Un viaje cultural por Latinoamérica: entrevista con Federico Guzmán Rubio

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El escritor Federico Guzmán Rubio habla en entrevista de El miembro fantasma, tres crónicas de viaje en las que cuenta la historia reciente
de El Salvador, Uruguay y Argentina de la mano de sus propias tradiciones literarias, presentes en sus sitios turísticos, en los acervos de sus suplementos culturales y en el carácter picaresco de sus líderes políticos

 

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ 
Pensar en el futuro sin dejar de tener en mente el pasado es quizá la idea de la que parte Federico Guzmán Rubio en El miembro fantasma (Los libros del perro, 2021), una colección de tres crónicas de viaje en las que sus lectores tenemos la oportunidad de conocer la historia reciente de tres países latinoamericanos desde dos esferas que caminan en paralelo: la social y cultural.

 

De este modo, en “Voces de El Salvador”, “Los papeles de Montevideo” y “El tren de Buenos Aires”, como se titulan estas tres historias, conviven lo mismo el papel que la revista Marcha de Montevideo tuvo en la cultura latinoamericana que la memoria que los habitantes de este país tienen de la guerrilla tupamara. También hay espacio para que unas vacaciones familiares en El Salvador sean la oportunidad para conocer las huellas que la guerra civil en este país han dejado en su territorio y en la historia oral de sus habitantes, donde parecen tener el mismo peso la imagen de Óscar Arnulfo Romero como la devoción que su población tiene por la palabra de misioneros evangélicos.

 

En entrevista, Guzmán Rubio (Ciudad de México, 1977) comparte sus valoraciones sobre el género de la crónica de viaje, la presencia de figuras indiscutibles de la cultura latinoamericana, desde los uruguayos Juan Carlos Onetti, Carlos Quijano y Mario Benedetti hasta el salvadoreño Roque Dalton, dueño de una muerte trágica como sólo puede tenerla un poeta guerrillero. Especial atención merece su lectura a la trayectoria que personajes como Joaquín Villalobos, José Mujica y Daniel Ortega, quienes pasaron de ser individuos que arriesgaron el pellejo en los años 70 al enfrentarse a dictaduras militares, para después tomar caminos opuestos luego que sus países transitaron a modelos más democráticos.

 

Acerca de la presencia de personajes que protagonizan estas crónicas de viaje, muchos de ellos en calidad de fantasmas de la historia política y cultural de Latinoamérica, dice: “No son nuestras derrotas ni nuestras victorias, pero es nuestro pasado”.

 

¿Cuál es tu lectura sobre las posibilidades ensayísticas de la narrativa, en este caso la crónica?

 

La narrativa siempre tiene una intención en ensayística, ya sea escondida o descarada. Cuando es estrictamente narrativa, aunque no haya una sola idea expresada con toda claridad, siempre está expuesta a interpretaciones o lecturas más reflexivas. A veces, en la narrativa hay varias novelas que son en esencia ensayos, pienso en Doctor Faustus de Thomas Mann. A mí me gusta mucho esa propuesta de leer una idea como una novela de aventuras. Hay un libro que se acaba de reeditar recientemente, Hacia la estación de Finlandia de Edmund Wilson, que te narra la evolución del concepto de revolución desde la Revolución francesa a la rusa, está contada como una novela de aventuras. Los géneros muchas veces limitan, pero en ellos mismos también está la posibilidad de romper estas limitaciones y jugar con ellos. En vez de despreciarlos hay que mezclaros a ver qué pasa.

 

La actualidad de un evento del pasado es evidente en un país como El Salvador, ¿cómo podemos percibirlo en México?

 

Ahí hay dos respuestas. La primera tiene que ver con nuestra relación con Centroamérica y sus guerras, que ha variado al paso del tiempo. Finalmente, la pacificación de El Salvador se dio gracias a la intervención de México con los Acuerdos de Chapultepec y a la intervención del presidente Salinas de Gortari. México tuvo un papel protagónico, primero al reconocer a la guerrilla como un actor político, y después al lograr los acuerdos de paz. Esta presencia positiva hacia Centroamérica se ha perdido al convertirnos simplemente en una estación migratoria. Por otra parte, parece una realidad ajena pero que se vivió acá. El Salvador pasó de ser un país con una guerra civil que dejó 80 mil muertos a ser una democracia en la que hay una alternancia partidista, en la que la guerrilla ganó la presidencia en dos periodos, y que decepcionó completamente.Hay mucho que aprender sobre procesos de paz y memoria, que pasó prácticamente de la noche a la mañana de una guerra civil a una democracia que hoy se está tambaleando por un presidente que formó parte de la izquierda guerrillera pero ahora se muestra de extrema derecha. Hoy no es muy fácil distinguir una de otra. El caso salvadoreño resume perfectamente la historia latinoamericana en los últimos 40 años, incluso la mexicana. Somos nosotros llevados al extremo. Ahí podemos ver hasta dónde podemos llegar.

