El camino de la vida de Lev Tolstói
/
Los Aforismos del Lev Tolstói acercan a la tradición mística eslava y remarcan el sentido laico de la Cartilla moral de Alfonso Reyes, obra con la que pueden hacerse conexiones, por la necesidad que plantean de meditar preguntas trascendentales sobre la naturaleza humana
/
POR RODRIGO MARTÍNEZ BARACS
Quisiera comentar brevemente el bello libro de Lev Tolstói (1828-1910) traducido y seleccionado por Selma Ancira que acaba de publicar. Decidió titularlo Aforismos, para diferenciarlo del extenso libro que Tolstói fue juntando en los últimos años de su vida y que tituló El camino de la vida, que es una amplia compilación de pensamientos breves de sabios y pensadores de una gran cantidad de tradiciones religiosas, “comenzando por la escritura brahmi, la confucionista y la budista, y llegando hasta el Evangelio, las epístolas y a muchos, muchos pensadores tanto antiguos como modernos”, como lo escribió Tolstói en la “Nota del autor” de la edición póstuma de 1911. El libro está dividido en 31 capítulos de temas concatenados, pensados para ser leídos uno por cada uno de los días de un mes. Selma Ancira hizo una juiciosa selección de los fragmentos y agregó una bella fotografía que ella tomó de un camino (El camino de la vida…) en Yásnaia Poliana, un escueto pero preciso Prólogo, breves datos sobre los numerosos autores citados por Tolstói y una Cronología, a cargo de Ricardo San Vicente. Gracias a la selección de Selma Ancira, de 303 páginas de pequeño formato, que cabe en la bolsa, el libro de Tolstói puede verdaderamente servir como un material de reflexión, útil, oportuno, necesario, sobre las cuestiones religiosas, morales y ontológicas que nos atribulan.
Ahora que el gobierno de México hizo y distribuyó una edición masiva, en papel e Internet, de la Cartilla moral, escrita en 1944 por Alfonso Reyes (1889-1959), concebida no como un conjunto de reglas que se deben seguir, sino como un material de reflexión e inspiración, de igual manera sería muy bueno que se distribuyera masivamente este libro de Aforismos (FCE, 2019) de Lev Tolstói, que confirma, complementa, contradice, culmina la Cartilla moral de Reyes, dialoga con ella, y abre el camino a que cada lector emprenda su meditación propia sobre sí mismo y el mundo.
La forma misma del aforismo, pensamiento breve, es particularmente adecuada para propiciar la reflexión. A lo cual contribuye el que Tolstói no necesariamente buscó la congruencia absoluta de los pensamientos que juntó en los 31 capítulos temáticos, que me permito enunciar, para dar una idea de la riqueza del recorrido: La fe, El alma, Una sola alma para todos, Dios, El amor, Pecados, tentaciones y supersticiones, Los excesos, La lujuria, La holgazanería, La avaricia, La ira, La soberbia, La desigualdad, La violencia, El castigo, La vanidad, La superstición del Estado, Las falsas creencias, La falsa ciencia, El esfuerzo, La vida está en el presente, El no hacer, La palabra, El pensamiento, La abnegación, La humildad, La veracidad, Los males, La muerte, Después de la muerte, La vida es un bien.
En el capítulo sobre la muerte, por cierto, aparece un poema de Nezahualcóyotl (1402-1472) sobre la brevedad de la vida, que, como lo pudimos comprobar, pudo leer en la History of the Conquest of Mexico de William H. Prescott (1796-1859), de 1843, en su traducción al alemán, de 1845, que Selma Ancira encontró en el catálogo de la biblioteca de Tolstói en Yásnaia Poliana. Prescott tradujo al inglés la versión en español que dio el franciscano fray Joseph Joaquín Granados y Gálvez en sus Tardes americanas de 1778, quien dio también la versión en otomí, que debió recoger entre los otomís de San Luis Potosí, Guanajuato y Michoacán, donde fue cura. Granados y Gálvez, sin embargo, no proporciona la versión original en lengua náhuatl, que hasta la fecha no ha sido encontrada. A lo cual se agrega que su versión en español, cristiana y barroca, ha sido severamente cuestionada por el padre Ángel María Garibay K. y Miguel León-Portilla, y su versión en otomí, llena de préstamos e irregularidades, ha sido cuestionada por Gordon Brotherston y David Charles Wright-Carr. Con todo, debe considerarse que Granados y Gálvez da el nombre náhuatl del cantar, Xochitl mamani, “Flores por doquier” (según Rafael Tena), que se identifica con el cantar Xochitl mamani in huehuetitlan, que les hizo cantar a sus invitados en el banquete de la inauguración de su palacio real, y los hizo llorar, según lo contó el franciscano fray Juan de Torquemada en su Monarquía indiana de 1615. Torquemada traduce el título del poema: “entre las coposas y sabinas hay frescas y olorosas flores”, por lo que debe más bien ser Xochitl mamani in ahuehuetitlan, “Flores por doquier junto a los ahuehuetes”, pues los ahuehuetes son sabinos. Así lo dejaron establecido Miguel León-Portilla y mi padre José Luis Martínez en 1972, y Rafael Tena en 2018, quien hizo a petición mía una reconstrucción hipotética en náhuatl del poema perdido y conjetural de Nezahualcóyotl.
