Annie Ernaux, la escritura como autoexploración

Nov 30 • Conexiones, destacamos, principales • 3305 Views • No hay comentarios en Annie Ernaux, la escritura como autoexploración

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El Premio Formentor de las Letras 2019 le fue concedido a la francesa Annie Ernaux, quien arriba este año a la FIL de Guadalajara para presentar su novela Memoria de chica, una obra que aborda de manera autobiográfica la vida de una mujer, su libertad sexual y crítica en la tardía posguerra europea

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POR INGRID DE ARMAS 

La memoria es el leitmotiv de la obra de Annie Ernaux (Lillebonne, 1940), un trabajo vasto, intimista y esencialmente autobiográfico. Sus novelas han sido laureadas en Francia y otros países europeos (premio Renaudot en 1984 por La place, traducido al español como El lugar). Ha dado un vuelco a la autobiografía en tanto que género literario y su huella se deja sentir en la narrativa francesa actual. El discurso de Ernaux trasciende las diferentes etapas de una vida de mujer, se proyecta a la dimensión social del país, a la evolución de un mundo y de las mentalidades desde la temprana postguerra. Sin desdeñar la trivialidad de lo cotidiano.

 

Hija de obreros, en principio no debería haber accedido a estudios superiores, tomando en cuenta los dogmas sociales de la Francia de los años cincuenta. Ese origen popular la destinaba todavía menos a ingresar en el cerrado círculo de la intelligentsia francesa. En sus novelas habla de su familia de campesinos pobres, del universo de la modesta tienda de víveres y del bistró del pueblo donde pasó la infancia y la adolescencia. Ambos comercios, atendidos por sus padres, funcionaban en un mismo local y la familia vivía en la trastienda. Un contexto, unas circunstancias que la marcaron hondamente.

 

Desde muy joven se interesó en la escritura porque pensaba que la ayudaría en su desarrollo personal: “Sentí la necesidad de escribir a los veinte años. Para mí era como una forma de salvación. Me sentía mal, no me gustaba mi vida y me decía que si escribía de alguna manera ello me salvaría. ¿De qué? No lo sabía, pero tenía esa idea de salvación. Incluso ahora no puedo imaginarme sin escribir. Pero no lo hago sólo por salvación personal, hoy me siento más bien como si hubiera recibido un mandato para escribir. Todo eso se ha transformado porque desde los veinte años ha pasado mucho tiempo y el sentido de mi escritura ha cambiado”.

 

Las expediciones a las que la lanza un imperioso deseo de escribir no la llevan muy lejos en el tiempo y el espacio: desde su primera novela, Les armoires vides (1974, en español Los armarios vacíos), ella misma es un asunto axial en su búsqueda. No ha abandonado ese camino.

 

 

La autobiografía, arma de doble filo

Para bien o para mal, Annie Ernaux se ha adentrado en su propia vida, en su propia psicología, en las de quienes la rodeaban o en las de personas que por diversos motivos han cruzado su camino. Repetidas veces la visión de sus padres dista mucho de ser amable. Ella misma invoca en Memoire de fille (Memoria de chica, 2016) la expiación del poder de la escritura, el castigo de una fuerza que la impulsa a condenar en ocasiones a una especie de purgatorio a algunos de los personajes de su obra. Y quien dice expiación piensa de forma inevitable en culpabilidad.

 

Si recurre a la autobiografía desnuda, directa, es sin duda porque la empujaba un deseo poderoso de expresarse sobre sí misma, sobre sus rupturas: “En primer lugar, necesitaba hablar de lo que me sucedía, pero también me parecía que todo eso tenía una dimensión que no sólo era autobiográfica. Al principio, había el hecho de haber nacido en un medio popular, sin acceso a la cultura establecida, y la circunstancia de que, pese a ello, yo había podido estudiar. Por lo tanto, eso significó separarme culturalmente de ese medio y también, poco a poco, me condujo a una rebelión contra mis padres y su entorno. El hecho de ser una tránsfuga de clase, me parecía algo digno de analizar, de describir, de explorar. No sabía muy bien adónde iba, pero sentía esa necesidad”.

