Las criaturas esenciales

Mar 23 • destacamos, Lecturas, Miradas • 869 Views • No hay comentarios en Las criaturas esenciales

 

Gustave Flaubert fue un modernista del lenguaje narrativo; su perspectiva impulsó a Julian Barnes a escribir El loro de Flaubert, metanovela centrada en sus personajes

 

POR BENJAMÍN BARAJAS
La historia del hombre podría reducirse a la de las relaciones entre las palabras y el pensamiento”, opinaba Octavio Paz en El Arco y la lira, para luego establecer que mientras los autores clásicos creían en las palabras, los modernos desconfiaban de ellas, con lo cual se operó una escisión entre el sentido imaginado por el escritor y lo expresado en la página escrita.

 

Uno de los autores que ilustra con mayor claridad el cambio de actitud frente al lenguaje es, sin duda, Gustave Flaubert, el célebre autor de Madame Bovary, La educación sentimental y de Un corazón simple, obras que fueron pulidas, como si se tratara de piezas de orfebrería, hasta hundir al autor en toda suerte de patologías, cuyas vertientes más visibles fueron la neurosis y la epilepsia.

 

En los ámbitos de la poesía lírica, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Valéry continuaron la poética de Flaubert, se consagraron al credo de la belleza, por encima de la religión, la política y, desde luego, de la odiosa burguesía, que para ellos era sinónimo de ignorancia, hipocresía y malos gustos. En lo particular, detestaban el progreso material y la técnica como hija bastarda de la ciencia. No en vano Flaubert consideraba que para ser feliz había que cumplir con tres condiciones: “Ser estúpido, egoísta y tener buena salud”.

 

En la narrativa, Flaubert dejó una obra mesurada, si se le compara con Balzac, Víctor Hugo o el español Benito Pérez Galdós, sin embargo, la profundidad de sus hallazgos lo convirtieron en el mejor novelista de su siglo, a quien le corresponde atravesar el romanticismo, el realismo y la novela psicológica. Flaubert fue el precursor de Kafka, de la nueva novela (Nouveau roman), de Georges Perec, Mario Vargas Llosa, entre otras vertientes.

 

Ahora bien, Flaubert conjeturó que “Dios está en los detalles”, lo cual nos lleva a creer que una gran catedral, o una obra del lenguaje literario, empieza en la mampostería para luego elevarse al cielo donde reina la armonía, similar al ritmo imaginado por el arquitecto a la hora de trazar sus planos. Y los detalles, que parecieran polvo de oro en el autor francés, dieron pie a una metanovela excepcional del Julian Barnes: El loro de Flaubert, la cual escenifica el drama del genio en la composición de sus piezas literarias.

 

El loro de Flaubert asume la forma de una biografía que se inmiscuye en la vida privada de las criaturas esenciales que poblaron su la vida. Desfilan por sus páginas personajes imaginarios y reales como Madame Bovary, Charles Bovary, Félicité; Louise Colet, George Sand; Maxime Du Camp, Louis Bouilhet; el padre, la hermana y la sobrina, sin dejar fuera a la sexoservidora egipcia, Hanem Kuchuck, quien probablemente lo infectó de sífiles.

 

La obra exhibe un hecho crucial del estilo literario de Flaubert, ya que siempre imagina y planea lo que escribe mediante la documentación y el enriquecimiento visual. Cuando compone “Un corazón simple”, cuento en el que se relata la historia de una pobre mujer que sufre la muerte de su cotorro, Flaubert solicita en préstamo a un museo de historia natural un ejemplar disecado, según dijo, para “llenarse el alma del loro”. De modo que la intriga de la novela consiste en averiguar sí aún se conserva el perico original que Flaubert tuvo ante sus ojos. Y el lector debe convenir que minucias como estas constituyen el arte de la gran novela.

 

 

 

FOTO: Flaubert fotografiado por Etienne Carjat. Entre sus obras destaca Madame Bovary y La educación sentimental. /Wikimedia Commons

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