La lucha LGBT+ contra la arbitrariedad policiaca

Jun 20 • destacamos, principales, Reflexiones • 5323 Views • No hay comentarios en La lucha LGBT+ contra la arbitrariedad policiaca

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La historia reciente de México demuestra que la agenda de las organizaciones defensoras de la diversidad sexual, va unida a las demandas por los abusos del Estado

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POR MARTÍN H. GONZÁLEZ ROMERO

 

Ya es junio, mes del Orgullo LGBT+. Este 2020, la fecha se fue acercando al calendario con una serie de lecciones dolorosas para nuestra comunidad. La pandemia del Covid-19 ha ido quitando la venda de los ojos a un movimiento que, con los años, se había acostumbrado a la comodidad de sus relaciones con el gobierno y la iniciativa privada. A pesar de sus avances y retrocesos, y de sus indiscutibles detractores, la causa de la diversidad sexual ha hallado en algunos partidos políticos, algunos gobiernos y algunas empresas transnacionales, aliados que dan seguridad. Sus posicionamientos confirman que la diversidad sexual va ganando la batalla del debate público. En el camino de los esfuerzos para asegurar esos pactos estratégicos, sin embargo, se ha dejado en el rezago el estado más primario de las cosas.

 

Las medidas de confinamiento que comenzaron a ser necesarias desde la primera mitad de este año nos han recordado, por ejemplo, la pesadilla por la que atraviesan muchas y muchos jóvenes y adolescentes LGBT+ en sus hogares. Los espacios comunitarios de solidaridad o la vida nocturna pueden ser un escape para quienes no encuentran aceptación en casa. Pero la cuarentena ha forzado a la juventud a enfrentarse de tiempo completo a la lesbofobia, la homofobia, la bifobia y la transfobia de sus familias. Con el avance de los días y en virtud de la incertidumbre, una a una las marchas del Orgullo alrededor del mundo se han cancelado, trasladando sus actividades al terreno virtual. Así ha pasado también con las marchas que se celebran en distintos lugares de la República y, en la ciudad de México, la pandemia ha interrumpido una tradición de 43 años de salida a las calles. Con la ausencia de la marcha y la interrupción del consumo, han mermado también las campañas publicitarias y su profusión de arcoíris, poniendo en evidencia la actitud oportunista de muchas grandes empresas aliadas de la diversidad sexual, que sólo ven en el mes del Orgullo un dispositivo publicitario a su favor. Esta realidad debería recordarnos que, más allá de las declaraciones superficiales de simpatía, la más importante exigencia para las grandes empresas en el mes del Orgullo debe ser la del trabajo digno para las personas LGBT+ y un ambiente laboral de respeto a la diversidad sexual.

 

Pero acaso la principal lección la hemos obtenido en los primeros días del mes de junio, cuando millones de personas tomaron las calles de distintas ciudades de los Estados Unidos para protestar por el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. Abanderando el movimiento Black Lives Matter, la sociedad norteamericana se ha movilizado y, a pesar del riesgo sanitario, ha puesto el cuerpo de por medio para denunciar años de racismo institucional y brutalidad policiaca. La sincronía de estas manifestaciones con el inicio del mes del Orgullo LGBT+ ha hecho inevitable recordar los disturbios de Stonewall en Nueva York en 1969. También nos obliga a enfatizar el hecho de que fueron mujeres trans negras quienes se enfrentaron con valentía al acoso de las fuerzas policiacas durante aquellas jornadas.

 