Regresemos a Tolstói. Selma Ancira me contó que el capítulo sobre “La superstición del Estado” fue eliminado por la censura zarista en la edición original de 1911 de El camino de la vida y fue posteriormente reintegrado en la edición en ruso de las Obras completas, pero no aparece en ninguna de las traducciones a otros idiomas (inglés, francés, italiano), basadas en la primera edición, y aparece por primera vez traducida en su edición mexicana.
Es peculiar el camino de la vida de Lev Tolstói: después de escribir sus dos grandes novelas, La guerra y la paz (1867-1869) y Anna Karénina (1877), que se cuentan entre las más grandes novelas de la historia de la humanidad, pareciera que después de tal extremo de prodigio descriptivo de vidas, pensamientos, sensaciones de tantos seres humanos, y animales, captados de manera entrañable, pareciera que Tolstói cruzó de un umbral del ser a otro, como si irrumpiera en otro de los cielos que los cosmógrafos antiguos representaban como cielos concéntricos, al sufrir una profunda crisis religiosa. En 1877, recién impresa Ana Karénina, Tolstói visitó al stárets Amvrosi, prototipo del stárets Zózima de Los hermanos Karamázov, escrito en 1880 por Fiódor Dostoievski (1821-1881), que no resolvió sus tribulaciones religiosas, que lo condujeron a una fase nueva de su vida y de su escritura, que duraría los últimos treinta años de su existencia.
En 1879 comenzó a escribir Mi confesión, y a partir de 1880 comenzó a publicar libros con reflexiones religiosas y políticas (Crítica de la teología dogmática, Concordancia y traducción de los cuatro evangelios, Mi religión, Mi confesión, Sobre la vida, etc.), en los que desarrolló su propia visión de la religión y de la moral, contra la religión exterior, y de la política, contra el Estado y los ricos holgazanes y egoístas. Sus ideas lo condujeron a enfrentarse con el gobierno zarista, que lo censuró repetidas veces, y con la Iglesia ortodoxa rusa, que llegó hasta excomulgarlo. Renunció a sus bienes y títulos. Su mujer Sofía (1844-1919), sus amigos escritores, como Iván Turguénev (1818-1883) (con el que se había reconciliado) le imploraban que regresara a la literatura, y aunque sí escribió algunas obras literarias importantes (como La muerte de Iván Ilich, de 1886; La sonata a Kreutzer, de 1888; Resurrección, de 1899, y Jadzhi Murat, de 1896-1904), se concentró cada vez más en sus escritos religiosos, morales, políticos, alentado en ello por su joven amigo Vladimir Chertkov (1854-1936), que conoció en 1883, amistad homoerótica sublimada, en la que se sentía absolutamente comprendido, que acabó de envenenar su de por sí difícil vida conyugal. Chertkov era al parecer un ser manipulador, que se creía más tolstoiano que Tolstói, y ejerció una influencia y aun censura sobre sus escritos y pensamiento, a juicio de la investigadora Alexandra Popoff (Tolstoy’s false disciple. The untold story of Leo Tolstoy and Vladimir Chertkov, 2014), que me hizo leer Antonio Saborit.
