Los ingrávidos: Los engaños de la percepción

Ago 24 • Escenarios, Miradas, principales • 6189 Views • No hay comentarios en Los ingrávidos: Los engaños de la percepción

POR JUAN HERNÁNDEZ

 

La puesta en escena de la obra Los ingrávidos, basada en la novela de Valeria Luiselli, dirigida por Fernando Bonilla, plantea una reflexión fundamental sobre la percepción: cada uno de nosotros tenemos una forma de ver las cosas, dependiendo del lugar que ocupemos en el mundo y cada versión de la realidad tiene su propio fundamento.

 

Cuestión compleja de la que se ocupa la filosofía y que en el montaje de Los ingrávidos se convierte en la base de un artefacto que juguetea gozosamente con la percepción del espectador, estableciendo en la narrativa de la puesta en escena una línea muy fina entre lo que podría considerarse el universo de la ficción y el de la realidad.

 

La disposición de los elementos que componen la puesta en escena resulta ser lo más interesante de la propuesta artística. Mucho más importante es la reflexión que produce el juego entre realidad y ficción, así como la existencia de una dimensión en la que estas dos se juntan, que la anécdota misma, la cual es el pretexto o el detonante de una maquinaria que trastoca la concepción cotidiana de dos aspectos fundamentales de la creación: el tiempo y el espacio.

 

La anécdota de Los ingrávidos es la historia de una mujer que recuerda su estancia de juventud en Manhattan, en donde intentaba obsesivamente que un editor publicara sus traducciones al inglés de la poesía del mexicano Gilberto Owen. El recuerdo lo hace desde el presente, en México, casada y con dos hijos.

 

Es muy importante aclarar que no se trata de una obra sobre Gilberto Owen y su poesía. El poeta aparece como un fantasma y se suma a la galería de personajes que cohabitan el espacio y el tiempo de la escena como entidades verdaderas.

 

La propuesta escénica establece un umbral para que la ficción, el recuerdo y los fantasmas coincidan, en los momentos cumbre de la figuración teatral, con aquellos personajes que identificamos como reales. En ese espacio de coincidencia ya no se sabe quién es real y quién es fantasmagórico, y no se identifica con certeza en dónde termina la dimensión de la realidad y en donde comienza la de la ficción.

 

El reto de llevar al teatro una novela, es decir un texto que no fue escrito para el teatro, lo resuelve Fernando Bonilla con habilidad y dominio del lenguaje escénico. El talentoso director concibe un montaje de gran complejidad estética, resuelto con tal naturalidad que permite tener una experiencia gozosa con la puesta en escena.

 

Bonilla cuenta con tres actores que establecen un “ping pong” actoral, que requiere de la destreza de los intérpretes en el juego para que el ritmo vertiginoso de la puesta en escena se mantenga a flote. Y lo logran.

 

El duelo de actores se da sobre todo entre dos grandes de la escena: Joaquín Cosío y Haydeé Boetto, quienes transitan de un personaje a otro sin hacer notable la transición y ofreciendo verosimilitud al cambio de identidad asumido como recurso escénico.

Joaquín Cosío es el esposo, el amante, el editor y el poeta Gilberto Owen. Haydeé Boetto es narradora, la mujer que desde el presente recrea su pasado, es también niña y madre. Cassandra Ciangherotti interpreta a la escritora y traductora joven que es recordada y a la hija “de en medio” del matrimonio protagónico de la obra.

 

El ritmo de la puesta en escena va in crescendo hasta alcanzar el clímax en el momento en que el umbral entre lo real y lo ficticio desaparece, y las dos dimensiones se vuelven una sola, conviviendo enloquecidamente -¿esquizofrénicamente?- los personajes y sus fantasmas.

 

Más allá de la complejidad estética e incluso de los planteamientos filosóficos que establece sobre la percepción y los conceptos de realidad, tiempo y espacio, la puesta en escena de Los ingrávidos garantiza una experiencia placentera a un espectador que busca un teatro ágil, de buena factura y, sobre todo, inteligente.

 

*Fotografía: El reparto está integrado por Joaquín Cosío, Haydeé Boetto y Cassandra Ciangherotti/ CORTESÍA INBA.

 

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