En México, la noticia del homicidio de Giovanni López, albañil de treinta años que fue detenido por la policía municipal de Ixtlahuacán de los Membrillos por no portar cubrebocas, y devuelto sin vida a su familia, despertó también una reacción de protesta. El carácter de la brutalidad policiaca en México es igualmente turbio y nos remite, por un lado, a su relación con el crimen organizado y, por otro, a la represión de las movilizaciones sociales. Y aunque haya quien busque formas de negarlo, contiene también una dosis importante de racismo. En las jornadas de manifestación que se vivieron en la ciudad de Guadalajara, la policía no sólo usó tácticas de intimidación, sino que decenas de jóvenes fueron víctimas de desaparición forzada y vivieron horas de tortura física y psicológica. En este turbulento contexto, resulta inevitable detenerse a reflexionar sobre las prioridades y las solidaridades del movimiento LGBT+, especialmente ahora que se han replegado los esfuerzos organizativos de las multitudinarias marchas del Orgullo. Aunque el carácter festivo de la marcha del Orgullo siempre ha tenido el propósito político de visibilizar y celebrar nuestras vidas, algunos componentes de protesta se han ido diluyendo con el paso de los años. Echar un vistazo a los orígenes del movimiento en México nos puede dar una idea de lo que se ha perdido.
El movimiento de liberación homosexual en México, como se le conocía en los años setenta, también tuvo una historia de resistencia a la arbitrariedad y la brutalidad policiaca. En 1975, el suplemento cultural La cultura en México, entonces dirigido por Carlos Monsiváis, imprimió el que acaso sea el primer manifiesto público en defensa de los derechos y la dignidad de las personas homosexuales en nuestro país. El documento, titulado “Contra la práctica del ciudadano como botín policiaco”, venía firmado por un nutrido grupo de artistas e intelectuales, y se quejaba de las constantes redadas a los establecimientos nocturnos y del acoso a los individuos homosexuales, que eran chantajeados y abusados por la policía. Tendrían que pasar varios años para que, el 26 de julio de 1978, un primer contingente del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) saliera a las calles a manifestarse en la marcha que conmemoraba diez años del inicio del Movimiento Estudiantil. El ejercicio se repetiría ese mismo año, cuando junto al FHAR marcharan también el Grupo Lambda de Liberación Homosexual y la organización lésbica Oikabeth en la manifestación por el décimo aniversario del trágico 2 de octubre. No hay que olvidar que al Movimiento Estudiantil lo desató la intervención violenta de la policía en un conflicto entre estudiantes, así como la posterior intervención del ejército en sus manifestaciones. Es por eso que el pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga exigía la disolución del cuerpo de granaderos. El movimiento LGBT+ mexicano surgió de la solidaridad con esas causas. Al año siguiente, en junio de 1979, la Ciudad de México presenciaría la primera marcha del Orgullo que, conmemorando los disturbios de Stonewall, instauró una tradición que nos llega hasta hoy.

 

