Los diamantes del Rey Sol
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Las descripciones que Jean Baptiste Tavernier, el célebre comerciante de joyas, dejó en sus memorias, junto con ilustraciones de la época, han permitido a un grupo de especialistas crear réplicas de los diamantes que Luis XIV coleccionó durante su reinado. Un joyero y un profesor de minerología hablan de este proyecto que busca revivir parte de esa colección que quedó dispersa durante la hecatombe de la Revolución Francesa
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POR INGRID DE ARMAS
Luis XIV, artífice del castillo de Versalles, no sólo era un apasionado de su palacio, del esplendor de sus fuentes y jardines, sino que también adoraba los diamantes. Para el soberano francés, la transparencia, la luminosidad y los múltiples destellos de las piedras preciosas, gracias a tallas magistrales, las convertían en obras de arte. Pero también en instrumentos de poder. De allí el éxito de Jean Baptiste Tavernier (1605-1689), comerciante de mercancías de gran lujo, a su llegada a la corte en 1668, proveniente de los lejanos y exóticos reinos de las Indias Orientales. De sus bultos de tafetanes, terciopelos y muselinas de seda, del fondo de fardos de alfombras y curiosidades diversas, extrajo cientos de diamantes de Golconda, los más bellos vistos hasta ese entonces en Francia. Tavernier, ataviado con suntuosos trajes de Oriente, sedujo al rey y a los cortesanos con sus mercaderías fabulosas. El marchante no se equivocó. El monarca sucumbió a la fascinación de las gemas, que para la época se extraían de las minas del Gran Mongol, en la India imperial. Luis XIV adquirió más de mil diamantes, casi por un valor de 900 mil libras de la época, no lejos del doble de lo que invirtió en la construcción y decoración de la galería de los espejos en Versalles (500 mil libras).
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Tras la Revolución Francesa, el tesoro real desapareció en el saqueo de 1792. Si bien las autoridades recuperaron la mayoría de las joyas, una parte del botín pasó las fronteras. Mucho más tarde, en el siglo XIX, el gobierno decidió vender en subasta las que quedaban, a fin de obtener fondos para su administración y sin duda para deshacerse de uno de los símbolos de la realeza. Los diamantes de Tavernier se dispersaron por todo el mundo y las tallas posteriores los transformaron al punto de ser irreconocibles. Hasta ahora se ha pensado que sólo un diamante azul, de más de 115 carates, denominado “el azul de Francia”, se salvó de la hecatombe. De las gemas quedaron trazas en uno que otro cuadro, en un inventario del joyero del rey, Jean Pittan el Joven, y en una estampa de Abraham Bosse (1602-1676), minuciosamente detallada, hecha en escala real, incluida en las memorias de los viajes de Tavernier./
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De las fuentes históricas a la reconstitución de los diamantes
La Escuela de Artes de la Joyería de París, patrocinada por la casa Van Cleef & Arpels, plaza Vendôme, y el Museo Nacional de Historia Natural francés presentan una reproducción de los veinte diamantes más bellos de Luis XIV, recreados con total fidelidad. En el proyecto participaron expertos en mineralogía, gemología y talla de piedras preciosas de Francia, Canadá y Estados Unidos. Se produjeron dos estuches con las réplicas para integrarlos a las colecciones permanentes de la Escuela y del Museo.
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François Farges, profesor de mineralogía del Museo Nacional de Historia Natural, capitaneó la investigación de fuentes de todo tipo, indispensable para reproducir las gemas. En una larga conversación, Farges nos proporcionó una amplia información sobre su trabajo: “Partimos del dibujo de Abraham Bosse, un naturalista que trabajó para el Museo Nacional de Historia Natural, y cuyas ilustraciones eran no sólo artísticas sino también realistas. En las ilustraciones de los diamantes se puede ver bien. Los presenta en tres perspectivas diferentes, así que disponemos de todas las dimensiones y las facetas: tenemos el espesor, el ancho y la altura. A partir de ello, hicimos modelos en 3D, respetando las ilustraciones, en razón de que Abraham Bosse hacía grabados que reproducían fielmente la realidad. Es el gran genio del grabado del siglo XVII en Francia. Nos dimos cuenta de que todos los dibujos de los diamantes estaban hechos a escala porque el peso de cada uno era compatible con su tamaño. Luego transferimos los modelos en 3D a un maestro tallador canadiense, Patrick Dubuc, campeón en América del Norte de la precisión en la talla de piedras preciosas. Confié en su habilidad, en su comprensión del tallado antiguo”.
