Leonora Carrington: fantasía zoológica
POR ANTONIO ESPINOZA
Una no-che, la gente del espejo invadió la tierra.
Su fuerza era grande, pero al cabo de sangrientas batallas
las artes mágicas del Emperador Amarillo prevalecieron.
Éste rechazó a los invasores, los encarceló en los espejos
y les impuso la tarea de repetir, como en una especie de sueño,
todos los actos de los hombres. Los privó de su fuerza
y de su figura y los redujo a meros reflejos serviles.
Un día, sin embargo, sacudirán ese letargo mágico.
Jorge Luis Borges, Manual de zoología fantástica, 1957.
El ojo surrealista, que según André Breton existía en “estado salvaje”, era tan apto para introducirse en los laberintos del inconsciente, el sueño y la sin-razón, como para descubrir el exotismo de las culturas no occidentales. En esto no hay contradicción, pues es en las zonas sombrías del inconsciente donde tiene su origen el pensamiento mágico. Impulsados por su postura anticolonialista y su rechazo del “reino de la lógica” y el “racionalismo absoluto” de la civilización occidental, Breton y otros surrealistas manifestaron siempre su pasión por el arte de los pueblos “primitivos”. El padre del surrealismo estaba convencido que las creaciones de aquellas culturas eran auténticas materializaciones del inconsciente. Sarane Alexandrian, quien fuera asistente de Breton y uno de los principales historiadores del surrealismo, afirmó que dicho movimiento artístico buscaba la “ósmosis entre lo real y lo imaginario” (André Breton par lui-même, París, Editions du Seuil, 1971, pp. 81 y ss).
Leonora Carrington (Lancashire, Inglaterra, 1917-Ciudad de México, 2011), la gran hechicera surrealista que llegó a México en 1942, después de haber superado el infierno que vivió en un hospital para enfermos mentales en Santander, transitó a lo largo de su existencia por ambos caminos; como mujer de carne y hueso, por el tiempo histórico; como autora surrealista, por el tiempo mítico, que le permitió dar forma a sus deseos, sus fantasías, sus miedos, sus obsesiones. La artista, quien se relacionó con el movimiento surrealista en Europa, junto a Max Ernst, exploró en su obra el pensamiento prelógico de los mundos arcaicos. Fue en México, el “lugar surrealista por excelencia” según Breton, donde Leonora construyó su lenguaje pictórico, en el que conviven la alquimia, la astrología, el esoterismo, el gnosticismo, la magia, el misticismo, la psicología junguiana y el budismo tibetano. Aquí se dedicó a crear una obra surrealista en su exotismo, en su búsqueda del origen, en su inmersión en los tiempos anteriores a la historia.
Bestiario fabuloso
Bien conocido es el amor que profesó por los animales Leonora Carrington durante toda su vida. Contaba apenas con 21 años cuando escribió una historia fantástica: La dama oval, en la que imagina un sacrificio de evocaciones celtas: la inmolación ritual de un caballo llamado Tártaro. En otros de sus relatos también aparecen animales y sucede lo mismo en sus pinturas. En su célebre autorretrato: The Inn of the Dawn Horse (1936-1937), la maestra surrealista comparte la escena con dos caballos (uno de juguete que cuelga dentro de la casa; otro que corre veloz por el campo) y una hiena. Lourdes Andrade, quien fuera la máxima estudiosa del surrealismo en México, señaló que la pasión zoológica de Leonora se enmarca dentro del mundo onírico en el que vivió desde su infancia, sus lecturas de Lewis Carroll y Jonathan Swift, las leyendas celtas que le leía su madre y sus visitas al British Museum, donde descubrió todo tipo de animales fantásticos (Siete inmigrados del surrealismo, México, INBA/Cenidiap, 2003, p. 43).
Estimulada por múltiples lecturas, dentro de paisajes ambiguos o interiores amenazantes, Leonora Carrington inventó seres y objetos provenientes de otro mundo. En sus cuadros, a menudo cargados de humor e ironía, se confunden el sueño y la realidad. Con dibujo fino y una paleta cargada sobre todo de tonalidades sombrías, construyó un mundo que no se puede entender si recurrimos a la Diosa Razón. En su “búsqueda de lo irracional”, creó un mundo poblado de bestias fabulosas, híbridos de naturaleza mágica o mítica, estrechamente relacionados con los cadáveres exquisitos inventados por el surrealismo. Se trata –dice Lourdes Andrade- de “un universo en el que la monstruosidad es la manera natural de ser. Un universo en el que su locura se despliega confortablemente” (Para la desorientación general. Trece ensayos sobre México y el surrealismo, México, Aldus, 1996, p. 65).
Pero la maravillosa zoología carringtoniana también se expresó en la escultura. En la parte final de su vida, con su mirada lúdica de fabulista, Leonora Carrington realizó un bestiario fabuloso en tres dimensiones. Bajo la supervisión de la artista anglo-mexicana y a partir de sus dibujos y bocetos, el Taller Fundición Artística Velasco, dirigida por el arquitecto Alejandro Velasco Mancera, ha producido seres monstruosos, híbridos increíbles de temperamento animal fabricados en distintos materiales.
Este bestiario escultórico fue el último gran legado de Leonora Carrington al país que la acogió. Trece de estas obras pueden apreciarse actualmente en el Atrio de la Iglesia de San Francisco (Madero 7, Centro Histórico). Con el título de Leonora Carrington y sus animales fantásticos, la exposición incluye obras en bronce y a la cera perdida, realizadas entre 2010 y 2011, todas provenientes del Taller Fundición Artística Velasco. Auspiciada por la Fundación del Centro Histórico, la muestra es al aire libre y convoca todos los días a numerosos visitantes, quienes aprovechan la ocasión para tomarse fotos con los trece animales fantásticos: La verdad es que las bestias lucen imponentes, colocadas en los espacios que deja el jardín japonés que adorna el Atrio. A Leonora le hubiera gustado ver este espectáculo.
*Fotografía: “Camaleón”, 2010/Stephanie Zedli
« Noreste, el claroscuro de la violencia Maledicencia sin ficción »