Luces y sombra de una bienal

Ago 23 • destacamos, Miradas, principales, Visiones • 4550 Views • No hay comentarios en Luces y sombra de una bienal

 

POR ANTONIO ESPINOZA 

 

Luego de un día caluroso de 37 grados, la noche regiomontana del pasado 14 de agosto fue más bien fresca y muy agradable. Con ese ambiente fue inaugurada la XI Bienal Monterrey FEMSA en el Centro de las Artes de Nuevo León, ubicado en el Parque Fundidora de la capital del estado. En esta edición de la bienal regiomontana se recibieron 3 mil 487 obras de mil 255 artistas. El jurado, integrado por Pierre-Olivier Arnaud, Agustín Arteaga, Ramiro Martínez, Betsabeé Romero y Gilbert Vicario, decidió seleccionar 65 obras de 40 artistas para su exhibición y otorgar los dos premios de adquisición a los artistas: Hugo Crosthwaite (en la categoría de formato bidimensional) y Antonio Monroy (en la categoría de formato tridimensional). El primero ganó con la obra Tijuana Radiant Shine 1 (lápiz y acrílico sobre masonite, 2013) y el segundo con Segundo paisaje de sombras (acrílico intervenido y proyectores, 2013).

 

No me disgustaron las obras galardonadas. La obra de Hugo Crosthwaite es una serie de dibujos realistas con escenas de la vida cotidiana en Tijuana intervenidos con garabatos pintados con acrílico. Según me dijo el artista, se trata de las primeras piezas de un “rompecabezas” que va a exhibir en un museo de Los Ángeles en 2015. La obra de Antonio Monroy es una instalación muy ingeniosa que fue colocada sobre un pedestal y dentro de un cuarto oscuro. Está integrada con dos pequeñas construcciones de acrílico que proyectan su sombra sobre la pared. Reitero: no me disgustaron las obras premiadas. Sin embargo, hay piezas en la exposición de tan alto nivel que bien pueden poner en duda la decisión inapelable de los jurados.

 

“Arquitectura doméstica” (2014), de Emilio Said.

 

Entre lo mejor de la bienal regiomontana se cuenta Ensamble de una destrucción (mixta, 2014), de Gustavo Villegas. Bien concebida en cuanto a concepto, la pieza se integra en tres partes: un volkswagen ensamblado con alambre, un pequeño óleo sobre papel con la imagen del coche chocado y los archivos policiales que dan cuenta del choque. Para mí esta pieza tridimensional es la más lograda de la exposición y merecía el primer lugar. Pero otras obras tridimensionales no se quedaron atrás. Espléndidas son las dos piezas de Eduardo Romo: Cielo raso (2014) y Falso plafón (2014), ambas pertenecientes a la serie Obra negra, producto de una reflexión sobre los materiales de la construcción (aluminio, cable de acero, tablarroca, tornillos, tuercas). Ante nosotros, se presenta lo que no vemos de las construcciones. Todavía más: la espectacularidad de Cielo raso (colgada del techo con cables de acero) se complementa con la blancura ascética y sobria de Falso plafón, que según el artista nos puede remitir a Malévich y Mondrian.

 

“Falso plafón” (2014), de Eduardo Romo.

 

Un toque de humor, que siempre será bienvenido, es el que pone David Garza con Forgotten Beast (2014), un viejo ropero con 43 años de polvo acumulado al que el autor añadió unas patas para volverlo a la vida y convertirlo en obra de arte. Igualmente divertidas son las obras de Irene Clouthier (Sacapiojos, 2014, realizada con papel y engrudo) y de Sebastián Beltrán (Pelikan, 2014, el dibujo de una goma de borrar sobre concreto blanco). Por otro camino van las instalaciones de los colectivos Estética Unisex y Objeto Posible, las piezas colgantes de Héctor Velázquez (Nódulo ocular y Pólipo plata, ambas realizadas en 2013 con hilo de algodón), la obra molecular de María García Ibáñez y el rollo de palabras y esperanzas de Milton Zayas.

 

“Forgotten Beast” (2014), de David Garza.

 

En cuanto a la obra de formato bidimensional, los dos cuadros geométricos y matéricos de J. J. Lozano se llevan las palmas: Construcción enterrada y Estructura oculta (2013). No desmerecen los cuadros de Fabián Ugalde: Diamante 2 X 2 (2013) e Installation View (2013), realizados con tinta vinil mate sobre tela plastificada. Tampoco los de Rolando Jacob: CIS3 (2014) y CIS4 (2014), acrílicos sobre madera. Y mucho menos el de Emilio Said: Arquitectura doméstica (2014), pintura automotriz sobre bastidor de aluminio. Estas siete obras son ejemplos bien logrados de pintura plenamente contemporánea.

 

“Ensamble de una destrucción” (2014), de Gustavo Villegas.

 

Hay más obras sobresalientes: los videos de Hernain Bravo (Al encuentro de la tierra prometida, 2014) y Mario Opazo (Solo de violín, 2010); las fotografías de Alejandro Cartagena (Carpoolers Jam, 2012), Juan Rodrigo Llaguno (de la serie Retratos sin camisa, 2012) y Antonio Medina (Creímos que duraría para siempre, 2014); las impresiones digitales sobre tela bordada a mano de Coral Revueltas (Mapas de día, 2014). Las impresiones digitales de Malba Arellano están bien logradas, pero son muy ingenuas en su intención política. Ingenuas y también mediocres son las dos pequeñas pinturas de Irene Blaise. Parecería que en una bienal de este nivel no tendrían cabida piezas tan malas. Lo que uno se pregunta es por qué los jurados dejaron pasar estos cuadros de pena ajena, que ni como pintura tradicional ni como pintura contemporánea pasan la prueba del ojo crítico: ¿entre 3 mil 487 obras no había dos pinturitas mejores? La selección de la pintora mencionada quedará como el “prietito en el arroz” de la XI Bienal Monterrey FEMSA.

 

Por último, debe mencionarse la sección de artistas invitados, que en esta ocasión son colombianos. Bajo la curaduría de Sylvia Suárez, la exposición se llama Improntas del cuerpo: acción de archivo e instalación y cuenta con la participación de Heidi y Rolf Abderhalden, Marta Combariza, Delcy Morelos y Óscar Moreno Escárraga.

 

*Fotografía:  “Cielo raso” y “Falso plafón (2014), de Eduardo Romo.

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