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Las réplicas se hicieron en zircón cúbico, la piedra que más se aproxima al diamante, con un brillo y destellos semejantes. Se encuentra en el subsuelo, pero actualmente se hacen reproducciones sintéticas y los chinos son expertos en la materia. Para el proyecto se escogieron los zircones que correspondían a la transparencia mítica de las piedras provenientes de las minas de Golconda.
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Patrick Dubuc nos explicó personalmente en qué consistió su aporte al proyecto: “Me ocupé de realizar los modelos en tres dimensiones y a partir de ese momento procedí a la talla de los zircones. Hice los análisis necesarios para establecer las proporciones, las dimensiones, para ver si eran comparables con el número de carates. Esta talla fue un desafío para mí porque me intereso más en las tallas modernas que en las antiguas. En el pasado había una preocupación estética que ahora encontramos menos”.
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Patrick Dubuc realizó la talla en su taller de Quebec y contó con la colaboración de un especialista de Nueva York, John Hatleberg, en lo relativo a la coloración del diamante azul, partiendo del diamante Hope.
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Del “azul de Francia” al Hope
François Farges continúa la increíble historia de sus incesantes búsquedas, que se prolongaron durante diez años. En sus pesquisas se conjugan conocimientos científicos, la exploración de documentos antiguos y hallazgos, en particular técnicos, realizados en el transcurso del trabajo de reconstitución.
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El profesor se extiende en elogios al “azul de Francia” que para él es único, incomparable: “No hay equivalente. Nunca se ha encontrado un diamante azul tan extraordinario como ese. Sabemos que se extrajo en el siglo XVII, aunque no tenemos certeza donde y, desde esas fechas hasta hoy, aun después del descubrimiento de minas en Canadá, Australia y África, no se ha encontrado otro semejante”.
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Se supone que fue el rey sol quien escogió el diamante azul y no Tavernier porque el mercader es más bien mesurado en los elogios a la piedra, consignados en sus escritos. Por el contrario, el joyero de Luis XIV opina, en un documento localizado por el profesor Farges hace algunos años, que es el más hermoso de la colección.
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Para obtener en la reproducción el mismo azul, hubo que pintar el zircón. Farges aclara que “el azul de los diamantes es frío, un color puro, un poco metálico. Para lograrlo, el equipo recurrió a la nanotecnología. Contactamos a la firma Azotics, en Rochester, Estados Unidos, especializada en revestimientos de la superficie de los diamantes. Colocamos la réplica del diamante de Tavernier, originalmente incolora, en una cámara al ultra vacío, la vaporizamos de oro a muy alta temperatura, a más de 5 mil grados, y ese polvo, ese vapor de oro, se condensó en el zircón. Controlamos todas las condiciones experimentales, hicimos más de cien pruebas a fin de obtener el azul que estimamos absoluto. Para ello, paralelamente, trabajamos con el diamante Hope, que está en el Instituto Smithsoniano”.
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Desde hace algunos años se ha demostrado que el Hope no es otro que el diamante azul que Tavernier vendió al rey sol: “Producto del robo de las joyas de la corona –prosigue Farges– fue retallado en forma de óvalo y se encuentra ahora en las colecciones americanas. Lo estudiamos científicamente, lo desmontamos del collar Cartier en que está engastado, analizamos su color con exactitud, lo medimos con aparatos científicos, con espectrómetros y, luego, con técnicas informáticas, inyectamos el color del diamante Hope en nuestro modelo en tres dimensiones del diamante azul de Tavernier. Por lo tanto, podemos decir que hicimos una restitución exacta: posee de manera precisa la forma que Abraham Bosse reseña, así como el color original, tal y como lo medimos en el Hope. Tenemos ante nuestros ojos el diamante azul tal y como Tavernier y el rey sol lo vieron”.
