Literatura y política: las novelas del 68

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El Movimiento estudiantil de 1968 en México detonó una gran producción de novelas, con distintos enfoques y acercamientos, como señala en este ensayo la académica del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM

 

 

POR PATRICIA CABRERA

 

 

Al reconocer la trascendencia del Movimiento estudiantil de 1968 (M68) para la vida social y política del último medio siglo de México, se debe recordar que su presencia en la memoria colectiva y en el imaginario social se erigió sobre las condiciones culturales, políticas, ideológicas y geopolíticas en que el acontecimiento se dio: buena parte de sus protagonistas fueron estudiantes y maestros de educación superior o de bachillerato, cercanos o afiliados al izquierdismo y apoyados por periodistas, escritores, pensadores y artistas afines.

 

 

De ahí que la construcción de la memoria del M68 nunca haya sido neutral. En la mayoría de los textos novelescos sobre el M68, la perspectiva del relato es izquierdista, lo cual no implica unanimidad de juicios u objetos focalizados o moralejas, pues la izquierda tiene varias vertientes y actores sociales. Admito, sin embargo, que también existe narrativa literaria sobre el tema desde posiciones opuestas.

 

 

Las novelas sobre el M68 nacieron signadas por la ambigüedad de su género verbal, debido a que se mezclaron con otros discursos y géneros: periodismo, testimonio, ensayo, drama y ficción. Respecto del género, viene al caso recordar las viejas preceptivas todavía imperantes en la segunda mitad del siglo XX: el hecho de mencionar nombres completos de personas públicas, lugares, fechas y sucesos también verídicos, provocaba que un relato novelesco fuera tildado de crónica o reportaje, y se le negara su valor literario. Afortunadamente esto quedó atrás.

 

Menciono lo anterior porque podría cuestionarse la inclusión en la novelística sobre el M68 de Los días y los años (1971), de Luis González de Alba, y La noche de Tlatelolco (1971), de Elena Poniatowska. Un análisis metódico que se fijara, por ejemplo, en la disposición de las partes de los relatos respectivos, el manejo del tiempo y las voces narradoras podría demostrar aspectos fictivos en tales obras.

 

En Los días y los años el narrador se identifica como integrante del Consejo Nacional de Huelga; no se limita a la crónica (inversa) del M68, sino también observa la vida cotidiana de los presos políticos en la cárcel y hasta su intimidad.

 

El libro de Poniatowska, debido a su fragmentación en numerosos testimonios cuasi-firmados por los testigos, provoca la ilusión de objetividad periodística. La noche… configura un sujeto colectivo hecho de múltiples voces que aportan el balance del M68, mientras la narradora organiza la crónica, y al poner de relieve tragedias individuales, le da al texto completo un desarrollo narrativo propio de la novela.

 

Estas obras fueron paradigmas para las narraciones posteriores sobre el M68. Sus estrategias narrativas más frecuentes, que se repetirían en obras de los años siguientes, son: información explícita sobre la realidad extratextual; empleo de testimonios empíricos con ilusión de autoridad moral; incorporación de géneros como la crónica, las memorias, la biografía, la autobiografía, el ensayo, el drama, la poesía; descalificación de grupos ideológico-políticos ajenos al autor.

 

A los títulos mencionados antes, cuyo eje es el M68, se suman otros. Tlatelolco. T-68: ¡Por fin toda la verdad! (1973), de Juan Miguel de Mora, relata cómo un periodista va compilando la materia de la novela misma amparada bajo ese título. El personaje-narrador arma el collage de información confidencial de los planes represivos del gobierno, testimonios más o menos ficcionales, textos periodísticos y facsímiles.

 

El gran solitario de Palacio de René Avilés Fabila fue publicada por primera vez en Argentina, en 1971, y en México, dos años después. Aunque ninguno de los nombres que aparecen es verídico y no se indica en cuál país ocurre el relato, asoman sus pretensiones testimoniales en la medida que episodios puntuales y semejanzas de nombres hacen que los lectores informados identifiquen con claridad al M68.

 

En 1978 apareció Los símbolos transparentes de Gonzalo Martré. Se trata de una novela de tipo “mural social” con técnicas narrativas naturalistas. El capítulo tecero, protagonizado por la brigada de activistas Lucio Blanco, es lo más original, en comparación con los libros examinados hasta ahora, porque constituye un homenaje a la base estudiantil, que halló en aquella circunstancia excepcional el aprendizaje de la política como existencia social. La novela también se propone entender el M68 a partir de sus causas sociales.

