Leila Slimani, una escritora entre dos mundos
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“La escritura debe mostrar una cierta compasión por los otros seres humanos”, dice la autora de Canción dulce, novela ganadora del Premio Goncourt que se presentará en la FIL de Guadalajara, y que nos introduce al universo literario de una escritora que da identidad a dos mundos literarios unidos por la migración; una creadora única que en su juventud es ya un pilar de la cultura contemporánea europea y africana
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POR INGRID DE ARMAS
Leila Slimani (Marruecos, Rabat, 1981) es la décimo segunda mujer ganadora del premio literario más importante de Francia, el Goncourt, con la novela Canción dulce. La autora no se detiene a considerar el galardón sólo desde un punto de vista feminista: “El premio no me impresionó en tanto que mujer, me emocionó sobre todo como escritora. Por el hecho de ser mujer, entiendo que implica un símbolo, pero me atrevo a pensar que la identidad de escritor es más importante, que pasa ante todas las demás. Además estoy persuadida de que cada vez más mujeres obtendrán no sólo el Goncourt sino todos los premios en este campo. Las mujeres están probando que en literatura son tan buenas como los hombres”.
La escritora es tributaria de dos culturas. Una de tradición musulmana, en la que la religión juega un papel de primera línea, y otra laica. Leila Slimani se dice tan marroquí como francesa. Para ella significa lo mismo haber nacido en una u otra orilla del Mediterráneo: “no tengo religión, no tengo identidad, la nacionalidad me resulta indiferente, siento que no pertenezco a nada”.
Estudió en el liceo francés de Rabat, llegó a París en 1999, se inscribió en Ciencias Políticas y más tarde ejerció el periodismo. A partir de 2012 se consagró a la escritura y optó por expresarse en francés. Su carrera ha sido fulgurante: en 2014 publicó la novela En el jardín del ogro, en 2016; Canción dulce y en 2017 el ensayo Sexo y mentiras. La vida sexual en Marruecos.
Hoy no concibe su vida sino en y por la escritura. Para ella la literatura “es como una religión, una religión personal”. La fuerza que la empuja a escribir es compleja y poderosa, vinculada de manera indisoluble a sus valores esenciales: “Si no escribiera no sería una buena persona. Creo que sería una amargada, que sería infeliz, que no amaría la vida como lo hago cuando escribo. La existencia me parecería pequeña, mediocre, fastidiosa. Cuando escribo todo adquiere sentido, todo adquiere profundidad y la vida tiene interés”.
En otros términos, la escritura enaltece a la autora y Slimani lo admite: “Es una manera de sublimar todo, a mí misma, a la existencia. Y también es una manera de amar a los demás. Porque cuando se escribe hay que mostrar una cierta compasión por los otros seres humanos”.
Canción dulce, un best seller internacional
En Francia, un premio Goncourt siempre dopa las ventas de un libro pero en el caso de la segunda novela de Slimani, desde el principio, en el otoño del 2016, las compras superaron las expectativas de la editorial: los lectores adquirieron miles de ejemplares durante semanas. Y a partir del momento en que Canción dulce se editó en libro de bolsillo, en 2018, volvió a ocupar de nuevo el primer lugar entre las novelas preferidas de los franceses. Las traducciones ampliaron el éxito y el título se convirtió en un fenómeno que rebasa las fronteras nacionales. Incluso una película del mismo nombre se acaba de rodar y ya se proyecta en las salas francesas.
La novela cuenta la historia de una pareja con dos hijos pequeños. La madre, una joven abogada, no se resigna a sacrificar su carrera profesional a la maternidad. Se niega a restringir su vida a cuidar a los chicos (siente que se la ‘están comiendo viva’) y decide retomar sus actividades. La familia contrata a una niñera para que se ocupe de los hijos y de la casa. La mujer, Louise, seduce tanto a la esposa como al marido por la eficiencia con la que desempeña sus funciones. Hasta allí el asunto es de una banalidad absoluta, propio de la vida de cualquier familia en una gran ciudad.
Pero esa vida pequeñoburguesa con sus pequeños problemas cotidianos se transforma de la noche a la mañana en tragedia. Desde la primera página el lector conoce el desenlace de la historia: el asesinato de los dos niños a manos de la niñera. La narradora parte de allí hacia la génesis de la situación y con maestría la desarrolla, la trabaja, a un ritmo de pesadilla para hacer entender lo sucedido al lector, para racionalizar las causas del drama.
Y tal vez esta sea parte de la clave del éxito; es decir, la utilización de elementos de novela policíaca, manejados con precisión y talento. Actúan como instrumentos para desentrañar, para explicar los mecanismos de esos tres personajes atrapados en una dinámica de locura, de asesinato, de muerte. Sin embargo, la autora no se circunscribe de manera exclusiva a este género literario. No deseaba encerrarse en esquemas: “Me inspiré en diferentes autores de policíacos y por eso al final pongo en escena a un personaje policía, pero también me inspiré en la novela psicológica francesa, en autores más clásicos que utilizan niñeras. Me parecía más interesante que hubiera una cierta mezcla de géneros”.
Dicho de otra manera, el suspenso, que en ningún momento deja de estar presente en la novela, encamina al lector hacia el conocimiento progresivo, lento, de las causas del desastre. La atmósfera angustiante del libro se intensifica en la medida en que se adquiere conciencia de los resortes que impulsan a Louise, la niñera, a cometer lo irreparable.
La narradora no se pierde en juegos literarios estériles. Se adecúa al ambiente tenso que crea, gracias a una prosa seca, sencilla, a un estilo directo, eficaz. En función de la trama. Hay una economía, una sobriedad en el empleo de técnicas para describir situaciones y personajes.
