Los de abajo: historia de una voz crítica

Jul 23 • Conexiones, destacamos, principales • 23688 Views • No hay comentarios en Los de abajo: historia de una voz crítica

POR YANET AGUILAR SOSA

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Mariano Azuela (1873-1952) es mucho más que Los de abajo, pero sin duda Los de Abajo es lo que es por Mariano Azuela. Esa simbiosis entre un escritor positivista y una novela innovadora tiene ya un estudio crítico muy puntual y revelador en la edición conmemorativa realizada por Víctor Díaz Arciniega para el Fondo de Cultura Económica, en la que el investigador y académico evidencia elementos que antes nadie había resaltado.

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Aunque muchos aseguran que esta novela que hace unos meses cumplió el centenario de su primera edición, desde que se publicó por entregas en el periódico El Paso del Norte, en 1915, es el libro sobre la Revolución Mexicana por excelencia, Díaz Arciniega demuestra que, aunque se asegura que en Los de abajo está la Convención de Aguascalientes, no está; como tampoco está Pancho Villa, ni la batalla de Zacatecas. “Lo que está es la versión de Villa, pero no está Villa, está la invitación para ir a Aguascalientes, pero no está Aguascalientes. Entonces dije: ‘cuando yo estudié la historia de México con una novela ¿qué estaba estudiando? Ese es un fenómeno cultural que resumo: Azuela es la Revolución, la Revolución es Azuela, ¿dónde está la rayita? No sabemos. Ya después vino el uso ideológico de que Azuela es la Revolución hecha gobierno”, afirma Díaz Arciniega.

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En entrevista, el investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana asegura que en Los de abajo no es tampoco sólo la historia de amor en plena Revolución Mexicana, porque en realidad lo que él señala es que en la novela Mariano Azuela nos muestra los valores íntimos del ser humano.

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“Han pasado cien años y no nos habíamos dado cuenta. Lo que en realidad hace Azuela, y esa es una de sus grandes virtudes, es mostrarnos los valores íntimos de las personas. ‘La pintada’ saca la daga y apuñala a Camila enfrente de todos y Demetrio dice: ‘atrápenla, mátenla’, ¿y qué hace ‘La pintada’?, toma el puñal y se lo entrega a Demetrio y le dice: ‘mátame tú’. ¿Qué estamos viendo ahí? Toda una historia de pasiones humanas, cursis, amorosas, viejas, tradicionales pero que revelan la condición humana de Demetrio, de Camila, del Güero Margarito, de esos hombres de la guerra, pero en estado trastornado”, afirma Díaz Arciniega.

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A esa relevación del tratamiento de Mariano Azuela en torno los valores humanos, Díaz Arciniega le dedica dos capítulos de su estudio introductorio. “Si Azuela está fuera de sí en el sentido estricto, como todos los soldados, obviamente está retratando a los que están fuera de sí por la condición de guerra”. Y agrega que el novelista jalisciense lo logró porque fue un lector apasionadísimo de escritores como Émile Zola y naturalmente de Honorato de Balzac.

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Fue un médico que se formó en el más estricto positivismo. Nació en 1873, cuando el positivismo apenas estaba consolidándose, llega a la universidad a mediados de los 80 cuando el positivismo ya está en pleno, entonces Azuela es un hijo legítimo, natural del positivismo, y además es médico”.

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Víctor Díaz Arciniega, también autor de Mariano Azuela, retrato de viva voz en coautoría con Adriana López Téllez, asegura que Mariano Azuela escribió ocho novelas antes de 1915, es decir, antes de Los de abajo, pero entre esas y su obra cumbre hay diferencias tremendas.

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“En sus anteriores novelas, uno: hay un narrador omnisciente, el que sabe todo, el que dice todo, el que desde arriba, como un Dios, nos explica nuestras emociones, sentimientos y acciones, pero llega Los de Abajo y no hay narrador omnisciente. Dos: hay un hilo conductor con un criterio demostrativo: ‘si se hace esto, ocurre aquello’, pero llegamos a Los de abajo y ese criterio demostrativo no está. Ahí empiezan las innovaciones. Tres: aquí hay argumento pero ¿dónde está?, ¿cuál es el hilo conductor? Dicen fácil: ‘ah, pues la historia de amor’, otros dicen ‘no, no, no, es la guerra’. Otros refutan ‘en la guerra se da la historia de amor’ y yo digo ‘no, esa historia de amor se da porque está la guerra’. ¿Qué es primero: la guerra o la historia de amor? No nos damos cuenta y decimos la historia de amor es patética pero lo que permite la historia de amor es admirable. Otra vez”, afirma Díaz Arciniega.

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Las virtudes de Azuela

A cien años de la publicación de Los de abajo, obra fundamental en la educación media y media superior para enseñar la Revolución Mexicana, Víctor Díaz Arciniega planteó una revisión ambiciosa, escrupulosa, puntual a la novela que tuvo su primera edición en formato de libro en 1916.

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Desde el punto de vista editorial, Díaz Arciniega dice que la novela por entregas de 1915 es mala porque los tipógrafos y las condiciones laborales eran deficientes, era gente que hablaba en inglés y se editó en español con muchas limitaciones. Sin embargo, asegura que esa versión tanto en libro como en periódico tiene una cualidad: es producto de un arrebato intensivo muy fuerte, es una versión catártica y como tal es una novela que está llena de pulsiones intensivas, duras. “Esa cualidad vital, de una pasión totalmente descontrolada está ahí, es lo que le da fuerza, una fuerza intensa”.

