Leer desde la orilla
POR GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA
Reseñar un libro cuya aparición en México viene acompañada de un prólogo de Ricardo Piglia es, de entrada, ponerse contra Sansón a las patadas. En nuestras castigadas mesas de novedades aparecen desde el año pasado los tomos que aunados se llaman a gritos de ¡próxima estación!, la Serie del Recienvenido. Una gavilla de obras literarias argentinas del siglo pasado que el FCE ha editado en forma de emocionante colección a cargo del mismo Piglia. Extraigo del prólogo a los cuentos completos de Ezequiel Martínez Estrada esta línea que de alguna forma justifica al muestrario de tapices: “historias de un pesimismo puro que las aleja de la poética lúdica y exhibicionista que domina nuestra literatura desde Borges y Cortázar”. Me he acercado ya a varios títulos de la serie y he confirmado lo que ya sabía: Piglia es un maestro en el sentido estricto de la palabra. Su colección de obras nos enseña lo que es narrar. Fácil sería tildar de libros para escritores a estos ejemplares, auténticos muestrarios de técnicas narrativas vivificantes.
Toca el turno de Hombre en la Orilla de Miguel Briante. Al libro lo conforman cuatro relatos largos y una novela breve. Todas se desarrollan en diferentes fases históricas de un mismo pueblo en la provincia de Buenos Aires. Las historias están relacionadas entre sí pero no a la manera en que uno podría estar acostumbrado. Más que cameos simplones de la Cándida Eréndira o la compañía bananera, cada cuento hace las veces de una estrella que concluye en la constelación total del libro. Y entre estrella y estrella: tiempo. Tiempo a lo idiota, dilatado, tenso y desordenado. El olvido que nomás no ocurre.
Así, en el cuento que inaugura el libro hay una veintena de perros que tendrán que ser sacrificados ante la inminente venta del terreno familiar porque las vacaciones de la civilización así lo exigen. No hay ya dónde meterlos. Uno de esos perros aparece ahogado en el segundo cuento, muerto ante el diluvio que desborda el río que enmarca cada página contenida en Hombre en la Orilla. Río donde el joven del tercer cuento nada huyendo de una mujer “calentahuevos” que resulta ser la hija producto del caos pueblerino narrado en los chismes mitológicos de la nouvelle que concluye el tomo. El libro plantea un universo en sí mismo, un universo donde sus protagonistas están atrapados, siempre observando desde la otra orilla. La que no es. Los personajes en las historias de Briante (cuyo nombre memoricé apachurrando la palabra “brillante”) están rondando su fecha de caducidad. Todos están regresando físicamente pero quién sabe si, de hecho, se fueron. Sus pasiones funcionan como una estafeta que entregarle al tiempo.
El tiempo es el verdadero protagonista de estos cuentos. El tiempo como moho, el tiempo como una serie de ambiguas repercusiones. Con una constancia saludable, nuestro autor describe esto mismo con mayor efectividad:
Así terminó. Elena misma pareció terminarse; quince años después, iba a volver.
¿Notan la ambigüedad en los tiempos? Otro ejemplo, el más burdo y juguetón que encontré en todo este trabajo originalmente publicado en 1968:
Me acuerdo de ese verano. El otoño se adelantó de golpe…
Miguel Briante, manipulador del tiempo, narrador omnisciente y ubicuo, tramposo y juguetón:
Pensando en todo eso, ahora, parece mentira que las cosas pasaran en tan poco tiempo… que al mismo tiempo nos hayamos acostumbrado a irnos tan lejos, hacia el nacimiento de Elena, y después tan cerca, hasta que murió.
El tiempo se estira a conveniencia del narrador. Los eventos siempre están suspendidos entre el pasado y el futuro, son las pinzas que sostienen una prenda secándose al Sol. Piglia nos explica esta forma de narrar: “a la manera de Faulkner que es a la manera de Conrad”. En todo caso, Briante juega con ambas circunstancias de manera que da la impresión de que estos cuentos están siendo escritos conforme uno los lee. ¡Nosotros somos el hombre en la orilla! Por eso Piglia principia su prólogo acotando dictatorialmente y a la manera de los chistazos intelectuales que sabiamente le heredó a Borges:
Conocí los relatos de Hombre en la Orilla mientras Briante los estaba escribiendo.
Esa es la aportación que puedo hacer acerca de este libro complejo, impecable y hermoso que se nos arroja como un grato enigma de escasas 150 páginas.
Amén lo aquí referido, especial mención merece la historia que da título al libro. La trama a grandes rasgos: un hijo regresa. Llueve malamente. El padre iracundo no ha cesado de esperarle, ni lo hará, incluso debajo del devastador diluvio. Habrá una barca, más lluvia y una maleta con las prendas de la infancia. Me recordó mucho a Hong Kong de Rafael Bernal. Ambos: empapados cuentazos marginales.
Celebro, pues, la aparición de la respetuosa Serie del Recienvenido de Ricardo Piglia y sugiero se confeccione una colección afín pero con autores de mexicanos.
¡Me late el corazón distinto tan sólo de imaginarlo!
*FOTO: Miguel Briante, Hombre en la orilla, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2013, 150 pp/ Especial.
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