Luis G. Urbina, páginas españolas en “El Universal”
Presentamos una selección de las ponencias que se dieron el 10 y 11 de octubre en el coloquio “EL UNIVERSAL 100 años. Memoria de México en la Hemeroteca Nacional”.
POR MIGUEL ÁNGEL CASTRO
Instituto de Investigaciones Bibliográficas
Universidad Nacional Autónoma de México
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Volveré a la ciudad que yo más quiero después de tanta desventura; pero ya seré en mi ciudad un extranjero.
A la ciudad azul y cristalina volveré; pero ya la golondrina no encontrará su nido en la ruina.
Volveré tras un año y otro año de miseria y dolor. Como un extraño han de verme pasar, solo y huraño.
……
Mis pasos resonarán en las baldosas con graves resonancias misteriosas y dulcemente me hablarán las cosas.
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Estos versos de “La elegía del retorno” que Luis G. Urbina dedicó a Francisco A. de Icaza, forman parte de su quinto libro de poemas, que hace cien años fue publicado en Madrid con el título de El glosario de la vida vulgar. El vate confirmaba su inspiración adivinatoria porque, en efecto, no regresarían sus pasos cotidianos a nuestra capital, aunque, debo advertir, supo permanecer en este país dos décadas más por medio de la escritura, pues no dejó de colaborar en El Universal, en Revista de Revistas y en El Excélsior.
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Para celebrar el primer siglo de ese importante poemario y comentar su colaboración en El Universal, conviene recordar que Urbina se vio obligado a salir del país por haber fungido como director de la Biblioteca Nacional de México durante el régimen de Victoriano Huerta, entre 1913 y 1914. El escritor llegó a Cuba a mediados de 1915 en compañía de los músicos Manuel M. Ponce y Pedro Valdés Fraga. En la isla, el trío de exiliados organizó conciertos en los que el poeta leía sus versos, y comenzaron a impartir clases particulares. Urbina consiguió que El Heraldo de Cuba le diera cabida a sus textos.
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El 3 de mayo de 1916 se embarca Luis G. Urbina rumbo a España, adonde se dirige como corresponsal del diario cubano; hace una escala en Nueva York de dos días, y previa estancia de dos meses en Barcelona, llega a Madrid en pleno verano. Lo reciben en la Estación del Norte, Amado Nervo y Alfredo Gómez de la Vega. El poeta, que tiene entonces cincuenta y dos años, se da a la tarea de seleccionar algunos de sus escritos. Resultan dos libros que contienen las líneas que le dictó la amargura con la que vivió los primeros momentos del destierro: El glosario de la vida vulgar y Bajo el sol y frente al mar, ambos editados en la capital española. Gerardo Saénz, su biógrafo, observa, en el estudio que le dedicó a la poesía de Urbina, que El glosario de la vida vulgar revela la desolación que el escritor sentía al verse fuera de su patria, y resume su contenido:
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En este volumen incluye las treinta y cinco composiciones de su destierro en Cuba, diez de su viaje a través del Atlántico, camino de la península Ibérica, y cuatro más que escribió durante sus primeros días en España. Estas cuarenta y nueve poesías no están clasificadas como las que se hallan en las colecciones anteriores. El volumen empieza con una deliciosa suite de once sonetos que bautizó con el nombre de “El Poema del Mariel”. Después encontramos una miscelánea de veinticuatro composiciones sobre temas variados. Luego cierra este primer grupo de poemas del destierro con otra serie de diez poesías, la mayoría de ellas sonetos, titulados “La Vida a Bordo”. Y la colección termina con cuatro composiciones diversas —que incluyen una irregular, otra en tercetos y dos sonetos—, escritas después de que llegó el poeta a Madrid.
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En principio no hay duda sobre la estética modernista que rige a la poesía, el cuento vivido y la crónica soñada de Urbina, como tampoco de sus diferencias y semejanzas frente a Manuel Gutiérrez Nájera y demás miembros de esa familia. Para Salvador Elizondo, Urbina, junto a Francisco A. de Icaza, representa el ala parnasiana del modernismo. “Ambos —señala— son poetas de exquisita perfección, maestros en la descripción del paisaje, cumplidos exponentes del gran precepto modernista que dice que el arte es la naturaleza vista a través de la sensibilidad”.