Pero al movimiento de aquellos años lo impulsaba un sentido de urgencia por la defensa de las vidas de quienes sufrían las detenciones arbitrarias de la policía. En el FHAR, por ejemplo, reconocían que los hombres afeminados y las mujeres trans eran víctimas comunes de los abusos a causa de su transgresión pública de las normas de género. Así que, además de las marchas del Orgullo, a menudo organizaron paradas de protesta para rechazar las redadas o razias que asolaban los establecimientos nocturnos y los lugares de socialización homosexual. Al habitar la noche como un espacio de escape a la homofobia, su lucha también hermanó al movimiento con otros sectores marginados víctimas de las redadas: personas en situación de calle, trabajadoras sexuales y nuevas culturas juveniles. El 23 de septiembre de 1979, por ejemplo, la policía de la Ciudad de México realizó un operativo nocturno y llevó a decenas de detenidos a los separos. El FHAR se apresuró a organizar una protesta frente a la delegación ese mismo viernes, en la que los manifestantes se quejaron de que la policía aprovechaba la detención de homosexuales para incomunicarlos y extorsionarlos, amenazando con “quemarlos” con su familia y su trabajo. Algunos detenidos y detenidas aparecerían en las portadas de los periódicos de nota roja de la ciudad, junto a titulares homofóbicos de condena y desagrado. Luis González de Alba, que la noche de esa razia asistió al bar “El Topo”, junto al Monumento la Revolución, contó en el periódico Unomásuno su noche en los separos. Él salió con pocos rasguños a la mañana siguiente, pero quedaron registrados los golpes y vejaciones que recibieron algunos de sus compañeros de celda, a los que se les levantaría algún cargo falso. En su lucha contra las redadas de la policía, el movimiento debió enfrentarse a Arturo Durazo, jefe de la Dirección General de Policía y Tránsito (DGPyT) del Distrito Federal, tristemente célebre por sus escándalos de corrupción. Durazo a menudo contaba con el apoyo de las organizaciones vecinales que asociaban los operativos nocturnos con mayor seguridad urbana. Los testimonios de aquellas redadas, sin embargo, destacan que la policía hacía rondines en autos “chocolate”. Al término de su administración, sus colaboradores cercanos revelarían complejos sistemas de cuotas que los cuerpos policiacos debían recaudar de sus extorsiones. Como las redadas no cesaban, en mayo de 1980 se convocó a otra protesta frente a la DGPyT, en la Plaza Tlaxcoaque. En una hoja volante se creó un collage de notas periodísticas sobre las razias y las detenciones a homosexuales. Sobre él, con letra manuscrita, se colocaron frases como “esto debe acabar” o “tenemos que actuar” y la firma del FHAR, Lambda y Oikabeth convocando al mitin. En esta ocasión, se entregó un pliego petitorio a las autoridades. Mientras tanto, los reportes de la prensa se referían a las protestas de manera caricaturesca, burlándose de los ademanes de las personas de “raras costumbres”. El problema de la arbitrariedad policiaca no terminó. Pero con el final de la carrera de Arturo Durazo, sin embargo, fueron mermando las redadas que se dirigían a la Zona Rosa y a otros espacios donde se estaba conformando una vida nocturna LGBT+. Aún en marzo de 1984 se registró la que aparentemente fue la redada más grande que se había vivido en la ciudad hasta entonces. Según un testimonio de una detención arbitraria de ese mismo año, ante la pregunta explícita de los motivos de la acción, un agente policiaco respondió: “por tener cara de homosexual”. Para muchos hombres afeminados y mujeres trans, esa era una realidad cotidiana. Y lo sigue siendo en muchos lugares de México. Una hoja volante que convocaba a la VI Marcha del Orgullo que se celebraría ese año muestra una joven con apariencia “punk”, sosteniendo un cartel con la leyenda: “a resistir, bandas unidas contra el agandalle de la tira y las redadas”. Es sólo una muestra más de la centralidad que la arbitrariedad policiaca estaba teniendo en el movimiento, así como de las relaciones con otros sectores afectados.

 

En la segunda mitad de los años ochenta, los esfuerzos de las organizaciones LGBT+ se volcaron a atender la pandemia de VIH-sida y seguirían nuevas rutas. El legado de esos primeros años de movilización, sin embargo, debería inspirarnos a estrechar solidaridad con las luchas que hoy siguen sin ser atendidas: las de los sectores marginados, las personas racializadas y las mujeres que mueren o son criminalizadas al practicarse abortos clandestinos. Deberíamos recordar los “Ojos que da pánico soñar” de los que hablaba José Joaquín Blanco en un texto señero de la lucha LGBT+, publicado originalmente en 1979. Deberíamos atender a la situación de los “homosexuales jodidos” de cuyo futuro ahí, premonitoriamente, se lamentaba. En la coyuntura actual, nos corresponde también ser consecuentes con el legado del movimiento LGBT+ y respaldar la lucha contra la policía, contra sus abusos y contra la represión del Estado.

 

Nuestra lucha por la dignidad, la seguridad y la protección de las vidas de las personas LGBT+ tampoco ha terminado. Según el reporte sobre violencia extrema elaborado por la organización Letra S, 473 personas fueron asesinadas en México durante el sexenio de Enrique Peña Nieto por razón de su orientación sexual, identidad y/o expresión de género. Según la misma organización, otras 117 personas LGBT+ fueron víctimas de violencia homicida por los mismos motivos durante el primer año de la actual administración de Andrés Manuel López Obrador.
“¡Cállate, pinche joto!”, le grita un uniformado al hermano de Giovanni López, mientras él protesta y graba el escalofriante video de su detención. Imágenes como ésta, que han circulado por redes sociales tras los acontecimientos recientes, nos confirma que nuestras causas van unidas.

 

ILUSTRACIÓN: EKO

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