Los elementos del desastre y de la perfección: 100 años de Álvaro Mutis

Ago 19 • destacamos, principales, Reflexiones • 2049 Views • No hay comentarios en Los elementos del desastre y de la perfección: 100 años de Álvaro Mutis

 

El narrador y poeta encontró en México una patria nueva y la tierra en donde terminó de gestar su obra literaria a lo largo de 50 años

 

POR JUAN CAMILO RINCÓN
Un árbol de sangre. Con esa imagen podría representarse la relación entre Colombia y México que, como dice Octavio Paz, da frutos insólitos: palabras con las que se enlazan lo sentido y lo pensado.

 

Sobre esos vínculos que datan de siglos atrás y se fortalecieron en el siglo XX con el camino recorrido por Porfirio Barba Jacob y Julio Flórez, entre muchos, asentó un joven Álvaro Mutis la vida en esa que desde 1956 pasó a ser su patria nueva.

 

“Una experiencia artística y una literatura antigua, sólida y universal”. Para Dasso Saldívar, uno de los biógrafos de García Márquez, eso es lo que ofreció el México de mediados del siglo XX a los artistas, intelectuales y académicos extranjeros que lograron incorporarse a los espacios de producción de un país que los acogió como parte de su política de Estado.

 

Los colombianos no fueron ajenos a ese estallido cultural y a la apertura que extendían las fronteras para opinar, exponer y crear libremente. Las artes asumieron nuevas formas estéticas y la práctica literaria se decantó por una actitud universalista que varios extranjeros intuyeron a kilómetros de distancia. Mutis fue uno de ellos.

 

El río de las premoniciones

 

Al fotógrafo Leo Matiz —nacido en Aracataca, el mismo pueblo de García Márquez— la película Allá en el rancho grande (1936) le reveló dónde podría estar su futuro. Aunque trasegó entre varias ciudades como dibujante y reportero gráfico de diarios, terminó por encontrar en México un destino que se le anticipaba.

 

Después de vivir allí, de registrar con su lente a las luminarias del cine de la Época de Oro y codearse con los muralistas, regresó a Colombia donde hizo fotorreportajes para la multinacional Esso, con los que contaba a través de sus imágenes el proceso de refinación, transporte y venta de productos derivados del petróleo.

 

En esos viajes lo acompañaba Mutis, por entonces jefe de relaciones públicas de la compañía: “Durante varios años trabajamos juntos. Leo prestaba sus servicios de fotógrafo profesional (…). Juntos viajamos por casi todo el país, recogiendo testimonios gráficos de la actividad de la empresa en los diversos campos de su especialidad. (…) Dormimos en campamentos en medio de la selva, en hoteles de mala muerte de pueblos perdidos de la cordillera, en bungalows para huéspedes de las refinerías, al borde del mar, a orillas del río Magdalena, en rincones ocultos del Valle del Cauca, o de los dos Santanderes”, recuerda el autor de La balanza.

 

Los viajes por el río y la estampa profética de selvas, valles y montañas fueron escenario de las conversaciones en las que Matiz describió para Mutis el arte y las formas de ese otro suelo que lo había enamorado. Así lo evoca el escritor: “A Leo Matiz le debo las primeras imágenes intensas, inteligentes e inolvidables de México, país para mí desconocido entonces pero que me atraía poderosamente por sus pinturas, sus paisajes, sus poetas, su vasta tierra llena de sorpresas”.

 

Unos años más tarde, aún en Esso, Mutis fue responsable de un robusto presupuesto que le permitió impulsar numerosos proyectos culturales como la emisora HJCK y la revista Lámpara. Para el autor bogotano, “buena parte del dinero sirvió para promover quijotadas de la cultura”, como lo afirmó alguna vez. Desde su juventud ya empezaba a instituirse en mecenas y tutor de otros artistas, gesto que repitió luego en México.

 

Aunque con innegables buenas intenciones, la forma en que Mutis manejó los dineros no fue bien vista por los directivos de la compañía, quienes decidieron llevar el caso al terreno legal. Una vez iniciado el juicio en su contra, varios de sus amigos lo ayudaron a abandonar el país en el menor tiempo posible.

 

La explosión de la cultura y los afectos

 

Así arribó el 24 de octubre de 1956 al entonces Distrito Federal, que ya había conocido de paso. Ahora, sin saberlo, llegaba para quedarse en una ciudad de volcanes “dotados de un aura mágica” como telón de fondo del Valle de México, avenidas repletas de árboles y casas de noble estilo que le daban un carácter europeo al corazón de esa urbe.

