Las vidas en la butaca. Entrevista con Jorge Ayala Blanco

May 30 • Conexiones, destacamos, principales • 6459 Views • No hay comentarios en Las vidas en la butaca. Entrevista con Jorge Ayala Blanco

 

POR YANET AGUILAR SOSA 

 

Jorge Ayala Blanco es un crítico cinematográfico feroz y al tiempo un caballero andante y generoso; ha formado a cientos de cineastas, académicos y técnicos del cine, y también a miles de cinéfilos. Asume el cine con pasión y lo ve con placer. Sentado en la butaca o en la sala de su casa en la colonia San Rafael, no deja de sentirse un “espectador silvestre”.
xxxxxxxxxxxxxx“A la hora de estar enfrentados a una película todos somos espectadores silvestres, hasta después nos planteamos todos los enfoques que uno quiera”, asegura el ingeniero químico industrial por el Instituto Politécnico Nacional, que lleva 52 años como crítico cinematográfico y está orgulloso de haber celebrado el pasado 13 de mayo 50 años como profesor de historia y análisis del cine del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM, institución que lo homenajeó con la publicación de su más reciente libro El cine actual. Confines temáticos.
xxxxxxxxxxxxxxxEse día, justo 50 años después de que dio su primer clase en el CUEC, el 13 de mayo de 1965, Jorge Ayala Blanco, quien ha sido maestro de directores como Alfonso Cuarón, Emmanuel Lubezki, Jaime Humberto Hermosillo y Fernando Eimbcke, fue definido por su colega y discípulo, Carlos Bonfil, como “el maestro emancipador del CUEC y el crítico emancipado” pues a lo largo de cinco décadas ha logrado combinar ambas facetas con la férrea disciplina que lo caracteriza.
xxxxxxxxxxxxxxxAyala Blanco, artífice de la columna “Cinefilia Exquisita” en El Financiero, tiene en su haber 33 libros publicados en tres grandes series que analizan y registran el cine mexicano y el cine internacional. Tiene listos tres nuevos libros y dos en proceso.
xxxxxxxxxxxxxx“Siempre estoy trabajando tres libros al mismo tiempo: la investigación, el cine extranjero y el cine mexicano; son tres libros que estoy haciendo sobre la marcha, sin plantearme una hipótesis a demostrar. Yo no quiero demostrar nada con mis libros, al contrario, lo que quiero es alimentar los libros con el placer de haber visto esas películas y desmontarlas”, señala el autor de El cine actual. Confines temáticos, que desmenuza 350 cintas internacionales desde las emociones.
¿Este libro apela más a las emociones?

 

Es muy posible que sea el libro más emotivo que he escrito porque es lo que va presintiendo, sintiendo y postsintiendo el espectador, con lo que se queda; independientemente de que la película sea oscura, hermética o extraordinariamente clara. A mí siempre me gusta hacer el juego de palabras de que una de las funciones de la crítica es aclarar las películas oscuras y oscurecer las claras.
¿Qué tanto la crítica cinematográfica piensa desde la emoción?
Hay una especie de desconfianza de los propios espectadores en sus emociones, como que no se dejan llevar, y yo al menos, cada vez tengo mayor seguridad de que es lo más importante. Una película que no te toca absolutamente ninguna fibra, buena, mala o pésima, es una película que realmente ni siquiera te motiva a escribir sobre ella.
¿La emoción no proporciona apreciación estética?Alguien les decía espectadores ingenuos, que nunca son tan ingenuos. Yo prefiero decir silvestres que no tienen esa significación que puede uno tener, ni los instrumentos más o menos afinados que a uno le dan 50 años de cursos de historia, de análisis cinematográficos en el CUEC de la UNAM. A la hora de estar enfrentados a una película todos somos espectadores silvestres, hasta después nos planteamos todos los enfoques que quieran, pero eso es en el momento del análisis, no en el momento de la recepción, allí todo mundo está entregado, indefenso ante el asalto de las imágenes, por eso le llame a uno de mis libros A salto de imágenes.

 

