Los programas de mano: un adelanto del libro “Orquesta Sinfónica de Xalapa”

Ene 21 • Reflexiones • 782 Views • No hay comentarios en Los programas de mano: un adelanto del libro “Orquesta Sinfónica de Xalapa”

 

Este es un adelanto del libro Orquesta Sinfónica de Xalapa, que recorre la historia de este cuerpo musical fundado en 1929

 

POR AXEL JUÁREZ

 

Compra discos, lee biografías de músicos, colecciona programas de mano. Por sus venas circula música. Y muchas veces ama aún más la música que los propios músicos. Pero llora en vez de tocar.
El melómano, Eusebio Ruvalcaba

 

Es probable que la música no pueda ser explicada con palabras, que solo se pueda explicar por la música misma. Sin embargo, parte del gozo de escuchar música está en poder y saber contextualizarla, comprendiéndola también como un mapa cifrado de las culturas humanas, de su pasado, presente y futuro. Es así que la música, arte de las combinaciones sonoras, pero también el arte de descodificarlas y resignificarlas, se apoya, desde mediados del siglo XIX en un soporte físico que desde entonces ha nutrido la experiencia musical del oyente, especialmente de la música de concierto: el programa de mano. Más allá de un simple souvenir cultural o del cuadernillo que nos indica las piezas del recital o concierto en turno, el programa de mano se ha ido consolidando como un soporte contenedor de arte visual, tipográfico y literario. En sus páginas se suelen plasmar grabados, reproducciones pictóricas, ilustraciones o fotografías de la época musical evocada, revestidas de un diseño gráfico y editorial que bien puede representar desde una estética oficialista y anodina hasta un lenguaje visual moderno o vanguardista; y qué decir del contenido literario que, en el mejor de los casos, puebla varias páginas con un género híbrido, donde el ensayo, la crítica, el contexto histórico, la poesía y muchos más elementos se combinan en lo que hoy llamamos notas al programa de mano.

 

 

Umberto Eco, en su libro La definición del arte (1970), resalta que para explicar el arte hay que investigar y visibilizar cómo un fenómeno artístico está ligado a una determinada sociedad y a su desarrollo. Los programas de mano y sus contenidos ayudan a lograr este cometido. Nuestra nonagenaria Orquesta Sinfónica de Xalapa puede ya presumir de una larga tradición de estos artefactos visuales y literarios. Dentro del gran público de los conciertos, no creo que sean pocos los que conservan los programas de mano, tampoco faltarán los coleccionistas eventuales que tengan algunos de ellos más o menos organizados. Como todo objeto físico, el programa de mano, con el paso del tiempo, cautiva y excita nuestros sentidos. El envejecimiento del papel, o incluso cierta manera de plasmar las imágenes y las ideas, nos devuelve en el tiempo y, con suerte, evocamos sonidos y sensaciones de aquel momento. Por otro lado, cobra una especial importancia que los diseñadores, ilustradores y escritores que confeccionan los programas de mano pertenezcan a la comunidad artística local, transformándolos en espacios donde mostrar sensibilidades locales, con lo que se enriquece la identidad sociomusical de la ciudad; también eso han sido los programas de mano de la OSX, un reducto de identidad, un lugar por donde han pasado fotógrafos, ilustradores, diseñadores y escritores que creen en la música y, sobre todo, en la necesidad de expresarla, de contextualizarla mediante otras disciplinas, trascendiendo y complementando los sonidos.

 

Para el público, tener un programa en la mano durante el concierto es una oportunidad para dimensionar lo que va a escuchar: el compositor, la época, el estilo, las características sonoras y sociales. En un arte tan complejo como la música, la sola escucha no es suficiente, puede ser central, pero no basta para atisbar la inmensa construcción, abigarrada, que la historia de la humanidad ha plasmado en los sonidos. Una buena guía, que muestre al escucha la riqueza y complejidad en la que se inscriben los sonidos, puede motivar, emocionar y azuzar la curiosidad, ayudando a formar un público crítico, que sepa distinguir las fruslerías sonoras del verdadero arte, es decir, tradiciones, cánones, rupturas, vanguardias, simbolismos, coyunturas. Nuestra Orquesta no ha sido ajena a esta tradición y por sus programas de mano han pasado importantes sensibilidades que no pocos asistentes a los conciertos recuerdan. En la memoria colectiva de la melomanía xalapeña están grabados los juegos tipográficos a dos tintas que ilustraban los programas de los años cuarenta, los dibujos a lápiz o al carbón de algunos de los años cincuenta, el arte plástico y las composiciones gráficas que ilustraron otros tantos en los setenta, los dibujos realistas y costumbristas, o añejas fotografías, de un Xalapa antiguo y hermoso que decoraban programas de los años ochenta, o bien, en la misma época, las ilustraciones infantiles que acompañaban los programas de conciertos didácticos; o en los años noventa las portadas con fotografías a color, y bien impresas, de lugares emblemáticos de la ciudad… hasta los programas de mano de hoy en día, donde joviales paletas de color y atrevidos diseños, que exploran creativamente la técnica del collage y el juego tipográfico, parecieran desafiar los lugares comunes y la sobriedad de la música “clásica”.

