Los cuartetos de cuerda de Mario Lavista
POR LUIS PÉREZ SANTOJA
En 2011 se editó en Londres, un disco de la mayor trascendencia y que debió recibir la mayor cobertura y proyección de nuestros medios culturales: la edición integral de Los seis cuartetos de cuerda de Mario Lavista (TOCCATA CLASSICS).
Considerando su importancia actual como compositor, así como su labor como maestro de varias generaciones y difusor de la música, es insoslayable destacar la publicación.
El cuarteto de cuerdas fue, a partir de Mozart y Haydn, el género por excelencia de la música de cámara y pronto, fue la forma personal de expresar su mundo interior para muchos compositores. Creadores como Beethoven, Bartók,
Shostakovich y Milhaud, escribieron una abundante cantidad de cuartetos, que son lo más trascendente de su obra.
Aun quien componía uno o pocos cuartetos, vertía en ellos sus ideas más profundas. En México, nuestros más grandes compositores también dedicaron varias obras al género: Chávez y Revueltas, cuatro cuartetos cada uno; Manuel Enríquez escribió cinco y Mario Lavista reúne en un disco sus seis cuartetos, altamente representativos de su desarrollo creativo.
Testigo y producto simultáneo del pensamiento de cada autor, estas obras se esparcen a lo largo de los años. Lavista no es la excepción. Excepto dos de ellos, que han merecido alguna grabación e interpretaciones anteriores, sus cuartetos eran casi desconocidos en México e incluso alguno de ellos permanecía inédito.
Desde la relativa aleatoriedad del Cuarteto No. 1, Diacronía, en el que el autor deja la duración a la libre determinación de los músicos, hasta la depurada “sencillez” de los dos últimos cuartetos, con sus numerosas secciones referenciales de formas e invenciones del barroco o más antiguas, todos estos cuartetos son hijos de su momento de vida y el producto de una madurez de pensamiento y de interacción intelectual únicos en nuestro medio.
La obra maestra del género y, tal vez de su obra total, sigue siendo Reflejos de la noche, en la que se advirtió un cambio conceptual de gran importancia para su obra posterior: su interés absoluto en las posibilidades tímbricas y técnicas del instrumento como punto de partida.
Desde entonces, Lavista escribe casi todo con la colaboración de un instrumentista involucrado en la obra. El Cuarteto No. 2 recurre al inusitado recurso de estar escrita ¡toda la obra! para los armónicos de los cuatro instrumentos; eso propicia la etérea y misteriosa sonoridad que nos atrapa, esas voces que parecen penetrar la textura sonora, densa pero transparente, los “ruidos de la noche” y los reflejos en “sus espejos de sonidos”, como evoca Villaurrutia. Ya de por sí los armónicos –dice el autor- son reflejos de los sonidos reales.
El Cuarteto No. 3, Música para mi vecino, a pesar de su lúdico y prosaico subtítulo está inspirado en procedimientos de las misas medievales y renacentistas, pero con recursos modernos como la polirrítmia y el uso de las cuerdas abiertas. El carácter es arcaico, el espíritu es vanguardista.
El Cuarto Cuarteto, Sinfonías, es uno de los más significativos de la serie; música trascendental en el más amplio sentido: una reflexiva música de despedida, encargada por una mecenas para acompañar a su propia alma en su trascendencia al Hades. Lavista parte, una vez más, de la más antigua polifonía medieval para, cual mágico Caronte, regresar a desarrollar una obra personalísima, como si asumiera propio el ritual funerario, con sutiles evocaciones de su propia música que llegan desde una vaga lejanía.
Sobra mencionar que, con excepción de uno de ellos, escrito por encargo del Kronos Quartet, los otros cuartetos fueron escritos con el contubernio creativo del Cuarteto Latinoamericano, responsables del estreno y de la grabación. El resultado final es fruto de la iluminación, en pleno esplendor creativo, de Mario Lavista.
FOTOGRAFÍA: El compositor mexicano Mario Lavista durante una charla/Ariel Ojeda/EL UNIVERSAL.