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Según Julio Torri esa melancolía se ocultaba o disfrazaba con un optimismo y ansia de vida, de “esa misma alegría de vivir que informa toda nuestra literatura de pueblo joven, anhelante de lograr sus altos destinos”. En su opinión, fueron algunos de los colaboradores de la Revista Moderna los que tenían una visión más negra de la existencia, como los decadentistas Bernardo Couto y Julio Ruelas: “No es Urbina —afirma el cuentista— ciertamente el poeta de la desesperación, de las pasiones devastadoras ni del nihilismo enfermizo. Es la suya, ante todo, poesía del desengaño mitigado y de la remembranza”.
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Recién llegado a Barcelona, el 31de mayo de 1916, Urbina le escribió un “Envío al poeta Amado Nervo”, en el que le solicitaba con humildes versos un texto para presentar las “piedrecillas ásperas” de ese mosaico poético que, le decía, reproduciría “un instante de su vida vulgar”. Nervo atendió la solicitud con unas cuantas líneas que llevan el título de “Un gran poeta” (fechadas en la capital española el 25 de junio de aquel año); en ellas advierte al lector español que uno de los más grandes poetas de América ha llegado a su país como “armonioso huésped espiritual” y le pide que lo acoja porque “necesita el calor de tu España legendaria y cordial, por él y por mí tan amada; necesita de tu sol, mientras el destino le conduce de nuevo al vasto nido del Águila Azteca; mientras le es dado tornar al suelo bendito donde sus grandes y pensativos ojos, hoy cargados de tristeza, se asomaron por vez primera al panorama de la vida; mientras puede llevar a su Patria el oro maravilloso de su otoño lírico, de su sabiduría tan humana y de su voluntad tan eficaz para toda blanca y pura empresa”. El tono apesadumbrado del poemario es definido en la infaltable dedicatoria a Justo Sierra que Urbina acostumbraba estampar en sus obras, y en la cual expresa que lo siente como un compañero de su expatriación, un espíritu, que le aconseja tres cordiales palabras de sabiduría: “Ama.-Sufre.-Perdona.”
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Esos poemas dictados por la nostalgia y otras emociones desesperadas a Urbina, reunidos en el Glosario de la vida vulgar, encontraron compañía en las veinticuatro prosas que dieron forma a Bajo el sol y frente al mar, publicado igualmente en Madrid en 1916. El proceso productivo de Urbina: libro de poesía anuncio de libro de prosas o viceversa. No podía ser de otra manera, el poeta seguía el oficio de periodista cultural que había aprendido desde muy joven y que, para entonces dominaba como pocos.
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La vida y la obra de Luis G. Urbina pueden y, creo que deben, estudiarse antes y después de su exilio en España. El vate escribió desde su salida del país en 1915 hasta sus últimos días en Madrid, en 1934, a pesar de haber anunciado su retiro de la poesía años antes y haber suspendido su colaboración en El Universal en 1930. En España fueron publicados sus estudios histórico literarios: La literatura mexicana durante la guerra de Independencia y La vida literaria de México (1917), cuatro libros de poesía: El glosario de la vida vulgar (1916), Antología romántica (Barcelona: Casa editorial Araluce, 1917), El corazón juglar (Editorial Pueyo, 1920) y Los últimos pájaros (Biblioteca Rubén Darío, 1924) y tres colecciones de crónicas: Bajo el sol y frente al mar (1916), Estampas de viaje (Revista Hispano-Americana “Cervantes”, 1920) y Luces de España (Editorial Marineda, 1924).
