Luis Goytisolo, el escritor que echa chispas
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Autor de la tetralogía Antagonía y ganador del Premio Carlos Fuentes, entregado esta semana en la Ciudad de México, el español habla en entrevista sobre sus inicios, sus obras (incluyendo las que no le gustan), su amistad con Fuentes, Paz y Rulfo, y sus vicisitudes en la vida, que no han sido pocas
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POR YANET AGUILAR SOSA
Sobre la espalda, el escritor español Luis Goytisolo Gay (Barcelona, 1935) carga la historia de una saga familiar brillante. Su vida determinada por la literatura y la política no está exenta de tragedias, de enfermedades, de una obsesión perenne por la memoria. Carga sin quererlo con el peso de ser el hermano menor de dos escritores potentes: el poeta José Agustín Goytisolo (1928-1999) y el novelista Juan Goytisolo (1931-2017).
El narrador, ensayista y poeta, que al igual que sus hermanos se ha entregado en cuerpo y alma a las letras y a la acción política, es considerado un renovador de la literatura y constructor de una obra que brinda una lúcida mirada ante la crudeza del mundo. Su energía parece eterna; su pasión por la moral, la política y la novela siempre ha sido impostergable.
El peso de su historia lo lleva a cuestas. A sus 83 años descree de Dios igual que descree de la posibilidad de un mundo mejor que se logra de manera sencilla; sin embargo, no es pesimista, aunque tampoco optimista: “Lo que pasa es que hago frente a las cosas y siempre tiro para adelante”, afirma veloz con un brillo en la mirada.
Único sobreviviente de los Goytisolo, Luis creció bajo la tutela de su padre, José María Goytisolo Taltavull, un científico barcelonés que crió a sus tres hijos tras la muerte de su esposa Julia Gay, quien fue víctima de un bombardeo durante la Guerra Civil Española, cuando Luis, el más pequeño, apenas tenía tres años.
Esa tragedia familiar —la segunda dentro del clan Goytisolo Gay; la primera fue la muerte del primogénito, Antonio, que murió de meningitis en 1927—, marcó a los Goytisolo y fue determinante para la vida y la literatura de Luis.
Desde su primera novela, Las afueras, con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve en 1958, se convirtió en un escritor que se impuso sobre su generación; a ella le han seguido más de dos decenas de libros, especialmente novelas, destacando ante todo su tetralogía Antagonía que se compone de Recuento (1973), Los verdes de mayo hasta el mar (1976), La cólera de Aquiles (1979) y Teoría del conocimiento (1981).
El narrador —miembro de la Real Academia Española desde 1994, Premio Nacional de Narrativa y Premio Nacional de las Letras de su país—, recibió hace unos días en la Ciudad de México el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español 2018, uno de los más importantes galardones literarios que se entregan en México, dotado de 250 mil dólares.
Consagrado desde hace varios años como un autor fundamental del siglo XX, por emprender desde Las afueras una búsqueda literaria y un experimento que intenta renovar el contenido y la forma de la novela tradicional, Goytisolo sigue imparable. En 2017 publicó su más reciente novela, Coincidencias (Anagrama), y hace sólo unos meses puso punto final a una nueva historia titulada Chispas, novela que ha definido como “contundente, cargada de un humor rabioso pero que es al mismo tiempo bastante triste”.
En entrevista con Confabulario, el autor, que también se ha dedicado a hacer documentales para la televisión y que es un constante colaborador en la prensa de su país, habla de sus primeras lecturas y textos. De su salto de Salgari a Proust, Joyce, James, Broch y Pavese; de su cercanía a Carlos Fuentes y Juan Rulfo; y de su compromiso moral y cívico con su presente.
Goytisolo escribió su primera obra cuando era niño: un cómic que aún conserva y tras el cual vino un convencimiento de que su mundo estaba en la literatura y no en el dibujo, que también le gustaba. A los 23 años ya construía una narrativa fragmentaria, dislocada, divertida, provocadora y completamente atípica.