 

 

Algunos especialistas catalogan a los programas de mano dentro de los géneros efímeros (ephemera) por su caducidad, por no ser pensados para sobrevivir, relegándolos a los más de quinientos tipos de estos géneros, donde caben igual los menús de restaurantes, las invitaciones o las tarjetas de felicitación; no obstante, lo que diferencia a los buenos programas de mano de la basura común y corriente es la calidad estética de sus diseños y de sus textos. Los programas de mano de la OSX han pasado por diversas facetas y altibajos pero hay algo que ha sostenido su calidad e importancia desde hace muchos años y eso son sus textos, las notas que, bajo estilos personalísimos, nos han legado escritores y críticos como Francisco Agea, Otto Mayer-Serra, Patricia González de la Cadena, Raúl Ladrón de Guevara, Nidia Vincent, Mercedes Lozano, Octavio Castro, Jorge Vázquez Pacheco, Juan Arturo Brennan, Ricardo Miranda, Alfonso Colorado, Axel Juárez, Diana Elisa Flores. Pero entre todos los anotadores de programas de la sinfónica me atrevo a destacar a dos veracruzanos ilustres: el divulgador musical Guillermo Cuevas (Xalapa, 1945) y el escritor y crítico musical Juan Vicente Melo (Veracruz, 1932-96). En los programas de mano de los años ochenta encontramos la mayoría de los textos de estos dos notables melómanos. Su depurado estilo, híbrido natural de música y literatura, se regodea en referencias literarias, musicales, teatrales y cinematográficas, en la pasión por los juegos del lenguaje y por la displicencia ante los lugares comunes y los clichés que abundan en este tipo de textos. Vale la pena un paseo estilístico por el contexto de añejos sonidos de la OSX, de la pluma de estos dos anotadores, de su pasión melómana, literaria y divulgadora.

 

En el programa de mano de la OSX, del viernes 15 de junio de 1979, aparecía la nota que contextualizaba la obra de la noche: la Sinfonía no. 1, en Re mayor, Titán de Gustav Mahler. Juan Vicente Melo aclaraba el título de la obra, aprovechando para introducir una referencia literaria que también conecta con Schumann, sintetizando al final una anécdota respecto a la partitura. En unas cuantas líneas, Juan Vicente deja entrever un estilo que vincula hábilmente referencias literarias y musicales:

 

Deslumbrado por el misterio de la belleza, de la alabanza terrenal, de lo que vive el hombre, Mahler realiza un titánico esfuerzo intentando alcanzar el máximo grado de pureza. No sin razón llamó a la primera de sus sinfonías Titán, motivado por la lectura de la novela homónima del romántico Jean-Paul, poeta admirado por Schumann, título con que generalmente se la designa a pesar de que el propio músico eliminó todas las indicaciones originales a fin de evitar confusiones de estirpe literaria.

 

 

La nota de esa noche llevaba una dedicatoria, dirigida al director que desde 1975 y hasta 1984 condujo la OSX. Juan Vicente agradecía con esa frase acaso una fructífera interacción entre un director de orquesta y un melómano multidisciplinar: “Líneas dedicadas a Luis Herrera de la Fuente, agradeciéndole mínimamente sus sabias conversaciones sobre la Música, la Literatura, la Vida.”

 

La manera de introducir el estilo de un compositor, de una época, puede convertirse en una farragosa explicación técnica o en un elegante y didáctico ejercicio literario. Qué mejor si en el segundo caso, las ideas y referencias a otras áreas del conocimiento apuntalan certeramente la idea estilística que se quiere explicar. Un ejemplo de este mecanismo lo encontramos en la nota al programa del viernes 5 de junio de 1987, donde el borgeano estilo de Guillermo Cuevas nos plantea un rodeo de fecundas ideas para acercarnos al estilo musical del inglés Benjamin Britten que, como nos dice posteriormente Cuevas, “retorna siempre con felicidad a la fórmula de la variación”.