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Cabe advertir que los libros que vieron la luz entre 1916 y 1917 en Madrid fueron editados por la Imprenta de M. García y Galo Sáez. Urbina editó estas tres obras con textos enviados desde Madrid y Sevilla a Revista de Revistas, El Heraldo de Cuba, Excélsior y El Universal. De acuerdo con la contabilidad de Gerardo Sáenz más de cuatrocientos artículos de los cuales su autor escogió (entre lo publicado sobre todo por El Heraldo y Excélsior) veinticuatro para Bajo el sol y frente al mar, veintiuno para Estampas de viaje y veintisiete para Luces de España, esto es solamente 72 prosas, menos de una cuarta parte de toda aquella producción periodística.
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Los libros de crónicas editados por el poeta en Madrid proyectan las imágenes que le fueron más estimadas como viajero y exiliado: Bajo el sol y frente al mar contiene textos sobre su salida del país, el viaje a Cuba y episodios vividos durante su estancia en la isla. Estampas de viaje y Luces de España resumen el tiempo español del mexicano.
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Los cronistas del modernismo porfiriano, obligados por las circunstancias, concedían a regañadientes su literatura al periodismo, como advierte Carlos Monsiváis, “en el principio está la queja. El ejercicio del periodista es una condena, el pago por sobrevivir en un medio habituado a la improvisación, al fraude intelectual, a la imposibilidad de la especialización.”1
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Gutiérrez Nájera literaturizaba ese pesar:
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No hay tormento comparable al del periodista en México. El artesano se basta a sí mismo si conoce su oficio, pero el periodista tiene que ser no sólo “homo duplex”, sino el hombre que, como dice Valhalla, puede dividirse en pedazos y permanecer entero.
Debe saber cómo se hace pan y cuáles son las leyes de la evolución; ayer fue teólogo, hoy economista y mañana hebraísta o molinero; no hay ciencia que no tenga que conocer ni arte en cuyos secretos no deba estar familiarizado. La misma pluma con que bosquejó una fiesta, un baile, le servirá mañana para escribir un artículo sobre ferrocarriles y bancos […] Y todo sin tiempo para abrir un libro o consultar un diccionario.2
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Sobre este dilema y otros propios del oficio reflexionó Urbina en múltiples ocasiones como lo confirmó Zyanya López en su trabajo de tesis sobre las crónicas musicales de Urbina publicadas en El Universal: “Las crónicas publicadas en El Universal por Urbina son, en diversos momentos, una especie de metacrónicas, por llamarlas de una forma, en las que el autor proclama la base y la utilidad de sus escritos, muy al estilo modernista. Sin embargo, resulta interesante observar cómo el autor, a principios del siglo xx, reflexiona sobre la labor periodística y considera, por ejemplo, la crónica como ‘una sección indispensable en cualquier diario que se respete’;3 del cronista hacía comentarios como: ‘es cierto que un cronista no es un artista.’4, ‘El cronista es un narrador; pero más que copiar con exactitud la verdad, se recrea en darle amenidad y ligereza. Enfoca y reconstruye la vida a manera de novelista’5; la crónica en ocasiones para él era un ‘juego vivaz de fantasía que toma los hechos reales y hace con ellos maravillosos, luminosos fuegos de artificio, mágicas y giratorias geometrías’.”6
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Cuando se pone en marcha el proyecto de El Universal, Urbina se esforzaba por reinstalarse en el sistema literario del país, entre 1916 y 1917, con la ayuda de los amigos (lo sabía antes que Los Beatles), publica, como ya vimos, algunos de sus libros y viaja a Argentina a impartir una serie de conferencias a la Universidad de Buenos Aires. No sobra advertir que el periódico publicó una decena de poemas y un par de artículos suyos entre 1917 y 1921, suponemos que por cortesía o gusto de algunos de sus editores.
