Acabar con el silencio: escritoras del 68
El Movimiento estudiantil generó una literatura en la que las mujeres no sólo narraron ese episodio de la historia de México, sino cómo se enfrentaron a una sociedad cuyas exigencias no deseaban cumplir. La novela, la poesía y el testimonio fueron los géneros más recurrentes en autoras como Vilma Fuentes, María Luisa Puga, María Luisa Mendoza, Martha Robles y una dirigente, Roberta la Tita Avendaño, entre otras
POR ILIANA OLMEDO
Para Neus Samblancat
Año de la Olimpiada, del Movimiento estudiantil, de Tlatelolco, del mayo parisino, 1968 es una fecha de sucesos históricos clave que marcan a autores entonces jóvenes como Gerardo de la Torre, Orlando Ortiz, René Avilés Fabila, Gonzalo Martré, entre otros. No es de extrañar, por lo tanto, que esta generación haya producido una bibliografía amplia y abundante al respecto. Aunque quizás sea menos conocido, hay un acervo considerable escrito por mujeres que ahonda en el significado que tuvieron estos episodios. Ciertamente la participación de la mujer y el movimiento feminista resultan indispensables en el examen cabal del 68.
Encabezando la lista se encuentra Elena Poniatowska que, para documentar su obra más conocida y texto esencial acerca del 68, La noche de Tlatelolco, tuvo que abandonar el espacio doméstico y poner en pausa su maternidad, según refiere en el prólogo a la reedición de 2015: “El 3 de octubre, a las siete de la mañana, después de amamantar a Felipe nacido cuatro meses antes, fui a la Plaza de las Tres Culturas, cubierta por una especie de neblina, ¿o eran cenizas? Dos tanques de guerra hacían guardia frente al edifico Nuevo León”.
Estas obras firmadas por mujeres van de la poesía al teatro y la narrativa.
Poemas como el muy citado “Memorial de Tlatelolco” de Rosario Castellanos, “Dos de octubre” de Ethel Krauze o “Los amantes de Tlatelolco” de Elsa Cross muestran su punto de vista acerca de esa noche. También escribieron sobre este momento convulso Thelma Nava, Isabel Fraire, Margarita Paz Paredes, Carmen de la Fuente, María Teresa Irazabala y Cristina Gómez.
Entre la producción teatral cabe mencionar a Gabriela Ynclán con “No más que salgamos” y a Elena Garro con su obra póstuma “Sócrates y los gatos”. Mientras que entre las narradoras existe una vertiente testimonial importante de textos escritos por mujeres que actuaron en el interior del movimiento. Ellas cuentan sus historias desde el margen y revelan el desgarro de la experiencia. Sobre todo porque explican de primera mano qué representó como mujeres formar parte de una actividad política.
En sus memorias Testimonios de la cárcel, la libertad y el encierro, publicadas en 1997, Roberta la Tita Avendaño, delegada de la Facultad de Derecho e integrante del Consejo Nacional de Huelga, que fuera detenida y llevada a la cárcel de Santa Marta Acatitla, escribió: “Creo que su influencia [del 68] fue benéfica para el despertar de la conciencia política”.
Esta preocupación por encontrar una convicción ideológica y definir una identidad social es central en las novelas que escribieron las mujeres acerca del 68.
Tanto Vilma Fuentes en su estupenda Ayer es nunca jamás (1985), como María Luisa Puga en sus novelas Pánico o peligro (1982) y Antonia (1989), o Martha Robles en Memoria de la libertad (1979) y Los octubres del otoño (1982), relatan el proceso que recorrieron sus protagonistas para precisar quiénes eran, su posición política y, más que nada, encontrar su lugar en el mundo.
No es extraño que estas novelas fueran publicadas muchos años después de los acontecimientos que rememoran, pues para narrar estas historias sus autoras transitaron procesos largos de maduración. La misma Tita Avendaño debió aguardar treinta años para poder revelar su pasado. Justamente la constante en los relatos de mujeres es esta necesidad de terminar con el silencio y la dificultad de lograrlo.