 

Un número cualquiera de elementos —cifras, letras, colores, átomos, sonidos— y la posibilidad de combinarlos en distintos órdenes darán como resultado la creación de estructuras o grupos. A diferencia de las diversas combinaciones de letras, que tendrán o no significado de acuerdo con su secuencia en el espacio (come, en inglés y en español tienen significado; oemc, variación construida con las mismas letras, no lo tiene), cualquier sucesión de números o notas musicales adquiere un sentido para la mente humana. Música y aritmética comparten su naturaleza abstracta: los infinitos ordenamientos de sus símbolos crean organizaciones significativas. En la variación está el gusto. Desde siempre, la música ha sido el arte de las ilimitadas variaciones. La memoria inmediata del sonido que pasa, su enlace continuo con el que
se escucha, la anticipación imaginaria del siguiente suceso: tres instantes que integran la magia de todo arte sonoro. Imposible detener por un solo segundo el discurso del canto y de los instrumentos: misteriosa forma del tiempo, la música es también el río de Heráclito que nunca podrá bañarnos dos veces con la misma belleza.

 

 

Había ocasiones, afortunadas, en que se podían leer notas al programa compartidas, por Juan Vicente y Guillermo, donde cada quien, desde sus inconfundibles estilos, miraban, escuchaban y escribían sobre diferentes lados de este poliédrico arte. Así sucedió en 1987, so pretexto de la puesta en escena de Carmen de Georges Bizet. Juan Vicente desplegó su lado cinéfilo para introducir variaciones entre film, film-ballet y film-opera, dando cuenta de las variadas adaptaciones de la obra:

 

Aquí está y su nombre perdurará por todos los siglos de los siglos: se llama Carmen, la gitana sin tumba y sin sosiego, asesinada frente a una plaza de toros o en el camino que conduce a una Córdoba más solitaria y lejana que nunca; Carmen, negra y mediterránea, poseedora de un anillo que le fue otorgado como prueba de vocación pasional, capaz de habitar los círculos concéntricos de Jean-Luc Godard dizque protegida, en un film que al parecer difícilmente veremos, por fragmentos de cuartetos de Beethoven en lugar de la música, españolada genial, de Bizet; Carmen olorosa a mar con disfraz de cigarrillos, a trágico destino, al film-ballet de Carlos Saura y Antonio Gades, tumultuosa, irresistible, seductora, compañera amenazante, coqueta, ingenua (que no inocente puesto que es sabedora del pecado), impertinente, ordinaria, misteriosa en cada momento, sentimental, fiel a su manera, amorosa más allá de la muerte, registro del espectáculo teatral de Peter Brook o del film-opera de Francesco Rossi, la que en el relato de Prosper Mérimee le grita a Don José: “Sí, lo amé, como a tí”… y/o: “Es imposible amarte todavía, y no quiero vivir contigo”… y/o: “No, no, no”… mito siempre revivido en Alicia Alonso, frase en off anunciadora de eso que se llama la Aurora (como si fuera réplica final de la Electra de Giradoux, título de una novela de Emmanuel Robles o encarnación azucarada de Lucía Bosé en película de Buñuel), rasgo de la condición femenina adaptada al timbre de su voz (mezzosoprano) que algunos estudiosos desean encasillar como símbolo de las fuerzas del Mal, más por quién es capaz de asesinar al universo entero justamente porque su reino es de este mundo.

 

Por otro lado, Guillermo Cuevas concluyó su nota con reflexiones similares, pero deslizando sutiles hipótesis del porqué de la incesante reproducción de la obra, tal vez para dilucidar una paradoja: “cuando la música existe desde siempre”.