El cine es el arte al que más acudimos ¿tenemos valores estéticos los espectadores silvestres?
Tengo la certeza de que en México los espectadores son extremadamente cultos y no lo saben; creen que lo que están viendo no es cultura y sin embargo sí lo es y de la más profunda, es un poco esta teoría de Félix Guatari que decía que ‘el cine es el diván del pobre’, que es mucho más importante ver una película que ir a una sesión de psicoanálisis porque finalmente entramos en el delirio de la película y al final nos recuperamos; o sea que también los espectadores de cine con este ejercicio nos vamos curando.
¿En el cine nos reflejamos, es un espejo, ahí nos vemos y encontramos?
Por supuesto. Nos perdemos y nos reencontramos, esa es la idea, nos perdemos en esas imágenes y nos reencontramos al final.
¿Llega a los 50 como maestro, ha cumplido 52 como crítico cinematográfico, cuál es su balance?
Es una pregunta que siempre me hacen ¿No te aburres de hacer crítica? Si hiciera siempre la misma crítica ya me hubiera pegado un tiro, pero cada película es un planteamiento total y absolutamente distinto, es meterse en la subjetividad de otra persona, en otro momento de su vida o de muchas vidas. Es la posibilidad de vivir muchas vidas al mismo tiempo. Para mí eso es.
Como la literatura?
O como la música.
¿Le ha dado solidez estar siempre ligado a la academia?
Yo creo que ahí si es prueba y error. Con los chavos no hay posibilidad de decir tonterías porque inmediatamente se burlan, esa retroalimentación que tiene uno con los estudiantes a los que veía como amigos y hermanos y después los empecé a ver como padre y ahora los veo como abuelo, pero de cualquier manera es una retroalimentación para mí valiosísima. Ser maestro y sobre todo de cine es la posibilidad de vivir haciendo lo único que aprendí a hacer en la vida: ver cine, hablar sobre cine, escribir sobre cine, investigar sobre cine. No puedo pedir más.
¿Cuándo comenzó a ver cine?
Creo que conscientemente llevaba yo notas desde que tenía 8 años, además guardaba los programas de cine. Empecé a ver cine cuando estaba en el vientre materno y en el vientre paterno, mi padre era muy buen cinéfilo; desde que era espermatozoide como Woody Allen en una película, empecé a ver películas, y ya de manera consciente cuando tenía 12 años y 8 meses, lo sé perfectamente porque hacía mis recortes, tengo la colección completa de las notas de Efraín Huerta que eran dobles, una eran los comentarios de la película y otra sección que era “Cuéntame la película”, que era lo que yo hacía en casa.
A mí me educó en gran medida mi abuela que había estudiado medicina en Francia, aquí no la dejaban ejercer, y yo era niño bilingüe, entonces me llevaba al cine con mis hermanos y yo tenía la obligación, porque era el único que hablaba francés con ella, de al término de la película, llegar a casa y platicársela en francés; ese ejercicio que yo vine haciendo desde que tenía 8 o 10 años después se convirtió por obra y gracia y formación literaria, en eso que yo llamo el arte de la crítica de cine.
¿Su primera crítica?

 

Fue verbal aunque estaba escrita, en realidad era para ser leída en el cine club del IPN. Es una contradicción que todo mundo me destaca, que yo estudié ingeniería química industrial en el Politécnico, pero a los 23 años empecé a hacer carrera como profesor universitario en la UNAM, es una contradicción perfectamente valorada porque finalmente trataría de tener las mejores cualidades de un politécnico y las mejores cualidades de un universitario. Mi mentalidad es totalmente universitaria con toda la rigurosidad que me dio haber estudiado en el Politécnico y además haber trabajado dos años en ingeniería donde la precisión es fundamental porque si te falla el cálculo de la tubería te estalla la fábrica.

 

¿Qué tan socorrida es su clase? ¿Todos deben cursar con Jorge Ayala Blanco?
Me preció de comunicarme muy bien con los alumnos, sobre todo porque no me gusta ejercer la figura de autoridad, soy uno más; es convocarlos a estudiar la historia del cine de tal manera que no es recitar el “Sadoul”, es algo más. Además, otra cosa con la no autoridad es que todos los maestros les enseñan a hacer cine y yo exactamente lo contrario, yo enseño a deshacer cine; o sea, cerrar el círculo, la parte analítica. Entonces sí, mis clases pueden funcionar dentro de lo que yo llamo tener conciencia formal, o sea saber realmente qué fue lo que hiciste, los aciertos y los errores, les digo: “lo más patético no es no reconocer tus errores, sino ni siquiera tener conciencia de tus aciertos”, “saber que sí te salió lo que querías hacer”. Creo que es importante ese rejuego: hacer y deshacer las cosas. Y que lo vean a distancia con sus propios ojos.

 

 

Usted pasó por el Centro Mexicano de Escritores y pocos críticos cinematográficos lo hicieron
Pasé por el Centro Mexicano de Escritores y siempre me enorgullezco de decir quiénes fueron los que a mí me enseñaron a escribir, nada menos que Francisco Monterde, presidente de la Academia de la Lengua y gran filólogo; y los dos más grandes escritores del siglo XX: Juan José Arreola y Juan Rulfo. Si me los mejoran, me dicen. La “Historia del cine mexicano” fue buena parte trabajada en el Centro. Me dieron la beca en el 65 y terminé el libro en el 67.
Cuando me dieron la beca le habían dado la misma a Monsiváis para que escribiera una historia del cine mexicano que nunca terminó, la publicaba como textitos en la “Revista de la Universidad” y en otras pero nunca hizo ese libro. A mí me la dieron y yo sí lo hice, es el primer ensayo histórico sobre el cine mexicano que existe en México.
Tiene 33 libros publicados, varios terminados y otros escribiendo, pero creo que le falta un glosario para leer a Jorge Ayala Blanco.
Lo que pasa es que trato de ser sintético, es un vicio periodístico de tratar de decir lo más con lo menos, se convierte en una prosa un tanto barroca, no es tanto los términos cinematográficos que uso sino el texto que a veces es para descifrar, porque hay una cantidad enorme de conceptos, están sobrecargados, pero si se leen con tranquilidad pueden ser totalmente gozables.
Uso propositivamente una prosa muy plástica, sobre esas emociones que son imágenes hago yo la crítica; o sea, las imágenes que realmente se me quedaron en la cabeza. Nunca escribo inmediatamente después de ver la película, sino pasada por el tamiz del sueño, y por la mañana, a primerísima hora, me pongo a escribir, a las cinco de la mañana me pongo los lentes de contacto, prendo la computadora y antes de rasurarme ya estoy escribiendo. Me desayuno, me baño y me voy a trabajar porque nadie vive de lo que escribe.

 

*FOTO: Jorge Ayala Blanco ha formado a generaciones de directores en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) /Lucía Godínez

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