Flojito homenaje a Leonard Bernstein
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La conmemoración de la Orquesta Sinfónica Nacional del centenario del compositor estadounidense fue una muestra más de la rutina. Programación y dirección mostraron falta de entusiasmo y un desinterés por buscar la brillantez orquestal
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Como es de todos conocido, el genial y multifacético Leonard Bernstein cumpliría este agosto 100 años. Desde septiembre pasado, se desarrolla en prácticamente todo el mundo occidental un homenaje a su obra diversa y así continuará hasta el verano siguiente. Ha habido reposiciones de sus tres musicales y sus tres óperas, se han tocado sus tres sinfonías, se han preparado programas de ballet con todas sus partituras para esa disciplina, se ha representado como nunca su titánica Misa, se han sacado del baúl partituras tan poco conocidas como la que escribió para Peter Pan (que no es un musical, como siguen confundiendo anotadores y no pocos críticos), se preparan dos filmes biográficos, etcétera. Es usual encontrar noticias acerca de su centenario todos los días.
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México, a pesar de ser un país que le fue cercano, ha pasado desapercibido. La OFUNAM apenas programó las Danzas sinfónicas de West Side Story con resultados precarios a pesar de ser una obra tan conocida y tocada.
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Pero en feliz coincidencia, el día antes y el día después de la marcha del orgullo homosexual la Orquesta Sinfónica Nacional, con el español Andrés Salado como director huésped, le dedicó el programa número 15 de su temporada anual. Lo escuché en el Palacio de Bellas Artes el viernes 22 de junio.
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Se trató de un programa bastante poco imaginativo y de miras muy cortas. Apenas 45 minutos de música, cuando lo usual suele ser escuchar hora y media. Y con una selección en su mayoría tradicional y obvia. Siendo conocido su interés y cercanía con el sinfonismo norteamericano, me hubiera gustado que la orquesta explorara, por ejemplo, las tres sinfonías bernsteinianas —todas en el lugar más preponderante de sofisticación y contenido— guiadas por la batuta de su titular, Carlos Miguel Prieto. El mismo Bernstein dirigió la Primera con este ensamble en su debut en México.
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Esta noche, Salado abrió el concierto dirigiendo una versión rutinaria de La Pregunta sin respuesta, de Charles Ives, compositor al que Bernstein ayudó a establecer como parte del repertorio tradicional estadounidense. Pieza archiconocida de apenas cinco minutos, quizá hubiera sido útil redescubrirla junto a las menos escuchadas Central Park in the Dark y Two Contemplations, un tríptico usual. El principal problema con esta interpretación ha sido el desapego: la falta de discurso. El segundo ha sido técnico, con una primera entrada no coordinada, que sonó arpegiada. Y el tercero, de concepción en el programa: en seguida, la orquesta acompañaba a uno de los mejores flautistas de la historia, ¿a quién se le ocurre evidenciar a la fila de flautas de la Sinfónica Nacional inmediatamente antes?
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El solista de la noche fue Adam Walker (Reino Unido, 1987), que junto a Pahud y Dufour conforma la tercia de mejores flautistas vivos. Se encargó del nocturno Halil, una pieza concertante para flauta y orquesta de dificultades no tanto técnicas como de concepción sonora, religiosa y política. A Walker lo distingue la limpieza de su sonido, la riqueza de posibilidades colorísticas de éste y la sutileza y precisión con que puede acudir a las diferentes posibilidades técnicas de su instrumento; con Halil, destacó su impresionante legato, el sentido brindado a cada frase y la concepción estructural-discursiva de cada sección, así como la naturalidad precisa con que inicia y concluye cada sonido, sus articulaciones ejemplares.
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Walker hubo de regresar para regalar Syrinx, la clásica pieza de Debussy para flauta sola; quizá la más exquisita interpretación que haya escuchado. ¡Qué pianissimos tan controlados desde la primera articulación, salida de la nada, y tan bien proyectados! Por no hablar de la narrativa creada para una pieza pretenciosamente por todos consabida. Hace falta ser un artista y no sólo un buen flautista para además de tocar correctamente cada nota, contarnos nuevos detalles de la historia: eso hacen los grandes con los clásicos.
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Salado demostró eficiencia, en sentido práctico. Pero nada más. Guió, acompañó y marcó con su batuta, pero no ofreció absolutamente nada extraordinario. Y así continuó tras el intermedio cuando se encargó de la obertura —¿cuál creen?— a Candide y —sí, lo adivinaron— las Danzas sinfónicas de West Side Story… ¡n’ombre, unos genios de la programación!
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Las palabras para definirlo son la rutina y la flojera. Cuadrado, sin caer, como podría haber pasado con Candide que tuvo momentos montados con pinzas de tan frágil, pero sin encontrar fraseos, sin buscar la gracia de cada melodía, sin encontrar puentes que unieran secciones. Ambas obras leídas sin mayor problema, pero sin entender que ambas partituras son teatrales, donde los guiños y detalles no son meramente sonoros, sino dramatúrgicos. Y confundiendo encima muchas veces energía con ruido, brillantez con grito: la sección que trae el pasaje musical de la escena del baile en el que se conocen Tony y María, fue bastante descontrolada, sin sutilezas de matices ni fraseo en los episodios líricos y un todos-contra-todos en el mambo.
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Un programa eficiente por atractivo para el público, pero pobre artísticamente. Correcto técnicamente, pero muy flojo a la hora de buscar el siguiente nivel, lo trascendente. Merecía más quien le tuvo cariño a este recinto y a esta orquesta.
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Foto: Adam Walker, uno de los mejores flautistas de la actualidad, interpretó Halil de Bernstein./ Cristina Guzmán/ Palacio de Bellas Artes.
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