Teoría general del empleo, el interés y el dinero: Lecciones para entender una depresión económica
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A 85 años de su publicación, esta obra clásica de John Maynard Keynes, sigue siendo un libro de cabecera para los responsables de las finanzas públicas en tiempos de crisis
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POR RAÚL ROJAS
Matemático
John Maynard Keynes (1883-1946) terminó su obra cumbre, la Teoría general del empleo, el interés y el dinero en 1935, cuando la Gran depresión tocaba fondo en Estados Unidos. Millones de trabajadores se encontraban desempleados, ahí y en Europa, mientras las fábricas permanecían subutilizadas, una paradoja que la economía ortodoxa no podía explicar. Por eso Keynes exige en su libro abandonar axiomas fallidos, como la presunción de que el desempleo crónico no puede ser más que desempleo voluntario. Sería también falso que a la larga la producción genere automáticamente su propia demanda. Entrampado en una crisis como la de los años treinta, el capitalismo no podría salir del pantano por si solo. En situaciones como esas se requiere la intervención estatal –y rápido. La Teoría general marca así el punto de partida de la escuela económica que hoy llamamos keynesianismo.
John Maynard Keynes nació predestinado para la academia. Su padre fue lector en la Universidad de Cambridge, su idílica ciudad natal. Su trayectoria académica fue la de la aristocracia e intelectualidad inglesa: de Eton’s College a King’s College en Cambridge, donde terminó sus estudios en matemáticas y economía. El torbellino de la primera guerra mundial lo engulló, como a muchos otros intelectuales de la época. Pero Keynes se negó a servir en el ejercito, por razones de conciencia. En lugar de eso trabajó en la Tesorería y jugó un papel muy importante durante la negociación del Tratado de Versalles, donde se opuso a quebrar a la vencida Alemania con reparaciones imposibles de cubrir a largo plazo. El ascenso del fascismo como producto de la dilatada crisis, menos de dos décadas después, le daría la razón.
En la Teoría general el problema fundamental que Keynes detecta en la economía de mercado es lo que él llama el déficit de demanda efectiva. No todo el producto de la actividad económica puede venderse sin más. La llamada propensión a consumir es deficitaria, de manera creciente, a medida que aumenta el ingreso. Paulatinamente se abre una brecha entre lo que potencialmente se podría producir, si se materializara esa demanda, pero eso no sucede porque está bloqueada por el desempleo rampante. Es un círculo vicioso que sólo un estado intervencionista puede romper.
Keynes postula que la manera más rápida de hacer crecer la demanda efectiva es incrementando la inversión. El Estado puede jugar un papel importante a través del gasto público, que permite darle empleo a millones de personas para crear infraestructura, o para otros proyectos. Se rompe entonces el circulo vicioso; es más, se detona un círculo virtuoso. El empleo adicional, producto de la inversión estatal, se transforma en mayor demanda de productos y servicios, que hay que cubrir aumentando la inversión privada y empleando más personal. Esa segunda ola de inversión induce una tercera ola, una cuarta, etc., cada vez de menor magnitud, pero cuya suma total equivale a una inversión varias veces mayor que la del detonador inicial. Es decir, el efecto de la inversión final se acrecienta. Es lo que Keynes llama el “multiplicador” económico.
Analizar la inversión pública y privada requiere además reflexionar sobre el efecto del resto de las variables económicas. En particular, la tasa de interés juega un papel muy importante para posibilitar nuevas inversiones, y a través del multiplicador, más empleo. La relación entre la inversión y la tasa de interés es inversa: a menores tasas de interés más crédito se puede transformar en inversión. En situaciones de crisis, sin embargo, el contexto económico afecta negativamente los planes de los inversionistas. El Estado, otra vez, puede tranquilizar a los mercados y si la tasa de interés desciende suficientemente, eso puede producir la inversión necesaria para reactivar la economía.
Pero el libro se llama la Teoría general del empleo, el interés y el dinero. La emisión de este último es la prerrogativa del banco central. Nada peor entonces que ahogar la emisión monetaria durante épocas de crisis. La austeridad pública y la restricción del crédito no lleva a nada. En ese caso, lo que Keynes llama la “preferencia por la liquidez” puede alcanzar niveles que atascan la actividad económica. Es mejor si la población y los inversionistas mantienen sólo un mínimo de sus activos como instrumentos líquidos, es decir instrumentos que no se invierten, sino que están a la mano, abajo del colchón, aunque el colchón esté en el banco. El resto debe ser invertido. De manera que, si la preferencia por la liquidez desciende y el banco central emite más dinero, se puede llevar a la tasa de interés a niveles muy bajos, precisamente los que se requieren para reactivar la inversión y con ello, la economía. En el siglo XXI, con la crisis financiera de 2007-2008 y la pandemia de 2020, hemos ya vivido un buen porcentaje de los últimos 20 años con tasas de interés muy cercanas a cero en los mayores mercados financieros. Combinada con la inflación, la tasa de interés real ha llegado a ser negativa. Todo con el fin de reactivar la economía.
Eso es en esencia lo que las cinco secciones (llamadas libros) de la Teoría general nos explican. Paul Krugman, neokeynesiano y Premio Nobel, dice que la obra consiste en un bocadillo (la introducción en el libro I) y en un postre al final (las notas en el libro VI).
Los platos principales son los libros II, III y IV, dedicados a los conceptos teóricos, a la propensión a consumir y a la inversión, respectivamente. El libro V es un complemento, para poner a salvo a la teoría de explicaciones simplistas que ven en el desempleo un producto de altos salarios o del nivel de precios.
La primera vez que leí la Teoría general, como estudiante de la UNAM, tuve mucho cuidado de ir anotando las principales ideas en mi resumen privado, sólo para descubrir, al llegar al final de la obra, que Keynes mismo ya había preparado una muy buena sinopsis. El capítulo 18 resume, en pocas páginas, las principales ideas de la Teoría General y es por ahí donde habría que comenzar si se quiere leer el libro. A veces hay que leer de atrás para adelante. Fiel a su formación matemática, Keynes define en su sinopsis las variables “independientes”, sobre las que se puede actuar, y que son la propensión a consumir, la eficiencia marginal del capital y la tasa de interés. Las variables dependientes, es decir, el resultado del proceso de intervención, son el volumen del empleo y el producto nacional.
Keynes no participó mayormente en el desarrollo de su propia teoría en los años posteriores. Pero es claro que su modelo de intervencionismo estatal sirvió para edificar algunas de las instituciones reguladoras del capitalismo moderno. La llamada revolución monetarista buscó relegar al keynesianismo al basurero de la historia, sin haberlo logrado. Cuando comienza la crisis, los gobiernos responsables redescubren que, efectivamente, no pueden dejar la solución de todos los problemas a la mano invisible del mercado. En ese momento todos esos gobiernos se convierten en keynesianos involuntarios, como las dos grandes crisis de este siglo han puesto de manifiesto en Estados Unidos y Europa.
FOTO: El economista británico John Maynard Keynes, uno de los fundadores de la economía moderna./ Especial
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