La amplia selección de breves textos, ajenos y propios, que Tolstói se dedicó a compilar en sus últimos años, forma parte de un intento de tocar todos los temas que trabajó desde 1880 en un solo gran recorrido, que le permitiera ver un panorama de conjunto y unificado. De modo que esta gran compilación, al tiempo que debía servir para despertar la reflexión en sus lectores (y ciertamente lo hace de manera eficaz en la selección y traducción de Selma Ancira), al mismo tiempo le daba al propio Tolstói un material amplio, desde las filosofías antiguas occidentales y orientales hasta el cristianismo y más allá, para tratar de darle coherencia a su pensamiento, una coherencia que sentía que no había alcanzado.
Ahora que todos hemos releído la Cartilla moral de Alfonso Reyes, vimos cómo reconoce el origen religioso de la moral, pero afirma que la moral se puede entender en términos puramente laicos. Establece un claro deslinde entre la moral y la religión. Esta distinción en Lev Tolstoi es inexistente y, al contrario, toda su concepción de la vida, de la moral y de la política (incluyendo su anarquismo radical) se basa en la religión, en la fe en la existencia de Dios y en el cuidado con cumplir con lo que nos pide.
Ciertamente aquí precisamente se encuentran algunos de los problemas que Tolstói quería resolver al juntar estos fragmentos teológico-morales, cómo derivar una moral de una concepción tan abstracta e indefinible de Dios, un Dios pascaliano que está dentro de nosotros y en el universo. No es seguro que Tolstói haya logrado resolver este problema, pero en los fragmentos que reunió encontramos vías de reflexión. Ciertamente, amar al prójimo implica amar no sólo a los seres buenos, que admiramos y queremos, sino amar también a los malos y antipáticos, y esto porque en cada uno de nosotros está presente el alma divina. Pero supongo que ha de haber otra manera de fundamentar el imperativo de amar al prójimo. Con todo el principio de amar al prójimo es un correctivo eficaz contra el fetichismo de nuestra vida cotidiana en la que vemos como relaciones contractuales lo que son relaciones con personas, con hermanos.
Nos quedamos con la duda respecto a la rígida moral sexual que defendió Tolstói en su última fase, en sus obras doctrinales y literarias por igual, y que fueron muy criticadas, tras los años de desenfreno juveniles propios de cualquier ser humano. También es difícil aceptar que sea necesaria la fe en la existencia de Dios, y aceptar asimismo que sus designios son esencialmente buenos, cuando no se puede decir mucho sobre la naturaleza de nuestro Dios, o dioses, y de los dioses de nuestros dioses, y los de éstos, todo lo cual acaso no sea más que una gota de sudor de un perro, y todo se vuelve contingente en este vértigo multidimensional. Sin embargo, en su concepción religiosa del mundo, Lev Tolstói parece acercarse a la ontología y la ética heideggerianas de tratar de vivir con plena consciencia del Ser. De lo más rescatable es la doctrina contraria a la violencia, al Estado, al enojo, porque en cada momento es necesario mantener presente el amor al prójimo, y que los que nos lastiman más se lastiman a sí mismos al lastimarnos. Nunca debemos enojarnos, y es curiosa la tribulación que contó Tolstói en su libro Lo que creo, que encontró un fragmento en un Evangelio mandando nunca enojarse, a menos que el hecho lo amerite, y esa salvedad indignó y alarmó a Tolstói, que se puso a estudiar las versiones más antiguas de este pasaje, hasta encontrar que la inicua salvedad no es original y fue agregada posteriormente: nunca debe uno enojarse, en ninguna circunstancia. En esta búsqueda de la verdad de nuestro ser y de una vida buena, la búsqueda de Tolstói se une a la de Dostoievski, cuyo Los hermanos Karamázov estaba leyendo en 1910, el último año de su vida, y me dice Selma que este libro estaba en la mesa de trabajo de Tolstói en el momento de su dramática muerte. Lo cita dos veces en el capítulo sobre “La vida es un bien”. Con todos sus tormentos, y bien que los conocía en su vida y familia, Tolstói considera a la vida un bien acaso superior a la vida eterna, o más bien atemporal, del alma antes del nacimiento y después de la muerte (Tolstói no cita la Imitación de Cristo de Kempis con su desprecio a la vida mortal). Nos recuerda Tolstói verdades sencillas, pero esenciales, que lo fundamental es amar al prójimo y tratar en cada momento de ser felices –pues la infelicidad, la tristeza, es un fracaso–, felices y agradecidos por el enigmático don que es cada una de nuestras vidas.
ILUSTRACIÓN: Dante de la Vega