Luces en el invierno

Mar 9 • destacamos, Lecturas, Miradas, Reflexiones • 1171 Views • No hay comentarios en Luces en el invierno

 

El mundo es gobernado por gente longeva, pero los años no han servido para aprender prudencia, reflexiona el autor

 

POR ALBERTO VITAL
Joaquín Romero escribe sobre una idea de Martín Caparrós: “La vejez no es un estado de la naturaleza”, sino un invento humano.

 

El autor argentino “recuerda cómo esa longevidad” abre paso a un “sistema de cuidados difícilmente sostenible” para los países más ricos e “imposible para los países pobres” (Joaquín Romero, “¿Quién inventó la vejez”, en Metrópoli abierta, 4 de enero de 2023).

 

Al menos seis cambios de paradigma le están dando su tono al siglo XXI: 1) peligrosísimas e innecesarias guerras comerciales entre gigantes; 2) emergencias climáticas; 3) Inteligencia Artificial y otros retos tecnológicos; 4) desigualdad creciente; 5) género, y 6) mutaciones en los patrones de edad, con un aumento en las expectativas de vida como aspecto positivo que tal vez repercute en los otros cinco cambios.

 

La doctora Aída Díaz-Tendero, politóloga y humanista, conduce la serie Literatura y Vejez en Tirant Humanidades, de Valencia, España.

 

Dos volúmenes de la serie tengo a mi alcance: Un pacto con la soledad. Envejecimiento y vejez en la literatura en América Latina y el Caribe (2019) y Luces en el invierno (2022). Para este último tuve el honor de ser invitado por la doctora con la misión de reunir plumas de aquí y allá a fin de ofrecerle al público un panorama sobre el tema en diversas literaturas, más allá de nuestro continente.

 

 

La doctora ha estudiado el envejecimiento y la vejez en América Central y el Caribe y se ha valido de conceptos como solidaridad. Con generosa sensatez y gran seriedad teórica, ha visto las dificultades que enfrentan personas mayores en países cuyos gobiernos no dan concreción y cauce a esa solidaridad; entonces tales personas, crecientes en número, enfrentan condiciones de verdad difíciles durante los últimos años de su transcurso.

 

Un descubrimiento del libro consiste en reconocer cómo hacia 1950 la vejez empezaba a los cuarenta: los personajes del uruguayo Juan Carlos Onetti y del italiano Ítalo Svevo abandonan sus planes cuando apenas andan por los treinta. Esto ejemplifica una distinción que emplea la doctora desde Un pacto… y otros escritos: el envejecimiento es biológico e inexorable; la vejez es social, como lo sugiere Caparrós.

 

Tal distinción es una clave de nuestro tiempo e influye incluso en el léxico: ya no usamos términos como sexagenario y septuagenario porque connotan una vejez avanzada.

 

De hecho, hoy nos gobiernan numerosos septuagenarios y octogenarios.

 

Añado esta constatación, con sus matices, a las visiones presentes en el libro.

 

Veamos.

 

Tenemos la vejez prematura y fallida en Onetti y Svevo.

 

Tenemos una vejez poetizada (la de Luis de Góngora) en Luis Cernuda.

 

Tenemos una vejez conceptuosa en Cicerón y sabia en Luis Sepúlveda.

 

Tenemos una vejez agonizante en Ricardo Garibay.

 

Tenemos en Leonardo Sanhueza la vejez de aquellos abuelos que reconstruyen la historia (los padres han muerto por la dictadura chilena) delante de los nietos huérfanos.

 

Tenemos en Antonio Tabucchi una vejez politizada bajo otra dictadura.

 

Tenemos balances sugestivos en los muy personales textos de Leonardo Curzio, Gonzalo Celorio, Fernando Solana Olivares (quien habla de la actual “Juvenalia” a los 70), José Martínez Torres, Sandra Lorenzano, Eduardo Casar.