En una entrevista a la activista Ignacia Nacha Rodríguez, publicada en El Universal el 12 de marzo de 2018, ella explicó a Teresa Moreno y Pedro Villa: “Fue muy fuerte, había mucha mujer participando, pero no se ha hablado: de parte de las mujeres ha habido mucho silencio en torno a su participación en el movimiento”. No sólo por las represalias, sino por la imposibilidad de hablar. Esta afonía solamente se rompe años más tarde. Lo mismo le sucedió a Vilma Fuentes que, el 10 de octubre de 2013 en su columna de La Jornada, declaró que había conseguido escribir su novela Ayer es nunca jamás tras reflexionar a fondo en lo ocurrido y después de un proceso de gestación y reposo: “No sería sino hasta 1985 cuando tomó forma, gracias a la perspectiva que me dio la lejanía de México, cuando la distancia multiplica los años, una novela del 68”.
También María Luisa Puga y Martha Robles confesaron sus aprendizajes en el movimiento estudiantil diez o quince años después. La excepción que confirma la regla es María Luisa Mendoza, que publicó su texto en 1971, apenas transcurridos tres años de la noche de Tlatelolco. Esto se debe posiblemente a que era de mayor edad, nació en 1930 y vivió los acontecimientos con 38 años, mientras que Puga (1944), Robles (1948) y Fuentes (1949) nacieron en la década de los años cuarenta, es decir, fueron testigos y actores del movimiento estudiantil.
Ante la pregunta de cómo hablar del 2 de octubre con certeza, la China Mendoza responde con un libro mixto, Con él, conmigo, con nosotros tres, suerte de novela que subtituló: cronovela, en el que la crónica da paso a la ficción y lo inventado convive con el testimonio. Como su epígrafe señala, “la novela quema al santo; la crónica no lo alumbra”. Asistimos así a un monólogo de mucha potencia que comienza con la sangre vertida en Tlatelolco. La narradora escucha junto a la ventana, tumbada en el piso, lo que pasa afuera y entonces recuerda su pasado familiar, el de los Albarranes. En este recuento donde se intercala el pasado con el presente, el leitmotiv es una realidad terrible de México: el asesinato de los jóvenes por el poder.
Las novelas de estas autoras no sólo comparten el interés por narrar los episodios históricos, también las historias de mujeres jóvenes que se enfrentan a una sociedad cuyas exigencias no desean cumplir. Son seres fuera de la ley y de las normas tradicionales, que de manera activa y consciente buscan transgredir esa normatividad de la que dudan y descreen. Así, sus relatos describen las vías para construir una personalidad continuamente vulnerada por el entorno en el que crecieron y por los personajes masculinos que las rodean, encarnados en su mayoría por sus parejas. Sus novelas entrañan, por tanto, una búsqueda del amor con mayúsculas, narran la persecución de un compañero que a veces prospera, pero la mayoría de las veces se malogra.
En Pánico o peligro, de Puga, la narradora y protagonista, Susana, escribe cuadernos dirigidos a su último amante, con quien logró cierta comunión de ideas y sentimiento, pero son estos doce capítulos, cartas y a un tiempo diarios, un testimonio de su periplo en busca de ese compañero, que sólo encuentra cuando ella misma ha conseguido trazar un rostro certero de sí misma. Para llegar a este punto, el personaje debe transitar por un proceso que implica la conciencia de ser mujer que viene acompañada de forma irremediable por una conciencia política, marcada y definida por el acecho gubernamental y social a los jóvenes. Tema que es, al igual que en Mendoza, el eje de esta novela.
Desde las primeras páginas aparecen, como escenario mudo del relato, los acontecimientos del 2 de octubre. Susana observa las notas y fotos aparecidas en un periódico y descubre que existe un espacio amenazante afuera que no comprende, es más, que ni siquiera conoce. “Veía a esos muchachos muertos. Muchos”, escribe. A raíz de esta experiencia empieza a gestarse en el personaje una transformación que la conducirá a romper el silencio impuesto a las mujeres.
Como ejemplo directo aparece su madre, figura fantasmal y distante, siempre solícita y dócil a las exigencias del padre. Al mismo tiempo, Susana alcanza una convicción política, al principio sutil y luego plena. Al escribir sus cuadernos, pretende oponerse al sistema autoritario prevaleciente, que la agrede igualmente por ser joven como por ser mujer.
Al intentar construir su identidad personal, Susana traza el perfil del papel de la mujer de izquierda de su generación. Se trata de una mujer nueva, autónoma, en busca de espacios y de una propia voz (de ahí el uso frecuente de la segunda persona, también presente en la novela de Mendoza).
