Lecciones de botánica y memoria familiar: entrevista con Cristian Alarcón por “El tercer paraíso”
En su obra El tercer paraíso, el autor cuenta la historia de un hombre que hace frente a la soledad del confinamiento pandémico gracias a los conocimientos sobre jardinería que su linaje femenino le heredó durante la infancia. Una novela con precedentes autobiográficos
POR JUAN CAMILO RINCÓN
GDA/EL PAÍS
Los rastros de nuestra familia se esconden en los amores que heredamos. Luego se trasforman en pequeños actos como homenajes que nos acompañan en el transcurso de la vida, como cuando preparamos algún plato tradicional o depositamos en las plantas el agua y el cuidado que las sostienen. El escritor chileno Cristian Alarcón, ganador del Premio Alfaguara de Novela 2022 por El tercer paraíso, nos hace recorrer esos pasos.
Aunque le falta el aire a causa de la altura, llega como un maremoto que arrasa en emoción y palabras desbordadas. El profesor visitante en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas y en la Universidad de Lille, en Francia, cuenta que su novela, además de ser uno de los libros más vendidos en lengua española en los últimos meses, será llevada al teatro: “Estoy feliz porque es un libro que nace desde una puesta en escena, la de un escritor que se refugia en su campo y comienza ese jardín, cultivando los bulbos de dalia para honrar a su abuela”, relata Alarcón. Es un trabajo que va supervisando desde Bogotá y lleva con sabia pausa, pues la pandemia lo obligó a pasar de la crónica, su género bandera, a las agitadas aguas de la ficción.
Esta no es su primera visita a Colombia, con la que ha construido una relación muy estrecha: “Este país ha sido extremadamente generoso conmigo, desde la primera visita, hace aproximadamente 20 años, cuando llegué a Cartagena en medio de un gran episodio de estrés, producto de una investigación sobre la policía bonaerense y sus escuadrones de la muerte”.
Se resguardó de las ansiedades y recobró la tranquilidad en la ciudad de la que supo por boca del mismísimo Gabriel García Márquez, al que conoció en un taller con el escritor polaco Ryszard Kapuscinski en México. Su recorrido continuó en Medellín, donde contactó a un curador de arte y fotógrafo llamado Juan Fernando Ospina: “Con él imaginamos un festival en el que intercambiaríamos arte entre Buenos Aires y Medellín, al que llamamos ‘Se miran y se encuentran’”. Así empezaba a forjarse un vínculo con Colombia, como una planta que fue abonando en cada viaje.
En alguna de esas noches en la capital antioqueña, conoció a quien sería su gran amor, y con quien vivió doce años. “Entonces mi vínculo con Colombia no es sólo el de los amigos, el periodismo y la literatura, sino también el del amor y la familia, porque él era paisa y veníamos a ver a sus parientes con frecuencia”. Alarcón ha visitado el país 27 veces, pero jamás imaginó hacerlo como un Premio Alfaguara, cuenta emocionado.
Su novela, construida con una estructura de capítulos muy cortos y enorme fuerza poética, se desarrolla alrededor de dos ejes narrativos: la familia y la botánica. Al libro le salen plantas por todos lados, entre la portada y el título, pasando por cada página, hilada como enredadera. Para Alarcón “la botánica es un legado en sí mismo, y la naturaleza sigue la lógica del legado porque las plantas tienen hijos permanentemente. La lógica de la biodiversidad y de la reproducción vegetal es la de dar hijos. La reproducción de las plantas se asemeja mucho a la humana y la sexualidad de las plantas es una metáfora de la nuestra”, explica el autor.
El tercer paraíso es un salto a la ficción y la novela está llena de ésta, “aunque los personajes centrales están inspirados en mi madre, mi abuela y algunos hombres de la familia, y ese niño tiene rasgos míos. Yo partí de la memoria, sin ningún tipo de apoyo documental, y no entrevisté a ninguno de los protagonistas. En este libro no usé ninguna de las técnicas que usé en los últimos 30 años para hacer periodismo”. Se desligó del oficio y encontró, sin buscarla, una forma de trabajar la narración libre de todo control y colmada de emocionalidad.
Una escritura que florece
Su novela es la simbiosis perfecta e improbable de dos universos: la botánica y la escritura. “En ella honro esas voces sin emularlas, sin utilizarlas, sin plasmarlas en sus primeras personas, pero que son, en definitiva, la memoria de este escritor embarcado en la construcción de un jardín, y que no imagina que va a terminar descubriendo la idea de un tercer jardín. Es la idea de una búsqueda que no termina jamás”, cuenta Alarcón.
Bien sabemos que no toda teoría está acompañada por una práctica acorde, y el escritor es perfecta muestra de esto. Al preguntarle cómo le va con el cuidado de las plantas, admite que lo hace bastante mal. Luego confiesa que tiene sabias amigas en el cultivo de orquídeas y que cada año le regalan una, aunque ellas saben que en las manos de Alarcón no florecerán más de una vez: “Eso sí, en mi casa tengo de todo. El año pasado pude meter un camión entero de plantas nativas rioplatenses y estoy aprendiendo sobre eso. Soy pésimo alumno como jardinero; soy mucho mejor como botánico teórico, quizá como curioso obsesionado con las lógicas filosóficas de la existencia de la naturaleza y su relación con la historia”. Así, traza ideas y nociones en una novela que nos descubre los amores vegetales.
