Los panfletos de Céline
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A propósito de la suspensión por parte de editorial Gallimard de la publicación de los panfletos de Louis-Ferdinand Céline, escritor tan antisemita como contradictorio, esta reflexión se suma al debate
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POR GERARDO DE LA CONCHA
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/////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////La sociedad perdona con más facilidad
/////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////una mala acción que una mala palabra
/////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////Jean Paul Sartre
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Louis-Ferdinand Céline lleva varias décadas muerto, pero sigue en confrontación con la sociedad francesa. En pocos países se toma tan en serio la literatura como en Francia, aunque en el caso de Céline eso contribuye en un sentido negativo al escándalo que su nombre provoca todavía: la memoria histórica y sus posturas políticas rayanas en un nihilismo extremo, no serían suficientes para mantener vivo su estigma; es la palabra en sus panfletos la cual motiva el rechazo.
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Sus novelas, geniales casi todas, le dan el prestigio que prácticamente nadie escamotea como uno de los grandes autores del siglo XX. Y es la palabra, convertida en injuria y delirio en su expresión panfletaria, la que principalmente evitó se le rindiera homenaje oficial como estaba preparado en su centenario. Ahora otra vez esa palabra, temible por tener talento, dijo Serge Klarsfeld, impidió su publicación por Gallimard de un volumen con sus panfletos: Bagatelles pour un massacre [Bagatelas para una masacre], L’École des Cadavres [La escuela de los cadáveres] y Les beaux draps [Los bellos paños].
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Al suspenderse la celebración del centenario de Céline, Bernard-Henri Levy –sin sospecha de simpatizar con los panfletos antisemitas del autor de Viaje al fin de la noche–, lamentó se evitara ventilar no sólo al personaje y su obra, sino también los aspectos tóxicos del pasado. No se trataba de negar lo que Céline fue y escribió en su totalidad, sino al darse el reconocimiento de su grandeza literaria había oportunidad también de dilucidar “la relación entre el genio y la infamia”. Pero no se entendió la posición de Bernard-Henri Levy, pues se prefirió darle a Céline el trato de proscrito.
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Y esto se mantuvo ahora con el ruido surgido al anunciar Gallimard la reedición de los panfletos. Hubo una nueva censura gracias a una enorme presión hacia la editorial y el gobierno por parte de distintos personajes y organismos franceses. Así pues, Céline no descansa en paz, ni hay monumento al escritor ni se dejan de tomar en serio los viejos furores de sus panfletos.
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Un lío este Céline. Después de odiar a los judíos y, como efecto de su detención en Dinamarca –reclamado por el gobierno francés de la posguerra–, pasó a odiar a la Humanidad entera y sólo guardaba sentimientos favorables para con los animales, los enfermos –especialmente los locos– y los presos –y eso porque él lo fue, clamando siempre por su inocencia–.
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A Céline se le juzgó por haber cometido el delito de opinión. Sin embargo, no era muy ideológico, se comportaba más bien como un paria, un anarquista, un colérico, o con arrebatos cómicos. Es célebre la anécdota de cuando lo invitaron durante la Ocupación a una cena de la embajada alemana en París. Después de afirmar a sus anfitriones que iban a perder la guerra, le pidió a su acompañante –un actor desempleado–, hiciera una imitación del Führer; sus risotadas solitarias en medio del silencio de quienes se supone eran correligionarios suyos, lo pintan de cuerpo entero. Por lo demás, Joseph Goebbels negó se tradujeran al alemán sus panfletos al considerar que esa prosa feroz denigraba la causa antisemita.
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La primera invectiva de Céline fue contra el comunismo, ideología con la que había simpatizado. Después de un viaje a la Unión Soviética en 1936, escribió su texto Mea Culpa. Su editor Denoël lo publicó junto con Semmelweis. La ruptura celiniana con el comunismo surge al ser testigo del fracaso de la igualdad y la justicia en el caso ruso, cuya verdad eran las tiendas vacías, los ojos tristes de los transeúntes y la policía secreta omnipotente.
