Lupe Rumazo y otros pendientes

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Clásicos y comerciales

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
Recibí con gusto, hace unos meses, Ensayos en caída libre, de Leonardo Valencia (Guayaquil, 1969), uno de los escritores sobresalientes de su generación, que acaso también sea la mía. Aunque nos hemos visto pocas veces (pero una de ellas nada menos que frente al cabezazo de Zidane en la final del Mundial de 2006), de Valencia recuerdo que fue el primero de mis amigos con quien transité de la carta autógrafa al correo electrónico hace un cuarto de siglo; compartimos la afición por Julien Gracq, cuyos lares cerca de Saint-Nazaire él conoce, así como la coincidencia (ahora lo sé) de que el primer libro de crítica literaria que ambos leímos fue de Mario Vargas Llosa (García Márquez: Historia de un deicidio, 1971).

 

Ensayos en caída libre (Planeta, 2023) es algo más que una recopilación de artículos y ensayos del novelista ecuatoriano, pues incluye ponencias y conferencias. Valencia está entre los pocos que transcriben con virtud ese género académico y crematístico a la página impresa, como ocurre con “El mago y la reina coja” donde retoma la queja de Octavio Paz, en 1967, sobre “el europeísmo argentino y el nacionalismo mexicano” como “formas distintas” de la sordera. Valencia —autor de La escalera de Bramante (2019)— actualiza los términos de la cuestión. Aunque no he leído a Marcela Croce, quien al parecer rebate “la idea de la indiferencia de Argentina” hacia el resto de la literatura latinoamericana, me sigo conformando, a la espera de ser rebatido, con la práctica de campo. Siempre sabrá más de las letras argentinas un joven escritor mexicano que su par argentino de las mexicanas, y publicar en Buenos Aires sigue siendo una misión casi imposible para “las flores del pecado azteca”, como nos llamaba Victoria Ocampo. Pero no olvido lo mucha que sabían y saben, sobre nuestra literatura, Ricardo Piglia y César Aira.

 

Pese a los estragos del régimen populista (Ecuador sufrió de lo mismo, con el presidente Rafael Correa, según puntualiza Valencia), el nacionalismo mexicano es una muñeca fea en manos de ideólogos ignaros, como lo probó el crédito internacional de Paz (y antes de él, de Alfonso Reyes), o la “mexicanidad” de una literatura como la de Roberto Bolaño, quien a 20 años de su muerte no ha podido ser bajado a pedradas del iconostasio, desde donde, eso sí, muy nerudianamente, hacía listas negras y promulgaba anatemas. El nacionalismo fracasó frente a la tradición de la herejía, como díjese Jorge Cuesta.

 

La paulatina disolución de las literaturas nacionales, al menos en América Latina, cierra, me parece, la discusión, aunque esto último, que postulo desde hace décadas, no siempre ha sido bien recibido. Ensayos en caída libre sería de las cartas que pondría sobre la mesa para descubrir mi juego, trazando el derrotero entre El síndrome de Falcón (2008), donde Valencia se quitó de encima a la “literatura nacional”, y este nuevo libro, de lo notable que apareció en 2023.

 

Obra de un ecuatoriano hijo de inmigrantes (e italianizante por derecho de sangre) que se hacía pasar por peruano en Lima cuando sonaba el clarín bélico y de quien viviese 20 años en Barcelona, salvo por la natural y benéfica exposición de los escritores ecuatorianos que hay que leer (y donde no está, extrañamente, Javier Vásconez), los pendientes a resolver en Ensayos en caída libre son materia de interés para cualquier autor latinoamericano. Problemas de la écume, para decirlo a la antigüita. Nacional del país que proporcionalmente expulsa más inmigrantes en América Latina, Valencia habla del futuro y me hace preguntarme: ¿a qué literatura pertenecerán, si les da por escribir, los hijos de ecuatorianos nacidos en Oviedo o en Florencia que entrarán a los Estados Unidos como europeos y solicitarán la residencia allá?

 

Uno de los pendientes de Valencia es la edición. Pese a la crisis financiera de 2008, el centro de la edición en español sigue siendo Madrid (y en menor medida, merced al sofocante nacional-catalanismo, Barcelona), al grado que incluso en premios latinoamericanos, las obras finalistas llegan con el sello peninsular de las trasnacionales, lo cual es un fenómeno propio de la globalización, por más mermada que esté. América Latina (y España) cuentan con estupendas y originales y heroicas pequeñas editoriales. Pero conseguir sus libros es tan difícil, curiosamente, como hacerse en Ciudad de México de un libro impreso en Santiago de Chile, aunque ambos lleven, por ejemplo, la franquicia de Planeta o de cualquier otro monopolio internacional. Lo cual nos lleva a Aira, uno de los héroes literarios de Valencia, renuente a los grandes sellos, practicante de la novela corta y de las antiguamente llamadas ediciones o independientes o marginales. Valencia, de alguna manera, nos invita a imitar a Aira. Hace bien. La gran poesía en nuestra lengua, por ejemplo, circula, ha circulado y circulará siempre, de mano en mano.

 

Otro problema a meditar, sobre todo para los españoles, es qué tanto se dejan influir por las letras de la otra orilla, aunque, para empezar, le preguntaría yo a Valencia (o a Harold Bloom, ya entrados en gastos) qué tan volutiva será la angustia de las influencias. Se narra en Ensayos al aire libre cómo la espera de Bolaño, quien llegó tardísimo a una comida en Barcelona, se convirtió en un coloquio sobre el asunto. Siendo España un pequeño país europeo donde el predominio de la lengua española está sujeto a debate político, creo, con Valencia, que los mejores narradores ibéricos son las más ávidos de la otra orilla, como Enrique Vila-Matas y Quim Monzó. Agregaría yo a Vicente Molina Foix y diría que si Javier Marías nunca acabó de convencerme, teniendo tantos méritos su integridad intelectual y no poca de su novelística, es porque al leerlo siento que, mentalmente, se está traduciendo, él mismo, del inglés. Mi comentario, quizás, le habría agradado a Marías y lo saco a colación no por escrúpulos gramaticales, sino temperamentales. A Marías le falta América (la nuestra) y a los jóvenes escritores mexicanos les sobra no exactamente “anglofilia”, como dice Valencia. Sufren de algo que (utilizando una expresión del todo anacrónica) podría llamarse “sumisión colonial” ante los Estados Unidos, cuya literatura es casi la única que consumen.

 

Es improbable ser un buen escritor latinoamericano sin ser un buen lector de Borges y Valencia lo es, disertando sobre la no-novela en su obra. Tan borgesiano como cervantista, Valencia encuentra en la ambigüedad del argentino ante el género que no practicó, una plausible teoría de la novela. A veces, como todos, Valencia padece de exceso de celo: por más notables que sean las novelas de Javier Cercas ponerle a Borges en el espejo, es un despropósito. Me inquieta Ensayos en caída libre porque no he leído a Lupe Rumazo (1933), en opinión de Valencia, la gran escritora ecuatoriana viva, borrada del canon, al parecer, por las profesoras de su patria chica porque la misoginia no es patrimonio de los varones. Quiero leerla.

 

Y finalmente, Leonardo Valencia incluye su prontuario de pandemia de hace apenas tres años, lo cual me remite, azorado, a lo rápido que olvidamos: “77. Famoso efecto mariposa: lo que aletea en China provoca, en tu mundo, un huracán. Sólo que era un murciélago”.

 

 

 

FOTO: El escritor ecuatoriano Leonardo Valencia, nacido en Guayaquil en 1969. /Universidad Andina Simón Bolivar

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