Mis libros del 2019
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Confabulario hace un recuento de las disciplinas artísticas que formaron parte de la conversación del público en general. Así, el panorama literario nacional e internacional arrojó propuestas estéticas valiosas que van desde la experimentación formal con un códice prehispánico, a la ficción autobiográfica pasando por los desafíos de narrar la violencia del crimen organizado, obras que merecen su justo lugar según nuestro crítico invitado
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POR IGNACIO M. SÁNCHEZ PRADO
Cada año resisto el canto de las sirenas de cada diciembre: el inevitable naufragio de las listas. Mi acceso a las publicaciones mexicanas es, por vivir fuera del país, intermitente y lleno de retrasos y estoy felizmente retirado de la reseña de novedades, género mezquino y banal. Este año caigo en la tentación, por el genuino entusiasmo que siento por lo que leí. Antes de listar, dejo en claro mis resistencias: me es imposible seleccionar a “los mejores” debido a las lagunas en mi lectura de novedades y odio mencionar libros malos por el afán de polémica. Creo que el gesto de pedir que uno se restrinja a las obras de narrativa impide valorar la enorme riqueza formal y literaria en otros espacios de la escritura, donde existen propuestas estéticas e intelectuales de mucha valía.
En honor a esto último, comienzo por mencionar libros fuera de la novela y el cuento. Destaco dos libros experimentales. Permanente obra negra (Sexto Piso) de Vivian Abenshushan, desafía la idea misma de la obra literaria, su coherencia y su originalidad al llevar el concepto benjaminiano del archivo a extremos tanto literarios como materiales. El otro, Un conejo/ Ce Tochtli (Nieve de Chamoy), de Mario González Suárez, se vende como novela, pero en realidad trabaja con la idea del códice. Ambos trabajos están publicados en diversos formatos. Recomiendo buscar las ediciones más experimentales: las versiones suajada, electrónica y en fichero del primero; la versión en códice del segundo. El trabajo de Isabel Zapata resplandece en las prosas de Alberca vacía (Argonáutica) y la poesía de Una ballena es un país (Almadía), libros donde queda patente la inteligencia y cuidadosa erudición de su autora en dos hermosas y perspicaces manifestaciones de su estilo. Verónica Gerber Bicecci es una de las escritoras más osadas de la literatura mexicana contemporánea y sus libros La compañía y Otro día (ambos en Almadía) iluminan nuevos espacios en su proyecto de intersectar lo visual con lo escrito. Con Notas inauditas (UNAM), Ingrid Solana refrenda su posición como una de las ensayistas de mayor elegancia intelectual y formal en México. Robin Myers, una estadounidense adoptivamente chilanga, en Tener/ Having (Antílope), y Román Luján, un mexicano renegadamente angelino, en Sánafabich (Herring), representan de formas distintas la riqueza escribir en la intersección entre dos naciones y dos lenguas.
Una vez resueltos estos menesteres, entro en la narrativa. Esta lista tendrá sin embargo un disenso con las otras que se publican estos días: aunque celebro la concesión del Premio José Emilio Pacheco a Enrique Serna, uno de los autores mayores de la literatura mexicana, no comparto el casi unánime entusiasmo que ha despertado El vendedor de silencio (Alfaguara). Es un raro caso donde el tema queda corto al talento del escritor.
A mí me parece indiscutible que el libro del año es Lost Children Archive/ Desierto sonoro (Knopf/ Sexto Piso) de Valeria Luiselli. Ante todo, es una gran novela. Evitando la tentación del realismo documental, Luiselli escribió una obra abierta y experimental, en inglés, apelando inteligentemente a uno de los dispositivos neurales de la llamada “Great American Novel” (el road trip). A partir de ahí, Luiselli presenta un viaje al corazón de las tinieblas de los Estados Unidos en la era de Trump, en una ficción semiautobiográfica cuyo interés no es tanto el devenir de los personajes sino la constante sensación de vivir una normalidad siempre acechada por la violencia sistémica de un país que enjaula a los niños migrantes. Es una novela que ve desde una perspectiva privilegiada y externa el sentido de una cotidianeidad de enorme riqueza sensorial y afectiva, pero permeada por el supremacismo blanco y por el sentido de nunca pertenecer del todo, como extranjera, a esa sociedad. Luiselli es una escritora finísima en inglés y la traducción castellana realizada por Luiselli y Daniel Saldaña París, hace justicia al espíritu del original, pero actualiza con fortuna la novela a los detalles del castellano.