 

Además de su escaso equipaje, lo acompañaban 6 mil dólares que le entregó su hermano en el último momento y dos cartas de Luis de Zulueta dirigidas a sus amigos Luis Buñuel y Luis de Llano. Con ellas, Mutis se abrió paso en el país que empezaba a ser suyo. De Llano lo conectó con Augusto Elías, dueño de una agencia de publicidad, quien lo contrató de inmediato. El lazo se extendió al productor de cine Manuel Barbachano Ponce en cuya empresa, Tele-Revista, trabajó más tarde como promotor de producción y vendedor de publicidad.

 

Tras conocer la actividad literaria y cultural que Mutis había desarrollado en Colombia, Barbachano decidió invitarlo a las reuniones de la compañía donde se discutían guiones y proyectos cinematográficos. Así conoció a Buñuel y, por el mismo camino, a uno cuyo nombre se repetía incesantemente: Octavio Paz.

 

Mutis se acercó al poeta aprovechando que éste había elogiado algunos fragmentos de Memoria de los hospitales de ultramar y de Los elementos del desastre. “Tomé aliento para ir a visitarlo. Trabajaba en la Secretaría de Relaciones Exteriores y tenía como asistente a Carlos Fuentes”, recuerda. Gracias a Paz, escritos suyos aparecieron en el suplemento México en la Cultura del destacado diario Novedades. Su amistad, amplia y profunda, se mantuvo hasta la muerte del autor de Libertad bajo palabra en 1998, al que valoró como un amigo generoso que concedió a su obra “una atención crítica de una largueza que no acabaré nunca de agradecer lo suficiente y me ofreció su amistad vigilante y calurosa, cuando más la necesitaba”.

 

Carlos Fuentes, huésped de fiestas y tertulias, también hizo su parte con Mutis al presentarle al poeta, guionista y cineasta español Jomi García Ascot, Juan Rulfo, Juan Soriano y Elena Poniatowska. Los lazos seguían prolongándose en una hermandad que hacía cada vez más rico ese campo cultural y, de paso, más abultado el repertorio de relaciones del colombiano.

 

Sobrevino entonces Lecumberri. Los problemas legales alcanzaron a Mutis hasta su nueva patria y en esa cárcel debía esperar el avance del juicio. Vivió entre criminales, intelectuales y activistas, con las liberadoras visitas de Poniatowska y Buñuel, y las firmas de apoyo de Octavio Paz, Alfonso Reyes, Alí Chumacero y Juan Rulfo. Salió quince meses más tarde con una producción narrativa inédita: “En los treinta años anteriores había escrito únicamente poesía. Este supuesto paso de un género a otro se hizo posible gracias a esa inmersión”, señaló. En Lecumberri, dice, “se empezó a destilar, a reproducirse, una cantidad de material que se fue convirtiendo en las otras seis novelas”. Bendita prisión.

 

Las editoriales Universidad Veracruzana, Era y FCE también respaldaron su trabajo escrito y publicaron obras como Diario de Lecumberri, Los trabajos perdidos y Caravansary. Famoso en bailes y veladas, Poniatowska lo describió con tino: “Las risas se oyen hasta el Paseo de la Reforma. Álvaro Mutis, el poeta colombiano, hace su célebre imitación de Pablo Neruda. Recién llegado de Colombia, todos lo han recibido como el Mesías. Es el salvador de las fiestas. Con Octavio Paz se pasa conversando la noche entera acerca de las relaciones entre la mítica y el porvenir del hombre. También a Paz lo seduce”.

 

El salvador de las fiestas y poeta incomparable fue además entusiasta amigo de sus amigos. Uno de ellos, también nacido en Aracataca como Matiz, lo llamó un día cualquiera para contarle sus penurias como corresponsal de Prensa Latina en Nueva York y su interés por radicarse en México. Mutis incentivó aquella idea obstinada de García Márquez y lo recibió a manos llenas en 1961.

 

Ambos consiguieron erigir una vida estable y cómoda después de las dificultades iniciales y, lo más importante, integrarse a “un medio intelectual, artístico y literario rico y variado que en ese momento no hubieran encontrado en ningún otro país latinoamericano”, afirma Saldívar. También concluye que sin la vida que Gabo construyó en México y, por extensión, sin el padrinazgo de Mutis, la escritura de Cien años de soledad “no solo se hubiera retrasado, sino que tal vez hubiera sido una obra muy distinta”. O tal vez jamás habría existido. Bendito Mutis.

