Madero: ¿héroe y mártir de la patria? 

Nov 7 • Escenarios, Miradas • 5836 Views • No hay comentarios en Madero: ¿héroe y mártir de la patria? 

POR JUAN HERNÁNDEZ

 

Interesante resulta la puesta en escena Madero o la invocación de los justos, de Antonio Zúñiga (Hidalgo del Parral, Chihuahua, 1965), dirigida por Mauricio Jiménez, estrenada recientemente en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario, porque nos permite hacer preguntas sobre el destino de una patria, la nuestra, que parece destinada a la explotación, la miseria, la rapiña de los poderosos y el derramamiento de sangre.

 

Esa es la reflexión, desde nuestro tiempo, a la que nos lleva el planteamiento dramático de la obra de Zúñiga y, desde esa perspectiva, la puesta en escena resulta altamente pertinente. Sobre todo por los paralelismos que pueden hallarse entre la ficción y la realidad mexicana contemporánea.

 

La obra hace énfasis en el destino trágico de un pueblo (el de México), presa de los intereses oscuros de los poderes fácticos internos y externos, y objeto de una especie de maldición contenida en aquella sentencia por todos conocida: “pobre México: tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.

 

Antonio Zúñiga recurre a la figura de un personaje fundamental en la historia de México del siglo XX: Francisco I. Madero. Lo idealiza y lo hace portador de una serie de valores positivos: democracia, justicia, deseo de igualdad; que luego va a contraponer a la oscuridad de los personajes (empresarios y políticos de la oligarquía porfirista y el representante del país más poderoso del mundo en México en ese momento), quienes carcomen la piel y chupan la sangre del país, como aves de carroña.

 

Cierto: hay en este punto de vista una dosis alta de maniqueísmo del cual no podemos sustraernos. Poner de un lado a los buenos y del otro a los malos, sin matices, impide el desarrollo objetivo de los personajes protagónicos. La idealización de Madero resulta excesiva, al grado de revestirlo de una ingenuidad pueril. Convertido en mártir dispuesto al sacrificio, sin mayor interés que el de la liberación del pueblo y de México como país independiente. Una lucha cuyo precio será su propia muerte. Esta es, quizá, la debilidad de la obra.

 

El carácter mesiánico del personaje, con su correspondiente referencia cristiana, es un poco chocante. El delirio inicial de la pieza dramática, en la cual Madero se eleva moralmente por encima de los demás —entregado a las revelaciones espirituales que presagian su propio sacrificio— carga el peso de la balanza hacia un lado y prepara el terreno para desvelar la vileza de los poderosos.

 

Madero es una recreación, una invención del autor; un personaje alegórico que representa los valores más altos de la patria: justicia, igualdad y libertad. Del mismo modo que alegóricos resultan los personajes viles: Porfirio Díaz y José Limantour, o el embajador estadounidense Henry Lane Wilson.

 

En la obra se hará referencia a pasajes, en sentido idílico, de la vida familiar de Francisco I. Madero, de la relación que tuvo con su esposa y su hermano Gustavo —quien es asesinado de manera sangrienta por los huertistas—, así como del periodo sangriento conocido como “la Decena Trágica”, tras el golpe militar de Huerta y el consecuente fusilamiento del presidente y del vicepresidente José María Pino Suárez.

 

Momentos que no buscan el rigor histórico, sino el cauce dramático y el ámbito libre para el despliegue de la ficción teatral. El relato está hecho a la medida de los deseos e ideales del dramaturgo Antonio Zúñiga.

 

La puesta en escena, por otro lado, evidencia el talento de Mauricio Jiménez, uno de los creadores mexicanos de trayectoria sólida. Interesado en temas relacionados con México, desde la conquista en Lo que cala son los filos, hasta Corona de sombra, de Rodolfo Usigli, en donde se aborda la imposición imperial de Maximiliano en territorio mexicano; hasta asuntos recientes como los homicidios en Ciudad Juárez, en la obra El asesino entre nosotros.

 

En Madero o la invocación de los justos se advierte el lenguaje que Jiménez ha ido consolidando con el paso del tiempo y el ejercicio continuo del quehacer teatral: el recurso amplio del cuerpo del actor, de su voz, de la musicalidad que de ella emana como recurso dramático. El director lleva a los actores Aída López, Zamira Franco, Fabián Varona, Francisco Mena, Fernando Sakanassi y Ángel Lara —quienes deben encarnar a más de un personaje— a explorar todas sus posibilidades emocionales y físicas, para convertirse en portadores de una serie de valores expresados en niveles sublimes y poéticos.

 

En ese sentido resulta un deleite la puesta en escena que Jiménez realiza de Madero o la invocación de los justos, para la cual manda a construir una fortaleza de tres muros con arcadas, que son a su vez portones que se abren y cierran para dar dinamismo al lenguaje de la escena. El director, por otro lado, es un conocedor de la gestualidad como portadora de mensajes: de ahí que las formas de los rostros y el movimiento de los cuerpos sean construcciones de gran precisión, en esta búsqueda por representar, de manera alegórica, conceptos como la maldad o la virtud.

 

Con una atmósfera oscura, Mauricio Jiménez consigue un montaje que nos habla de una patria desgarrada, llena de contradicciones, cuya aspiración emancipadora se diluye en el laberinto de la historia y en un destino de naturaleza trágica.

 

 

*FOTO: Madero o la invocación de los justos, de Antonio Zuñiga, dirigida por Mauricio Jiménez, con las actuaciones de Aída López, Zamira Franco, Fabián Varona, Francisco Mena, Fernando Sakanassi y Ángel Lara, se escenifica en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario, miércoles, jueves y viernes a las 20:00, sábados a las 19:00 y domingo a las 18 horas, hasta el 6 de diciembre/José Jorge Carreón.

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