Las muchas fugas
POR LAURA CARDONALa Nación/GDA
Buenos Aires.— La publicación por una editorial argentina de Andamos huyendo Lola, libro de relatos de Elena Garro, es un acontecimiento porque hasta ahora, y a pesar de ser una de las mejores escritoras latinoamericanas del último siglo, la obra de la narradora mexicana no había sido considerada por ninguna casa editorial de Argentina.
Esa obra es tan excepcional como su vida, si es que así se puede adjetivar una existencia signada por la errancia, el autoexilio, la persecución política, la paranoia, el brillo intelectual, la pasión por la escritura. Fuera de México se la conoce poco, pero incluso en su país, su figura suele reducirse a dos hechos que marcaron su vida: su matrimonio con Octavio Paz y su enfrentamiento con el medio cultural mexicano.
En el medio argentino, aumenta su notoriedad por la relación sentimental que mantuvo con Adolfo Bioy Casares a lo largo de veinte años, mientras ambos estaban casados (al menos durante buena parte del tiempo que duró la correspondencia amorosa). Pensar e interpretar la obra de Elena Garro a partir de su vida es un gesto crítico muy difundido que tiende a un previsible reduccionismo.
Sin embargo, es imposible soslayar su biografía, por la intensidad, el aislamiento, la desdicha y el aura de locura y maldición que la condenó al absoluto silencio editorial por trece años. Y también porque, iluminados por su vida, ciertos climas de sus textos intensifican y expanden su sentido.
Garro nació en Puebla en 1916 (fecha que establece como cierta su biógrafa Patricia Rosas Lopátegui) y falleció en 1998. Su participación sospechosa —y todavía no aclarada del todo— en el movimiento estudiantil mexicano del año 68, derivó en un autoexilio político y literario siempre acompañada por su hija Helena, primero en los Estados Unidos, después en Francia y España. En un breve relato titulado “Autobiografía”, Garro dice que “solía considerarse una no-persona cuyo término, incluido, derivaba de su experiencia a raíz de los sucesos estudiantiles de 1968”. Su relación con Octavio Paz tras el divorcio fue muy turbulenta. Antes, también.
En una entrevista concedida en los últimos años de su vida, la escritora ratificó la permanencia de su interminable disputa existencial: “Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí a los indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él. [?] en la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz”.
Poeta, autora de celebradas obras teatrales, periodista de vanguardia (sobre todo por sus tempranos artículos sobre la situación de la mujer en una sociedad misógina y sexista), Elena recibió en 1963 el Premio Xavier Villaurrutia por su novela Los recuerdos del porvenir, considerada un antecedente de Cien años de soledad . Por censura o autocensura, desde 1967 y durante trece años no publicó ningún libro. Hasta 1980, año en que apareció Andamos huyendo Lola, texto que intensifica el clima de persecución.
Los diez relatos que constituyen este libro pueden ser leídos también como capítulos de una novela. Los dos personajes omnipresentes en la obra son la señora Lelinca y su hija Lucía, en permanente estado de fuga. Cada relato transcurre en un lugar diferente (México, Madrid, Nueva York: las ciudades de Garro siempre son hostiles) y es referido por distintos narradores que rinden cuenta del momento en que las mujeres se cruzan con ellos (los niños son personajes recurrentes en Andamos huyendo Lola ). A Leli y su hija las persiguen invariablemente el hambre, la falta de dinero y de documentos de identidad, las enfermedades y, sobre todo, un enemigo nunca determinado que acecha todo el tiempo en las figuras de los posaderos y sus familias, en los propietarios de inmuebles o los vecinos estrafalarios. Aunque suelen aparecer ayudantes que terminan facilitando algo en la difícil vida de las protagonistas, el clima resulta angustiante y agobiante, y en su exceso, cómico.