 

 

Para el público de hoy, acostumbrado a la magia de una Carmen representada innumerables veces en el teatro o la pantalla cinematográfica, resulta sorprendente saber que la primera reposición parisina tardó ocho años, mientras una producción vienesa lanzaba sus encantos a la popularidad mundial. Amor y muerte, pareja indispensable en toda prestidigitación operística que aspira al triunfo definitivo: destino común de una alegre y refinada Violeta parisina, una sutil y delicada Madama del Oriente y una mítica nórdica incapaz de resistir la prestigiosa tentación de un filtro, reencarnaciones eternas del deseo que ahora usurpa el rostro de una irresistible española nacida en el mismo corazón de Francia (cómo la Imagen de Debussy y la Rapsodia de Ravel). Carmen, retrato infalsificable del pecado que se niega a sí mismo cualquier alternativa de perdón, cualquier posibilidad que culmine con la satisfacción y la tranquilidad final de público y protagonistas. A diferencia de toda fácil solución telenovelera, Carmen se prohíbe pactar con la boba felicidad del último capítulo: su consagración exige la muerte como medida extrema que garantiza la única salvación posible para una obra destinada al escenario. Su perpetua renovación inmoral a lo largo de una serie interminable de representaciones. A partir de su gran éxito vienés, la difusión de Carmen por los teatros del mundo fue tan rápida que, al iniciarse el nuevo siglo, su música y sus personajes se volvieron populares hasta para aquellos que nunca la habían visto representada en los escenarios, prueba irrefutable de su plena e incondicional aceptación. La Suite orquestal derivada de la ópera y hasta fragmentos aislados de la misma han visitado todos los sitios imaginables: plazas públicas, cines, desfiles, cafés, estadios deportivos, calles, mercados y, desde luego, plazas de toros. Las melodías de Carmen parecen habitar en todos los oídos y todas las conciencias. Hasta los más ajenos al arte de la música sienten sus temas como algo familiar, imágenes sonoras instaladas en los más antiguos rincones de la memoria personal y colectiva, fatalmente apropiadas con toda su pureza, espontaneidad, instinto sobrio y firme que, como la lluvia que trae la primavera, son reconocidas con la resignación satisfecha de un placer impostergable, ansiadas con la seguridad premonitoria de un destino inevitable.

 

El juego, lo lúdico, la capacidad de explorar otros estilos, combinado con una narrativa memoriosa y hábil, llevó a Guillermo Cuevas —a principios de la segunda década del año dos mil— a recrear, desde el punto de vista y el estilo de un ficticio crítico musical de época, situaciones o personajes clave para la OSX. Así, transformó las notas a los programas de mano en unas postales sinfónicas que dan cuenta de importantes coyunturas, como la del legendario primer concierto.

 

Xalapa, Veracruz, 21 de agosto de 1929. Hoy en la noche será el esperado Primer Concierto de la Orquesta Sinfónica de Xalapa en el Teatro Sebastián Lerdo de Tejada. A primeras horas de esta mañana, un grupo selecto de cargadores de número recorrió las calles del centro de la ciudad hasta el Teatro, llevando el piano de cola particular del profesor Fernando Lomán, quien será el solista en la memorable velada. Gran expectativa ha despertado este acontecimiento en la sociedad de la capital veracruzana, y sabemos también del gran interés y apoyo que han recibido los maestros de la orquesta y su director, el dilecto violinista Juanito Lomán, por parte del señor gobernador Adalberto Tejeda, conocedor y amante de la música más refinada. El hermano menor de los Lomán, Francisco, también estará presente en el segundo atril de la fila de violines primeros, encabezada por los maestros Salvador Martínez —concertino— y Heriberto Rodríguez —repetidor—, músicos ampliamente conocidos en los círculos artísticos y educativos de nuestra Atenas. A quienes asisten regularmente a las actuaciones de la Banda de Música del Estado, no dejará de sorprenderles ver al maestro Antonio Guzmán como primer oboe, instrumento que ha cambiado por su cotidiana flauta, ya que este artefacto de caña doble resulta indispensable e insustituible en una sinfónica. En cambio, el joven Joelito Pastoreza, ha pasado del violoncello y el clarinete a la primera flauta, y el señor Miguel Melgarejo deja por el momento la trompeta de la banda para tomar un lugar en la fila de los segundos violines. Todos estos maestros muestran gran entusiasmo por participar en la creación de una sinfónica. El señor José Mora dedica hoy más tiempo al violín que a su peluquería y el señor Antonio Hernández alterna la flauta con la administración de los baños públicos del barrio de Xallitic. Mucha suerte queridos músicos. Felicidades maestro Juán Lomán. Gracias señor Gobernador.

