M, la tragedia del poder: reseña sobre el libro de Antonio Scurati sobre Benito Mussolini
En M, el hijo del siglo, Antonio Scurati recorre los orígenes políticos del joven Benito Mussolini, el hijo de un herrero con ideas socialistas radicales que logró convertirse en dictador
POR GERARDO DE LA CONCHA
M, el hijo del siglo, de Antonio Scurati, cuyo personaje central es Benito Mussolini, se convirtió en una novela exitosa en Italia donde ha vendido medio millón de ejemplares y ha sido también bien recibida por público y crítica a nivel internacional. En su edición en español es un tomo de 820 páginas.
Ya ha aparecido el segundo, M, el hombre de la providencia, de sólo 587 páginas, y el autor anunció que vienen dos más, pues decidió que después de 1932 —ahí termina el segundo tomo—, la saga irá hasta la guerra y el último se dedicará íntegro a la historia de la República Social Italiana (RSI), conocida también como República de Saló, última estación del fascismo italiano y que duró 600 días en el Norte de Italia, con el apoyo de los ocupantes alemanes y ya el Sur del país invadido por los Aliados.
Milan Kundera dijo que Curzio Malaparte había creado con La Piel —la cruda historia de la derrota italiana en la Segunda Guerra Mundial—, y con Kaputt —el terrible relato del frente del Este— “una forma literaria que es una completa novedad y que le pertenece sólo a él”, a la cual llamó supra novela. Así se puede decir ahora de Scurati, quien también ha creado una forma literaria nueva: la novela documental. No se trata de un ensayo ni es una crónica, tampoco nos enfrentamos a una recreación novelada con ciertos fundamentos históricos —al estilo de Marguerite Yourcenar—, aunque participa de todos estos géneros.
M, el hijo del siglo es un relato, una descripción de acontecimientos y personajes, y una transcripción de diálogos y discursos, perfectamente documentados en sus fuentes. Los contrapuntos son párrafos vigorosos que deben agradecerse al autor, quien busca arribar a cimas literarias y en momentos lo realiza con mucha fortuna. Este primer volumen es sin duda un logro novelístico, en un género que se renueva constantemente aunque no es fácil alcanzar la contundencia más allá de la “novela experimental”, cuyos resultados suelen ser muchas veces aburridos. Scurati define su trabajo de la siguiente forma: “La historia es una invención a la que la realidad acarrea sus propios materiales”.
A pesar de su intención, la novela no se lee en clave antifascista y eso que no escatima los episodios oscuros del periodo que relata; se trata de literatura y no de ideología, así sea bien intencionada. A estas alturas sería una denuncia fuera de lugar, incluso como una advertencia ante los renuevos del neofascismo, una moda política en Italia. Eso lo entendieron a su modo los propios neofascistas contemporáneos y en sus locales revenden muy orondos esta novela sobre el Duce. Más bien estamos frente a un fenómeno que suele suceder: los pueblos se enamoran de sus tragedias.
Lo que documenta Scurati en el primer libro de la serie es un drama revolucionario, imaginado y creado por un personaje singular: el hijo de un herrero, un socialista radical, un exilado político obligado a trabajar de albañil, un maestro rural intoxicado de Maquiavelo, Marx, Nietzsche, Stirner, Sorel; un personaje que impresionó a Lenin en Zurich y se convirtió luego en el antibolchevique por antonomasia.
Es el drama de la conquista del poder a toda costa, en medio del ambiente de guerra civil que vive Italia en la primera posguerra. Expulsado del Partido Socialista, de quien era uno de sus líderes radicales, pues se convirtió de pronto en un “intervencionista”, o sea uno de esos izquierdistas que pensaban que de la catástrofe de la Primera Guerra debía venir, por las condiciones creadas, el advenimiento de la Revolución.
M, el hijo del siglo comienza con la fundación de los fascios de combate en Milán en la Plaza de San Sepolcro, el 23 de marzo de 1919. “Nos asomamos a piazza del Santo Sepolcro. Cien personas escasas, todos hombres de esos que casi no cuentan. Somos pocos y estamos muertos”.
Una de las virtudes del libro de Scurati es el tratamiento de los personajes secundarios, el coro multiforme que acompaña al Duce: idealistas y criminales, oportunistas y locos, aventureros y mercenarios, políticos y antipolíticos, artistas y amantes, violentos y puros. Los “osados” de la guerra —militares que formaban parte de los comandos de misiones casi suicidas— convertidos en escuadristas; su amante judía, Margherita Sarfatti, inventora de su mito; su rival, el escritor y legionario Gabriele D‘Annunzio; el poeta futurista Marinetti, uno de los participantes de la asamblea de Santo Sepolcro, exanarquistas, exsocialistas, gente proclive a la transgresión política y legal.
Mussolini quiso estetizar la política y es retratado a veces por Scurati en toda su vulgaridad. Humano, demasiado humano, diría Nietzsche. Quiere redimir a Italia y no duda en utilizar cualquier maniobra, cualquier golpe, cualquier conspiración de baja estofa, para lograr el propósito de su alma de dictador: todo el poder para su persona gracias a una revolución inédita. Su dominio deberá convertirse en la victoria de Italia.
En la novela se establece poco a poco una tensión dramática con el infortunado líder socialista Giacomo Matteotti. Asesinado por una escuadra de sicarios fascistas, su muerte, ya que no su vida, genera una crisis que los opositores de Mussolini y el fascismo no supieron capitalizar. El Duce habría de emerger de esta crisis más fuerte, lo que no te mata te fortalece (Nietzsche), sometida a su persona la sociedad entera, sus correligionarios, el Estado, los sindicatos campesinos, los empresarios, los periodistas, todos acarrean sus materiales para construir esa invención de la historia y probar que en su origen no hay autoritarismo posible sin el conformismo de masas. Mussolini, el máximo italiano de la época, fue creado por todos los italianos.
Sin embargo, la sombra de Matteotti abrirá el segundo volumen en una de esas intuiciones literarias de Scurati. Renzo de Felice, el historiador de 20 tomos acerca del fascismo, despacha en tres líneas el tema de la úlcera que por esos días estuvo a punto de matar a Mussolini. Para Scurati es algo central porque según su interpretación, el Duce somatizó su culpa —aunque no diera la orden— por la muerte de Matteotti, finalmente un buen hombre y opositor leal.
Muchos de estos personajes del coro que menciono tienen papeles posteriores. Por ejemplo, uno de ellos, destacado en el primer volumen, Nicola Bombacci, el Cristo de la Romañola, un maestro de escuela rural idolatrado por los campesinos de la región, quien anduvo por el campo con Mussolini, un par de amigos socialistas, se convertiría, como fundador del Partido Comunista Italiano, en un enemigo del fascismo en esta etapa. Luego, en esos avatares novelísticos de la historia, sería el principal consejero del Duce en la República de Saló. Terminaría en abril de 1945 colgado de los pies junto a su viejo amigo Benito Mussolini, en el travesaño de una gasolinera de la Plaza Loreto de Milán. Pero cómo sucedió eso ya nos lo contará Antonio Scurati en el último tomo de su impresionante saga.
FOTO: La Marcha sobre Roma marcó el inicio del régimen fascista. De izquierda a derecha: Emilio De Bono, Benito Mussolini, Italo Balbo y Cesare Maria De Vecchi, pertenecientes al Partido Nacional Fascista. Octubre de 1922. Autor no identificado/ Especial
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