 

En esos vasos comunicantes cree fervientemente el cineasta y escritor Guillermo Arriaga, quien considera a Mutis poderosa influencia en la literatura mexicana. “Yo escribí mis primeros cuentos con 25, 26 años y Mutis me apoyó. De hecho, le dedico mi cuento ‘Nueva Orleans’ (1984) porque yo tenía esta obsesión de esa ciudad y los barcos de vapor, etcétera. Se lo dediqué a Álvaro y siempre estaré agradecido por sus palabras. Cuantas veces fui a verlo en su casa, cuantas veces me recibió”. Para el autor de Extrañas, el colombiano ha sido y será un referente indiscutible.

 

De aquel medio intelectual y emotivo del que habla Saldívar también hacía parte Juan Villoro: “Estar con Álvaro Mutis era una fiesta de la alegría y del afecto. Cuando él llegó a México, yo tenía un mes de nacido y mi país ya estaba marcado por él. Siempre estuve deslumbrado por esa voz enfática y en él encontré un amigo que me trató muy generosamente”.

 

Cuenta que tuvieron algunas sesiones que califica como épicas. En una ocasión Mutis consiguió un velero en el que navegaron de Cancún a Isla Mujer: “Pasamos todo un día en alta mar. Si yo tuviera que escoger diez días de mi vida, ese sería uno de los más provechosos, pues escuché a Álvaro rodeado por el mar Caribe, contando una y mil historias maravillosas”.

 

También compartieron el proyecto de la casa refugio para escritores perseguidos: “Uno de sus presidentes fue Álvaro Mutis porque era alguien que conocía el exilio y comprendía la necesidad de encontrar una acogida en tierra extraña. Tenía una gran solidaridad con los perseguidos, fuera cual fuera la razón. De inmediato hacía sentir bienvenidos a autores de las más diversas latitudes que llegaban a nuestro país en una situación convulsa y encontraban en él a un amigo fraterno. Así como Maqroll el Gaviero tiene amigos dispersos en los más distintos puertos del mundo, Álvaro hacía que la gente se sintiera en casa, aunque viniera de lugares distintos”.

 

Todo aquello que se tejió en México desde la amistad repercutió en el universo de la literatura. Así lo asegura el poeta, ensayista y editor Santiago Mutis Durán: “Lo que el mundo no permite del todo, se hace en la literatura y entre nosotros; la gente que es capaz de crear en la amistad un mundo respetable, libre, bello, serio” como bien supo hacerlo Mutis en el mar de los afectos.

 

Los emisarios de Maqroll

 

Maqroll es “el oscuro hermano gemelo que alguna vez debió haber soñado Álvaro Mutis”. Para Sergio Pitol, uno de los grandes mexicanos de su tiempo, Mutis y su Gaviero —trashumante, enigma viviente, perpetuo exilado— “han adquirido los mismos giros, tal vez la misma entonación” y por eso podemos sentir que entre aquellas novelas destila “una neblina autobiográfica”.

 

Mutis es el padre de un personaje que se aventuró a errar por mares y ríos. Aquel que deambuló solo y desesperanzado porque tal vez no hay para uno un lugar en el mundo; el navegante frágil que transitó bajo “el estigma de lo indeterminado”. Escritor-viajero, Mutis fue hombre de aguas y “genio para hacer esos personajes móviles que van por todos lados”, como bien lo describe la escritora y periodista colombiana Laura Restrepo.

 

Personajes móviles como el mismo Mutis, quien hizo una transfiguración de su propia vida en su literatura, como lo explica Jorge Volpi: “El centro de su obra son las aventuras poéticas y narrativas que tienen que ver con el viaje y lo que este significa. Esa condición es la que fija la figura de Maqroll y buena parte de su mundo imaginario, que además tiene que ver con la odisea: un viaje externo que refleja un viaje interno que son, además, los viajes de Mutis”.

 

Margo Glantz también encuentra eco en la autora de La isla de la pasión y sostiene que Maqroll es uno de los personajes que mejor expresa el concepto universal del mundo de la aventura, pues su creador “evita caer en el color local, ya sea en los regionalismos del paisaje o en los del lenguaje…”. Su selva simple, desmitificada y sin misterios, es cualquier selva, son todas las selvas, y Maqroll, bien lo dijo Gabo, somos todos.

 

La dignidad de lo desdeñado

 

En un artículo que escribió para El País en 2007, Carlos Monsiváis celebra la poesía de Mutis, en la que encuentra vívidos rastros de Neruda y Saint-John Perse, pero cuya escritura se aleja de la pompa y la grandilocuencia para, en cambio, advertir todo aquello que es escasamente observado: “No los generales sino los soldados, no los actos de poder sino el sueño de los seres y las cosas, no las fechas consagradas sino los trabajos perdidos, no el relato del caudillo sino el rumor difuso de las batallas”.