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Ya luego vendría la edición de 1920. En ese lapso Azuela publicó tres novelas, un cuento y sobre todo dejó pasar el tiempo. “Cuatro años después Azuela volvió a Los de abajo con nuevos ojos, con otro estado de ánimo, con una frialdad enorme, con un sentido estético nítido, perfecto y ya sin consideraciones de la gente, de la guerra, de eso que está convulsionado”.

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Ya sin esa crisis interior dice Díaz Arciniega que Azuela retomó la novela como lo que es, novela, literatura. Ya no era la catarsis pura, ya no era el fluir de las vivencias, ahora estaba filtrada por la inteligencia que arregla, corrige, quita de aquí, pone allá, reacomoda las piezas, integra nuevos elementos y es cuando escribe la tercera parte.

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“Retoma esa tercera parte pero con una enorme habilidad técnica, mantiene el inicio y el final de la tercera parte e incorpora nuevos segmentos con un nuevo personaje que es fundamental para darle equilibro a cada una de las tres partes de la novela. Es la voz crítica, es la revolución vista con cierta distancia. Es lo que en el teatro clásico español del Siglo de Oro cumplía la función del gracioso. No es el bufón del teatro francés, es el gracioso, es la conciencia que está cerca de la autoridad, del rey, del príncipe y le dice: ‘cuidado’. Ese es el personaje final, ‘El loco’ Valderrama”, apunta el investigador.

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Para llegar a esta mirada crítica, Díaz Arciniega revisó todas las ediciones de la obra para recuperar el lenguaje original que usó Azuela y que se fue transformando con el paso del tiempo y las ediciones.

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“Es un trabajo de un investigador, al estar cotejando la una y la otra y las terceras ediciones y viendo el proceso de transformación del lenguaje de 1925 a 1958, observando cómo manejan la puntuación en una edición y otra edición, cómo van corrigiendo, como van cambiando las palabras, me di cuenta que esto tenía un criterio de los correctores, ¿cuántos pasaron por allí?, pues por lo menos una media docena de correctores, el último fue Alí Chumacero para la edición de 1958”.

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En esa búsqueda se encontró con la puntuación. “Yo estuve viendo la que sí está bien hecha no por criterio académico, sino por criterio de oído, atendí ese criterio y me di cuenta que Alí Chumacero atendió también ese criterio, porque tenía la sensibilidad de este tipo de prosa, y unificó el estilo de puntuación perfecto. Conservé la puntuación de Alí Chumacero y conservé el lenguaje, las palabras de Mariano Azuela de 1920. Esa combinación hace que la versión que estamos presentando esté con todo el espíritu del realismo literario que quería Alfonso Reyes, pero con todo el rigor de la puntuación que acentúa en el sentido neto, este ritmo aural”.

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Díaz Arciniega celebra la obsesión de Mariano Azuela con el tiempo en las tres partes de la novela: es realmente obsesivo, una y otra vez vuelve al tiempo. Pero es en la tercera parte de la historia, en la que se enfoca con ahínco el investigador porque desmenuza y analiza la cualidad estética y la cualidad literaria de la novela.

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“Esta novela se hizo popular en 1925 y desde entonces se han escrito cientos de estudios sobre Azuela, desde libros, monografías de todo tipo, incluida esa edición crítica que se publicó. Pero en ninguno de esos trabajos nadie se mete en el estudio formal, en las características formales de la estructura dramática, la estructura de los contextos, la importancia de los segmentos, la articulación de esas piezas sueltas que integra un mosaico; las voces anónimas, para saber de dónde vienen, cómo las manipuló y articuló porque ese era el espíritu que Azuela reconoce: ‘yo era como un reporter, iba tomando las notas al vuelo, las que oía y las que y percibía’. Eso nadie lo había visto pero todos vieron a Villa, vieron a la Revolución, la historia de México contenida en Los de abajo”.

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Esa fue la vocación de Víctor Díaz Arciniega al emprender esta edición crítica. Hacer un estudio muy puntual de su conciencia de lector de Azuela y académico. Así logro una edición que aunque tiene un estudio introductorio con todo rigor, está escrito con un lenguaje muy claro.

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“Tuve mucho cuidado con el tipo de lenguaje de mi estudio porque no quiero hacer una cosa técnica de especialistas, quiero hacer algo para un lector medio, de prepa, eventualmente secundaria, aunque con un gesto sí al lector especializado con las notas de pie de página, que son explicativas y descriptivas, con referencias técnicas, eruditas, pero sin agobiar; es un estudio técnico pero escrito con un lenguaje más comedido”, dice.

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Lo que logró es una cuidada edición conmemorativa de Los de abajo, con un estudio introductorio puntual, una recuperación de la edición de 1920, incluso es casi el mismo formato, aunque también muy parecida al libro de 1916; a la edición de 1927, de España, en la que se usaron las ilustraciones de Gabriel García Maroto.

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“Es pues un triple rescate, porque las ilustraciones son mucho mejores por las técnicas de impresión. Se lustra, se pule y se da esplendor a las ilustraciones”, se ríe Víctor Díaz Arciniega, quien orgulloso concluye: “Con esto se suman ya las tres únicas ediciones viejas que tienen ilustraciones: España primero, Estados Unidos con Beltrán y José Clemente Orozco y la frustrada de Diego Rivera, que iba a hacer la SEP en 1929. Las tres del FCE”.

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ILUSTRACIÓN:  Ilustración de Andrés Audiffred, publicada el 22 de enero de 1925 en El Universal Ilustrado. /  Archivo EL UNIVERSAL.

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