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John Hatleberg nos lo reconfirma y añade que “el azul de Francia reapareció en Londres en 1812”. Resalta que se sumó al proyecto en la investigación específica sobre el color del diamante. Lo que fue posible porque desde hace mucho tiempo trabaja con el Hope: “Hace treinta y tres años hice un modelo de él y hace ocho lo reproduje con exactitud, tallando todas las facetas de una manera idéntica al original”. Jeffrey Post, conservador jefe del Departamento de Ciencias Minerales del Instituto Smithsoniano, brindó el apoyo necesario, tanto a él como a François Farges.
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La investigación continúa
La búsqueda del profesor Farges no se detiene aquí. En estos momentos sigue el rastro de otras dos piedras de la colección Tavernier. No deseó decir de cuáles se trataba porque todavía los resultados de la investigación no son definitivos, pero anuncia que también están en el grabado de Bosse. Su instinto de sabueso lo ha conducido a la pista de una joya de envergadura y dispone de suficientes indicios para suponer que en ella están engastadas dos de las gemas de Luis XIV. François Farges admite que sus investigaciones tienen puntos en común con una novela policíaca. Y como en todas las aventuras de esta naturaleza, en el camino se van encontrando otros elementos, nuevas trazas inexploradas.
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Resulta sumamente difícil identificar a los diamantes blancos que no se encontraron a raíz del robo del tesoro real, desaparecidos en las turbulencias de la época. Pero el profesor Farges afirma que encontró en los archivos reales anotaciones del siglo XVII sobre las gemas, ignoradas hasta ahora, que lo conducen a una pista seria sobre una piedra en particular. De momento, no desea dar más información sobre este punto, pero nos adelanta que los indicios lo circunscriben a Europa, concretamente a Francia, de donde es posible que la gema no haya salido nunca.
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Insaciable, François Farges prosigue las averiguaciones que lo llevan hacia conexiones que juzga interesantes. Y por esta ruta llega al cardenal Mazarin. Este hombre clave en el reino de Luis XIV poseía también un conjunto reputado de diamantes, adquiridos al mismo proveedor del monarca: “Finalmente las grandes colecciones de diamantes del siglo XVII, que han desaparecido, tienen en común el personaje de Tavernier. Vamos a ver si podemos compararlas. No quedan sino tres Mazarin de los 18 originales del lote. Pero estamos trabajando en el proceso de su reconstitución”.
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El profesor universitario Guillaume Glorieux, que asimismo forma parte de los docentes de la Escuela, también participó en el examen de las fuentes históricas del tema, con particular referencia a las memorias de Jean Baptiste Tavernier, publicadas al final de su vida, en 1676: “Allí habla de su comercio con los diamantes y de sus relaciones con los poderosos, tanto en Oriente como en Occidente. No sólo era un negociante muy hábil sino también un diplomático eficaz que supo penetrar los círculos del poder político. Cada vez que regresaba a Francia, proponía a la corte innumerables tesoros, en especial diamantes, que volvieron locos a los cortesanos. Tavernier era un personaje de novela, en sus seis viajes vivió muchas aventuras y no dudó en presentarse ante el rey, en Versalles, vestido con atuendos orientales. Era un gran viajero, un explorador, que recorrió alrededor de 250 mil kilómetros a caballo, en coche, a pie, en barco y seguramente a lomo de camello cuando se sumaba a las caravanas en las rutas comerciales”.
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Los contemporáneos de Tavernier leyeron con avidez sus libros que fueron los best sellers de la época. Y más allá porque hubo varias ediciones de sus memorias durante los años posteriores. La que la Escuela posee data de 1713.
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FOTO: Diamante conocido como “el azul de Francia” / JMRoquejoffre
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