 

En los años ochenta continuó la saga de testimonios ficcionalizados e incorporados en novelas con visos autobiográficos, por ejemplo, Recuerdos vagos de un aprendiz de brujo (1983) de José Piñeiro Guzmán. En esta novela aparece el pensamiento mágico de la cultura tradicional rural de México.

 

A 50 años del M68, cuando ya se dispone de abundante documentación y el PRI pierde la hegemonía política, se publica Esa luz que nos deslumbra de Fabrizio Mejía Madrid, ficcionalización enciclopédica del acontecimiento, fundada en una concienzuda configuración novelesca de los actores públicos de todos los bandos y en el establecimiento de la trama del poder político, que urde no sólo la represión en 1968, sino también la del 10 de junio de 1971. Lo más encomiable es la construcción verbal de los personajes.

 

Por otra parte, no todas las novelas que hicieron del M68 el eje del relato fueron testimoniales. En esta tesitura una novela muy original es Muertes de Aurora (1980), de Gerardo de la Torre. Rezuma pesimismo a través de tipos sociales que pocas veces figuran en los libros sobre el tema: obreros, parias, plumíferos, espías de poca monta, prostitutas. Los personajes principales trabajan en PEMEX y son militantes comunistas, pero no entienden las razones de las líneas que su partido les tira; así que no logran incorporarse en el M68 a causa de la inorganicidad de su partido, de la falta de claridad ideológica de ellos mismos y de que a los estudiantes tampoco les interesan los trabajadores.

 

Desde una perspectiva social muy diferente, pero que también focaliza entresijos de las esferas del poder político mexicano, la novela de Alfredo Juan Álvarez, La hora de Babel (1981) figura los términos en que la clase media letrada —subalterna de los poderosos, pero lectora ávida del marxismo y semillero de izquierdistas— vive el M68.

 

Por su parte José Agustín publicó, en 2006, Armablanca, cuyo tiempo novelesco coincide con el M68 hasta el 27 de agosto nomás. Entre sus técnicas narrativas figuran la paráfrasis y la mímesis de las ideas de José Revueltas, a través del personaje José Cordero, y el resultado es rotundamente emotivo. José Agustín demuestra su oficio al seleccionar ciertos momentos del M68 para una novela que en vez de dialogar con el correlato histórico, lo haga con uno de sus ideólogos; que en vez de reconstruir el pasado, devele el sentido de este para el presente.

 

Otras novelas eligen el M68 como el correlato histórico coadyuvante de la trama, pero no su motivo principal. Éste se halla en la subjetividad de los personajes, en la cauda de experiencias que arrastraban desde antes del M68. Es el caso de Argón 18 inicia (1971) de Edmundo Domínguez Aragonés y de Apenas la medianoche (1973) de Héctor Morales Saviñón. Aun siendo contemporáneas, sus estéticas literarias son absolutamente diferentes: incierta, experimental y abierta, la primera; novela de amor romántico, entremezclado con treinta años de la izquierda mexicana prosoviética, la segunda. Jovita, la coprotagonista de Apenas… tras el aplastamiento del M68 y cansada de esperar la revolución socialista, se suicida.

 

En el capítulo 47 de Si muero lejos de ti (1979), de Jorge Aguilar Mora, desde la perspectiva de los masacrados, varias voces narran escenas sangrientas, muertes anónimas y violentas, militares que mecánicamente siembran destrucción y muerte, quejidos agónicos, gritos desgarradores, golpeteo de ametralladoras, silbidos de balas, zumbido de helicóptero. Es una reconstrucción, con gran calidad expresiva, de la tarde-noche del 2 de octubre.

 

Desde los años ochenta empiezan a publicarse novelas cuyo tiempo abarca los años inmediatos posteriores al M68. En El león que se agazapa (1980), de Norberto Trenzo; Héroes convocados. Manual para la toma del poder (1982), de Paco Ignacio Taibo II; Los octubres del otoño (1982), de Martha Robles; Los testigos (1985), de Emma Prieto; Ayer es nunca jamás (1988), de Vilma Fuentes; y Autor anónimo (2006), de Felipe Galván, el aplastamiento del M68 es un verdadero parteaguas para las vidas de los personajes, la tragedia que destruye familias y parejas, el causante de que universitarios abandonen sus estudios y/o terminen como limosneros dementes, internos de hospital psiquiátrico o de que abandonen México, definitivamente; o de que se vuelvan guerrilleros listos para morir en el primer enfrentamiento con policías o soldados, o de que prefieran la mariguana y el ácido lisérgico a retomar la militancia y recordar el trauma y la derrota. Las detenciones, torturas y encarcelamientos hacen que los personajes se obsesionen con descubrir al traidor que los delató. En Los octubres del otoño hasta aparece una personaje que se marcha a la revolución sandinista dejando atrás el ambiente de lamentaciones y remordimiento posterior al M68. En Autor anónimo se identifica a quien escribió ¡El Móndrigo!, libelo difamatorio contra los universitarios y oportunidad de lucimiento para el autor.

