Los sonetos de Walter Benjamin
Clásicos y comerciales
POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
/
De todos los ensayistas no cabe duda que ninguno es más influyente en las últimas décadas del siglo XX y en nuestros días aún que Walter Benjamin. Lo digo con asombro, no por que la suya no sea una inteligencia adorable, sino por la dificultad de saber exactamente quién fue ese hombre. Cronista del París de Baudelaire, de su propio Berlín y autor de un concepto fluido de la modernidad del que han sacado ventaja cientos de profesores, teórico de la reproducción incesante de la obra de arte, quien no podía sino quedarse corto y aprendiz de brujo al cual se fían todos quienes buscan salvar al marxismo de su muerte pese a que su angelismo sea más una poética que una política, Benjamin, judío integrado y por ello europeo capital, se ha convertido, gracias a la bendición de manos impolutas como las de Gershom Scholem, en el judío absoluto.
/
Teólogo sin tener religión, héroe marcado por una muerte en fuga que ha hecho del paso fronterizo de Portbou donde se suicidó en 1940 entre Francia y Cataluña una romería, tumba falseada incluida, también, admitámoslo, hay un mal Benjamin: aquel quien colaboraba sin mayores escrúpulos en la Enciclopedia Soviética pues según Marcel Reich-Ranicki, si por crítico literario se entiende, restrictivamente, al autor de reseñas, este gran ideólogo de la lo moderno fue, con frecuencia, un pésimo reseñista literario, laborioso frente a nimiedades y obediente, seguramente por apremio económico, ante las peticiones, a veces absurdas, de sus editores periodísticos.
/
Es casi imposible bajar a Benjamin del altar de los modernos y aunque su obra fue, en cierto sentido, un fracaso monumental por culpa del nazismo, que lo forzó a huir para salvar su vida, el autor de Infancia en Berlín hacia 1900, nunca deja de sorprendernos. Su talón de Aquiles está en ser inagotable. Si cada generación lee a su manera los clásicos, a Benjamin toda ciudad universitaria lo interpreta a placer según la moda en curso y el syllabus a entregar, lo cual en el fondo, importa poco pues su naturaleza polimorfa lo acaba librando de la temida “mala interpretación” que es considerar a la literatura la continuación de la guerra por otros medios.
/
Por si algo faltaba, han aparecido en inglés los bilingües Sonnets (Pilot Editions, 2014), de Benjamin, cuya existencia no era desconocida pero no se habían editado, al parecer, en un volumen independiente, como la ha hecho Carl Skoggard, traductor y comentarista. Estamos ante una ventana ante la más misteriosa de las relaciones de Benjamin, dicen sus más reciente biógrafos (Eiland y Jennings), la establecida con el joven Friedrich Heinle (1894–1914), quien se suicidó junto con su amante Rita Seligson, el 8 de agosto, en vísperas de la Gran Guerra a cuyo llamado a filas el autor de la Obra de los pasajes por fortuna pudo escaparse.
/
Los setenta y tres sonetos, delicadamente anotados (de la traducción mi no-alemán me desautoriza a opinar) por Skoggard, son poemas de amor. Aunque hay momentos que nuestra época subrayaría sin duda y con lápiz rojo como homoeróticos, me parece que lo interesante de esta amistad profunda, sexo o no sexo, es un tipo de amistad masculina muy propia de buena parte del XIX y notable durante la Bella Época, cuya sublimación puede leerse en Narciso y Golmundo (1930), una de las grandes novelas del suizo de lengua alemana Hermann Hesse (1877–1962) cuyo inmenso y merecido éxito lo ha condenado con injusticia al olvido. Hesse, Premio Nobel en su día, fue un cantor de la amistad masculina, nacida en la adolescencia como una suerte de cordón umbilical entre gemelos que las mujeres y después de ella la guerra, la política o la religión, cortan. Cruzando el Rin, los amigos entrañables de Flaubert, en La educación sentimental, se habrían sorprendido mucho de que se sospechase de ellos como invertidos. “Nosotros los victorianos”, diría Michel Foucault.
/
El amor de Benjamin –hombre de mujeres– por el malogrado Heinle provocó la paciente hechura de estos sonetos aspirantes a la perfección, rimados teniendo a los de Shakespeare como modelo pero asimilables a la escuela entonces predominante de Stefan George y si se nos apura a los de Hölderlin mismo, redactados, antes y después de la muerte del amigo por un Ur–Benjamin, quien habría conocido a Heinle en el movimiento juvenil pacifista.
/
Traduzco del inglés en prosa, a la espera de un traductor competente al español, algunas de las estrofas que más me interesaron de los Sonnets, de Walter Benjamin. Uno de ellos, el XLIII, dice: “El nuevo sol es mi pensamiento sin fin y mis pensamientos son los rayos virando hacia la tierra, donde se esparcen en el más misterioso de los anillos. La luz del universo aparece en su pobreza de manera tan extraña que los dioses se bañan en ella. Tú eres la sombra de estas cosas vacías”.
/
Otro, más explícito, es el número XLIX: “Como en su poema el poeta piensa verse a sí mismo, seguramente tú deberás descubrir muy pronto cómo la ternura de la eternidad juega a favor del amor”. Más extraño es Benjamin en el soneto LVI: “Hace siete años, mi vida, te hiciste presentar a nosotros con un niño y todavía no embarazada, entregaste a la creatura gracias a cuyo angélico poder el día se quedó, en su plenitud, lleno de sangre”. Según el escoliasta, este soneto referiría a un niño misterioso –acaso Jesús mismo sospecho yo– que le fuese presentado a Benjamin como sucesor, real o imaginario, del amigo muerto.
/
El judío Walter Benjamin, rodeado de ángeles (de la historia y de los otros), llega a hacer del suicida una figuración de Cristo, lo cual nada tenía de extraño pues antes de pretendido fundador del cristianismo, Jesús fue un profeta judío para horror de los antisemitas de ayer y de hoy.
/
/
FOTO: A la par de su trabajo como filósofo y crítico literario, Walter Benjamin también incursionó en la creación poética. Una muestra de esto son sus sonetos, traducidos al inglés por Pilot Editions.
/
/