 

De la lectura del Mutis narrador y el Mutis poeta, “la gran referencia literaria de las generaciones siguientes en Colombia” y cuya obra compacta y coherente lo hizo merecedor del Premio Cervantes en 2001, Monsiváis agradece “la educación furiosamente literaria, el placer por la vitalidad de la poesía, la conciencia del fluir del tiempo como registro de los símbolos y las palabras, y el registro de la muerte, metáfora fundacional, sentido del viaje”.

 

Entonces aparece Octavio Paz con “Los Hospitales de Ultramar” escrito en París en 1959 y secunda la voz de Monsiváis. En su texto destaca la economía de la expresión de Mutis, que se ha abierto paso “entre las aguas suntuosas y espesas de esa retórica que viene del mejor Neruda” y en quien “no era difícil reconocer la voz de un verdadero poeta (…) de la estirpe más rara en español: rico sin ostentación y sin despilfarro”.

 

Sin ostentación. Retratar al soldado, contar lo inadvertido, redimir las batallas perdidas de un mundo destrozado donde “Todo era de todos / Todos eran todo / Sólo había una palabra inmensa y sin revés / Palabra como un sol / Un día se rompió en fragmentos diminutos / Son las palabras del lenguaje que hablamos / Fragmentos que nunca se unirán…”. Es la “Fábula” que Paz le dedicó a Mutis, poema publicado en Semillas para un himno de 1954.

 

La más alta misión de la literatura

 

Para Glantz, Mutis es mexicano de pura raigambre pues logró instalarse como un ciudadano más en aquel país “de una corriente libertaria, cosmopolita y con una gran cultura”. Se reconoce admiradora de las dos vertientes de la obra del bogotano, poesía y novela, que ha leído y releído incontables veces, y sobre la que ha dado clases y desarrollado juiciosos análisis.

 

Valora en la escritura de Mutis su capacidad de conectar al “héroe imprescindible” que es Maqroll con otros personajes de la historia y la literatura, desde una escritura asentada en una especie de humanismo universalista. Ese universalismo que hace del héroe imprescindible uno mismo con el Arturo Cova de Rivera, los Charlie Marlowe y Alex Heyst de Conrad, o el Philip Marlowe de Chandler, como lo señala Glantz.

 

La confluencia de personajes y obras no para ahí. Para Juan Villoro —quien encuentra en la poesía y la novela de Mutis una obra deslumbrante—, el héroe gaviero es también una simbiosis entre el capitán Ahab de Herman Melville y el real marino y escritor canadiense Joshua Slocum, primero en recorrer el mundo sin compañía alguna. Por supuesto, encuentra “la estética de la fatalidad y la exuberancia marina”, además de la condena diaria del emigrado, como vínculo decisivo entre Mutis y Conrad.

 

De nuevo el mar, el hondo exilio, la brújula detenida y algunas mujeres de fuerza telúrica hacen presencia en la obra de Mutis, que despierta asombro por su apuesta definitiva en la magistral voz del narrador: “Como lector de Álvaro, siempre deseo encontrar otra escala marina en Maqroll el Gaviero. Me pregunto por qué puerto andará y qué nuevo descalabro podrá contarnos”, apunta Villoro.

 

Y quién mejor que José Emilio Pacheco para hablar de ese contar andariego, del narrador y su lugar como “dócil vehículo para la belleza” en esos panoramas de soledad, infortunio y desamparo que creó Mutis. Afirma que la escritura del colombiano, a quien consideró su maestro, logra “la más alta misión de una obra poética: el nacimiento de un mundo, de un lenguaje personal y seguro” lejos de la retórica y las concesiones al gusto ajeno y a las modas. Por eso, dice Pacheco, adquirió un sitio seguro en la expresión literaria hispanoamericana.

 

Maqroll ya era personaje y figura en la obra de Mutis desde 1948 en La balanza, su primer libro de poesía. El Gaviero siguió tomando forma y se consolidó como ese “siervo que ha observado pacientemente las leyes de la manada”. El viaje literario e incorpóreo de Álvaro Mutis ha seguido enlazando a Colombia y México como conexión inagotable que da vida a la literatura latinoamericana.

 

 

 

FOTO: El escritor Álvaro Mutis, como director del departamento de relaciones publicas de la compañía de publicidad Stanton, S.A. Crédito de imagen: Hemeroteca /El Universal

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