Las partituras nominadas al Oscar
POR IVÁN MARTÍNEZ
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El próximo domingo se llevará a cabo la entrega 89 de los premios de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas. Este año, sus miembros conformaron un grupo de acercamientos a la escritura de bandas sonoras y estilos musicales tan variado como pocas veces entre sus candidatos al Oscar por mejor partitura; cupo el minimalismo puro (Moonlight), la sutileza elegante (Jackie), la tradición (Lion), el efectismo (Passengers) y la música como centro (La La Land).
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Nicholas Britell (1980) es un compositor con experiencia cinematográfica, pero ésta es la primera vez que una de sus partituras llega al circuito de premios, aunque Moonlight (Barry Jenkins) no sea menos anodina que las anteriores; es el título que sobra entre los candidatos y no lo digo por el minimalismo poco original influenciado por Philipp Glass o por su presencia casi inexistente en las casi dos horas de cinta, sino por el resultado plano de sus sonidos, tan faltos de significado. Plana, como las actuaciones de la mayoría de los actores que intervinieron en ella.
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Se trata de un motivo brevísimo que representa a su protagonista y que se escucha en los tres actos en que se estructura la historia, con variaciones mínimas (una nota más aquí, una nota menos allá, un instrumento nuevo ahora, un instrumento menos después, pseudo-neoclásico primero, pseudo-neobarroco después), escrito sin ningún trabajo, que no termina por influir en el acabado formal o artístico de la película, como sí lo hacen el par de canciones no originales que se incluyen en la tercera de sus partes. Imagine una de las variaciones en cualquier otra escena y el resultado seguirá siendo el mismo.
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Mica Levi (1987) es una compositora británica de formación clásica pero conocida por su pop experimental. Su partitura para Jackie (Pablo Larraín) es su segunda experiencia en cine y aquí está principalmente influenciada por la sonoridad de la música de Samuel Barber, armónicamente, y algún trazo evocativo a Charles Ives, colorísticamente. El instrumental lo conforma casi siempre un cuarteto de cuerdas, acompañado de una flauta en los pasajes más aciagos. Se trata de pequeños episodios insertados inteligentemente para crear tensión dramática, y conforme sucede la trama, cada vez más extensos y profundos. Formalmente puede parecer minimalista, de una quietud cosmética, pero el resultado parece venir de las entrañas de su protagonista; mucho menos etérea que la que escribió para Under the skin, más para evocar atmósferas, ésta es catártica. Devastadora.
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La nota: Levi no escribió la música tras ver las imágenes, como suele trabajarse, sino que compuso pensando en los pasajes biográficos de Jackie Kennedy en los que se basa el filme.
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Lion (Garth Davis) unió a Dustin O’Halloran (1971), de vasta experiencia cinematográfica, y Volker Beltermann (1966) para crear juntos una de las partituras que más me emocionaron durante este calendario de premios. No es atmósfera que haga tensión, sino efecto que soporta lo emotivo. Con discreción.
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No se trata del acercamiento más original y el resultado puede parecer muy tradicional. Es la más completa entre las nominadas, en el sentido de estar prácticamente sonando durante toda la película, y formalmente se trata de lo que ya hemos escuchado muchas veces: una serie de episodios con cuerdas y piano, algún sonido de sintetizador, con colores agregados por los alientos, por un arpa y por ciertas percusiones (en este caso, de metal). Básica e imperceptiblemente, está construida sobre un solo motivo, pero el uso de la deconstrucción por medio de armonía no es tan convencional; ahí radica su originalidad.
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Thomas Newman (1955) es el veterano del grupo. Su partitura para Passengers (Morten Tyldum) le consiguió su nominación número 14 al Oscar, aunque nunca ha ganado uno. No hay mucho qué decir sobre ella: segura y predecible. Un cliché de armonías complacientes. Si John Williams o Hans Zimmer no se encuentran en la lista de nominados, la cuota de pragmatismo y copy-paste se cubre con él. Lo que se escucha es aquello a lo que nos tiene acostumbrado: ritmos electrónicos muy bien medidos, arpegios de piano incesantes, textura en los alientos: las melodías bondadosas y complacientes en las maderas, las de triunfo o fuerza en los metales. Invariablemente.
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Lo más probable es que la estatuilla se la lleve Justin Hurwitz (1985) por La La Land (Damien Chazelle), lo que será una injusticia para los competidores por su naturaleza misma, la que requiere un análisis completo como lo que es: un musical cinematográfico y no una banda sonora. El mérito de la partitura para este divertimento (satírico, diría Fernanda Solórzano) escrito en homenaje a los grandes musicales del Hollywood del pasado –y al Manhattan de Woody Allen, extrapolado a Los Ángeles–, está en la orquestación, más que en el delicioso juego de showtunes o en las dos canciones que se desarrollan a partir de los tres leit-motiv usados hasta el cansancio. Hay que escuchar los detalles y si Gershwin sonríe al escuchar la brillante obertura, Ravel estará muy orgulloso de la secuencia en el Planetario. Eso y la espléndida ejecución orquestal, que a diferencia de los dos días en que se graba para cine, le llevo a la batuta de Tim Davis un mes.
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FOTO: Entre sus 14 nominaciones al Oscar, la película La La Land compite por mejor partitura, obra de Justin Hurwitz. En la imagen, el actor Ryan Goslyng en el papel del pianista Sebastian.
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