Maestro Rulfo

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POR YANET AGUILAR SOSA

 

Entre los dos convenios que Juan Rulfo firmó como becario del Centro Mexicano de Escritores, con reportes de sus avances literarios —donde señala cosas como: “El nombre de la protagonista ha sido cambiado al de Susana San Juan, y el del personaje principal al de Pedro Páramo”—; entre reseñas críticas de libros del momento que escribía en tarjetas tamaño media carta, casi siempre a lápiz y con su letra chiquita; entre misivas, recados, llamados de atención y anuncios, está uno de los informes que Juan Rulfo escribió como tutor del Centro Mexicano de Escritores.

 

Allí, en dos cuartillas escritas a máquina, con su firma a mano en tinta negra, están sus apreciaciones contundes y claras, en las que no sobra ni falta nada, sobre Alfonso de Neuvillate, María Luisa Mendoza, Luis Carlos Emerich, Pilar Campesino, Antonio Leal y  Carlos Montemayor, quienes fueron becarios del CME durante el periodo 1968-1969 y que, según Rulfo, “formaron uno de los grupos más homogéneos por lo que se refiere al desarrollo y cumplimiento de sus tareas literarias”.

 

En ese documento que se resguarda en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional —donde está depositado el Archivo del Centro Mexicano de Escritores que tuvo una vida activa de 50 años—, Juan Rulfo es categórico y hace un análisis puntual del desempeño de cada uno de los aspirantes a escritor.

 

Alaba y denuesta. De Alfonso de Neuvillate celebra la investigación, documentación y acopio de obras para escribir el ensayo El art-nouveau en México; califica su texto como “la más completa monografía que sobre dicho estilo artístico, se pueda concebir actualmente en español”.

 

En contraparte, al final de la lista de seis, en estricto orden descendente, Rulfo señala de Carlos Montemayor (a quien confunde el segundo nombre de pila, Antonio, y lo señala como Arturo): “aun cuando denota una gran seguridad en todo lo que escribe y presentó junto con su solicitud algunas cosas buenas esas ‘cosas’ no pasaron de ser infinitas variaciones sobre un solo tema obsesionante. Dedicó un año de trabajo  a leerme ejercicios experimentales, sin más mínima trascendencia. Se trató en fin, de un caso de terca frustración”.

 

El informe —que celebra la pieza literaria de María Luisa Mendoza, porque “demuestra una gran sensibilidad, además de aportar un lenguaje nuevo a las letras mexicanas”— se localiza en uno de los cinco expedientes de Juan Rulfo como becario y tutor en el mítico Centro Mexicano de Escritores, institución que no sólo lo apoyó para escribir sus dos grandes obras: Pedro Páramo y El llano en llamas, sino que también lo postuló ante la Academia Sueca, en 1982 y 1984, como candidato de México para el Premio Nobel de Literatura.

 

La vida en el Centro

 

Contaba Felipe García Beraza, quien fue durante muchos años secretario del Consejo Ejecutivo del CME, cómo Rulfo llegaba cada semana a escuchar y los textos de los becarios: “Lo veo llegar a nuestra institución miércoles tras miércoles, silenciosa y calladamente. Sube las escaleras sin prisa, sin que nada lo inquiete y además. Como si un cansancio de siglos le impidiera apresurar el paso”.

 

En ese texto, que escribió para un homenaje en vida que le rindió el gobierno mexicano al autor de Pedro Páramo, García Beraza también habla del lacónico estilo rulfiano: “Cuando llega anualmente el momento de la selección de los becarios del Centro Mexicano de Escritores, las opiniones de Rulfo sobre las obras de los aspirantes a las becas son breves, concisas y muy al punto”.

 

Así  se entienden los comentarios sobre el proyecto de novela de Luis Carlos Emerich, otro de los becarios del periodo 1968-1969. “El Texto, en ratos poético y siempre subjetivo, está escrito en clave, solamente accesible para quienes, conociendo a Emerich, sabrán comprenderlo. Con todo, es notable el esfuerzo y constancia que demostró al trabajar en su obra, la cual dudo que llegue a tener más de una decena de lectores”.

 

Rulfo tuvo fama de implacable, él mismo aceptaba serlo. En una entrevista con Elena Poniatowska, incluida en el libro Los becarios del Centro Mexicano de Escritores 1952-1997, de Martha Domínguez Cuevas, Rulfo habla de sus años como becario, de su estancia como tutor a lo largo de 18 años (la conversación ocurrió en 1980): “He seguido allí porque en realidad me interesa ver qué es lo que están haciendo hoy en la literatura mexicana. Tengo 18 años en el Centro y por allí han pasado muchas generaciones, y soy asesor desde hace 18 años, y sé, por medio del Centro, qué escriben los jóvenes y en realidad no están haciendo nada”.

 

De ahí que no sorprenda su apreciación sobre Pilar Campesino y Antonio Leal, los otros dos becarios de la generación 1968-1969. De Campesino escribe: “Ella también hizo lo que pudo por expresar su momento dramático. Desgraciadamente, aunque terminó su obra, carece de imaginación creadora y está fácilmente influenciada por hechos vividos o compartidos, de los cuales hace una verdadera calca”.

 

Y luego de Antonio Leal comenta: “Sus poemas, de los cuales leyó pocos y pobres de poesía, son indicadores de que la poesía joven en México está creándose a sí misma, es un problema de difícil solución. Además, estos hombres, no poseen ninguna inquietud por la cultura; quizás no la necesitan, pero se nota la enorme laguna de su ignorancia”.

 

Juan Rulfo fue dos años becario del Centro, pero fue mucho más amplia su etapa como tutor de las generaciones de escritores posteriores. En una nota pedida a Beatriz Espejo, años después de la muerte de Rulfo, ella señala: “Le agradezco muchas cosas, un par de libros y un grabado que me regaló y varias enseñanzas valiosas”.

