Desconcertante montaje sobre la violencia
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¿Somos auténticos o apelamos a la simulación ante situaciones críticas?Macbeth o el juego de la violencia rompe con la figura del director e involucra al público en esta especie de happening donde todos deben tomar partido
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POR JUAN HERNÁNDEZ
El “psicópata” pide a un grupo que le dé manotazos. Algunos lo hacen con cuidado, otros sueltan el golpe sin miramiento. Por ahí andan otros espectadores sorprendidos por tener que asumir una actitud activa en la representación de Macbeth o el juego de la violencia, de Darío Álvarez, y la dirección colectiva de Monos Teatro.
Por otro lado anda el grupo que sigue al “fan” (admirador de una estrella de televisión), otro más va tras “el drogo” —adicto a sustancias psicotrópicas— y también están los que rodean al “actor”. El público se fracciona y cada colectivo vive una experiencia distinta, hasta que todos se reúnen en el espacio convencional del foro.
En la bifurcación del ingreso al Teatro Sergio Magaña una mujer con las manos atadas y los ojos vendados recibe al público; imagen violenta en un país en el que los feminicidios son noticia diaria. La convención de la puesta en escena es clara. Se trata de experimentar la brutalidad cotidiana, desde la institucional hasta la que se vive en el Metro o en una esquina en donde el automovilista se resiste a ceder el paso al peatón. ¡Pum!
Macbeth o el juego de la violencia interpela y descoloca al público para que éste asuma responsabilidad en el fenómeno de la violencia, la pública y la privada. El experimento es un termómetro que mide la tendencia a la agresión de los individuos; algunos asumen su propensión violenta, otros son más sosegados.
El quehacer de un grupo organizado como un colectivo cuestiona la estructura vertical del quehacer convencional del teatro. En esta puesta en escena la dirección se comparte. La importancia del grupo está por encima de la figura única del director; es la vindicación de una forma de hacer arte con un propósito democratizador.
Este tipo de propuesta que vivió su auge en los 70 y 80 —aunque ya se hacía desde los años 50— mantiene la vigencia del pensamiento crítico en el ejercicio creativo. La línea que divide la realidad de la ficción es frágil; esa misma vulnerabilidad se advierte en un público que es incluido abruptamente en la experiencia. Es más cómodo permanecer en la butaca como observante de la representación que ser llevado fuera del foro y separado de ese todo gregario llamado público para enfrentar cuestionamientos directos de uno de los actores.
En el instante los individuos son exhortados a responder un par de preguntas harto inquietantes: ¿tú te conformas con lo que tienes o luchas por lo que quieres? Si tuvieras a tu disposición a un artista famoso que deseas, ¿qué le harías? Besarlo, enamorarlo, acariciarlo. Las respuestas son tiernas aunque no se sabe si francas.
No hay forma de escapar al experimento radical que plantea como juego el colectivo Monos Teatro. La timidez y las risitas nerviosas terminan cuando los espectadores deciden tomar partido. Entonces emerge la acción comunitaria para la comprensión de la experiencia de la escena como un hecho verdadero. El trabajo del grupo no tiene como objetivo el efecto del artificio o el aplauso incondicional, sino la dislocación de los elementos que componen el suceso en el vaivén de la ficción y la realidad.
Se pone en tela de juicio el concepto de la representación y se replantea la noción de verdad. ¿Somos reales o representamos ser quien somos? Ahí la cuestión. Es el teatro dentro del teatro en un marco de híper realismo en el que se interviene el espacio como en un “happening”, una experiencia del arte que ha estado presente desde los años 50 del siglo pasado.
El juego de un secuestro se vuelve realidad y tragedia posibles. El colectivo artístico ofrece la oportunidad para que el espectador elija el final de acuerdo con sus principios. Son tres las formas de culminar: el común, el mediático y el utópico. La mayoría elige este último, el improbable, el que duele menos. En este desenlace no hay tragedia porque la violencia es sólo un acto imaginado, pero violencia simbólica al fin y al cabo.
La violencia sí toca a todos. Es condición humana. En ese sentido Macbeth o el juego de la violencia se experimenta como interpelación a la consciencia del espectador que es instado a tomar posición sobre las atrocidades del mundo.
FOTO: Macbeth o el juego de la violencia, de Darío Álvarez, dirección colectiva de Monos Teatro, con las actuaciones de Ricardo Moreno, Pablo de Alba, Mauricio Gerling, Darío Álvarez y Sayuri Navarro, iluminación de Caín Coronado y Emiliano Leyva, video de Joaquín O. Loustaunau, y diseño visual y sonoro de Sayuri Navarro, se presenta en el Teatro Sergio Maraña (Sor Juana Inés de la Cruz 114, Santa María la Ribera), jueves y viernes a las 20:00, sábados a las 19:00 y domingos a las 18:00, hasta el 16 de diciembre. / Cortesía Sistema de Teatros de la Ciudad de México.