 

Referirse a su vida implicaba bucear en sus inquietudes personales más profundas, en cada uno de los momentos de su existencia. El efecto inmediato fue la tarea de seleccionar instrumentos adecuados para hablar de esas angustias. O la preocupación por el modo de expresión: “También quería buscar lo que en mi itinerario de mujer me resultaba problemático y, por lo tanto, de una cierta manera, también a otras mujeres. Fue así como ello me condujo a buscar formas que pudieran dar cuenta cada vez más de esa dimensión completamente íntima y al mismo tiempo más universal”.

 

Todo la conduce a constataciones duras, amargas, culpables. El éxito social y la realización intelectual desembocan en un sentimiento de traición a sus orígenes populares, a su clase, a sus padres. Por lo demás, ella misma ha empleado el término de traición en numerosas oportunidades: “Es una traición que no ha sido voluntaria. Igualmente, ser una tránsfuga no era voluntario, al mismo tiempo tampoco me decía que no quería ver más a mis padres. No fue así, todo fue muy, muy progresivo e inconsciente durante una gran parte de mi vida, hasta los treinta años. Luego sentí esa traición. Pienso que es sin duda un término personal, una dimensión personal de una forma de culpabilidad. Supongo que es eso, que siento una gran culpabilidad por haber llegado a tener vergüenza de mis padres”.

 

Quizás la vía para conjurar hoy lo que para la autora es una deslealtad a los suyos sea su compromiso con movimientos de protesta popular.

 

La revolución de la forma

De Annie Ernaux se dice que ha dado un nuevo aliento a la autobiografía y la autora está de acuerdo con tal afirmación: “Sí, pero creo que sin haber tenido la idea voluntarista de decir, sí, voy a cambiar la escritura. Siempre he sentido la necesidad de que cada idea de libro implicara una forma diferente, una forma nueva, que la forma dependiera del tema. Por lo tanto, eso me condujo a variar las formas autobiográficas, tanto en Journaux du dehors (Diario del afuera, 1993), donde no estoy presente en lo que describo, como en el importante libro Les années (Los años, 2019), donde no estoy presente en primera persona; no uso el Yo, así que es otra forma, a la vez autobiográfica y colectiva”.

 

El estilo se adapta, refleja situaciones, una época en particular, estados de ánimo, fases de su oficio de escritora desde los inicios hasta la madurez. La emotividad de las descripciones por momentos exuberantes de La femme gelée (La mujer helada, 2015) da paso a una expresión más distante: “Mi estilo y mi escritura también han evolucionado. En mis primeros libros, como en La mujer helada, el estilo es muy afectivo y luego, por razones sociales, evoluciona hacia un despojamiento. Quiero expresar directamente las cosas sin emoción ni afecto. La escritura de los libros posteriores es diferente. La persona que escribe es la misma pero creo que hay una evolución. Pienso que mi escritura no es despojada, creo que es directa”.

 

Desde muy pronto, Annie Ernaux deja de lado la ficción. Por completo. Si algunos autores más jóvenes afirman que han seleccionado esa opción porque la realidad es más rica que la ficción, la autora tiene razones diferentes para haberse lanzado por esa vía. Sabe muy bien en qué momento personal y literario se ubica esa decisión. La muerte del padre, obrero desde los 12 años, marca ese instante y desencadena la diferencia: “Dejé completamente de lado la ficción desde el libro El lugar porque pensaba que no se adaptaba al aspecto de violencia social que quería describir: la condición social de mis padres, la dominación social en general. Por lo tanto, pensaba que la ficción suavizaba, transformaba esa violencia. Es por eso que abandoné la ficción desde los El lugar y Una mujer helada. Nunca la retomé porque me parecía que tenía infinitamente más libertad –lo contrario de lo que puede imaginarse– en la no ficción. Me ofrecía muchas más posibilidades de escritura”.

La proyección social se siente en lo que Annie Ernaux cuenta, cualquiera que sea la perspectiva de las diferentes voces de su narrativa.

 

 

Una obra absolutamente feminista

Annie Ernaux no vacila en identificarse con la lucha por los derechos de la mujer y en sentirse feminista: “Fuera de mis libros y en ellos se puede considerar que lo soy. Siempre tengo en la cabeza la pregunta de si, como mujer, puedo decir que mi vida es tan abierta como la de los hombres. Además, la partida no se ha ganado. Las cosas siguen siendo muy difíciles porque en todos los medios hay una hegemonía masculina, que además es interiorizada. Nadie se sorprende de que en las instancias literarias haya más hombres que mujeres y que muchas mujeres prefieran leer libros de hombres. Siempre es una lucha. No sé si cesará un día. Pero creo que hay que darla”.