 

En 18 años, Juan Rulfo tuvo decenas de discípulos en el Centro; conoció de primera mano las obras jóvenes de Beatriz Espejo, Carlos Olmos, David Huerta, Víctor Villela y Humberto Guzmán, de José Agustín, Alejandro Aura, Roberto Páramo, René Avilés Fabila, Elva Macías y Jorge Arturo Ojeda; de Anamari Gomís, Miguel Ángel Flores, Roberto Montenegro y Luis Arturo Ramos, entre muchos más.

 

De esa larga faceta como tutor queda constancia en su expediente del CME: allí hay circulares que solicitan su presencia o demandan sus informes, que le anuncian incrementos en los sueldos por las asesorías y revisiones de aspirantes, pero también le enteran de que se le descontará un porcentaje por sus ausencias.

 

En carta fechada el 30 de octubre de 1968, le informan que “por instrucciones precisas del Consejo Ejecutivo del CME se acordó que durante el año de labores, que inicia el 1 de noviembre sus honorarios sean de 2 mil pesos mensuales. Se acordó que tal ingreso sufriera disminuciones proporcionadas por cada ausencia a sesiones semanales”.

 

En otra más, también enviada por Felipe García Beraza, quien lo llamaba “Poderoso Juan” —cuando se trataba de mensajes menos oficiales—, con fecha del 26 de agosto de 1968, le informan: “a partir del 15 de agosto acepten recibir 250 pesos por cada sesión de 4:30 a 7:30 P.M. La misma cantidad para las lecturas semanarias de los trabajos que se presenten al XVIII concurso”.

 

Fue Rulfo un becario tímido y callado, igual que fue un tutor tímido y callado, nada que ver con Salvador Elizondo o Francisco Monterde, aunque los tres eran “censores” como los llamaban los becarios. Juan Rulfo contó: “Obtuve la beca del Centro Mexicano de Escritores para terminar ‘El llano en llamas’ que ya casi lo tenía terminado, fue en 1952, pero desde cuarentaytantos ya tenía yo escritos la mayoría de los cuentos. Me tocó un grupo muy bravo: Ricardo Garibay, Alí Chumacero, Juan José Arreola, Luis Josefina Hernández, la más brava de toda; eran muy críticos, muy terribles y guardaban frente a mí una distancia porque les parecía rara mi literatura”.

 

Justo en las fotografías “oficiales” de los jóvenes escritores, se encuentra a veces Juan Rulfo como no queriendo estar; pocas veces mira a la cámara, sus ojos suelen mirar hacia abajo, a la derecha, en muy pocas se le mira ver de frente. Siempre va de traje, con gesto serio.

 

Rulfo: esposo, padre, trabajador

 

Alternados con sus reportes como tutor, con sus informes como becario, con reseñas críticas sobre autores como Raúl Navarrete o Carlos Fuentes —de quien escribe a propósito de su obra de teatro Todos los gatos son pardos: “la tragedia parece resumirse en que México es un pueblo frustrado tanto por la fatalidad como en su voluntad”—, están documentos algo más personales del escritor.

 

Está una solicitud de un crédito de Infonavit, con fecha del 8 de agosto de 1977 y firmada por Juan Rulfo Vizcaíno, con RFC: RUVJ 180516, que dice que la última empresa en la que laboró fue en el Centro Mexicano de Escritores, ser trabajador titular y que hace el depósito por la suma de 2 mil 300 pesos.

 

Se encuentra también la “hoja tosa” del Seguro Social, con fecha del 21 de abril de 1969, en la que se suscribe que su fecha de ingreso como trabajador del Centro Mexicano de Escritores es el 15 de abril de 1969 con un salario diario actual de 66.50. En ese documento Rulfo declara estar casado por lo civil, en Guadalajara, Jalisco, en 1948, que sus padres son: Juan N. Rulfo Navarro y María Vizcaíno Arias de Rulfo, y que sus beneficiarios son: Clara Aparicio Reyes (8-1928), Juan Pablo (6-1955) y Juan Carlos (1-1964).

 

Entre los tesoros contenidos en los cinco expedientes, está una hoja con sus datos personales. Allí él dice haber nacido en Sayula, Jalisco, que su padre, Juan N. Pérez Rulfo, fue hacendado, propietario de la Hacienda San Pedro en el municipio de Tolimán, Jalisco, donde murió en 1923 (asesinado); y que su madre, María Vizcaíno Arias, era propietaria de la Hacienda San Gabriel y que murió en 1927.

 

Aparecen también dos cartas en inglés, firmadas por Felipe García Beraza y dirigidas a la Academia Sueca en Estocolmo. En ambas misivas, muy breves, se postula a Juan Rulfo para el Premio Nobel de Literatura. Fechadas el 22 de enero de 1982 y el 18 de enero de 1984, ambas están dirigidas al Comité Nobel y luego del nombre de Juan Rulfo plantean: “La obra de Rulfo es breve pero sobresaliente, representa la esencia de la realidad de México, así como la de otros países de América Latina. La clara belleza de lenguaje puede ser alabado por el Comité Nobel de la Academia Sueca”.

 

*Fotografía: Becarios y funcionarios del CME. De izquierda a derecha, Felipe García Beraza, Luis Carlos Emerich  (beca para novela), Juan Rulfo, Arturo Arnpáiz y Freg, Pilar Campesino de Retes (beca para teatro), Francisco Monterde, Alfonso de Neuvillate (beca para ensayo), Carlos Montemayor (beca para novela), 2 de noviembre de 1968/ARCHIVO GRÁFICO EL NACIONAL/CORTESÍA INEHRM.

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