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De ese viaje vendrían las páginas finales de Bagatelle pour un massacre, donde recrea sus recuerdos de Leningrado mediante una bella pintura urbana: “Me gustaría hacerles entender, de más cerca, estas cosas todavía… con palabras menos fantásticas”. Estas páginas prefigurarían su estilo ya decantado en la magnífica trilogía de la Segunda Guerra: De un castillo a otro, Norte, Rigodón.
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Luego de El viaje al fin de la noche y Muerte a crédito, sus dos primeras grandes novelas, Céline decidió exponer su idea de un pacifismo radical contra la guerra que se avecinaba, promovida según él por los judíos, y escribió los panfletos Bagatelles pour un massacre y L’Ecole des Cadavres. Durante la guerra escribiría Les Beaux Draps. La Banca Rothschild era la principal culpable a su parecer. Pero hay también ecos de La France juive, el mamotreto de Drumont y manifiesta un tono a la León Bloy, pero exacerbado en sus insultos; incluso el Marx oculto de La cuestión judía anda por ahí en su requisitoria, sin dejar de denunciar al marxismo en el poder.
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Bagatalles pour un massacre pretende ser una sátira. Comienza con un diálogo de Ferdinand, su alter ego, con Gutman, un judío bueno –es costumbre de los antisemitas tener siempre un judío bueno a la mano–. De alguna suerte, el autor actúa luego como un bufón en estas páginas; Philippe Sollers señala que son como el desvarío de un borracho, quien sólo en ráfagas dice verdades junto con muchas incoherencias. André Gide consideró a este libro como una broma.
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Si los judíos son el centro de su invectiva, no ahorra Céline virulencias contra los franceses o los arios y cualesquier otra raza como los negros, los ingleses –los mexicanos sólo somos referencia en algunas páginas de L’Ecole des Cadavres–. Por ejemplo: “En la actualidad: ¿quién es más tonto, más voluminoso que un ario?… Es idiota, empecinado, borracho, tonto, cornudo, esclavo-nato, atontado desde la escuela, obsceno de patanería fanfarrona, chupaculo, torrente de carne al que habría que matar”.
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La lectura actual de los panfletos, sorprendida en gran parte como siempre por la palabra celiniana, en definitiva vibrante o terrible, nota que varias páginas resultan tediosas o muy claramente contradictorias en sus datos con la realidad histórica. El Trotsky exilado, afirma Céline, no es más que “un barón de Stalin”, un dicho absurdo desmentido muy pronto de cuando lo escribió, o mira a la URSS como un dominio judaico en el momento mismo que Stalin estaba aplicando en sus purgas una soterrada política antisemita.
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Ante la tragedia de los judíos en la Segunda Guerra y el propio criterio de su autor, que les atribuía a estos textos el origen de muchos de sus males personales, Lucette Destouches, su esposa aún viva, se había negado a la reedición de los panfletos. Aceptó la edición fallida de Gallimard, para presentar con un sustento crítico a un Céline completo; ella considera como Julia Kristeva, que esos textos –reconocibles en ellos sin embargo el estilo celiniano–, fueron fruto de una cierta perturbación mental; son un producto alucinado, de acuerdo con la señora Lucette, por heridas en la cabeza sufridas cuando su esposo fue soldado en la Primera Guerra.
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De cualquier manera, es incongruente que existan ediciones críticas del Mein Kampf [Mi lucha] de Adolf Hitler, o en la misma Francia se haya reeditado de forma reciente Les Décombres [Los escombros] del colaboracionista activo Lucien Rebatet, a quien en sus días se le sentenció a una larga condena, en tanto se hizo una campaña para impedir la publicación de los panfletos de Céline sólo porque se alega como un peligro su talento literario combinado con sus posturas.
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Publicar sin mutilaciones a un escritor universal pondría en su contexto histórico unos panfletos que ya eran inviables en su propia época, con mayor razón ahora. La reconciliación con Céline no es con el antisemita, ni siquiera con su fantasma como escritor, es con la literatura, así sea maldita.
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FOTO: Si bien los judíos son el centro de su invectiva, la obra narrativa de Céline no ahorra virulencias contra franceses, arios, negros e ingleses./ Agence de presse Maurisse / Biblioteca Nacional de Francia
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