Lo mejor del XIX Tour de Cine Francés
POR JORGE AYALA BLANCO
I. La profanación chapliniana. En El precio de la fama (Le rançon de la gloire, Francia-Bélgica, 2014), mimético superior opus 6 del talentoso calaisiano de 47 años Xavier Beauvois (No olvides que vas a morir 95, El pequeño teniente 05), con guión suyo y de Étienne Comar, el ladrón belga con expresidiaria nariz de buitre cómico Eddy (Benoît Poelvoorde) y el afligido subproletario argelino con esposa recuperándose en el hospital impagable Osman (Roschdy Zem) entablan una hermosa amistad en la ignominia, al margen de la opulenta grisura del cantón suizo de Vaud hacia 1977, por lo que se sienten con el autocompasivo derecho de profanar la tumba del enriquecido actor santo patrono de los vagabundos Charles Chaplin recién fallecido como regalo navideño, para exigir por el cadáver trasplantado un rescate que, mientras Eddy se incorpora como clown en un circo, resultará incobrable, haciéndolos caer en una trampa policial, si bien la generosa familia Chaplin eludirá fincar cualquier cargo, pero el sentido del relato y su marco cinefílico logran varias valiosas profanaciones más: la profanación compasiva de esos otros Miserables de Victor Hugo, la profanación del imposible cobro telefónico del secuestro/préstamo cual heroico hecho político, la profanación de todo martirologio espiritual tipo De dioses y hombres (Beauvois 10), y la profanación referencial preferencial de una amalgama de temas y variaciones neochaplinianos que incluyen la lucha quebrantahuesos de El balneario, más El chico vuelto la precoz niñita inmigrante Samira (Séli Gmach) que se sueña veterinaria, más la persecución ilusoria de La quimera del oro, más la redención amorosa por la caballista generosa Rosa (Chiara Mastroianni) para insertarse en El circo, más la crueldad social de nuestros inmisericordes capitalistas salvajes Tiempos modernos, más el desmaquillaje patético del envejecido clown mitológico Calvero en su solitario camerino, más la resurrección fáustica al cerrarse los cortinajes luminosas tras el emblemático leit motiv musical de Candilejas; en rigor, una suma de profanaciones que habrán de estrellarse contra el Gran Principio moral-fílmico-grácil irrenunciable.
II. La reencarnación travestida. En Una nueva amiga (Une nouvelle amie, 2014), mordaz e incómodo filme 15 del autor total gay parisino de 47 años François Ozon (luego de los avanzadísimos En la casa 12 y Joven y bella 13), adaptando libremente a la chabroliana autora de relatos noir ingleses recién fallecida Ruth Rendall, la sempiterna joven en inconmovible plenitud vital Laura (Isild Le Besco ya legendaria) muere a consecuencia de su primer parto, dejando en el desamparo afectivo a su bebita, a su bella amiga de infancia desde siempre ambiguamente insatisfecha Claire (Anaïs Demoustier sin asomo celestial ni Alas de libertad) y a su inconsolable viudo David (Romain Duris) que, a modo de consuelo, descubre el placer del travestismo, disfruta hasta el delirio con sus ultracosméticos afeminamientos públicos y llega hasta reinventarse a sí mismo como Virginia, tomando por testigo y cómplice de sus correrías a la propia Claire, quien va se descubrirse a su vez un inconfesable amor lésbico por la difunta que, pese a sus conservadores escrúpulos, conseguirá transferirlo hacia la entrañable efigie inquietante del coquetísimo David/Virginia, expresando, aunque sólo aceptando y consumando ese apasionamiento postmortem tras la asunción homosexual de su propio marido Gilles (Raphaël Personnaz), pero el sentido del relato y su marco cinefílico logran varias valiosas reencarnaciones más: una reencarnación transmaternal que usa como pretexto la necesidad de la figura de la madre para dar rienda suelta a impulsos y goces masculinos/femeninos largamente reprimidos, una reencarnación brillantemente poshollywoodesca de los velados-descaradísimos-libertinos crucigramas homoeróticos de Víctor/Victoria (tanto en su arcaica versión alemana de Schünzel 33 como en la magistral de Edwards 82), una reencarnación brechtiana basado en la contradictoria creación necrofílica de cierto alter ego distanciante (tipo La una y la otra de Allio 67) ahora de doble acción revitalizadora y una reencarnación sensual llena de virtuosísticos giros dramáticos con ambivalencia sorprendente; en rigor, una suma de reencarnaciones que habrán de estrellarse contra la irónica eclosión de una nueva Gran Familia Heterodoxa otra vez nuclear aunque ya admisible.
III. La truculencia identitaria. En Un ilustre desconocido (Un illustre inconnu, 2014), intrigante opus 3 del galardonado dramaturgo francés de 44 años Matthieu Delaporte (La jungla 06, El nombre de pila 12), con guión suyo y de su colibretista imprescindible Alexandre de La Patellière, el gris agente inmobiliario patéticamente ajeno a su propia vida Sébastian Nicolas (Mathieu Kassovitz el soberbio cineasta de El odio) descubre sus asombrosas capacidades cosméticas y el placer aventurero al duplicar riesgosamente a uno de sus clientes, pero cuando usurpa la imperiosa personalidad del inabordable violinista misantrópico en retirada llena de culpas Henri de Montalte (el mismo Kassovitz gozándose en un segundo rol guiñolesco) la identificación invasiva es perfecta, al grado de convencer a una antigua amante veneradora del famoso (Marie-Josée Croze), intimar benefactoramente con el hijito ejecutante (Diego Le Martret), provocar el autoahorcamiento del artista, fingir el suicidio propio y numerosas truculencias más: la gran truculencia que flagrantemente apuesta por la verdad fáctica del superelegante artificio seco sobre toda verosimilitud realista y una truculencia que le da 10 vueltas de tuerca a la sublimidad romántica (tipo Carta de una desconocida de Zweig-Ophüls 48); en rigor, una suma de truculencias que habrán de estrellar la parsimonia, las elipsis y la estructura disyuntiva de un thriller retorcido a la antigüita, contra la metafísica de la identidad, el abismo del yo en su vacío acerado.
*FOTO: Fotograma de la cinta El precio de la fama, del director Xavier Beauvoi/Especial.
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