No se puede soslayar el descomunal éxito de Luiselli, y sus reconocimientos, generalmente reservados para los escritores más importantes del ámbito anglosajón, desde la beca MacArthur, pasando por la nominación al premio Man Booker, hasta su mención en los diez mejores libros del año del New York Times. Como sucede con cualquier artista mexicano que triunfa de esta manera enorme e inesperada, Luiselli genera intensas aficiones y detracciones. Pero resulta innegable que Luiselli es una gran escritora y que su éxito no sólo la legitima a ella sino también abre la puerta a un alud de literatura mexicana que se está traduciendo al inglés y leyendo en ese idioma a un ritmo sin precedentes.
Nuestra violenta realidad excede por mucho la fe que se pueda tener en el carácter privilegiado de la literatura para el discernimiento del mundo. Aún aceptando esta limitación, algunas obras literarias arriesgan la posibilidad de responder literariamente a este insuperable desafío moral. En estos términos, reconozco en Adiós Tomasa (Alfaguara) de Geney Beltrán un libro que cartografía con sofisticación territorios e historias de la violencia sin caer en los excesos de la espectacularización ni en el oportunismo trivializador y mediocre. Escrita con furia e intensidad, y estructurada con gran sentido de la arquitectura narrativa, Adiós Tomasa no alcanza a ser la novela definitiva sobre la violencia, que creo imposible escribir. Ante ese horizonte de imposibilidad, Beltrán construye con ética, inteligencia y talento una escritura comprometida y de gran fuerza que vislumbra un camino para representar y pensar nuestros atroces predicamentos.
Luis Felipe Fabre nos entregó este año una gran novela, Declaración de las canciones oscuras (Sexto Piso). Centrada en la exhumación del cuerpo de San Juan de la Cruz, es una joya de la estética neobarroca, rica en su devaneo por el placer material, verbal y erótico del lenguaje místico y por el delicioso sentido del humor que sólo puede albergar una pícara y erudita comedia de equívocos. Nadie más que Fabre escribe en México con ese grado de sensualidad e ironía.
De celebrar es la edición en Sexto Piso de Casas vacías de Brenda Navarro, libro que en 2018 ya tuvo muchos lectores en su edición original y que ahora alcanzará al gran público nacional e internacional que merece.
Me costó enorme trabajo conseguir una copia de Restauración (Paraíso Perdido) de Ave Barrera, pero el esfuerzo trajo consigo una gran recompensa. Es una magistral novela de inclinación gótica, estructurada como contracara feminista al siniestro erotismo que fue tema de Salvador Elizondo y otros autores del medio siglo mexicano. No creo haber leído otra novela mexicana en la cual el lado violento y terrorífico de la estetización de lo prohibido esté narrado con tal elegancia y sin moralinas, o en la que la seducción y el horror en la confrontación del deseo se sienta a flor de piel en el lenguaje.
Por tierras extrañas (UNAM) de Jacobo Sefamí es un hermoso volumen que colecciona memorias y crónicas relacionadas con el legado personal y familiar de las migraciones judías del medio oriente a México. El libro recorre anécdotas de la comunidad sirio-libanesa en la colonia Roma, pero destacan los viajes del autor a Turquía y a Siria a buscar las raíces familiares. La sola crónica sobre el viaje a Siria en 2009, a confrontar la devastación del barrio judío de Damasco, vale el libro completo.
Un descubrimiento fortuito fue Nubecita (Nieve de Chamoy) de Nora Coss. Es un libro terrible y a la vez inteligente en su narración de temas delicados como el despertar y la violencia sexual. Los problemas de género y la familia son tratados con delicadeza y fuerza. El lenguaje del libro es engañosamente superficial y coloquial, y acarrea una fuerza inusitada.