¿Siempre quiso romper los límites y traspasar las fronteras?
Son formas de ser, no tiene ningún mérito, no hay que romantizar. Cuando hice la primera comunión, por ejemplo, a los cinco o seis años, no creía en lo absoluto en Dios, en nada de eso, porque yo decía: “Es imposible que Dios esté en todas partes, en lo que yo pienso, porque a quién le importa lo que piense el otro”. Tampoco me he vuelto antirreligioso, simplemente no soy religioso. Así que creo que esta es una forma de ser, y así he sido con todo, las letras incluidas.
¿Desde que empieza a escribir tiene muy claro que le interesa otra forma de contar o va llegando por azar a esos territorios?
Ha sido un una cosa repentina. A los cinco o seis años ya escribía. Incluso ese librito lo conservo. Era un cómic que hasta tenía un argumento y dibujos. Me gustaba dibujar.
Me gustaba mucho también Emilio Salgari y todos estos aventureros, pero luego poco a poco fui cambiando. De Salgari pasé a Conrad, que era algo parecido pero de enorme calidad. Luego pasé a otro tipo de lecturas, como Stevenson. Me ayudó mucho otro Luis Goytisolo, mi padrino, que me iba regalando libros conforme a la edad. Al final me llevó a los novelistas del siglo XIX: a Dickens, a Balzac. Mi padre era una persona muy inteligente, pero no leía. Lo suyo era el mundo de la biología y la química.
Pasó por la poesía, llegó a la novela, escribe ensayos. ¿Ha sido un camino intenso?
Escribí poesía entre los 13 y los 15 años. Luego me di cuenta de que lo que yo quería era una cosa más amplia, pues hay una poesía en la que no creo, la que está vacía de contenido pero suena bien. Esto me hizo llegar a la conclusión de que el peor enemigo de la poesía es la música. Cuando se busca la musicalidad la poesía se queda en nada.
La evolución fue así: A los 17 años ya escribía relatos que me hubiera gustado conservar. Conforme mi voz iba madurando destruía lo anterior. Alguna vez, Carmen Balcells me dijo: “¡Pero estás loco!, todo esto tiene un valor incalculable”.
¿Su vida cambió cuando publicó Las afueras, pero más cuando comenzó a escribir su Antagonía?
A los 19 años empecé Las afueras y lo terminé a los 23 porque ya estaba entrando en la universidad en esa época y tenía menos tiempo, pero tuve mucha suerte desde el principio. Me dieron el Premio Biblioteca Breve, pese a que yo no estaba plenamente satisfecho de Las afueras. No era lo que yo quería. Pero, bueno, es una novela que aguanta. El tono es un realismo crítico. Todas las novelas de Hemingway son horrorosas, no aguantan nada. Me gustaba mucho más Cesare Pavese, el italiano, aunque luego tampoco me interesó en absoluto. Pero, bueno, su papel es muy importante. Faulkner sí que aguanta. Lo sigo leyendo ahora. ¡Absalón, Absalón! tiene un potencial creador extraordinario.
¿Fue entrando a escritores que respondían a sus búsquedas?
Sí, incluso algunos que creo que no releí nunca como Thomas Mann, el autor de La montaña mágica. Recuerdo los nombres de los personajes de esta novela, lo que quiere decir que me impactó seriamente, lo mismo que Proust o que Joyce. Con esos escritores se me abrieron nuevas perspectivas. Me han influido, pero no se notan en mi obra. Siempre he querido no imitarles, sino encontrar mi propio tono.
¿Pero al leerlos fue hallando una voz propia?