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Será en los primeros meses de 1924 cuando el poeta formalice su relación con el periódico como cronista corresponsal en Madrid. La historia de aquel oportuno acuerdo, pues el poeta pasaba por graves apremios económicos, la encontramos en la correspondencia que Urbina sostuvo con Alfonso Reyes. El 29 de enero desde Madrid, le escribe con desesperación:
Tu carta del 24 me llena de consuelo. Me promete sesenta días de pan. González Martínez y tú me ayudarán a que, por un tiempo, pueda orientarme y calcular la solución a mi problema. No sé si sabrás que, de México, me niegan los viáticos. Ni poco ni mucho: nada… He escrito a Miguel Lanz Duret, pidiéndole una de estas dos cosas: aumento de trabajo y situación de unas pesetas aquí, o envío de mil quinientos pesos para regresar a México y trabajar en ese pandemónium de pasiones… He pensado Alfonso, que tal vez Arturo Pani, que es tan bueno, esté dispuesto a escribirle a Alberto, exponerle mi situación y pedirle cordialmente ayuda. No he hecho nada malo ni bochornoso para que me dejen así. He procurado representar, a mi modo, la cultura de México. He trabajado, con ahínco de mejorarla. ¿Qué piensas de esto? Nada haré sin tu consejo y tu apoyo.
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Las buenas noticias las recibió pronto y se las comunicó al confidente el 12 de marzo. Le cuenta que la respuesta de Lanz Duret le llegó a fines de febrero en un cable que decía nada más “Primera solución”. En los primeros días de marzo recibió dos cartas de Lanz Duret, una en la que le anuncia que el asunto de los viáticos va por buen camino gracias a las gestiones que ha hecho con Manuel Sierra y Genaro Estrada, y otra en la cual le comunica que “en vista de la difícil situación en que se encuentra usted, he decidido aceptarle, además de los cuatro artículos que mensualmente hemos convenido, dos más para “El Universal Ilustrado” mediante pago total de $350 al mes, que se repartirán como sigue: A usted $200 en Madrid; a su familia, en México, $150”.
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El oficio lo salvaba, así lo expresaba a Reyes, pues los compromisos que Urbina tenía con su mujer Lucesita y los hijos que había dejado en México le quitaban la tranquilidad. Otros favores recibió de Miguel Lanz Duret al año siguiente, pues gracias a él pudo conseguir dinero para viajar a México en 1925.
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La primera colaboración de Urbina que hacía honor a aquel convenio apareció el 1 de mayo de 1924 con el título de “Crónica de Luis G. Urbina, Madrid se despide de Alfonso Reyes. Dibujos en menú”. Los textos urbinianos en el diario de Lanz Duret se publicaron durante siete años casi ininterrumpidamente, entre 1924 y 1930, alcanzan la suma de poco más de 250. En estos artículos-crónicas es posible reconocer a un Urbina inmerso tanto en la literatura, el teatro, el arte, los problemas sociales y políticos de los españoles como en sus tradiciones locales y angustias cotidianas. Nadie más a modo que él, agudo observador, culto y sensible para referir lo más interesante de todos aquellos asuntos con penetración, emoción e inteligencia a sus paisanos:
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Yo escribo de España, pensando en los americanos. Los españoles –como es natural– escriben pensando, ente todo, en sí mismos. Mas juzgo que acaso pueden tener interés las anotaciones de un mestizo de América que, a corazón abierto, se siente invadido por la existencia peninsular, maternalmente suave y acogedora.7
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Observamos que, como resume Zyanya López:
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En estas colaboraciones Urbina siguió con la misma fórmula modernista y escribió “crónicas de bric a brac”, es decir, artículos en los que se trataban varios temas a la vez, tendencia modernista tomada del periodismo francés; además plasmó “bocetos de la vida española”, sobre las visitas de “los reyes de Italia en Madrid”, acerca de los “perfiles de artistas españoles”, sobre “la vida cultural española” bajo los ojos de un mexicano y para los mexicanos; pero sin olvidarse jamás de poner a trabajar su pluma sobre uno de sus artes favoritos desde que era un “lépero liliputense”: la música. Sus temas, si bien hablan de una actualidad que está viviendo en un país diferente al suyo, se muestran con una fórmula que no refleja una actualidad, sino un pasado añorado.
