Los animales en el Antropoceno

Sep 24 • Reflexiones • 1374 Views • No hay comentarios en Los animales en el Antropoceno

 

Clásicos y comerciales

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
Cuando me fastidian mis obsesiones ideológicas y críticas, recurro a cierto azar y recojo entre las novedades aquellas que, en circunstancias más vehementes, no leería. En esta ocasión pongo sobre la mesa dos libros de prosas breves. Uno, de cuentos, de Dorthe Nors (Herning, 1970) y otro, de “varia invención”, como la llamaría Juan José Arreola, de Laura Sofía Rivero (1993), nacida en la Ciudad de México. Golpe de kárate (Anagrama, 2022) y la Enciclopedia de las artes cotidianas (Moledro, 2022), parecen tener poco en común, desde la diferencia de edad entre las autoras (Nors podría ser madre de Rivero) hasta el rigor tradicional del cuento en la danesa, a diferencia de las muy latinoamericanas “contingencias” ensayísticas de la mexicana. Y, sin embargo, confluyen en mí (o en cualquier otro lector que las leyera una tras otra), y de allí sopla —no me engaño— el aire de familia brindado por la época.

 

Aunque su universo parezca aburrido, a Nors le interesa lo excepcional y lo estrambótico. Y, a diferencia de otros autores nórdicos contemporáneos —al menos en Golpe de kárate—, no se complace en ocultar el Mal tras el curso regular y normativo de sociedades donde no debería pasar nada. Matar a un perro cazador de un “tiro limpio” debido a una dolencia incurable; un budista que abandona la alta burocracia porque quiere cambiar el mundo mediante un ejercicio contraproducente de la bondad o un amor neoyorkino ocurrido ante la aparición de un tomate gigante, son los asuntos a leer en algunos de sus cuentos.

 

La prosa de Nors es predeciblemente seca, aunque no avara y tiende a la meditación ensayística, lo cual la acerca a Rivero, quien podría firmar una afirmación de la siguiente naturaleza en Golpe de kárate: “La persona viene al mundo con la capacidad innata de intentar agarrar las cosas del mundo. Así es como el recién nacido agarra confiado cualquier dedo que se le acerque, porque el niño quiere vivir y, para poder vivir, tiene que ensuciarse las manos”.

 

Ese mundo, a fuerza de ser aséptico, asume su condición impersonal, lo cual sería imposible para Rivero. Ella da comienzo a su libro con una vindicación de “El derecho a la miscelánea”, en el siguiente tenor: “Mi remanso es la pedacería, los confabularios, la disparidad de Montaigne, el cascajo de Torri, las disgresiones de Symborska”. Esa declaración de intenciones por parte de Rivero me recordó que esa literatura, llamada “fragmentaria” en mi juventud, dio lugar entonces a una disputa en las páginas de Proceso, entre el llorado Luis Ignacio Helguera (otro adalid de la brevedad) y yo, sobre si Fabio Morábito se parecía o no a Francis Ponge (1899-1988), poeta de las cosas.

 

La miscelánea es, al menos, tan vieja como los poemas en prosa de Baudelaire y de allí le llega directo a un Arreola; no la veo amenazada o al menos tan amenazada como cualquier otra forma literaria y en cualquier caso la Enciclopedia de las artes cotidianas (el título es malo: una miscelánea no es enciclopédica y ésta no necesita del apellido, tan manido, de lo cotidiano) es una prueba de su vitalidad y vigencia en español. No me gustaron los primeros textos de Rivero: encontré banales sus descripciones del taller literario (de prosapia arreoliana, otra vez) y de las presentaciones de libros, traídas a México en los años 70 por los teóricos sociales de América del sur, exiliados ávidos de pelearse entre ellos frente al solidario público académico local. Más interesante me pareció “Penélope posmoderna: sobre el amor y la comunicación”, donde Rivero diserta sobre la compulsiva trasmisión de mensajes inmediatos característica de nuestra época, que será conocida como la del Teléfono Inteligente y la nostalgia prestada de la autora por el arte de la correspondencia amorosa, revivida durante los lustros del correo electrónico, medio en extinción.

 

Estaba yo por abandonar la Enciclopedia de las artes cotidianas, convencido de que redactar con distinción (Rivero lo hace) no es exactamente lo mismo que escribir muy bien, condenando a mis lectores a otra reseña sobre Walter Benjamin, hasta que leí “Chapter four: vestir el traje de otra lengua”, y me interesó esa reflexión sobre el aprendizaje de las lenguas extranjeras, uno de mis queridos tormentos pues empezar a hablarlas es, como dice Rivero, convertirse en “un remedo” de uno mismo. Siguen los roomies y los vecinos en esta miscelánea hasta llegar a “Postales sobre los viajes”, una notable variación al estilo de las suscitadas debido a que Ramón López Velarde nunca conoció el mar.

 

Como Rivero, también Nors me fue convenciendo. Mientras que la primera, en los términos de la danesa, accede a “ensuciarse” las manos, Golpe de kárate termina con un cuento bien logrado, “El mar de Frisia”, una estampa lírica que traducida a mi muy débil memoria pictórica sería un “paisaje expresionista”, definición un tanto antagónica en sus términos, cuyo personaje central es la Angustia del Mundo, según Nors, fantasma que escapa a la mente, más concreta, de la mexicana.

 

Si hay un pasajero Zeitgeist capaz de poner en relación a Nors y a Rivero, está en las mascotas, los animales ornamentales o limítrofes y los parques zoológicos. Del ecologismo, convertido en una asignatura cívica, hemos pasado al animalismo y a los veganos, por definición radicales; ha llegado tan lejos la civilización occidental en su ansiedad gnóstica de dominar al planeta que hasta la cadena alimentaria ha sido puesta a discusión en una edad geológica que calificamos, sin rubor, como el Antropoceno. Para los seres vivos no humanos, desde aquellos que alimentan inmemorialmente al carnívoro homo sapiens, hasta los árboles, se reclaman derechos. No es que en Golpe de kárate o en la Enciclopedia de las artes cotidianas se clame por esa lucha, sino que a ambas escritoras las une la simbología del animal. En Nors, un patito es rostizado por un infante y una vaca la remite a la Segunda Guerra. También para Rivero las bestias son una ayuda para la memoria, como en su canónica visita al jardín zoológico o en su excelente “Helenismo pet friendly” sobre los perros, los gatos y Diógenes.

 

La garza, olorosa a ácaros, es el testigo del tiempo para Nors, mientras que en Rivero, es la ardilla, “en el umbral de los animales”, una “salvaje intrépida del bosque pero también pelusa de la urbe” rondando la civilización. Las pasiones amorosas están presentes, también, en este par de libros, pero me figuro que las escritoras necesitan de lo animalesco, ya sea como penate o actuando como nahual, fastidiadas, en sus páginas, con la muy humana terapéutica del trabajo oficinesco o con la torturante búsqueda de opciones múltiples al teléfono a la hora de cancelar un servicio.

 

Entre las lecturas de Rivero, me imagino, debe estar el epistemólogo Gaston Bachelard, lector ejemplar de poesía. Asentiría él ante el siguiente párrafo de la Enciclopedia de las artes cotidianas, afín al espíritu de La llama de una vela (1975), del barbiblanco sabio: “La vela es siempre una amenaza que se beneficia de los tres estados físicos al mismo tiempo: su peligro es sólido, líquido y gaseoso” porque “la llama nunca nace, la llama es parasitaria de otra llama, de otro fuego…”

 

FOTO: Laura Sofía Rivero es también autora de Tomografía de lo ínfimo (FOEM, 2018)/ Alejandro Arras

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