Hematoma (Elefanta) descubre a Yael Weiss como una escritora capaz de escribir cuentos sutiles e inquietantes. La violencia cotidiana de la vida en pareja y el amor está representada en cuentos de admirable economía y con una prosa muy precisa y llena de momentos afortunados. Sin duda una escritora que hay que buscar a futuro.
En On the Plain of Snakes (Houghton Mifflin Harcourt), Paul Theroux relata su travesía de la frontera México-Estados Unidos del Pacífico al Golfo, y su recorrido de la frontera hacia Chiapas. Es un instructivo espejo en el que se reflejan aspectos de nuestra realidad que nuestra propia literatura no ha podido imaginar. En combate tanto con la tradición anglosajona (Greene, Waugh) que siempre ha visto a México con desdén, y con la literatura mexicana que, en la opinión de Theroux, no hace justicia al país, el libro ofrece una perspectiva lúcida de la frontera y de nuestro país. Es el tipo de libro que sólo un extranjero incisivo, que detalla a un país sin las limitaciones de la pertenencia, puede escribir. Me parece urgente su publicación en español.
Finalmente, vivimos en un momento absolutamente maravilloso de la literatura latinoamericana comandado por una generación de escritoras talentosísimas que están revolucionando la escritura de la lengua. Fernanda Melchor y Valeria Luiselli han alcanzado resonancia internacional, y están acompañadas por muchas escritoras de otras regiones. Nuestra parte de la noche (Anagrama) de Mariana Enríquez es una novela portentosa, una obra gótica de gran ambición literaria que revisita el tema del horror de la dictadura con una prosa que aterra y emociona por más de seiscientas páginas. La luz negra (Anagrama) es el segundo gran libro de María Gainza en su reflexión de la relación entre literatura y arte. El libro ganó el Premio Sor Juana aunque parece que, en un ejemplo de la lamentable idiosincracia burocrática mexicana, se lo pueden rescindir por no poder asistir a la ceremonia. Sistema nervioso (Penguin Random House) de Lina Meruane es un libro más en su brillante trabajo de narración de los límites del cuerpo, escrito con un estilo que no cede nada a la facilidad y que demanda intensidad y compromiso de sus lectores. Y aunque sus libros no sean del 2019, leer a Alia Trabucco Zerán, a María Fernanda Ampuero, a Mónica Ojeda, a Carolina Sanín, a Gabriela Alemán, a Liliana Colanzi, y a muchas otras ha sido revelación tras revelación para mí. Estas escritoras utilizan su propio capital en reivindicar a las olvidadas por el machismo. Celebro la recuperación de Los recuerdos del porvenir (Alfaguara) con ensayos de autoras como Sanín, Guadalupe Nettel, y Gabriela Cabezón Cámara, así como ensayos como El coloquio de las perras (Capitan Swing) de Luna Miguel y Evaporadas (Nitro) de Eve Gil, que hacen una gran labor crítica. Asimismo, aunque los exquisitos se dan golpes de pecho al respecto, la existencia de escritoras que redefinen el espacio de la literatura comercial y que conectan incluso en la poesía con una generación joven (pienso en Elvira Sastre) es fundamental para que existan lectores en el futuro.
En una nota personal, recomiendo buscar la reedición de los cuentos completos de Ignacio Padilla, quien fuera mi profesor, en Micropedia (Páginas de espuma). Nacho era uno de los grandes estilistas de la lengua y el cuentos su género privilegiado.
Notas rápidas: Aplaudo la existencia de la serie Vientos del Pueblo y otras series populares del FCE, así como el desembodegamiento de libros de gran valía y su puesta en venta a bajo costo. Me parece deleznable que el gobierno presione a editores para que acepten un pago menor al generado por las ventas de sus libros. Hay que celebrar la emergencia en estos años de editoriales que abren nuevos espacios a la publicación literaria en México —Dharma, Elefanta, Nieve de Chamoy, Grano de Sal, Antílope, Meldadora y muchas otras. Rompiendo con una de las tendencias más tóxicas del pasado, finalmente comienzan a circular escritores latinoamericanos entre países y el panorama es alentador. Resulta indiscutible y evidente que hoy en día la vanguardia y el futuro de la literatura mexicana y latinoamericana pertenecen a las escritoras.
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