La verdad es que sólo he andado sobre dos líneas literarias: la principal, que es la de Antagonía, comenzó con Las afueras. Por eso me da gusto decir que sí aguanta el paso del tiempo: a diferencia de las obras de mis maestros de la época, ésta aguanta y eso que la leí como un lector ajeno. Esa línea que se desarrolló en Antagonía se fijó y es la de prácticamente todas mis novelas. La construí de manera paralela a la que yo llamo “la línea b”, que es la del humor disparatado y que está por ejemplo aquí en Coincidencias.
Coincidencias pertenece a esa línea. Y la que acabo de terminar hace unos tres meses, Chispas, es lo mismo: historias muy breves que se van organizando. El lector tiene que ir construyendo la estructura que forman entre todas. La diferencia es que Chispas tiene algunos fragmentos de mi estilo serio, que son los que me gustan más en realidad, pero es que no me puedo contener y tengo que hacer estas cosas que echan chispas sobre la realidad.
¿En Chispas confluyen sus dos líneas literarias como nunca antes lo había hecho?
Chispas echa chispas en todos los terrenos: critica lo que está pasando en el mundo, la evolución de las cosas, temas de carácter sexual. Es decir, echa chispas por todos lados. Es muy interesante lo que está pasando, por ejemplo, con este presidente Bolsonaro en Brasil. O en Polonia, Hungría y hasta en la propia Alemania, donde hay movimientos de ultraderecha.
¿Es usted muy autocrítico?
Claro. Es que si una cosa no me gusta, no me gusta. Pero ya no destruyo mis manuscritos. Soy muy objetivo. No aguanta, por ejemplo, la segunda novela que escribí: Las mismas palabras. Tampoco me gusta mucho Estatua con palomas. Es decir, soy muy sincero conmigo mismo. Incluso a partir de esa convicción escribí un ensayo que se refiere al papel del inconsciente en lo que uno escribe. Se titula El sueño de San Luis.
A veces no te das cuenta, pero el inconsciente lo tienes en tu espalda y te va dictando lo que escribes. Por ejemplo, mi madre se llamaba Julia y murió trágicamente en un bombardeo durante la guerra. Yo no lo recuerdo porque tenía tres años, pero entonces en Las afueras sale Julio, un muchacho que ha muerto, y luego está la novia que se llama Julia. Estos personajes son siempre gente lejana y desaparecida que vuelve a aparecer en otras novelas. Claro, también aparecen muchas otras cosas, pero ésta es la más recurrente.
¿Tiene inéditos que no se ha decidido a publicar?
Inéditos no hay, ni cosas que yo no haya decidido publicar. Nunca he decidido no publicar. Pero, por ejemplo, escribí para El País una crónica de viajes, una vuelta al mundo que salió durante seis semanas consecutivas. Fui por Asia y volví por América. Tuvo mucho éxito. Después pensé que se podría publicar un volumen con todos los viajes. No lo quise hacer, pero pienso que ahora sí tendría sentido publicarlo. Pero, claro, lo tendría que leer porque puede ser que ahora ya no me haga gracia. Hice luego 32 documentales para televisión sobre viajes; Índico se llama la serie y muchos de éstos son perfectamente vigentes porque no ha cambiado nada el mundo, por desgracia. En África oriental la realidad sigue siendo igual o peor.
¿Lleva ahora una vida más tranquila?
En los años ochenta y noventa pasaba tanto tiempo en aeropuertos y aviones que me dio por escribir novelas que, por supuesto, no eran importantes. Porque no se puede estar en dos cosas. Pero me entretenían: novelas triviales las llamaba yo en lugar de novelas ejemplares. Escribí tres en aeropuertos y a veces en hoteles. Muchas veces en el avión mismo iba escribiendo. Aquellas novelas tuvieron mucho éxito, sobre todo una que se llamaba Placer licuante. Llegaron a tirarse 50 mil ejemplares, pero no quise que se editase más para no pasar como un autor de novelas triviales. Tuve que decir que no.
¿Reflexiona mucho antes de comenzar a escribir?
