi el paraíso (1956), la que comparaban con La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes, aun cuando la había publicado dos años antes. Entonces fundó la revista, tan gruesa como un libro, Espejo, que no tuvo trascendencia.

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Mi salida al mundo fue un total fracaso. Así que me refugié en lo académico y en la crítica de libros. Actualmente estoy jubilado y celebrando el nacimiento de mi nieto Maximiliano Palmer Bátiz-Benet, el 15 de enero en Victoria, Columbia Británica, provincia de Canadá.

FOTO: En El Heraldo Cultural, Huberto Batis coincidió con el novelista Luis Spota, y el crítico literario Federico Álvarez, en la foto con Batis en el algún lugar de la Ciudad Universitaria de la UNAM a mediados de los años 60./Cortesía Huberto Batis.

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