 

¿De alguna manera lo que viste en El Salvador, con sus justas dimensiones, es un viaje al futuro de lo que nos espera en México?

 

Me preocupa mucho esta pregunta porque los paralelismos son evidentes. A El Salvador lo gobernó durante dos periodos el Frente Farabundo Martí, la guerrilla, que arrojó excelentes resultados económicos y de empleo, pero tuvo un gran fracaso en el rubro de la violencia. Se esperaba mucho de ellos porque si alguien tiene base social y sabe cómo se origina la violencia en los barrios y el campo, es una guerrilla. Sin embargo, no pudo contener la violencia, ni con amnistías, ni con indultos, ni treguas, ni represión de ninguna forma pudo contener la violencia, fracasó. ¿Cómo le cobró el pueblo salvadoreño este fracaso a la izquierda? Eligiendo a un líder evangélico de ultraderecha. Si el actual gobierno mexicano fracasa como ha fracasado en el tema de la violencia, ¿qué opción desesperada vamos a elegir los electores mexicanos? ¿Ante este fracaso y desesperación nos dirigimos a una ultraderecha evangélica?

 

La historia reciente de El Salvador me remite a la obra de Horacio Castellanos Moya. En una novela como El arma en el hombre vemos la historia de un participante en la guerra civil que termina alquilándose como mercenario.

 

Pienso que sus grandes temas son dos: la cruda, todos los personajes están crudos. Pero también la cruda que estamos experimentamos sobre esa inmensa fiesta que fue la revolución para unos, o la fiesta neoliberal de los 90 para otros. Estamos viviendo los destrozos de una fiesta que acabó muy mal, la revolución, y por otro lado los triunfantes años 90 neoliberales en los que todos seríamos felices con el fin de la historia. No podemos salir de la cruda de esa inmensa posfiesta. Vivimos en un desencanto de las ideologías, lo cual, curiosamente, ha servido para que reine una ideología única, que es el neoliberalismo, que no deja de ser una ideología, por más que se enojen.

 

¿Qué nos dice la historia de Roque Dalton?

 

A la par de Roque Dalton hay otra figura en la historia de El Salvador, que fue el mayor combatiente de la guerrilla, que es Joaquín Villalobos. Es el hombre que dicen que asesinó con sus propias manos al poeta guerrillero, al hombre nuevo latinoamericano. Castellanos Moya dice que lo asesinó por envidias. A la vez, Villalobos es quien ejecutó al teniente Monterrosa, el responsable del mayor genocidio de civiles en El Salvador. Entonces se trata de un comandante guerrillero que asesina a un poeta pero que a su vez asesina al mayor genocida de El Salvador, es una figura que resume esa época de claroscuros, de justicia y asesinatos, de barbarie y de búsqueda de un mundo mejor. Cuesta mucho trabajo aceptar esa realidad de asesinatos y de necesidad de hacer justicia.

 

¿Qué representan estos personajes como Joaquín Villalobos en El Salvador y Daniel Ortega en Nicaragua, que terminan siendo de la misma calaña de Demetrio Macías, el protagonista de Los de abajo, quien se convierte en todo aquello que prometió destruir?

 

Como decía Obregón, no hay general que aguante un cañonazo de 20 mil pesos. Pero sorprende cómo muchos de estos personajes, viniendo de abajo, habiendo luchado en una guerrilla, que lucharon por décadas por una idea, a la menor oportunidad se vuelven políticos corruptos o cambian de ideas con una facilidad sorprendente. Pienso también en Tomás Borge, uno de los comandantes sandinistas que unos años después del triunfo de esa revolución asesoraba a Salinas de Gortari y andaba en todo el continente diciendo que la respuesta era Salinas de Gortari y el neoliberalismo.

 

En el caso de Uruguay, ¿qué descubriste de la mano de la revista Marcha, pero también de lo que te decía cada una de las personas sobre tu pregunta “quiénes fueron los tupamaros”?

 

El mayor descubrimiento es que la literatura y la crítica literaria pueden ser una herramienta de conocimiento más allá de sí mismas. La literatura, que no tiene la obligación de servir para nada, puede servirnos para entender el mundo. No es casual que los años 60-70, de efervescencia política, también hayan sido años de efervescencia literaria. Los intelectuales y los escritores no lo entendieron muy bien. Quienes sí lo hicieron fueron las dictaduras militares. Por eso decidieron cortar de tajo el latinoamericanismo cultural con el propósito de desactivar toda atención literaria y cultural, y por tanto política. Al buscar los ejemplares sueltos del semanario Marcha intento rescatar esa dimensión de la literatura como forma de conocimiento, con sus particularidades y límites, pero también con los alcances que sólo ella nos puede proveer. Nadie se toma tan en serio la cultura como las dictaduras. Su propósito fue desactivar y exterminar esa red cultural que existía a lo largo de América Latina. Y lo lograron porque es un tejido que aún no hemos logrado reconstruir.

