Los chamucos llegaron con ojos bien abiertos y sonríen, quieren jugar
La exposición fotográfica de Adolfo Pérez Butrón se aproxima a los danzantes enmascarados de Oaxaca, un ritual que evoca a la otredad
POR VALERIA MATOS
Llegaron los chamucos de piel rojiza, blanca, azulada y cobriza, aunque no siempre de madera es el rostro, de pronto este último puede ser lienzo. Cencerros anuncian saltos, bailoteos, juego (bruscos de vez en vez, como los de machos cabríos). Uno a uno, los diablos cruzaron el umbral en tierra dejando tras de sí huellas de barro, agua y carbón. No fue únicamente en el carnaval donde Adolfo Pérez Butrón se encontró con ellos, ni fue durante el ritual de la danza donde sus miradas se entrelazaron en esa intersubjetividad a través del retrato fotográfico: mirar, ser mirado, una comunicación emocional, una comunión creativa resultado de la intimidad con el diablo. Así, los chamucos, seres de la mitología local1, aceptaron la invitación de Adolfo para ser retratados. Se trasladaron a un espacio alterno, en blanco, un estudio ambulante improvisado por el artista en San Martín Tilcajete, Oaxaca. Llegaron como corresponde a una fiesta, con los cuernos adornados (unos curvos hacia dentro, otros con estructura de rayo).
Son invariablemente varones, habitantes de San Martín, quienes se tornan en diablos portando las máscaras y vestimentas con materiales diversos, desde madera y fibras hasta cintas de casete a manera de cabelleras magnéticas y alborotadas. ¿Por qué les resulta a estos hombres tan necesaria tal transformación? ¿Qué motiva su arte, esfuerzo e imaginación? Alessandro Questa y Johannes Neurath en Rostros de otros mundos se refieren a la máscara como parte de una tecnología otra, la cual se activa para condensar cuerpos e identidades, pues es “(…) herramienta, reliquia y rostro; un componente activo sólo si une a un cuerpo humano.” Estos antropólogos dudan que los danzantes enmascarados sean solamente personajes, proponiendo, en cambio, que son seres compuestos “(…) máscaras y enmascarados, espíritus y animales, se ensamblan temporalmente para actuar en el mundo”. Después de dormir por largas temporadas, los diablillos cobran fuerza en amalgama con la carne, ejecutarán su voluntad indomable y, a veces, se darán tiempo para permanecer frente a la cámara. ¿Qué pensarán los hombres-chamucos, los niños-chamucos? Sus ojos centelleantes se asoman curiosos como mirando hacia dentro de la cabeza del mismo fotógrafo, rondan sus ideas y desmantelan cualquier concepción, cualquier hegemonía, para lanzarlas por los aires esquivando fuegos, serpientes y otros entes irreconocibles… A veces, la alteridad terrible se presenta lúdica aun cuando hay una lente de por medio.
El estudio ambulante tiene lugar para todos. Los diablos abren paso a los futuros cónyuges. Son varones quienes se visten de novios y novias; puede ocurrir que la madre maquille y transforme a su muchacho en una novia cubierta con crinolinas, vestidos de cola, velos con encaje, ramos de flores blancas, tocados decorando las pelucas onduladas. Las damas del cortejo nupcial y suegras, varones caracterizados, no tardan en unirse a la ceremonia, igual que los músicos y el mismísimo cura en personaje de mente ingeniosa un tanto viperina. Las carcajadas, parte vital del momento.
Pasiones protagonistas, listas para manifestarse sin freno.
Las fotos de aquel encuentro conformaron el libro Chamucos. Carnaval de San Martín Tilcajete, Oaxaca en el 2014; años después se expusieron en el Museo de los Pintores Oaxaqueños (Oaxaca), cuya inauguración fue el pasado 3 de febrero.
En dicha exposición, distanciado de la fotografía documental convencional, el artista creó además universos diferentes: imágenes que evocan bailes en redondel, mandalas donde habitan los diablos, quienes desperdigan en cada giro colores intensos, chocan y se enredan entre sí. Círculos danzantes nos alejan del fetiche, también de la otredad. Nos volvemos como espectadores parte de su movimiento, mientras un listón púrpura escapa en río con dirección a algo que sólo puede ser sagrado.
El trabajo de Pérez Butrón, exhibido tanto individual como colectivamente en territorio nacional e internacional (por ejemplo en el Museo de Arte Moderno, Museo Palacio de Bellas Artes, The National Gallery en Bangkok) oscila entre el retrato contemporáneo de personalidades relevantes en la música (Madonna incluida), modelos, artistas pertenecientes a rubros variopintos, intelectuales y diversas expresiones culturales dentro del terreno social, tal como lo respalda su libro Invocaciones (en éste, la imagen fue guiada por la poderosa veneración popular a la Virgen de Guadalupe).
Adolfo Pérez Butrón ha ejercido la disidencia estética durante una amplia exploración artística. Su más reciente obra prioriza al cuerpo masculino lejos de las imposiciones canónicas blancas aprisionadas por la masculinidad dictatorial, y sí como vehículo expresivo de estados anímicos insertos en culturas particulares, comprometido con una cocreación entre él y aquel a quien retrata.
Imagine el sonido de la agitación de guajes, las carcajadas, lenguas de fuera larguísimas, mojadas, que salen de bocas chimuelas.
¡Que vivan los recién casados…! Los diablos quieren jugar y nadie logra negarse.
Nota 1: Alessandro Questa y Johannes Neurath. 2018. “Rostros de otros mundos” en Máscaras. Rostros de la alteridad, No. 128, México, Artes de México, pp.9-18.Gracias al doctor Questa, quien fue generoso no sólo con su tiempo y sus comentarios puntuales al leer e intervenir este escrito antes de su publicación, sino también con el conocimiento, con el cual ha estado comprometido desde hace años.
FOTO: La muestra se exhibe en el Museo de los Pintores Oaxaqueños. Crédito de imagen: Adolfo Pérez Butrón
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