Letras garabateadas con rouge

Ene 31 • Reflexiones • 3402 Views • No hay comentarios en Letras garabateadas con rouge

 

SERGIO TÉLLEZ-PON

 

Pedro Lemebel (Santiago de Chile, 1952-2015) entró a la literatura chilena dando portazo o, para decirlo con otras palabras, con un arrebato, con un desplante en septiembre de 1986 al leer su “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)” durante un acto político de la izquierda: en él asumió su posición: era el excluido de todo. Allí dejaba claro que no era Gingsberg, no era Pasolini, no era el Genet excarcelado y propalestino, no era el gay intelectualizado que es respetado en el primer mundo, más bien era el travesti mal visto tanto por los grupos reaccionarios como por los compañeros de izquierda; era “La Manuela”, el entrañable personaje travesti y pobre de El lugar sin límites, la novela del también chileno José Donoso; era Lezama Lima, Piñera y Arenas reprimidos por la dictadura castrista; era Puig huyendo de la dictadura argentina a Río de Janeiro y luego a México; era el poeta sonorense Abigael Bohórquez invisibilizado por los grupos del poder cultural mexicano. No era el “gay” que iba ganando terreno en el mundo globalizado, sino la loca, la maricona estruendosa, incómoda, un marginado dentro de toda una serie de marginados sociales de Chile que es decir de toda Latinoamérica.

 

Un año después, en diciembre de 1987, Pedro junto con Francisco Casas hicieron su primera aparición pública como el colectivo “Yeguas del Apocalipsis” con un performance en la Feria del Libro de Santiago, durante la presentación de un libro de la poeta Carmen Berenguer, a quien también se debería considerar dentro del colectivo pues fue les ayudó con sus numeritos. A partir de ese momento harán una serie de intervenciones y performances que darán mucho de qué hablar en la constreñida sociedad santiagueña que se preparaba para salir del ostracismo pinochetista. En una ocasión le pregunté a Pedro sobre esa etapa con las Yeguas del apocalipsis y me contestó que los performances eran improvisados, que él y Francisco Casas se ponían a beber y lo que se les ocurriera hacer y ponerse (o quitarse, pues también salieron desnudos) durante la borrachera eso es lo que salían a hacer, violando incluso el temido toque de queda de la dictadura. Por el tono que usó en su respuesta, me quedé con la impresión de que Pedro trató de restarle importancia a sus acciones –o tal vez estaba cansado de hablar una vez más del tema–, pero lo cierto es que el gesto lo era todo: el desafío a las instituciones del poder, ya sea una Feria del Libro o la Comisión de Derechos Humanos, y sea lo que sea que lo haya provocado era digno de pasar como leyenda y ellos como héroes populares.

 

El mismo año en que leyó su “Manifiesto”, se compilaron unos cuentos de Pedro en el libro colectivo Intocables (aparece como Pedro Mardones, el apellido de su padre que poco después dejó de usar), pero la crónica era un género que se ajustaba mejor para hablar de todo lo que quería de manera que, dijo, “el intemporal cuento se hizo urgencia crónica”. Bajo ese impulso nació su primer libro de “crónicas urbanas”, como él las llamó, La esquina es mi corazón (1995). En ellas, documenta el ligue en los urinarios de un estadio de futbol, en los baños turcos, del sexo en las cárceles, todo observado con su mirada aguda y sarcástica desde su esquina, pero subrepticiamente también desenmascaraba el machismo, el clasismo, la doble moral y el autoritarismo de la sociedad chilena. Desde ese libro, Pedro se colocó como el escritor queer que ahora reconocemos en todo el mundo de habla hispana. No digo “el escritor gay” por la simple y sencilla razón de que no era un simple escritor gay y porque era una palabra que no le gustaba, “esa palabrita siempre la encontré tan cursi y tonta”, declaró alguna vez.

 

Gracias al dinero, como lo profetizó José Joaquín Blanco desde 1979 en su memorable crónica “Ojos que da pánico soñar”, los gays se han ido incorporando al modelo heteronormado, al “american gay of life”, como yo lo llamo, y han excluido de su estereotipo gay a las otras sexualidades minoritarias. Pedro supo ver muy bien que las mariconas, las travestis con VIH y los pobres, “los rotos y las colizas”, tenían muchas cosas en común al encontrarse en los márgenes de la ciudad pues son los excluidos del modelo capitalista, a quienes no les hace justicia “la modernidad tardía de Chile”. Fue así, observando y relatando, como Pedro construyó una obra transgresora, con arrojo, sin que le temblara el pulso. Como dice el poeta Alfredo Fressia “toda loca es barroca”, y en ese abigarrado estilo que también practicaron Sarduy, Perlongher y Puig, Pedro agarró la pluma para garabatear sus letras con bilé, pues si transgredió las leyes de la dictadura podía hacer lo mismo con las de la gramática; y llenas de erratas, porque ni la ortografía pudo apresarlo con sus reglas.

 

En una especie de doble cruzada, contra la homofobia heredada de la dictadura militar y contra normalización de la vida homosexual cuya meta sólo parece ser el matrimonio, Pedro mostró en sus crónicas a un variopinto repertorio de personajes: hombres que sin ser homosexuales tienen sus escarceos sexuales con quienes sí lo son, travestis que se prostituyen, personas que viven con VIH y mueren en la pobreza aunque con mucho garbo, etcétera, todos esos temas que el escritor queer reivindicó. A la uniformidad gay, Pedro opuso la diversidad sexual invisibilizada, las maneras ceremoniosas del travesti, criticó las discos gays pues “reúnen el gueto con más éxito que la militancia política”. Para Pedro la sexualidad no era una clasificación fija, él mismo se definió como “un devenir cambiante, una sexualidad en fuga”. Todo eso es el tema de sus mejores crónicas, las reunidas en el libro Loco afán. Crónicas de sidario (1996).