 

La revista Marcha , que existió entre las décadas de 1930 a los años 70, ¿tuvo correspondencias en este espíritu latinoamericano en otras latitudes del continente?

 

La cultura en México fue totalmente latinoamericanista al grado que ahí también se inventó el Boom, de la misma forma que se hizo en Marcha . Son infinidad de revistas que fueron cortadas abrupta y violentamente. Nosotros también tenemos un ejemplo, como sucedió con la revista Plural , de Octavio Paz, que dudo mucho que pudiera considerarse una revista subversiva. Sin embargo, se cerró violentamente.

 

Al referirte a la revista Marcha mencionas la siguiente frase: “Detesto la nostalgia, esa excusa cursi para justificar románticamente la parálisis”.

 

La nostalgia es un sentimiento peligroso. “Qué maravilloso fue ese pasado, vivamos idílicamente en ese pasado. El presente nunca va a estar a la altura de ese pasado idealizado”. No, debemos tener cuidado de la nostalgia. Nuestro campo de operación es el presente, no el pasado aunque éste nos sirva para operar en el presente. De Marcha tenemos lecciones que aprender. Era un semanario político que tenía unas páginas literarias de calidad inusitada. Política y literatura no tienen por qué excluirse, como parece que ahora se dan la espalda una a otra. Un suplemento como Marcha no debe conformarse con retratar una cultura. Marcha y otras publicaciones crearon el Boom latinoamericano. El Boom también se creó en sus páginas.

 

En Marcha se ve la presencia de personajes tan opuestos como Mario Benedetti o Eduardo Galeano con Juan Carlos Onetti. ¿Cómo se manifiestan las distintas trincheras de la literatura uruguaya en estas páginas?

 

Cuando Carlos Quijano, su editor, le confía a Onetti el número 1 de Marcha y le pide que escriba sobre la literatura uruguaya, él responde que cómo va a escribir de algo que no existe. Volvemos al mismo punto. La literatura uruguaya, si exageramos un poco, se crea en Marcha . Ahí publicó sus primeros textos la escritora Cristina Peri Rossi, que ni ella misma ni Onetti pensarían que sería la Premio Cervantes en 2021. También conviven autores muy diferentes. Y esas formas de pensamiento tan diferentes no tiene por qué ser excluyentes. Es curioso el caso de Benedetti. Hoy pensamos en él como un poeta cursi. Pero Benedetti fue un crítico literario de primer nivel. Fue también un crítico político muy valiente. No es lo mismo criticar hoy a la 4T o al “Prian”, sabiendo que no te va a pasar nada, que hacerlo como lo hacía Benedetti, poniendo en riesgo su vida. También es un autor muy leído en su propio país. Todas estas órbitas de su actuar literario están presentes en Marcha gracias a su talento, pero gracias a las mil caras de una publicación cultural y política como Marcha .

 

De la misma manera que le preguntas quiénes son los tupamaros al todo incauto que se te atraviesa en Uruguay, te pregunto: ¿Quiénes fueron los montoneros y qué implicaciones tiene su historia en la cultura argentina?

 

Es curioso cómo cada país latinoamericano ha juzgado a sus guerrillas. El caso guatemalteco es muy crítico. Incluso se juzga a la guerrilla por haber desatado el horror por una insurrección que no tuvo la capacidad de proteger a la población de la barbarie con que iba a reaccionar el ejército. En el caso argentino, los montoneros siguen siendo hasta cierto punto intocables, poco criticados o muy romantizados. Se les ve como revolucionarios románticos, derrotados, pero que no tuvieron una responsabilidad en la tragedia argentina. Habría que revisar esto, su responsabilidad y sus errores dentro del marco de la izquierda y sus delirios revolucionarios. Querían armar en Argentina unas bases similares a las de la Sierra Maestra en Cuba como si ambos países fueran equiparables. Desde el punto de vista guerrillero hicieron todo mal, a diferencia de los tupamaros. Habría que pensar en qué grado su intransigencia los llevó a la derrota. Pienso en un caso muy hiriente pero interesante. Había una facción simpatizante de los montoneros, que era el Frente de Liberación Homosexual (con Néstor Perlongher). Era una célula guerrillera conformada sólo por homosexuales y la cúpula montonera no soportó tanta progresía. El revolucionario podía ser muy revolucionario y un macho latinoamericano.

 

FOTO: El escritor Federico Guzmán Rubio/ Crédito de foto: Berenice Fragoso/El Universal

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