López Velarde y sus amigos los músicos
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La presencia del poeta en un evento podía legitimar la carrera de un joven músico, como ocurrió con Carlos Chávez, quien siempre lo recordó con gratitud
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Crecí reverenciando la figura del poeta. La calle principal de mi juventud lleva su nombre. Y de los viajes al pueblo familiar, recuerdo siempre, a mitad de camino, el paso por su casa natal, que hoy es museo, en Jerez. Varios monumentos y esculturas en su honor siguen siendo parte del paisaje que recuerdo de Zacatecas. Y el instituto de cultura estatal lleva su nombre.
Nunca me pareció raro que se le tuviera en tan alta reputación a pesar del poco tiempo que vivió, pues de mi infancia vienen otros ídolos que también habían vivido apenas los 30 años, y logrado la inmortalidad (uno de ellos un músico muy afín a la poesía, por cierto: Schubert), pero conforme me adentraba en el mundo de quienes han sido mis ídolos más tarde, sí ha llamado siempre mi atención que le tuvieran en tal alta estima y respeto, sí, siendo ellos todavía adolescentes pero él habiendo alcanzado apenas los 30: Novo y Villaurrutia recuerdan con veneración sus clases en San Ildefonso, cómo lo esperaban al salir de ellas y sus intercambios esporádicos en los pasillos, y Carlos Chávez solía relatar el espaldarazo del poeta en sus inicios, además de deberle el “entender que la suma de dos palabras puede ser igual a más que 1 + 1”.
López Velarde, según se lee en su propia prosa, tuvo una cultura musical amplia, y su relación con los músicos de la época fue cercana; la amistad con su paisano Manuel M. Ponce es la más conocida, y quizá de ésta venga la que tuvo cortamente con el propio Chávez, habiendo sido éste discípulo de piano del primero; pero éstas no han sido estudiadas y se limitan al anecdotario que puede uno ir encontrando aquí y allá.
Es una lástima que la musicología nacional no le dé la importancia necesaria a una de las mayores influencias extramusicales, o interdisciplinarias como se dice ahora, que ha tenido la música mexicana del siglo XX. Para mí, que veo en Carlos Chávez el nacimiento de la música del siglo XX en nuestro continente, encuentro en sus escritos y memorias relatadas vez tras vez, el punto de partida.
Lo cito desde Mis amigos poetas (El Colegio Nacional, 1977):
“Once años mayor que yo, resultaba enorme diferencia cuando yo era un jovenzuelo; lo veía con tanta admiración como apocamiento, verlo y estar cerca de él, me ‘chiveaba’ como hoy se dice. Pero la admiración pudo más que la timidez. Era el año 1921 y yo preparaba para el mes de mayo lo que fue mi primer concierto público presentando obras mías. Deseaba yo ardientemente que algunos maestros me avalaran con su presencia. Estaba yo ensayando una de las piezas del programa, mi Sexteto para piano y cuerda, en el Círculo Chihuahuense, situado en la esquina de Bolívar y Uruguay. Un amigo sabía de mis deseos y me dijo, ‘yo voy a llevar a Ramón a uno de tus ensayos’. Una mañana, fines de abril o principios de mayo, a medio ensayo vi entrar a López Velarde al saloncito en que estaba ensayando; paré la ejecución y me dirigí a él; con una emoción paralizadora lo saludé, le dije mi alegría de verlo, y seguí ensayando, porque lo que yo quería era que él oyera mi música. Tomó asiento y escucho en esa actitud, impasible y cortés, muy suya; después de un largo rato se levantó y yo fui hacia él; al despedirse me dijo: ‘Carlos, me alegro de haber venido’. No hizo mayor comentario ni yo lo esperaba; su sola presencia me hizo sentirme orgulloso.”
Como dicen ahora quienes estudian a las audiencias: Chávez necesitaba su público legitimador, y fue nada menos que el Poeta Nacional.
Si bien lo que sigue es la presencia constante por cien años del poeta en la canción fina, o de arte, en los esfuerzos de lo que pudiera ser un lied mexicano (de Blas Galindo a Hilda Paredes, pasando por compositores tan disímbolos como Revueltas, Raúl Lavista, Luis Sandi o Salvador Contreras); y el mismo Chávez, que no era propenso al género, legó de cualquier manera Todo, nada despreciable aportación para voz baja y piano, y la pieza coral Tierra mojada (ambas son de 1932, y fueron publicadas en ediciones bilingües, con traducciones a los poemas de Noel Lindsay, en los Estados Unidos); su influencia, como dije antes, es un manto que lo cubre todo.
Aunque Chávez, en un artículo para El Universal de 1932 dedicado al nacionalismo, mencionara a López Velarde junto a Ponce y Saturnino Herrán como los tres jóvenes cultos que daban el viraje de la producción artística mexicana haciendo florecer una producción con inquietud nacionalista, el crítico José Antonio Alcaraz sintetiza en una entrevista de 1992 que es el poeta “quien le dio al clavo a lo que este país puede ser”, y es con Chávez con quien “hay un equivalente de esa lucidez enorme”, encontrando entre ellos “identidad profunda” y “visión común”.
No podría estar más de acuerdo. Ponce, unos años menos joven que el poeta y el pintor, es en realidad un puente entre el pasado y el futuro, que nace con Chávez… y que lo hace a partir precisamente de las ideas y críticas vertidas por él mismo en estas páginas, con las que construye sus mundo sonoro y visión estética.
No dejo de pensar tampoco en la imagen que impacta a Alcaraz, alumno él mismo del taller de composición de Chávez y que dejó de su propio lápiz dos versiones a El retorno maléfico (una de 1975 para mezzo, narrador e instrumentos de juguete, y otra de 1990 para voz hablada, piano y cuatro instrumentos de percusión), cuando “ya casi al final de su vida, en ese edificio frente a Lincoln Center”, visita a Chávez en Nueva York: “el único libro que vi sobre su piano era el de las obras completas de López Velarde”.
FOTO: López Velarde es una presencia ineludible en el ámbito cultural de Zacatecas./ Obra del escultura Carlos Espino/ Secretaría de Turismo-Zacatecas
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