Los hermanos Dardenne y la culpa dignificante

May 20 • Miradas, Pantallas • 4489 Views • No hay comentarios en Los hermanos Dardenne y la culpa dignificante

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La chica desconocida se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 25 de mayo

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POR JORGE AYALA BLANCO

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En La chica desconocida (La fille inconnue, Bélgica-Francia, 2016), autodevastado filme 10 de los egregios hermanos autores totales belgas de 65 y 62 años respectivamente Jean-Pierre y Luc Dardenne (La promesa 96, El hijo 02, Dos días, una noche 14), la superresponsable doctorcita larguirucha aún en sus veintes Jenny Davin (Adèle Haenel) concentra su atención en el ataque epiléptico de un pequeño y en el súbito agarrotamiento poco profesional de su asistente Julien (Olivier Bonnaud), descuidando el timbrazo de auxilio que hace a su puerta una golpeada prostituta de origen africano que a la mañana siguiente aparecerá muerta cerca de su consultorio, provocando la compulsiva renuncia del joven pasante de medicina y metiendo en crisis de culpa a la titular pese a la severidad de sus juicios (“Un buen médico debe controlar sus emociones”), ahora obsesionada con la idea de averiguar como sea la identidad de la chica desconocida para evitarle la indignidad de un vil anonimato en la fosa común, declinando su nombramiento a un excelente puesto en el prestigioso Centro Médico Kennedy de Lieja para heredar el humilde consultorio de barrio bajo del anciano doctor en retiro ya inutilizado en una silla de ruedas Habran (Yves Larec), empeñándose en lograr la reincorporación de su interno traumatizado laboral-filial por quien irá hasta un remoto pueblaco, y abandonando de cuajo su tranquilidad solitaria, al prácticamente duplicar e incluso desbordar detectivescamente la investigación policial que emprende el impersonalizado inspector árabe Ben Mahmoud (Ben Hamidou) a cargo del caso, que éste investiga como eslabón en un gran asunto de drogas y la doctora Jenny como un hecho mucho menos crucial, que involucra al indigesto indigestado adolescente ni-ni Bryan (Louka Minnella) y a su jodida madre exalcohólica Isabelle (Christelle Cornil) y a su torvo padre putañero Vincent (Jérémie Renier el recóndito actor fetiche dardenniano) pero también al violento dueño de un garaje clandestino y a un viejo minado por la diabetes, o sea, en su indefensión femenina recibiendo bofetadas en los bajos fondos, poniendo en peligro su integridad física y arrostrando ser aventada a una fosa, hasta salirse con la suya, siempre impelida por la culpa dignificante.

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La culpa dignificante acomete como discutible la irrefutable lectura política de un conflicto ético en la ensimismada e indiferente Europa multicultural de hoy, problema y enigma aventureros, emotivos y apasionantes, entroncando con la postura ideológica colectivista y comunal de Dos días, una noche, pero hoy no se trata de recabar, a base de buenos sentimientos a regañadientes, apoyos difíciles entre acorralados proletarios egoístas, sino de vencer resistencias a la verdad, con riesgo de arruinar vidas o provocar tentativas de suicidio como la del culpable con su cinturón en el baño.

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La culpa dignificante realiza el retrato vivo de una mujer tan contradictoria como la niña desamparada Rosetta (Dardennes 99) o la insurrecta madre del niño incurable de El silencio de Lorna (Dardennes 08), consumando y hurgando en la condición de una doctora en medicina como jamás se había efectuado en el cine moderno, su trastocado y tumultuosamente enfermo día a día en contacto con los enfermos más diversos, su lucidez sensible y serenamente dolorida, su sellada y callada devoción, sus titubeos y dudas al interior de la elaboración de diagnósticos en apariencia seguros y contundentes, su indefensión última y primera, su conocimiento limitado y libertario, su hermosa figura jirafona sobresaliendo estoica entre todas las criaturas circundantes, su sagrada tozudez, su conciente homenaje perentorio y de antemano por la realidad derrotado.

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La culpa dignificante sigue, al igual que todas las ficciones sociales de los Dardenne, el desarrollo y el progreso de una fiebre, la vivisección atenta y acezante y casi amorosa de un delirio a fuego lento, para lo cual ya no se requiere del acoso frenético de ninguna body camera en movimiento perpetuo, pues le basta con las nerviosas y escrutadoras aunque contemplativas e imparciales imágenes en planos sistemáticamente cerradísimos del fotógrafo Alain Marcoen y con los cortes a guillotina de la edición superelíptica de Marie-Hélène Dozo, los sempiternos colaboradores dardénnicos sin falla posible, en ausencia de cualquier música extradiegética, pero qué tal esa hipercándida sublime cancioncita del adiós agradecido que le compusieron los peloncitos a su doctora.

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La culpa dignificante muestra y demuestra de manera sinuosa, radicalmente afectiva y brillante por qué la base de toda semiótica/semiología se encuentra en la medicina, lectura de síntomas, lectura de signos, sólo el buen médico-carpintero-inspector policial pueden leer los signos que emiten los organismos-madera-criminales, discursos de señales, discurso de cosas vivas, materiales e inmateriales, de efectos y causas, cuestionando, desmintiendo, remitiendo a mentes dementes y ocultas motivaciones aflorando.

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La culpa dignificante semeja, desde su diáfana claridad con estilo y sin humor, un conato de thriller/antithriller y un thriller potencial hiperrealista a la vez, que no buscan la resolución de asesinato alguno, sino la prevalencia de la verdad y la honra límite identitaria, la identidad como irrenunciable bien colectivo e individual extremo, trazando una paralela con el imposible entierro concentracionario en El hijo de Saúl (Nemes 15), en pos de una justicia en exceso inmanente y trascendente a un tiempo.

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Y la culpa dignificante hace desembocar la angustiosa trama dentro del mismo espacio del desdén a la demandante desde la eternidad (“Ella continúa viva”), pero un espacio de pronto significativamente fractal, en un simple y supremo abrazo a la inerme cajera gabonesa del café internet (Nadège Ouedraogo) detentadora de todos los secretos y revelaciones, antes de que las consultas de la doctora puedan proseguir en un continuum indeleble.

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FOTO: La chica desconocida , dirigida por los hermanos

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