 

La novela de Taibo II recrea episodios poco difundidos y desafía a la literatura mexicana de la época, porque los “héroes” que toman la ciudad de México y ajustician a Gustavo Díaz Ordaz y sus esbirros son Sandokán, Sherlock Holmes, los “cuatro” mosqueteros. Este es el sueño del protagonista, que entiendo como la expresión del deseo intenso del cambio revolucionario en la literatura y en la política.

 

Por supuesto, hay otras novelas de mexicanos sin punto de vista ideológico-político explícito, que también refieren, aunque no sea su objeto principal, el M68: La visita (1972), de Juan García Ponce; Compadre Lobo (1977) y A la salud de la serpiente (1991), de Gustavo Sáinz; Manifestación de silencios (1979), de Arturo Azuela; Palinuro de México (1980), de Fernando del Paso; Que la carne es hierba (1982), de Marco Antonio Campos; y Chin Chin el teporocho (1970), de Armando Ramírez.

La mayoría de las novelas centradas en el M68, pero de ningún modo emitidas desde la perspectiva izquierdista, fueron publicadas dentro de los veinte años siguientes: Con él, conmigo, con nosotros tres (1971), de María Luisa Mendoza; La plaza (edición definitiva de 1972), de Luis Spota; Juegos de invierno (1974), de Rafael Solana; Cena de cenizas (1975), de Ana Mairena; Triunfó la revolución y la familia llegó al poder (1981), de Luis Rivero del Val; y Regina. Dos de octubre no se olvida (1987), de Antonio Velasco Piña. Últimamente apareció Plaza de octubre (2015) de Enrique Ezeta.

 

Hay otro grupo de narrativa de izquierdas que menciona el M68 como precedente que influye en los temas novelescos, o lo alude de modo metafórico. Un lector avezado puede leer, entre líneas, la atmósfera del post-M68 en El infierno de todos tan temido (1975), de Luis Carrión Beltrán; Las rojas son las carreteras (1976) y Esta tierra del amor (1982), de David Martín del Campo; Al cielo por asalto (1979), de Agustín Ramos; Pretexta (1979), de Federico Campbell; Violeta-Perú (1979), de Luis Arturo Ramos; La revolución invisible (1982), de Alejandro Íñigo; Pánico o peligro (1983), de María Luisa Puga; y La patria celestial (1992), de Salvador Castañeda.

 

Hasta autores latinoamericanos residentes en México durante aquel año lo incluyeron parcialmente: Balsa de serpientes (1976), del nicaragüense Lizandro Chávez Alfaro; Día tras día (1976), del ecuatoriano Miguel Donoso Pareja; y Amuleto (1999), del chileno Roberto Bolaño.

 

En el plano literario, las novelas enumeradas en este artículo son la prueba de que, más allá del testimonio, los escritores han sabido inventar argumentos y tramas para configurar el M68 a partir de las secuelas en las vidas de sus actores. Asimismo han ofrecido diferentes resoluciones estéticas y ponderado distintas facetas y dimensiones del acontecimiento para comprender la trascendencia del M68, su derrota inmediata y sus debilidades políticas.

 

En el plano político, la narrativa sobre el M68 con perspectiva izquierdista ha contribuido a la memoria del acontecimiento, porque para escritores y lectores afines el arte es territorio simbólico de resistencia a la mentira, el silenciamiento y el olvido.
(La información nominal básica para este artículo, hasta 1985, se halla en El movimiento popular estudiantil de 1968 en la novela mexicana, de Gonzalo Martré. Coincido con algunos de sus planteamientos, no con todos).

 

 

FOTO:Manifestación estudiantil el 29 de agosto de 1968 en el Zócalo de la capital./Archivo EL UNIVERSAL.

 

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