Del mismo modo Natalia, de Los octubres del otoño, de Martha Robles, anhela definirse dentro del entramado familiar y social. Los sucesos de 1968, primeros quiebres del sistema político institucional mexicano, representan un punto y aparte para los jóvenes y, en particular, para las mujeres.
Por algo el primer libro publicado por Vilma Fuentes fue un ensayo titulado Los jóvenes (1969), en el que examinaba a su generación. Ellas notan este autoritarismo y cuestionan su papel como mujeres en relación con este sistema. Para transgredirlo se ven obligadas a romper con los modelos heredados y elaborar una subjetividad propia. En este momento empiezan a afianzarse los feminismos en México que tomarán forma justa y completa en la década de los setenta, cuando aparecen publicaciones como la revista Fem, cuyo primer número data de 1976.
Estas novelas presentan visiones de los jóvenes de los años sesenta y setenta desde la perspectiva de la mujer, por eso impugnan su papel dentro del movimiento y su rol de madres, esposas, compañeras. Asimismo, debaten los modelos tradicionales de mujer, han dejado definitivamente de ser ángeles del hogar, tampoco aspiran a la maternidad abnegada ni a crear familias típicas. Son dueñas de sus cuerpos y de su deseo, toman decisiones, eligen y renuncian. De ahí que haya cierto distanciamiento entre los personajes femeninos y sus compañeros hombres. Se percibe cierta incomprensión entre los sexos, que es muy clara en la relación de la narradora y Daniel en Ayer es nunca jamás de Vilma Fuentes.
Esta incomprensión también se reitera en los personajes de Puga, que al igual que Fuentes, huyen de sí mismos hasta el grado de perseguirse en otras geografías, serán siempre autoexiliados. Por el contrario, la amistad femenina permite formular la identidad propia, se construye mediante contrapuntos y contrastes, como ocurre en Pánico o peligro o en Antonia (1989), también de Puga, que narra las experiencias de dos amigas durante 1968 en Londres.
Estas autoras refieren historias de desengaños y fracasos enmarcadas en el fracaso principal que es el movimiento del 68.
El tumor cancerígeno detectado a Antonia, en la novela del mismo nombre, es la metáfora del dolor que se infringió a estos jóvenes, que nunca se recuperarán del trauma, como los personajes de Vilma Fuentes.
El 2 de octubre de 1968 trae consigo el fin de la juventud, de las esperanzas y es el inicio de la locura.
“Ya no eran los otros, los desconocidos, los muertos. Éramos nosotros. Nos habían asesinado los sueños. Nos habían asesinado”, explica la protagonista de Ayer es nunca jamás. Mientras que en la novela de Mendoza observamos mujeres que optaron por perder la razón para evadirse de realidades que las superaban y de las que no podían escapar. Así, estas novelas son visiones hipercríticas de la represión ejercida a los jóvenes y a las mujeres por el Estado.
En el esfuerzo por conseguir apropiarse de cuerpo femenino, el embarazo juega un papel fundamental. Por ejemplo, en Ayer es nunca jamás, de Fuentes, es el factor que impide a la protagonista asistir a la manifestación del 2 de octubre. Hecho que la convierte en un testigo parcial. Para estas autoras, la escritura es una vía de autoconocimiento y definición. A través de ella, se explican y entienden a sí mismas. De ahí que la forma literaria de sus novelas sea cercana al género diarístico. Puga, por ejemplo, fue una diarista excepcional, prueba de ello son los 327 cuadernos que desde octubre pasado forman parte de la colección Nettie Lee Benson de la Universidad de Texas en Austin.
Estas narradoras escriben, se hacen oír, porque saben bien que, al final de cuentas, el silencio y la negación del pasado enloquecen y destruyen; así, cuando la narradora protagonista de la novela de Fuentes encuentra unos papeles viejos, declara: “los hice pedacitos, antes de echarlos a la basura, pensando que tal vez todo fue cierto: el amor, el sesenta y ocho, los cientos de cadáveres que negaron, la locura, los manicomios, la muerte”.
FOTO:Personas de diversos tipos, como obreros, taxistas y madres de familia con sus hijos participaron en la Manifestación del silencio que recorrió el Paseo de la Reforma el 13 de septiembre de 1968./Archivo EL UNIVERSAL
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