La proporción es: si tardo tres años en un libro, casi dos y medio son de preparación y uno de redacción, porque ya sé todo lo que voy a escribir: los capítulos, el contenido de cada capítulo, todo. En la reflexión y trabajo interior me tardo mucho tiempo.
¿Tiene mucho que decir todavía?
Después de Coincidencias dije que no iba a salir nada más. Pero, mira, acabo de terminar Chispas. En realidad hay muy pocos escritores que a esta edad han escrito. Siempre me hace gracia Tolstói, que me encanta, y que dijo: “Yo a los 81 años soy capaz de engendrar un hijo cada noche”. Pues yo digo que a los 81 tal vez también, pero no a los 83. En cambio seguir escribiendo sí que puedo hacerlo.
Usted es un gran lector y fue gran amigo de escritores mexicanos como Fuentes, Paz, Rulfo.
Con Carlos Fuentes hubo una gran afinidad desde siempre. Él era de un temperamento explosivo, muy diferente a mí, pero desde que lo conocí me hizo mucha gracia. Es un autor que me gusta mucho. También fui amigo de Octavio Paz, de Sergio Pitol y, sobre todo, de Juan Rulfo. Me vi mucho con él porque era jurado del Premio Biblioteca Breve e iba cada año a España.
¿Era Rulfo un hombre difícil?
No, para nada. Era más bien pesimista. Recuerdo que una vez me dijo: “Luis, yo puedo ser muy cruel”. “¿Por qué?”, le pregunté. Y me dijo: “Una vez estaba escribiendo y entró un perrito. Y como yo tenía una pistola, pum, que le doy un tiro”. Me quedé de piedra y le dije: “Eso te lo has inventado, es imposible”. Pero creo que así ocurrió. Rulfo era muy silencioso, como retraído. Tímido y pesimista.
Usted, en cambio, es optimista…
No, lo que pasa es que hago frente a las cosas y siempre tiro para adelante. La experiencia de vida quizás me ha llevado a superar todo. Creo que es una forma de ser porque he pasado momentos muy malos y he vivido cosas muy raras. En la cárcel de Carabanchel [a las afueras de Madrid], por ejemplo, me sembraron tuberculosis. No era que yo estuviera tuberculoso, sino que en la cárcel, donde estuve menos de cuatro meses, nos vacunaron contra el tifus con una misma aguja a la que sólo le pasaban un poco de alcohol. Me curé en cuatro meses con un tratamiento de penicilina, pero terminé muy deprimido.
Luis Goytisolo es un hombre chispeante, vital y animoso, obsesionado con la memoria, la vida cotidiana, la moral, la realidad y la política.
Mientras conversa llegan a su mente momentos que llama raros o difíciles, como cuando, estando en Nueva York, se le infectó un diente. Le recomendaron un muy buen médico argentino que le inyectó antibióticos. Ni siquiera se había levantado del asiento cuando entró en una severa crisis que casi lo mata.
“Me puso otra inyección y me decía: ‘No deje de oírme’. Yo pensaba que le hablaba y le decía: ‘No, no, no, lo escucho’. Era una sensación mía porque en realidad no podía decir nada. Me inventé una conversación donde yo le decía: ‘Seguro, doctor, esto es una escarlatina’. Incluso le decía: ‘Estoy viendo estrellas de mar’, aunque no había ninguna. Fue una experiencia terrible pero nunca la he metido en ninguna novela. Igual tendré que hacerlo”.
Tal vez un día, el incansable Luis Goytisolo lleve esas historias a una nueva novela. Es más que seguro que hay muchas historias que el narrador todavía habrá de contar. Y es muy posible que este escritor de cabello platinado y figura delgada siga estando en las apuesta para ganar el Premio Nobel de Literatura, como lo está desde hace algunos años.
FOTO: Luis Goytisolo en la calle de Oslo, en la colonia Juárez, durante su reciente visita a la Ciudad de México. / Alejandra Leyva / EL UNIVERSAL
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