Cada uno de los relatos es una unidad independiente: es, al mismo tiempo, un fragmento y un todo. El acontecer narrativo no reproduce con fidelidad el devenir, dado que todo es interpretable o bien puede ser siempre otra cosa. La trama se dibuja y se desdibuja, a veces el azar parece dominar la narración, porque de una frase a otra sucede algo sorpresivo, inesperado, o aparece un personaje nuevo.
Esa constante movilidad encuentra resonancia en los personajes, que viven en una vigilia en la que zozobran (la realidad parece un sueño), o a veces ingresan en un plano fantástico, como el niño de “El mentiroso”, que en una “mañana redonda” se pierde en el campo y “se sale del mundo” para ingresar en una ciudad deshabitada abarrotada de iglesias y donde, entre otras cosas, ve a las Once Mil Vírgenes y a los apóstoles ya ancianos. Todo lo que ocurre parece descabellado. A veces resulta una comedia humana, como en el relato que da nombre al libro, que no sólo es el más extenso sino también el que reúne una inolvidable fauna humana integrada por marginales, prostitutas, exiliados, indocumentados, asesinos que conviven en un edificio de apartamentos en la invernal ciudad de Nueva York. El dueño del edificio es un judío vienés huido del antisemitismo europeo, que remodeló el edificio para dar asilo a refugiados.
Lola, la mujer que convive con Lelinca y su hija, escapó de la cámara de gas. Hay un negro drogadicto que es el chulo de una rubia y un karateka que se emborracha todas las noches con una gruesa y enorme mujer que parece un hombre y que casi lo masacra. Hay otra pareja madre-hija, Aube y Karin, las más paranoicas e intrigantes, que saben que son víctimas, aunque no de qué, para quienes siempre, en las sombras, están agazapadas la KGB o la Mafia, y los hechos son producto de una venganza soviética, de los “malditos chinos” o de los judíos.
Aquí nadie sabe quién es el otro, todos desconfían de todos, ninguno puede comunicarse, siempre aparece alguien que vigila al otro. Los personajes se fugan de su pasado, de su memoria, y multiplican los espacios en un tiempo que los narradores llaman redondo: el círculo es infinito, todo vuelve a comenzar pero no se vive lo mismo. Marginalidad, miedo, abuso, violencia, desarraigo, exilio e incomunicación en un mundo de desplazados en el que también asoma cada tanto la generosidad, la mano que salva y defiende.
En otro de los relatos, “La dama y la turquesa”, una dama que vivía en una turquesa magnífica es expulsada por motivos de lucro y se encuentra de pronto en un mundo de seres brutales y vulgares que la insultan y explotan. Dominada por el miedo y el hambre, la mujer no sabe cómo defenderse y, para sobrevivir, acepta “vender su memoria”, es decir, escribir lo que vio y vivió desde la turquesa.
Posiblemente ésta sea la situación que deban soportar muchos escritores exiliados. La imposibilidad para defenderse en un medio que le es hostil y la experiencia del miedo relacionan a la dama con los personajes de los otros relatos, confirmando algunas obsesiones vitales.
“Elena Garro —ha escrito de ella Margo Glantz— fue un personaje ejemplar por su antisolemnidad, su odio a las instituciones, su capacidad crítica, su locura, su gran talento muy semejante a los personajes inéditos de sus obras de teatro deshojadas dentro de un viejo baúl, que de repente se le pierden y hay que reconstruir, un personaje frágil, violento, envejecido; novelista, dramaturga, cuentista, memorialista extraordinaria que en todos los géneros que cultivó hizo innovaciones fundamentales en nuestra literatura”. Polémica, contradictoria y fascinante, irreverente y transgresora, Garro es, más allá del personaje de novela que ella se construyó, una de las voces más importantes de la literatura contemporánea cuya obra todavía espera ser leída.
Reseña de Andamos huyendo Lola (Mar Dulce, Buenos Aires, 2011, 334 pp.) publicada en La Nación el 16 de septiembre de 2011. Incluida sólo en la edición digital de Confabulario.