 

Tenemos el texto de Verónica Volkow, que comienza así: “La vejez no fue tema de desprecio para los autores clásicos” (p. 171). La autora reúne a grupos de artistas según la edad en que murieron.

 

Tenemos el envejecimiento de Porfirio Díaz mientras era presidente de la República: ¿seguimos pagando las consecuencias de la falta de reflejos del oaxaqueño (él, tan ágil en la juventud y madurez) cuando se acercaba la hora del retiro? ¿Sus propios intereses económicos (estudiados por Jorge Jiménez Muñoz) le impidieron leer los nuevos signos?

 

Y tenemos el muy notable epílogo de la doctora Díaz-Tendero, “Por eso la vejez llega al final”. La docente e investigadora de las universidades de México y Complutense nos habla de la vejez como dependencia, como etapa de pérdidas, como enfermedad, como soledad, como imposibilidad, como invisibilización, como ausencia de futuro y antesala de la muerte. Y aun así deseamos llegar a ella “para rascarle la última escama a la vida” y “porque queremos haber pasado por todas las etapas”; aparte, “llegar a la vejez es estar lo más cerca posible de la inmortalidad” (p. 333).

 

A este broche de prosa de oro me atrevo a añadirle un aspecto digno de mucha atención: ya aludí al poder en septuagenarios y octogenarios. Una foto de jóvenes sirios que cargan a un compañerito herido me conduce a preguntas eternas: ¿quién o qué provoca el dolor de los inocentes? ¿Y por qué? ¿Por qué?

 

En términos estadísticos, las guerras de estos días parecerían una revuelta de un grupo de ancianos contra jóvenes. De modo superlativamente irresponsable, personas de la tercera edad nos amenazan con armas nucleares. ¿Medio millón de víctimas en Ucrania? Son, en su mayoría, muchachos. ¿Treinta mil fallecimientos en Medio Oriente? Estamos hablando de niñas, niños, adolescentes, madres jóvenes, abuelos, recién nacidos.

 

¿Ante semejantes líderes se rompe el estereotipo de que los años nos enseñan la prudencia?

 

¿Se está dando la mutación demográfica (vivimos más; a los 80 podemos seguir siendo dirigentes) sin que eso signifique más templanza y visión?

 

¿Los intereses y las tumultuosas inercias diarias vuelven rehenes de unos y otras a quienes deberían pensar en nuestra seguridad y nuestro bienestar, sobre todo ahora que nos urge una actualización de las ideas acerca de los mercados de trabajo ante la Inteligencia Artificial y ante el aumento de años productivos?

 

Por allí anda el antiguo Heráclito queriendo decirnos que somos campos de fuerzas en polémica.

 

Tenemos, sí, diferencias intrageneracionales e intergeneracionales.

 

Un pacto con la soledad y Luces en el invierno nos permiten comprender muchos matices de la empatía de la literatura por la vejez y por el envejecimiento y nos ayudan a acercarnos desde el renovado afecto a personas mayores, muchas de ellas con altos índices de vulnerabilidad.

 

Simultáneamente, las guerras de hoy deberían hacernos pensar en ese puño de ancianos (casi todos, sí, varones) que ejecutan el penosísimo trabajo sucio de mandar a morir a cientos de miles de jóvenes y de personas de otras capas generacionales. Tales ancianos obedecen a intereses económicos poderosísimos, a simplismos, a anacronismos, a múltiples esclerosis ideológicas y a sus muy personales resentimientos y deseos de venganza.

 

Pero volvamos dialécticamente a dos notas positivas.

 

Un hombre ya con sus años, Bernie Sanders, fue quien más entusiasmó a la juventud en las elecciones de 2020.

 

Y Un pacto con la soledad y Luces en el invierno son dos ricos estímulos para la reflexión. La doctora Díaz-Tendero le dedica Luces… a “Ana Mari, mi abuela y amatxo”.

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