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En efecto, una buena parte de las doscientas cincuenta y tantas colaboraciones de Urbina se relacionan con el arte, el teatro y los espectáculos en España en general, por eso son una mina para el historiador interesado en los personajes de aquella década tan determinante para las vanguardias. Otro conjunto importante lo constituyen los artículos memorísticos o de crítica literaria, de gran utilidad para la historia de la literatura. Destaca en tal sentido las series de artículos “Libros de México, bajo los árboles de Castilla” y “Anécdotas de la intimidad”. Por eso es oportuno citar el estudio, compilación y transcripción de unas decenas de las colaboraciones de Urbina en El Universal, que antecede el que me ocupa a mí desde hace varios años, que hizo Carrie Odell Muntz en 1954, en su tesis “Luis G. Urbina, cronista”. Ha seguido ese ejemplo, Zyanya López, que identificó 24 textos de tema musical, algunos de los cuales ya fueron rescatados en 1999 por Ricardo Miranda en un pequeño volumen que toma el título de una de las series que intentó Urbina en el diario: Mis amigos los músicos. (Breve fondo editorial).
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La sola lectura de los títulos de las crónicas de Urbina nos da una idea de la página cultural hispano-mexicana que construyó el poeta. El tiempo de que dispongo no me permite mostrar como debiera evidencias de la erudición del escritor ni la elegancia, la corrección, la amenidad y la emoción con las que urdía sus textos. Pero queda la invitación a visitar la Hemeroteca Nacional para conocerlas y disfrutarlas.
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El ciclo de Urbina en El Universal se cerró el 9 de febrero de 1930 con la crónica “De barbarie a barbarie”, coincidía con las transformaciones que adoptaba el periódico, tal vez como reflejo de las que ocurrían por todo el país, porque, en efecto, “Hacia 1929, se presentó un cambio en El Universal, fenómeno que se venía dando desde finales del siglo XIX, cuando los domingos se volvieron el espacio ideal en la semana para la actividad cultural y literaria, y en donde se fue creando una sección que cubría esa necesidad. Si antes las crónicas escritas por periodistas aparecían en la primera sección, ahora éstas se trasladaban a una especie de revista cultural dentro del periódico, llamada El magazine para todos. En este suplemento semanal que aparecía los domingos publicaron los escritores que antes habían compartido lugar con la primera sección de este diario con Urbina. Era ahí donde José Juan Tablada escribía sobre ‘Nueva York de día y de noche’ al lado de otros escritores como Carlos González Peña y María Enriqueta Camarillo, que muchas veces suplió la ausencia que Urbina dejaba en el diario a causa de sus enfermedades”.
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Por entonces, y a punto de suspender sus colaboraciones en el periódico, confirmamos que Urbina “concebía a la crónica como un género que le brindó un reconocimiento y la satisfacción de saber que existía un público que lo leía, que lo seguía y lo reconocía. Así, en unas de sus últimas crónicas para El Universal, en su ‘Invocación’, al referirse a la labor del cronista y a su ‘inspiración’, agradecía”:
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Gracias a ti, geniecillo delirante y juguetón, a pesar de mi retraimiento, a pesar de mi vejez y de mi soledad, pienso en tener amigos que no veo y que no me ven, pero que han solido vislumbrar cosas lejanas y visiones inoculares, a través de mi literatura.
Eso de soñar en que habrá lectores –siquiera sean los treinta y seis del novelista de Las Diabólicas–, que nos sigan y a quienes divaguemos por unos minutos con nuestros estudiados mariposeos, es la impresión más agradable que pueda experimentar un cronista.8
1 Monsiváis, op. cit., p. 34.
2 Ibid.
3 Luis G. Urbina, “Antaño y hogaño. Crónicas y cronistas” en El Universal, México, 23 de julio de 1925, pp. 3 y 8.
4 Urbina, “Temas literarios. La crónica y la emoción” en El Universal, 8 de enero de 1928, p. 3.
5 Urbina, “El regreso del cronista. Invocación” en El Universal, El magazine para todos, 20 de octubre de 1929, pp. 3 y 10.
6 Ídem.
7 Citado en Castro, “Y así salí de la tierra…”, op. cit., p. 160
8 Luis G. Urbina, “El regreso del cronista. Invocación,” en El Universal, El magazine para todos, 20 de octubre de 1929, pp. 3 y 10. Zyanya López, p….
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