 

 

Juan Vicente Melo y Guillermo Cuevas no solo compartieron oficio de anotadores de programas de la OSX, sino una gran amistad y su amor por la Orquesta. Lo demuestran los fragmentos anteriores y, especialmente, estos últimos, en donde la prosa de Juan Vicente y la de Guillermo parecieran articular, a treinta años de distancia un fragmento de otro, un notable contrapunto estilístico. El divulgador xalapeño nos habla desde su narrador ficticio de periodista musical de época; el poeta porteño desde el melómano sensible y entusiasta.

 

En la novena postal sinfónica, titulada “Si tú no vas a la sinfónica, la sinfónica va a donde tú estás”, Guillermo recuerda:

 

Xalapa, Veracruz. Primavera de 1948. La Orquesta Sinfónica de Xalapa prosigue con su labor de llevar la gran música a la mayor parte de la población, presentado audiciones en escuelas y parques públicos. Desde hace un mes recorre la ciudad tocando en el Teatro al Aire Libre de la Escuela Normal Veracruzana, en el Patio Central de la escuela primaria Enrique C. Rébsamen, en el Parque Juárez y en el Parque de los Berros, culminando sus conciertos populares en el Estadio Xalapeño. José Ives Limantour ha sabido despertar el interés del público con sus acertadas explicaciones sobre la música que interpreta la orquesta y las familias de instrumentos que la integran, y el pasado miércoles logró conmover a todos los oyentes con su narración de las prodigiosas infancias y muertes prematuras de dos grandes genios del arte: Mozart y Schubert. Este último concierto resultó particularmente emotivo por estar dedicado a los reclusos del Penal de San José, quienes en esta ocasión estuvieron acompañados por sus familias. En la fotografía vemos a Limantour y la orquesta recibiendo el aplauso de quienes acaso por primera vez escucharon las sonoridades de la obertura de la Flauta mágica y de la Sinfonía inconclusa, magnífico regalo para quienes están privados temporalmente de la libertad.

 

 

El 7 de marzo de 1986, Juan Vicente reflexionaba:

 

Si las manifestaciones artísticas referentes al tiempo (sean éstas poéticas, narrativas, pictóricas, estrictamente musicales o del orden que se prefiera incluyendo las más dispares escuelas filosóficas, estéticas y las cómodamente agrupadas bajo el rubro fácil de etcétera; como gustéis) resultan más innumerables que las arenas, sobrepasando así los estrictos límites de estos renglones, no deja por ello de resultar emocionante cuando ese tiempo se convierte en dato o fecha determinada, propiciadora de legítimo orgullo sólo comparable al que procura la cotidiana comprobación de saberse y sentirse vivos. Sin duda, en algún otro lado se podrán encontrar la historia de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, de su fundación, sus iniciales balbuceos, los años transcurridos desde aquel no muy lejano 1929 hasta el día de hoy, de sus ascensos y caídas, de los nombres que, de una manera o de otra, se hallan al lado de ella, forman parte indisoluble de ese tiempo y esa historia, identifican sus pasos y consiguen transitar idénticos senderos. Estimo más importante ciertos hechos nobles y sentimentales: ciudad y orquesta han logrado tal simbiosis que mutuamente se las define y caracteriza; son una sola; sus gozos y sufrimientos son los mismos, idéntica la distinción que les otorga la aristocracia del espíritu; similares los silencios y la repentina explosión de una alegría nunca antes conocida. Ciudad y Orquesta se elevan a cielos no fijados de antemano y cuando bajan gustan de detenerse en la patria de aquí abajo, ese lugar que les pertenece por derecho propio, en estado de pureza total, inocentes y sin más armas que la respiración. Porque son una sola, intransferible y perfecta, Ciudad y Orquesta conocerán, por los siglos de los siglos, la gloria únicamente destinada a los elegidos consistente en repetir, en voz alta dirigida a los llamados cuatro puntos cardinales, el tiempo vuelto presente perpetuo y la historia que no cesa de provocar ejemplo a seguir y que va de pared, de una a otra sección orquestal. Porque ante las dos, hallamos un verdadero canto de vida y de esperanza.

 

Cabe aquí, con estas remembranzas literarias, hacer un pequeño homenaje a estos dos grandes melómanos, escritores y apasionados de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, gracias a sus textos —y a los de tantos otros— muchos de los asistentes a los conciertos aprendimos a amar aún más la música, a sorprendernos de sus inabarcables ramificaciones y a encontrar en ella una herramienta de conocimiento.

 

FOTO: La Orquesta Sinfónica de Xalapa durante su evento Entre México y Francia, en enero de 2020/ Todas las imágenes son Cortesía de la Universidad Veracruzana

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