Lutoslawski: la música como arma política
POR LUIS PÉREZ SANTOJALa música puede ser una eficaz arma política cuando un compositor decide enfrentarse a un sistema político represor que veta su creación artística, como si su pentagrama tuviera peligrosos proyectiles.
En música casi todo se vale. Un violonchelo puede ser la voz de un individuo inmerso en una sociedad abrumada, o sea, el resto de los instrumentos de una nutrida orquesta, que también puede simbolizar el sistema político en que vive. Ese es el singular tema implícito en el Concierto para violonchelo y orquesta de Witold Lutoslawski, obra de 1970, cuya interpretación fue prohibida en su natal Polonia y, por ello, estrenada en Londres por Mstislav Rostropóvich.
Lutoslawski es el compositor polaco más importante del siglo XX, seguidor de las huellas trascendentes de Frédéric Chopin y de Karol Szymanowski, sin olvidar que fue contemporáneo de una prodigiosa escuela musical polaca. Su lenguaje personal, mezcla de un neo-bartokismo armónico y temático y ciertos procedimientos más radicales, como el serialismo, los cuartos de tono y otras formas de microintervalos, llegó a incluir una restringida aleatoriedad.
Continuando con la rebeldía de nuestro individuo contra el sistema imperante, al principio el violonchelo comienza emitiendo su voz entrecortada y tímida, una simple nota como incipiente balbuceo, repetido con obsesión y, después, frases más elaboradas si lo permite la autoridad que, bruscamente le demuestra, con una estridente perorata de metales, que está pendiente de sus actos. A partir de aquí, la creciente orquesta aumenta sus intentos de acallar al individuo.
Como en un concierto normal, se establece un intercambio, que no podríamos denominar diálogo; la orquesta aumenta su arbitrariedad represiva con fuertes disonancias e, incluso, con pasajes de improvisación “vigilados” por el director. Cada intento de expresar ideas más completas y coherentes por parte del solista individuo será interrumpido ferozmente por el poder social y político de toda la orquesta. Cuando el pasaje de mayor agresividad sonora concluye, el “solista” parece haber sobrevivido y adquirido una voz más decidida, que pasa de la timidez inicial a frases que no dejan de ser un lamento, pero ahora con una intensidad inédita, que esconde el germen de su rebeldía. El violonchelo ya no gime, ahora se expresa y reclama.
Sólo con estos lenguajes radicales desarrollados por la música en el siglo XX podía lograrse la intención simbólica del autor, cuya evidencia debía quedar disfrazada de música pura. Sólo con tales recursos la agresión final de la orquesta podía ser tan amenazante, tan agresiva, contra el hombre que se le enfrenta y contra los oyentes contagiados de terror.
Así lo expresaban muchas personas que escucharon la impactante interpretación que hizo Jesús Castro-Balbi, violonchelista peruano en estado de gracia, quién pasó por la gama de expresiones humanas escritas para su instrumento; una asombrosa y comprometida Filarmónica de la UNAM asumió con gran profesionalismo y virtuosismo el reto que representa tocar y hasta improvisar en una obra como ésta; y la dirección certera, intensa y contagiosa de Carlos Miguel Prieto fue una imprescindible guía para sortear los vericuetos del tenebroso bosque totalitario.
Alucinante concierto de la OFUNAM que comenzó con la contrastante Pequeña suite, delicia de origen folclórico de Lutoslawski, con ritmos y canciones regionales depurados por su concepto sofisticado e ingenioso humorismo. Al final de la noche, Scheherezada, de Nikolai Rimsky-Korsakov, con sus cabezas degolladas por el sultán Shahriar y la estrategia de la protagonista para engatusarlo con sus historias de Las mil noches y una noches, logró que tanto la magistral orquestación y populares melodías, como la lectura rica en matices de Carlos Miguel Prieto, aclararan la atmósfera agobiante dejada por la letal arma sonora del gran compositor polaco.
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