 

Con determinados temas ha sido portavoz de las reivindicaciones feministas. No obstante, precisa sus diferencias y objeciones frente a los movimientos de mujeres en ciertos momentos: “En la época en que escribí La mujer helada, en los años 70, ya había todo un movimiento de libros de mujeres; pero es porque no me reconocía de manera total en esos libros que escribí La mujer helada. Eran libros, para resumir un poco, que establecían una especificidad física, incluso la escritura era de mujeres. En La mujer helada no quería anclarme en ese feminismo. He evolucionado desde ese entonces; es decir, considero que hay experiencias de mujeres que deberían tomarse en cuenta en la sociedad e igualmente en la literatura. La sociedad también ha cambiado. En la sociedad francesa hay muchas jóvenes que desean romper con el yugo de la belleza, un tema del que hablo también en La mujer helada. Aún no hemos salido de eso y quizás sigamos, más que nunca, en esa situación”.

 

A treinta y ocho años de La mujer helada (publicada en francés en 1981), continúa estudiando la relación hombre-mujer. En Memoria de chica (2016) aborda su frustrante iniciación a la vida sexual, apelando a una sorprendente abundancia de pormenores, sentimientos y emociones. Ese aprendizaje del sexo, además de pesar en su vida personal, posee un valor en su trayectoria intelectual: “Me marcó profundamente. Incluso considero que desencadenó mi necesidad de escribir. Los dos años siguientes a esa experiencia fueron horribles, dos años en los que no encontraba un sentido a mi vida, en los que todo lo veía como un fracaso. Y todo eso era consecuencia de esa experiencia sexual. Necesité mucho tiempo para poder contarlo, muchos años, porque lo que buscaba era muy difícil. Hay muchas cosas en ese libro. Eso sucede cuando una relación sexual no ha sido verdaderamente consentida, cuando es a la vez consentida y no consentida. Están en juego muchas cosas. Hay a la vez la vergüenza, el placer y cosas que son muy difíciles de dilucidar. Me tomó mucho tiempo escribir ese texto, pero tenía una gran necesidad de hacerlo. Lo terminé y publiqué un año antes del movimiento Me too, pero es cierto que pese a todo había concordancias”.

 

La autora admite que un libro le abrió los ojos y la guió en esas arduas indagaciones, El segundo sexo de Simone de Beauvoir, una obra que menciona en una novela de juventud y en otra de la madurez, prueba de su significación mayor: “Tuvo un papel importante, pero también muy ambivalente. Primero, me hizo ver lo que yo no veía: la dominación masculina, que los hombres eran el sexo dominante, que las mujeres no tenían en absoluto la misma libertad que los hombres, que desde el principio de la humanidad siempre se las había mantenido dominadas. Fue una suerte de revelación, sobre todo por la magnitud de ese libro. Fue como si de repente el horizonte se aclarara. Pero al mismo tiempo me encontré confrontada a la realidad de mi mundo –pienso que sucede a menudo– que estaba muy lejos de la conciencia de esa dominación. Finalmente, querer vivir libremente era muy difícil al final de los años 50. Me encontraba atrapada en esa contradicción. Aunque quisiera tener una relación de igual a igual con los hombres, no era posible. La única manera fue durante largo tiempo no tener ninguna relación, ningún flirt con los chicos porque de cierta forma no era posible. Tampoco la libertad sexual era aplicable, en la medida en que la ley prohibía el aborto y que no había anticoncepción. No podía aplicar la revelación de El segundo sexo”.

 

Aun así, asegura que ese libro cambió su vida, su manera de ver el mundo. Le dio un asidero racional a la intuición.

 

Annie Ernaux trabaja en una nueva novela pero, al final de nuestra conversación, prefirió no referirse a un texto inconcluso. Nos confía que no le gusta terminar un libro porque luego la sensación de vacío es inmensa.

 

FOTO: Entre otros galardones, Annie Ernaux recibió el Premio Renaudot por su novela La Place en 1984. / AFP/ Ulf Andersen/ Aurimages

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