Una novela de temas múltiples
No es fácil precisar cuál es el asunto central de la obra, ni siquiera para la autora, convencida de que el lector decide cuál es el tema más importante, “el que lo inquieta, el que lo perturba, el que lo emociona”. La escritora estima que en el fondo una novela no tiene por qué poseer un tema específico. Simplemente, Canción dulce relata una historia: “La de los tres protagonistas y los niños, la forma en que los personajes interactúan, la imposibilidad de vivir juntos a la que se enfrentan, la relación ambigua con una persona extraña al hogar. Esa relación es el corazón del libro. Pero es difícil encerrar a una novela en un solo tema”.
Varios son los asuntos imbricados en la dinámica de la acción, en el movimiento de los protagonistas. En la relación entre la pareja y la niñera hay un juego de dominio, de poder, de manipulación, de pérdida de libertad. El desconocimiento del otro, pese a una coexistencia de forma casi íntima, a diario, es un tema subyacente a la historia: “Estoy persuadida –subraya Leila Slimani– de que en el fondo uno no conoce a nadie y de que nadie nos conoce”.
Se trata al mismo tiempo del naufragio lento, por fases claras, bien delineadas, de Louise en la demencia. Y la autora lo confirma: “Hay quienes piensan que la caída progresiva de Louise, la niñera, en la locura es el tema principal. Es una mujer que pierde el control de su vida, que no la domina. Por supuesto que la locura es uno de los asuntos fundamentales del libro”.
El deslizamiento del personaje hacia la alienación mental es paulatino, se desarrolla por etapas diferenciadas, que tienen el valor de pistas, que se transforman en indicios de la magnitud de un desequilibrio que desemboca en la pérdida total de la racionalidad. “Deseaba que fuera un proceso progresivo porque quería contar la historia casi como un thriller. Quería que poco a poco esa mujer nos pareciera cada vez más inquietante, más peligrosa, que los indicios se acumularan para que se visualizara cómo se hunde en la locura”.
El deseo de adentrarnos en la génesis del personaje de la niñera asesina es inevitable. Intuimos que Louise es producto de una evolución compleja. Porque la creación del carácter de un personaje es un trabajo que comporta numerosas facetas. La autora lo corrobora: “Son procesos bastante largos. Al principio tenía la idea de contar una historia sobre un personaje que fuera niñera. Escribí una primera versión en la que más bien era un personaje positivo, una mujer más bien valiente, simpática, pero no me gustó, no funcionaba. Luego quise un personaje más inquietante, trabajar más sobre el aislamiento, sobre la vida a puertas cerradas, sobre el encierro en un apartamento y el hecho de dejar las llaves de casa, en todos los sentidos del término, a un personaje en el que se tiene confianza y en el que uno descubre paulatinamente que tiene fallas, grietas, aspectos peligrosos. Por lo tanto, se construyó verdaderamente de manera muy progresiva”.
Una nueva novela
El Goncourt no ha paralizado a Leila Slimani. La autora no tiene la más mínima intención de vivir cobijada bajo el éxito de Canción dulce. Acaba de terminar su tercera novela, que explora las raíces familiares y se inscribe en un proyecto ambicioso de investigación sobre sus orígenes: “Va a salir publicada en marzo. Es el primer tomo de una trilogía que cuenta la historia de una familia a lo largo de un poco más de cincuenta años, entre Marruecos y Francia”.
Esa familia es desde luego la suya y el tema general es el de la identidad: “Se inspira en parte en la historia de mis abuelos. Mi abuela era francesa, alsaciana, y se casó con un soldado (árabe) del ejército colonial francés. Se instalaron en Marruecos en 1945, durante la época de la colonización. Por ser una pareja mixta, ambos fueron víctimas de la exclusión, del racismo. Las dos comunidades consideraban que eran unos traidores. Así que vivieron muy aislados”.
La escritora ha indagado en esa ascendencia mestiza no sólo para construir una línea argumental de sus novelas sino también con el objetivo de encontrarse a sí misma, al menos en parte, y de reinterpretar ciertas parcelas de sus actitudes y comportamientos a la luz de esa historia: “Quería interrogarme sobre lo que es el mestizaje. Saber si significa casarse con alguien con el que no se tiene nada en común en los planos cultural, religioso y social. Tenía ganas de explorar en la violencia que eso genera, sobre todo en la educación de los hijos, y tal vez comprender por qué siempre he sentido que no pertenezco a nada. Me digo que ese sentimiento tal vez esté vinculado a todo eso”.
Leila Slimani está casada con un francés y tiene dos hijos. Protagonista de una vida personal semejante en algunos aspectos a la de sus abuelos, sin duda la investigación del pasado familiar reciente es una manera de proyectarse en ese tronco común, de reflejarse en la contraposición de identidades diferentes.
Ya en Canción dulce la autora prepara el terreno para este rastreo de experiencias ligadas al mestizaje, a la inmigración, a la otredad, a la marginalidad del inmigrante y sus repercusiones psicológicas. La madre de los niños asesinados, Myriam Charfa, es magrebí y pese a un matrimonio mixto, a su integración a la sociedad francesa, no habla árabe a sus hijos mestizos y prefiere no contratar a una compatriota como niñera. Da la espalda así a su propia cultura, al peligro de que ese elemento extranjero distorsione la identidad artificial que se ha construido.
El nombre de la nueva novela es elocuente, evocador de una dualidad ambigua, inestable: “El libro se llama El país de los demás (Le pays des autres). Ese es el título de la trilogía y también de la primera novela”.
Un título que refleja la búsqueda encarnizada de la síntesis de dos mundos que todo opone.
FOTO: C. Hélie / Leila Slimani recibió el Premio Goncourt en 2016 por su novela Canción dulce.
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