Lorenzo Vigas y la telemaquia infernal

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Un niño encontrará en un traficante de trabajadores, con quien comenzará una relación filial de abuso y crimen, la imagen de su padre difunto

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En La caja (Venezuela-EU-México, 2021), acerbo film 3 del biólogo molecular y productor meridense venezolano de 54 años Lorenzo Vigas (Desde allá 15 y el admirativo retrato docuficcional de su propio padre El vendedor de orquídeas 16), con guion suyo y de la argenmex Paula Markovitch y la uruguaya Laura Santullo, el adusto treceañero estudiante de segundo de secundaria Hatzin Leyva (un no-profesional Hatzin Navarrete de excepcional sobriedad) viaja en tren hasta la lejana mina en el norteño desierto chihuahuense para recoger en una caja de acero los restos de su progenitor Esteban muerto en un desastre colectivo (aunque para él ya afectivamente difunto desde tiempo atrás), pero al cruzar en autobús por otro pueblo cree reconocer a su padre en el delictuoso enganchador-proveedor masivo de trabajadores migratorios para maquiladoras Mario Enderle (Hernán Mendoza recio grandulón desconcertado), quien intenta disuadirlo de su error, lo rechaza de cariñosa o enérgica manera durante varios días y acaba cediendo a su insistencia, lo adopta como un nuevo e íntimo aprendiz, lo aloja en casa junto a su esposa embarazada (Cristina Zulueta), le enseña su oficio vil cada vez más próspero, a mentir y a librarse criminalmente de los infelices migrantes “que no quieren ser ayudados”, como cierta protestataria Laura Morales (Dulce Alexa Alfaro) que debe ser ejecutada, ir a dar a una fosa clandestina y convertir en típica buscadora de familiares desaparecidos a su vieja madre anónima (Graciela Beltrán), quien ha sido informada de subrepticio modo telefónico sobre el paradero de su hija por ese precoz Hatzin cuyos contradictorios asomos de rebeldía contra su presunto padre Mario (paradójicamente ya asumido como tal) incluyen también la sumisión a su figura y el acuchillamiento nocturno de la molesta mujer en un callejón, hasta que un día el chavo huye instintivamente del abusivo padre-patrón bajo una letal tormenta de nieve y debe ser rescatado a punto de congelación, víctima de una inusitada, absurda y extrema telemaquia infernal.

 

 

La telemaquia infernal oscila visualmente entre los pulsionales planos cerradísimos sobre el rostro enfurruñado del silencioso chavo paranoide Hatzin y los desolados planos abiertos que elevan a verdadero protagonista vibrátil del relato a la aridez del paisaje, sin nada en medio, según la genial fotografía latente/virulenta del chileno Sergio Armstrong (el aliado indispensable de su paisano Larraín en Tony Manero 08 o El club 15), cual máximas astucias formales y causas/efectos límite de una estética de la imagen-alusión, donde todo se alude y apenas se muestra o permite que se hable de ello (a lo Zama de Martel 17), donde la función del diseñador sonoro Waldir Xavier (gimoteos, murmullos, crujidos) cobra tanta importancia como la distendida edición hiperelíptica de Pablo Barbieri Carrera e Isabela Monteiro de Castro, el exacto diseño de producción de Gabriela Schneider, esas filas de suplicantes de restos o de trabajo ante edificaciones o casetas que parecen siempre improvisadas, la escasez de diálogos-iceberg (“Ten para que te regreses a tu casa, no te metas en pedos”// “Al final lo único que queda es la familia”// “Sostenla un momento, es tu hermanita”) o el irónico postalmodovariano uso de la canción “Escándalo” de Javier Solís en los únicos momentos musicalizados del denso pero diluido metraje.

 

 

La telemaquia infernal concede la mayor atención a la ambigüedad de la relación padre/hijo, a sondear y especular a saltos y asaltos sobre la trascendencia de la metafísica del hijo putativo, pero siempre desde el cráneo y la conciencia del lamentable chavo desamparado, su crecimiento múltiple sólo atisbado oblicua e indirectamente para romper con los lugares comunes de moda de los películas del género coming of age, pues aquí se enfrentan el culto beato al padre (relegando a una preocupada abuela al capricho de un mendaz hilo telefónico) con el proceso de envilecimiento, los maquinales discursos racistas antichinos del analfabeta asistente Richi (Elián González) y los delirios de Mario por montar su propia maquiladora en un jacalón aún vacío, los asesinos turnos maquiladores de 12 horas (prolongables a 14 “por compensación”) y la alevosa culpa patronal transferida a un crimen organizado en la abstracción pura (“Pinches narcos”), la revuelta moral y la caída en el averno anímica y materialmente compartido.

 

 

La telemaquia infernal va urdiendo así toda su impactante, sorda y mínima tragedia, sin tremebundismo alguno, en torno a esa ambigua relación padre/hijo un tanto real, un tanto imaginaria, un poco gay (como la del chavo prostituido y su cliente excéntrico en Desde allá), un poco idealizadora/desidealizadora paterna (como la de El vendedor de orquídeas), un tenso nexo a final de cuentas basado en la explotación mutua a través de la asunción/sometimiento de la figura del padre (“Me acuerdo te ti cuando te meabas encima de mí”) y la abyección necesaria de la aspiracionista figura del hijo, todo ello al interior de un contexto de explotación tan solapada e indomeñable cuanto inicua, un fusión de voluntades tan forzada cuan compleja e inconexa, una enigmática y jamás resuelta ligazón derivativa de cualquier educación sentimental que pase por un seco humor negro y por la imitación del aprovechado sobrino (Kristyan Ferrer) del sacrificable sicario a la fuerza Benny (Damián Alcázar) en El infierno (Estrada 10), un vínculo tan sutil y delicado cuan nefasto e impostor como esa insostenible caja metálica con los restos paternos recién exhumados que se recibía mediante engorroso papeleo al principio y se devuelve cual equivocación semanas después y volvía a solicitarse hacia al final.

 

Y la telemaquia infernal termina sublimando la maldita caja que debe abrazarse en retirada, a un tiempo signo conclusivo, flor testimonial de la temporada en el paraíso de Coleridge y gélida capilla ardiente por partida doble, portátil, reveladora e infamante.

 

https://www.youtube.com/watch?v=CWmLmNuL5R4

 

FOTO: La caja recibió excelentes críticas en el Festival de Cine de Venecia/ Especial

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