La pasión por la botánica nace desde las mujeres de su familia, un gusto que fue cultivando en los veranos cuando, “ensoñado como niño marica con mi abuela súper poderosa a la hora de cultivar, le seguía los pasos sólo para que me permitiera cortar flores y armar ramos, encontrar el goce de la combinación de colores y formas. No dibujaba, no jugaba. Antes de leer, hacía ramos de flores”.
El tercer paraíso es una novela construida en dos tiempos: el presente del escritor encerrado en Argentina por la pandemia, y el pasado de su familia en Chile, con las mujeres que lo criaron, la oralidad y las violencias masculinas. Son dos tiempos separados por una cordillera que construye los límites físicos y mentales para luego desembocar en el encuentro.
Para esa conversación Alarcón apeló a su propia memoria, “que es la de las mujeres de la familia y, como todas las memorias, traidora, reinventada, ficcionalizada cada vez que se vuelve a contar, adornada, recreada, pintada, coloreada, a la que se le incorporan sonidos, desastres meteorológicos, colores de atardeceres, porque la narrativa de las mujeres latinoamericanas es la de la creación: fundan y crean nuestra identidad a partir de la construcción oral de la memoria”. Es la presencia memoriosa de todas ellas, de las que le dieron vida, lugar y voz.
La de Alarcón es una novela que se alimenta de la oralidad fantástica, más cercana al realismo mágico. “A mí me tocó una oralidad más de lo realista, del relato hiperrealista a veces, de lo siniestro, de lo violento de una huella, de una marca traumática que en estas mujeres ha quedado producto de sus infancias y sus adolescencias, sobre todo, hasta que se forjaron como mujeres poderosas, que lograron serlo después de que fueron víctimas, como la mayoría de las niñas latinoamericanas, de todos los abusos que uno pueda imaginar”, explica el autor.
Entre la botánica y el paraíso
Su héroe botánico es Alexander von Humboldt, a quien convirtió en un personaje que recorre la América Latina de hoy y hace una parada importante para visitar en la Nueva Granada al sacerdote español José Celestino Mutis. “Humboldt viene a Colombia con la intención de llegar a Ecuador. Pasa por Cuba y de ahí a Cartagena; allá toma una embarcación que durante meses lo lleva por el Magdalena hasta que llega a las afueras de Bogotá. Todavía le espera una travesía tremenda, ya con pocos recursos y comida, enfermos él y Bonpland, su compañero en esa larguísima expedición. Cuando llegan a Bogotá, primero se cartea con Mutis y lo adula. Se sabe que este tenía un carácter narcisista, y Humboldt temía que Mutis estuviera enojado con él y lo rechazara. Entonces le dice que lo considera el botánico más importante del mundo y por eso se rinde a sus pies. Así consigue que no sólo lo invite, sino que Mutis, muy generoso, les da tres mulas cargadas con comida, los instrumentos, el equipaje y un pequeño ejército de ayudantes para que los acompañaran a cruzar las cordilleras que los van a llevar hasta Ecuador, para escalar el Chimborazo”.
En sus muchísimas visitas a Colombia, Alarcón se toma el tiempo de observar los jardines, que considera un regalo de “la naturaleza más privilegiada de América Latina. Ustedes deben tener los jardines más prodigiosos, y los paisajistas y los jardineros más sabios. Creo que la tradición de Mutis está muy presente en este país”. El pasado 6 de abril se cumplieron 290 años del nacimiento del botánico gaditano y Alarcón no pierde la oportunidad para recordar la importancia de su trabajo en tierras americanas.
El autor cuenta que siempre quiso tener una mutisia, pero nunca ha tenido éxito con esta planta, que en sus manos se marchita. “El fracaso es parte esencial de la idea del cultivo. Cualquiera que se embarca en esta experiencia sabe que está condenado a la derrota porque, por más que siga las instrucciones que están escritas en algún lado, o el consejo de otro jardinero, las variables como el suelo, el agua, la tierra, el aire, el sol, son tantas, que algo puede fallar”, admite resignado.
Alarcón no sólo conoce Colombia desde Mutis o por sus propios viajes. También lo ha leído con voracidad: habla de El crimen de Aguacatal (1874), de Francisco de Paula Muñoz Fernández, como texto fundante de la investigación, pues es un documento que rescata las pesquisas sobre una masacre que tuvo lugar en Antioquia. La lista se extiende en Andrés Caicedo, que “me marcó en la adolescencia. Giuseppe Caputo, cuya primera novela me parece uno de los hallazgos más singulares de la literatura contemporánea. Gloria Susana Esquivel me parece interesantísima. Margarita García Robayo con toda su experiencia de desarraigo elegido y su narrativa de venganza con su origen caribeño y ese exilio escogido, que lleva a todos sus relatos, y me parece brillante y único. Y, sobre todo, un diálogo incesante con Patricia Nieto”. A la periodista antioqueña la conoce muy bien pues la publicó en una colección de crónicas que hizo en Buenos Aires, con su libro Los escogidos, y la prologó por considerarla “el secreto mejor guardado de la crónica latinoamericana”.
FOTO: Cristian Alarcón también ganó, en 2019, el Premio Perfil a la libertad de expresión/ Berenice Fregoso/ EL UNIVERSAL
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