 

Recientemente sus libros empezaron a publicarse bajo un sello de Planeta, pero como ni las transnacionales distribuyen bien los libros que publican, son difíciles de conseguir en México, salvo un par de ellos. Su novela Tengo miedo torero (2001) se inserta en la corriente de las novelas de dictadores latinoamericanos (El señor presidente, La novela de Perón, Conversación en La Catedral, Respiración artificial…), aunque tiene más relación con El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, en la que los personajes son una loca y un revolucionario, como en la novela de Pedro. Además de De perlas y cicatrices (1998), publicó otros libros en los que reunió las crónicas que publicaba en distintos medios y que tienen nombres de boleros, tangos y cuplés: Adiós mariquita linda (2004) y Serenata cafiola (2008). En Zanjón de la aguada (2003), “arremango los años y retrocedo al jodido ayer” y por lo tanto es un homenaje al barrio pobre al sur de Santiago donde nació y donde ya era el niño afeminado que todos veían mal, donde su abuela construyó con palos y hule un refugio para protegerse de la lluvia: “Los pobres odiamos la lluvia”. Háblame de amores (2012) reúne crónicas de su vida más reciente aunque continúa con sus amores de una noche con los obreros o forajidos, de los explotados para hacer posible el milagro económico chileno.

 

Así, Pedro siempre se mantuvo fiel a su condición de marginado. Carlos Monsiváis tituló su libro sobre Salvador Novo como Lo marginal en el centro: su teoría es que por sus relaciones con el poder (político, social, cultural…), el marginal pasa a ocupar un lugar de privilegio en la sociedad, y lo mismo repitió al escribir sobre Pedro Lemebel, sin embargo, aunque estuvo cerca del poder, al contrario de Novo, Pedro no se dejó seducir por los poderes, no entró en sus mecanismos y literalmente lo escupió como lo cuenta en una crónica cuando escupe al Ministro de Cultura del gobierno de Piñera. Por eso es significativo que la gente haya lanzado una campaña en las calles para que le concedieran el Premio Nacional de Literatura en 2014 que finalmente no le dieron, en cambio, de sus lectores ganó el “Premio Popular de Literatura”. Los primeros reconocimientos y becas llegaron de las fundaciones y universidades estadounidenses: Jean Franco fue una de las primeras en estudiar su obra.

 

Uno de los comentarios que más me llamaron la atención por su reciente fallecimiento fue uno que lo llamaba “el” cronista de la Latinoamérica. En efecto, las crónicas de Pedro bien pueden ajustarse a la realidad de todo nuestro subcontinente: lo que escribió sobre dictadura chilena bien podría haberlo dicho de las dictaduras en Argentina, Uruguay, Paraguay, Venezuela, República Dominicana, Guatemala, Cuba y México; el cronista de origen mapuche bien pudo escribir sobre los indígenas salvajemente colonizados en los países más mestizos como Paraguay, Guatemala, Perú, México; fue el cronista de los homosexuales y travestis que campean (patinan, diría él) en las calles nocturnas de muchas ciudades latinoamericanas al acecho del deseo, del ligue “al paco o al milico” en los urinarios y los parques públicos. Y el cronista de los pobres del continente, los obreros, los drogadictos, en suma, los marginados.

 

El primer libro suyo que leí fue Loco afán. Alguien me lo regaló a su regreso de un viaje a Chile donde estuvo con Pedro. Lo leí de un tirón porque era muy divertido leer las andanzas de esa camada de locas arrasadas por el sida. Le dije a ese alguien que felicitara a Pedro de mi parte y que desde ya me declaraba su ferviente admirador, me contestó que yo lo felicitara directamente y acto seguido me dio su correo electrónico. Me di cuenta que era un correo de Hotmail y pensé que tal vez Pedro podría usar el ahora antediluviano Messenger y, en efecto, lo usaba y así fue como “platicamos” muchas veces: recuerdo que una vez me preguntó si me gustaba Adiós mariquita linda u otro que mencionó, seguramente de una canción, para su próximo libro y le dije que claro que me gustaba el primero. Sólo nos vimos en dos ocasiones aquí en México, la primera tal vez en 2005, nos encontramos en su hotel, platicamos largamente y cuando le conté sobre el Spartacu’s, un tugurio a las afueras de la ciudad a donde va mucha farándula (Alaska, Pedro Almodóvar, entre muchos otros), quiso que lo llevara, sin importarle que al día siguiente tenía que viajar (recordé una de sus crónicas donde cuenta que pierde un vuelo por irse de parranda en Lima). La segunda, en la Feria del Libro de Guadalajara en noviembre de 2012, donde presentó su espectáculo Susurucucú Paloma, un juego en el título pues, con el hilito de voz que le quedó por el tratamiento para el cáncer de laringe, ciertamente hablaba como en un susurro. Al finalizar me preguntó dónde estaban las locas de esa ciudad porque no las veía por ningún lado. Todavía hace un año le envié por mail mi texto sobre Lorca y Novo que apareció en Confabulario y me contestó: “¡eran las dos locas!”. Como él mismo decía, huyó de la devastación del sida pero lo agarró el cáncer, que lo condujo al performance de su muerte. En su caso, no podría decir que “descanse en paz” porque un valiente guerrero como él nunca va a descansar.

 

*Fotografía: A finales de los años 80, Pedro Lemebel y Francisco Casas formaron en Chile el colectivo Las Yeguas del Apocalipsis en el que conjugaron activismo político y sexual con performance y artes plásticas / Crédito de foto: El Mercurio/GDA

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